jueves, 4 de julio de 2013

SACRIFICIO SANTO Y PERFECTO


                Mucha paciencia se necesita para tole­rar el contagioso lenguaje de algunos liber­tinos que con frecuencia se atreven a difun­dir proposiciones escandalosas, que tienen sabor de muy pronunciado ateísmo, y son un veneno para la piedad cristiana.

            "Una Misa más o menos, dicen, poco im­porta".
            "Ya no es tan poca cosa oír la Misa los días de obligación".
            "La Misa de tal sacerdote es una Misa de Semana Santa: y cuando lo veo acercarse al altar escapo de la iglesia".

            Los que así se expresan dan bien a entender que en poco, mejor dicho, que en nada apre­cian el adorable sacrificio de la Misa. ¿Sabes, querido lector, lo que es en realidad la Santa Misa? Es el sol del mundo cristiano, el alma de la fe, el centro de la Religión católica, ha­cia el cual convergen todos los ritos, todas las ceremonias y todos los Sacramentos; en una palabra, es el compendio de todo lo bueno, de todo lo bello que hay en la Iglesia de Dios.


            Es una verdad incontestable, que todas las religiones que existieron desde el principio del mundo establecieron algún sacrificio que constituyó la parte esencial del culto debido a Dios: empero, como sus leyes eran o viciosas o imperfectas, también los sacrificios que prescribían participaban de sus vicios o de sus imperfecciones. Nada más vano que los sacrificios de los idólatras, y por consiguiente no hay necesidad de mencionarlos. 

            En cuanto a los de los hebreos, aun cuando profesaban entonces la verdadera Religión, eran también pobres e imperfectos, pues sólo consistían en figuras: Infirma et egena elementa, según expresión del Apóstol San Pablo, porque no podían borrar los pecados ni conferir la divina gracia.

            El Sacrificio, pues, que poseemos en nuestra Santa Religión es el de la Santa Misa, el Único Sacrificio Santo y de todo punto perfecto. Por medio de él todos los fieles pueden hon­rar dignamente a Dios, reconociendo su dominio soberano sabre nosotros, y protestando al mismo tiempo su propia nada. Por esta razón el santo rey David le llama Sacrificium iustitiae), sacrificio de justicia, no sólo porque contiene al Justo por excelencia y al Santo de los Santos, o mejor dicho, a la Jus­ticia y Santidad por esencia, sino porque san­tifica las almas por la infusión de la gracia y por la abundancia de dones celestiales que les comunica.

            Siendo, pues, este Augusto Sacrificio el más venerable y excelente de todos, y a fin de que te formes la sublime idea que debes tener de un tesoro tan precioso, vamos a explicar sucintamente algunas de sus divinas excelencias, porque para expli­carlas todas se necesitaba otra inteligencia superior a la nuestra.


(CONTINUARÁ...)

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