miércoles, 25 de abril de 2012

MONS.ANTONIO CASTRO MAYER


   Hoy se cumple el XXI Aniversario del fallecimiento de Mons. Antonio de Castro Mayer. De cierto fue cuanto menos un Obispo controvertido, no sólo porque murió "excomulgado" tras su participación en las consagraciones episcopales de Mons. Lefebvre, sino por las antipatías que recibió por parte de los sectores más tradicionalistas, como fue el caso de la TFP del Prof. Plinio Correa de Oliveira.

   No tengo ni ánimos ni interés alguno en discurrir si fue válida la excomunión ni el por qué de su alejamiento con el Prof. Plinio; humildemente creo que Mons. Castro Mayer fue un Obispo que amó profundamente la Sagrada Tradición Católica y que por ello renunció a su honra para aventurarse a participar en la resistencia que inició Mons. Lefebvre frente a los desvaríos del post-Concilio Vaticano II.

   Hoy día, vemos Obispos que atacan los Dogmas de la Fe Católica, que se alejan de forma alarmante de todo aquello que la Iglesia ha enseñado y transmitido, que fomentan la sacrílega comunión en la mano...todo ello ante la pasividad de una Roma que se convierte en cómplice de esta Apostasía silenciosa. Por eso urge recordar que en todas las épocas, no han faltado Pastores que se han enfrentado a la Autoridad cuando la Fe se veía comprometida, como ocurriera con San Atanasio, que llegó a ser excomulgado por el Papa Honorio

   No soy amigo de buscar luchas fratricidas entre aquellos que navegamos en el mismo barco de la Tradición, por eso creo que es justo este sencillo homenaje a un Obispo que trató de vivir la integridad de la Fe Católica.

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DECLARACIÓN DE BUENOS AIRES

(2 de diciembre de 1986)


   Roma nos hizo preguntar si teníamos la intención de declarar nuestra ruptura con el Vaticano con motivo del Congreso de Asís.

   La cuestión nos parecería más bien deber ser la siguiente: “¿Creen y tienen la intención de declarar que el Congreso de Asís consuma la ruptura de las Autoridades romanas con la Iglesia Católica?”

   Puesto que es eso lo que preocupa a los que siguen siendo católicos.


   Es bien evidente, en efecto, que desde el Concilio Vaticano II el Papa y los episcopados se alejan siempre más claramente de sus antecesores.

   Todo lo que fue puesto en obra por la Iglesia en los últimos siglos para defender la fe, y todo lo que ha sido realizado para difundirla por los misioneros, hasta el martirio inclusive, de ahora en más es considerado como una falta, de la cual la Iglesia debería acusarse y hacerse perdonar.

   La actitud de los once Papas que desde 1789 hasta en 1958, en documentos oficiales, condenaron la Revolución liberal, se considera como “una falta de inteligencia del aliento cristiano que inspiró la Revolución”.

   De ahí la vuelta completa de Roma desde el Concilio Vaticano II, que nos hace repetir las palabras de Nuestro Señor a los que venían a arrestarlo: “Hæc est hora vestra et potestas tenebrarum” (San Lucas, 22, 52-53: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas).

   Adoptando la religión liberal del protestantismo y de la Revolución, los principios naturalistas de Jean Jacques Rousseau, las libertades ateas de la Constitución de los Derechos humanos, el principio de la dignidad humana no teniendo más relación con la verdad y la dignidad moral, las autoridades romanas vuelven la espalda a sus antecesores y rompen con la Iglesia Católica, y se ponen al servicio de los destructores de la Cristiandad y del Reino universal de Nuestro Señor Jesucristo.


   Los actos actuales Juan Pablo II y de los episcopados nacionales ilustran año tras año este cambio radical de concepción de la fe, de la Iglesia, del sacerdocio, del mundo, de la salvación por la gracia.

   El colmo de esta ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia se realizó en Asís, después de la visita a la Sinagoga. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo Encarnado y Su Iglesia hace estremecer de horror: Juan Pablo II animando a las falsas religiones a rogar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedentes.

   Podríamos retomar aquí nuestra Declaración del 21 de noviembre de 1974, que permanece más actual que nunca.

   En cuanto a nosotros, permaneciéndonos indefectiblemente unidos a la Iglesia católica y romana de siempre, nos vemos obligados a comprobar que esta Religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar se aleja siempre aún más de nosotros, quienes profesamos la fe católica de los once Papas que condenaron esta falsa religión.

   La ruptura no viene, pues, de nosotros, sino de Pablo VI y de Juan Pablo II, que rompen con sus antecesores.

   Este renegar de todo el pasado de la Iglesia por estos dos Papas y por los obispos que los imitan es una impiedad inconcebible y una humillación insoportable para los que siguen siendo católicos en la fidelidad a veinte siglos de profesión de la misma fe.

   Consideramos, pues, como nulo todo lo que ha sido inspirado por este espíritu de renuncia: todas las reformas posconciliares, y todos los actos de Roma que se realizan en esta impiedad.

   Contamos con la gracia de Dios y el sufragio de la Virgen fiel, de todos los Mártires, de todos los Papas hasta el Concilio, de todos los santos y santas fundadores y fundadoras de Órdenes contemplativas y misioneras, para que nos ayuden en la restauración de la Iglesia por la fidelidad íntegra a la Tradición.

Monseñor Marcel Lefebvre y Monseñor Antonio de Castro Mayer

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