sábado, 10 de agosto de 2013

NUESTRA SEÑORA, SOCORRO DE NUESTRAS ANGUSTIAS


          “Yo soy la madre del amor hermoso” (Ecclo 24, 24), dice María; porque su amor, dice un autor, hace hermosas nuestras almas a los ojos de Dios y consigue como Madre amorosa recibirnos por hijos. ¿Y qué madre ama a sus hijos y procura su bien como Tú, Dulcísima Reina nuestra, que nos amas y nos haces progresar en todo? Más –sin comparación, dice san Buenaventura- que la madre que nos dio a luz, nos amas y procuras nuestro bien.


Nuestra Señora de la Soledad, Guadix, Granada, España. 
Maravilloso lienzo, obra del Sr. Don Luis Días Losada

          ¡Dichosos los que viven bajo la protección de una madre tan amante y poderosa! El profeta David, aun cuando no había nacido María, ya buscaba la salvación de Dios proclamándose hijo de María, y rezaba así: “Salva al hijo de tu esclava” (Sal 85, 16). ¿De qué esclava –exclama san Agustín- sino de la que dijo: He aquí la esclava del Señor? ¿Y quién tendrá jamás la osadía dice el Cardenal Belarmino- de arrancar estos hijos del seno de María cuando en él se han refugiado para salvarse de sus enemigos? ¿Qué furias del infierno o qué pasión podrán vencerles si confían en absoluto en la protección de esta sublime Madre?

          Cuentan de la ballena que cuando ve a sus hijos en peligro, o por la tempestad o por los pescadores, abre la boca y los guarda en su seno. Esto mismo, dice Novario, hace la Piadosísima Madre con sus hijos. Cuando brama la tempestad de las tentaciones, con materno amor como que los recibe y abriga en sus propias entrañas, hasta que los lleva al puerto seguro del Cielo. Madre mía Amantísima y Piadosísima, bendita seas por siempre y sea por siempre bendito el Dios que nos ha dado semejante Madre como seguro refugio en todos los peligros de la vida.



          La Virgen reveló a Santa Brígida que así como una madre si viera a su hijo entre las espadas de los enemigos haría lo imposible por salvarlo, así obro yo con hijos, por muy pecadores que sean, siempre que a mí recurran para que los socorra.

          Así es como venceremos en todas las batallas contra el infierno, y venceremos siempre con toda seguridad recurriendo a la Madre de Dios y Madre nuestra, diciéndole y suplicándole siempre: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”. ¡Cuántas victorias han conseguido sobre el infierno los fieles sólo con acudir a María con esta potentísima oración! 



San Alfonso María de Ligorio
LAS GLORIAS DE MARÍA





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