viernes, 12 de diciembre de 2014

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, EMPERATRIZ DE LAS AMÉRICAS


   Diez años después de la conquista de México, el día 9 de diciembre de 1531, Juan Diego iba rumbo al Convento de Tlaltelolco para oír Misa. Al amanecer llegó al pie del Tepeyac. De repente oyó música que parecía el gorjeo de miles de pájaros. Muy sorprendido se paró, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba iluminado con una luz extraña. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz procedente de lo alto de la colina, llamándole: "Juanito; querido Juan Dieguito". Juan subió presurosamente y al llegar a la cumbre vio a la Santísima Virgen María en medio de un arco iris, ataviada con esplendor celestial. 





   Su hermosura y mirada bondadosa llenaron su corazón de gozo infinito mientras escuchó las palabras tiernas que ella le dirigió a él. Ella habló en azteca. Le dijo que Ella era la Inmaculada Virgen María, Madre del Verdadero Dios. Le reveló cómo era su deseo más vehemente tener un templo allá en el llano donde, como madre piadosa, mostraría todo su amor y misericordia a él y a los suyos y a cuantos solicitaren su amparo. "Y para realizar lo que mi clemencia pretende, irás a la casa del Obispo de México y le dirás que yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo; que aquí en el llano me edifique un templo. Le contarás cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que le agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás que yo te recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Ya has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño: anda y pon todo tu esfuerzo".


   Juan se inclinó ante ella y le dijo: "Señora mía: ya voy a cumplir tu mandato; me despido de ti, yo, tu humilde siervo".


   Cuando Juan Diego llegó a la casa del Obispo Zumárraga y fue llevado a su presencia, le dijo todo lo que la Madre de Dios le había dicho. Pero el Obispo parecía dudar de sus palabras, pidiéndole volver otro día para escucharle más despacio.


   Ese mismo día regresó a la cumbre de la colina y encontró a la Santísima Virgen que le estaba esperando. Con lágrimas de tristeza le contó cómo había fracasado su empresa. Ella le pidió volver a ver al Sr. Obispo el día siguiente. Juan Diego cumplió con el mandato de la Santísima Virgen. Esta vez tuvo mejor éxito; el Sr. Obispo pidió una señal.


   Juan Diego regresó a la colina, dio el recado a María Santísima y ella prometió darle una señal al siguiente día en la mañana. Pero Juan Diego no podía cumplir este encargo porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino había enfermado gravemente.


   Dos días más tarde, el día doce de Diciembre, Juan Bernardino estaba moribundo y Juan Diego se apresuró a traerle un sacerdote de Tlaltelolco. Llegó a la ladera del cerro y optó ir por el lado oriente para evitar que la Virgen Santísima le viera pasar. Primero quería atender a su tío. Con grande sorpresa la vio bajar y salir a su encuentro. Juan le dio su disculpa por no haber venido el día anterior. Después de oír las palabras de Juan Diego, ella le respondió: "Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó".


   Cuando Juan Diego oyó estas palabras se sintió contento. Le rogó que le despachara a ver al Señor Obispo para llevarle alguna señal y prueba a fin de que le creyera. Ella le dijo:


   "Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, recógelas y en seguida baja y tráelas a mi presencia".


  Juan Diego subió y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tan hermosas flores. En sus corolas fragantes, el rocío de la noche semejaba perlas preciosas. Presto empezó a córtalas, las echó en su regazo y las llevó ante la Virgen. Ella tomó las flores en sus manos, las arregló en la tilma y dijo: "Hijo mío el más pequeño, aquí tienes la señal que debes llevar al Señor Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu tilma y descubras lo que llevas".


   Cuando Juan Diego estuvo ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga, y le contó los detalles de la cuarta aparición de la Santísima Virgen, abrió su tilma para mostrarle las flores, las cuales cayeron al suelo. En este instante, ante la inmensa sorpresa del Señor Obispo y sus compañeros, apareció la imagen de la Santísima Virgen María maravillosamente pintada con los más hermosos colores sobre la burda tela de su manto.


¡VIVA LA VIRGEN SANTÍSIMA DE GUADALUPE!
¡VIVA LA EMPERATRIZ DE AMÉRICA!


miércoles, 15 de octubre de 2014

SANTA TERESA DE JESÚS, COMPATRONA DE ESPAÑA


NACIMIENTO E INFANCIA

      Nació en la ciudad española de Ávila, el 28 de Marzo de 1515. Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila de Ahumada.

      A los siete años era muy devota de leer vidas de santos, en especial de mártires, cosa que la motivó a "huir" de la casa paterna, junto a su hermano Rodrigo, para irse a tierra de misión y ser mártires de la Fe, pero la aventura les duró poco: un tío les encontró y los devolvió a los brazos de su madre. Cuando fueron reprendidos, Rodrigó acusó a Teresa como inventora de la idea del martirio.


      Después de aquél martirio frustrado, los piadosos hermanos resolvieron convertirse en ermitaños, por lo que empezaron a construir una celda en el jardín de la casa.


     En su habitación, la cándida Teresa, tenía un cuadro que representaba a Nuestro Señor hablando con la Samaritana; lo contemplaba con fervor y le repetía frecuentemente: "Señor, dame de beber para que nunca más tenga sed".

      Con apenas catorce años, sufrió la pérdida de su madre; inmersa en inmensa tristeza, acudió ante una imagen de Nuestra Señora y, como nos cuenta la misma Santa, "le rogué con muchas lágrimas, que me tomase por hija suya". Así, teniendo a la Madre de Dios como Madre y Señora, nunca se volvería a sentir huérfana, ni de carne, ni de espíritu.

      Fue por aquél entonces que Teresa y su hermanito Rodrigo se aficionaron por las lecturas de novelas caballerescas; en su autobiografía, la Santa reconocería cuánto mal le produjo:  “Aquellos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto por vestirme bien, a preocuparme mucho por el cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición.” Este cambio preocupó mucho a su padre, que decidió enviarla a estudiar con las agustinas de Ávila, con apenas quince años.

      Al poco tiempo, Teresa se enfermó y tuvo que volver a la casa paterna; fue allí donde reflexionó y se resolvió a hacerse religiosa carmelita en el Convento de la Encarnación, donde tenía un a buena amigo, Juana Suárez. Su padre, que al principio no aceptó la decisión de su hija, como la viese tan feliz y decidida, permitió que siguiese su camino como esposa de Cristo. Sin embargo, la delicada salud de Santa Teresa, la obligó a ponerse en manos de médicos y curanderas que no acertaban con los remedios necesarios. Tras tres largos años de padecimientos, recobraría su maltrecha salud.




EN EL CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN

 

      Por aquél entonces, la mayoría de los conventos, vivían de forma algo disipada; en la mayoría de ellos, se podía recibir a cualquier visita. Nuestra Santa, viendo aquello como normal, pasaba muchas horas de coloquio con los hombres, descuidando el diálogo amoroso de la oración; no pocas veces se excusaba a sí misma poniendo como pretexto su delicada salud. Años más tarde, consciente de la ligereza de su juventud, Santa teresa escribiría: “El pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre, son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades se puede hacer la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad”.

      Pero aquella pérdida de tiempo en charlas sin sentido, quedó atrás cuando la Santa, que era muy devota de las imágenes de Nuestro Señor representado en Su Pasión, se detuvo un día ante un crucificado muy sangrante; piadosamente le preguntó: “¿Señor, quién te puso así?”. Entonces, cuenta ella misma que sintió una voz que le respondía : “Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa”. Desde aquél momento, abandonó las conversaciones vanas y se dedicó con empero a la oración y el recogimiento.

EXPERIENCIAS MÍSTICAS

      Desde que Santa Teresa se retirase a la vida de oración, el Señor la bendijo con la gracia de múltiples apariciones, que a pesar de estar convencida de ser ciertas, algunos sacerdotes trataron de disuadirla de que eran engaños del demonio. Sin embargo, el Señor quiso poner en su camino al Padre Baltasar Álvarez, que le explicó que aquellas manifestaciones eran ciertamente divinas y no obra del maligno; le aconsejó que diariamente recitase el  himno “Veni Creator Spiritus”, a fin de pedir el auxilio del Espíritu Santo y hacer siempre lo que fuese más agradable a Dios. Precisamente cuando recitaba un día esta oración, fue arrobada en éxtasis y escuchó, en el hondo de su alma, que el Señor le pedía “No quiero que converses con  hombres, sino con los ángeles”.

      Sin embargo, todos esos consuelos y gracias espirituales, fueron motivo de recelos y persecuciones aún por parte de aquellos que compartían con Teresa el hábito del Carmen. Por desgracia, su confesor el Padre Álvarez, era un hombre cobarde, que si bien no dejó de confesarla, jamás la defendió ante quienes la atacaban con saña. Pese a todo, el Señor no quiso dejarla sola, por eso, en 1557, San Pedro de Alcántara, la visitó en Ávila y dio testimonio de la veracidad de las gracias sobrenaturales con que Dios bendecía a Santa Teresa, aunque le advirtió que la persecución no cesaría en los años venideros.




LA TRANSVERBERACIÓN


      Uno de los momentos más cruciales en la vida de Santa Teresa tuvo lugar cuando fue transverberada  en 1559. Escuchemos el episodio que ella mismo escribió: “Vi a mi lado un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido, como si fuese uno de los ángeles más altos, que son todo de fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines. Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.”


      Al año siguiente, en 1560, Santa Teresa, recordando la gracia de la transverberación, hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Es de justicia reseñar aquí, que tras su muerte, cuando se hizo la autopsia al cuerpo de la Santa, se constató que su corazón tenía la cicatriz de una herida larga y profunda.

 
INICIA LA REFORMA DEL CARMELO


      Como ya dijimos más arriba, en pleno siglo XVI la mayoría de los conventos vivían de forma relajada; la Orden del Carmen no era la excepción, por eso vemos que el Convento de la Encarnación, las monjas salían de la clausura con cualquier pretexto, pasaban horas en la sala de reuniones, algunas monjas tenían doncellas a su servicio… para colmo, el elevado número de monjas ( casi 140 ) no ayudaba a crear un espíritu de recogimiento.

      Santa Teresa llevaba veinticinco años viviendo en la Encarnación, cuando una sobrina suya, que también era monja del mismo convento, le sugirió crear un convento más pequeño, con un número reducido de monjas. La Santa entendió en aquellas palabras que el Señor la llamaba a volver a la Primitiva Regla Carmelitana y por eso se puso a la labor de fundar un convento reformado. Tuvo el apoyo espiritual de San Pedro de Alcántara, de San Luis Beltrány del Obispo de Ávila; ante semejantes amigos, el Padre Gregorio Fernández, Provincial de los Carmelitas, dio su consentimiento para la fundación del nuevo convento, pero ante las presiones que se generaron a raíz de la idea reformadora de Santa Teresa, retiró el permiso poco tiempo después.

      Pese a las negativas, el Padre Ibáñez, dominico, alentó a Santa Teresa a continuar con la Reforma del Carmelo; una piadosa viuda, Doña Guiomar, ofreció su ayuda económica y Doña Juana de Ahumada, hermana de la Santa, comenzó a construir un convento en Ávila, con la excusa de que sería una casa para su retiro. Por ese mismo entonces, llegó de Roma el permiso para fundar, lo que valió a San Pedro de Alcántara, a Francisco de Salcedo y al Dr. Daza para conseguir el favor del Obispo de Ávila, que de nuevo ofreció su apoyo a Santa Teresa.

      El nuevo convento quedó fundado el día de San Bartolomé de 1562; durante la Misa que se celebró por primera vez en la capilla, tomaron el velo de novicias la sobrina de la Santa y tres jóvenes más. Pero a los pocos días, la Superiora de la Encarnación, mandó a llamar a Santa Teresa y allí la retuvo con la autoridad del Provincial. Es entonces cuando Francisco de Salcedo y otros seglares que apoyaban el proyecto de la Reforma, enviaron a un sacerdote ante el Rey para que mediase por Santa Teresa, al tiempo que los Padres Dominicos Ibáñez y Báñez, ganaron el favor del Obispo de Ávila y del Provincial Carmelita. Gracias a estas gestiones, la Santa Fundadora pudo regresar al Convento de San José, pero esta vez, se le unieron otras cuatro religiosas del Convento de la Encarnación.

      Fue precisamente este primer convento de la Reforma Descalza, el que sería baluarte y señal del espíritu de Santa Teresa: estableció una estricta clausura y un silencio casi perpetuo; el convento carecería de rentas y en él reinaría la más estricta pobreza. Usarían sandalias en lugar de zapatos ( de ahí que fuesen conocidas como “Descalzas”) y sólo comerían carne las enfermas. La Santa Fundadora dispuso que como mucho, cada convento sólo admitiría 21 monjas.





      En muy poco tiempo, la Reforma del Carmelo se extendió por toda España; la Santa, calificada por el Nuncio como “mujer inquieta y andariega”, obtuvo del Padre Juan Bautista Rubio, Superior General de los Carmelitas, licencia para fundar en Castilla dos conventos para la rama masculina, conocidos como Carmelitas Contemplativos. Pese a la gran labor que se le encomendó, Santa Teresa nunca dejó de desempeñar las labores más humildes, como las de limpieza o en la cocina.

FUNDACIONES


     En Agosto de 1567, se trasladó a Medina del Campo, donde fundaría el segundo convento de Carmelitas Descalzas. Después, a petición de la Condesa de la Cerda, fundó el de Malagón, al que siguieron los de Valladolid y Toledo.

      Cuando en Medina del Campo, Santa Teresa conoció a Juan de Yepes ( San Juan de la Cruz ), fundó para los Padres Carmelitas el Convento de Duruelo y el de Pastrana; el resto de las fundaciones masculinas las llevaría a cabo San Juan de la Cruz, fiel hijo y hermano del espíritu de la Santa.

     En 1570 se fundarían nuevos conventos en Segovia y Salamanca.

     El Papa San Pío V, enterado de la Reforma Descalza, nombró a Santa Teresa priora del Convento de la Encarnación; la Santa obedeció pese a la natural repugnancia que le conllevaba por ser aquél lugar de donde más ataques recibía. Poco a poco, las religiosas de La Encarnación la fueron aceptando, a ella y su Reforma Descalza.

      En Veas, Santa Teresa conoció al Padre Gracián, fraile de la Reforma, que la convenció para que fundase un nuevo convento en Sevilla; éste sería, junto con el San José, el que causaría enormes problemas a la Santa, y es que una novicia que finalmente fue despedida del convento de Sevilla, denunció a Santa Teresa por “iluminadas” y otras horribles calumnias.


SEPARACIÓN ENTRE CARMELITAS CALZADOS Y DESCALZOS


   Por desgracia, hasta entre los que aman a Dios, se dan las miserias humanas más crueles; en la vida de Santa Teresa no faltaron las persecuciones, calumnias y difamaciones. Así, los carmelitas de Italia y los que en España no habían sido reformados, estaban recelosos de la Reforma iniciada por la Santa, por eso instigaron a las autoridades eclesiásticas y civiles para frenarla.

   Esas presiones contra Santa Teresa y su Reforma se plasmaron en un capítulo de la Orden Carmelita, donde se tomaron medidas para evitar que se siguiese extendiendo la obra de la Fundadora del Carmelo Descalzo. Al tiempo, el Nuncio Felipe de Sega, destituyó al Padre Gracián como visitador de los Carmelitas Descalzos y mandó a encarcelar a San Juan de la Cruz en Toledo, mientras que ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiese y que no fundase más.

   Sin embargo, Santa Teresa, que era perseguida por aquellos que más debieran amarla, gozaba de la simpatía y hasta de la devoción de muchos seglares, que consiguieron que el propio Rey Felipe II intercediese a su favor.

   Por fin, en 1580, obtuvo una orden de Roma que segregaba a los Carmelitas Descalzos de los Calzados; la misma Santa dejó escrito: “ Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra Orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podía escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios.”


ÚLTIMOS AÑOS DE VIDA

   Cuando se consumó la separación de los carmelitas, Santa Teresa contaba ya con sesenta y cinco años y se encontraba sumamente débil a consecuencia de las múltiples fundaciones, que en total fueron diecisiete.

   El Señor no la dejó de bendecir con la Cruz bendita del dolor ni en estos últimos días; su propia sobrina, que era priora del convento de Valladolid, fundado por la Santa, no la quiso recibir en él por motivos de herencia tras la muerte de su padre, Don Lorenzo, hermano de Santa Teresa. Uno de los abogados de la familia, trató con cierta crueldad a la Fundadora, que con sagacidad le respondió: “Quiera Dios trataros con la cortesía que vos me habéis tratado a mí”.


      Tras la fundación del convento de Burgos, que fue la última que hizo, Santa Teresa se dispuso a volver a Ávila, pero tuvo que cambiar el itinerario hacia Alba de Tormes, llamada por la Duquesa María Henríquez. Nada más llegar al convento, tuvo que guardar cama debido a su delicadísimo estado. La Beata Ana de San Bartolomé, fidelísima hija y acompañante en sus fundaciones, refiere que la Santa le dijo: “ Por fin hija mía, ha llegado la hora de mi muerte”. El Padre Antonio de Heredia, le dio los últimos sacramentos y aprovechó para preguntarle dónde quería ser sepultada. Santa Teresa, que en estos últimos años había padecido la incomprensión y hasta el desprecio por parte de algunos hijos, respondió: “¿Tengo que decidirlo yo?, ¿me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?”.

      Cuando el mismo Padre de Heredia le dio la Sagrada Comunión como viático, la Santa se pudo incorporar en la cama y exclamó: “Oh Señor, por fin ha llegado el momento de veros cara a cara”. Así, llena del Amor de Dios, murió en los brazos de la Beata Ana de San Bartolomé, a las nueve de la noche del 4 de Octubre de 1582.

     Como al día siguiente entraba en vigor la reforma del calendario gregoriano, su fiesta quedó fijada para el 15 de Octubre.

      Fue sepultada en Alba de Tormes, aunque una buena parte de sus restos han sido repartidos, como preciosas reliquias, por todo el Orbe Católico.



domingo, 12 de octubre de 2014

NUESTRA SEÑORA MARÍA SANTÍSIMA DEL PILAR





“Tenemos por guía la columna que nunca se aparta del pueblo, de día ni de noche”

 (Sal. 98, 6-7)

“ Me puso en alto sobre su roca, y luego alzó mi cabeza sobre mis enemigos. Afirmó mis pies sobre piedra y aseguró mis pasos” 

(Sal. 26, 6) 


      El Apóstol Santiago sufrió entonces un fuerte desánimo, en medio del cual se planteó si merecía la pena continuar en aquellas tierras. En medio de esa angustia fue consolado por la visita en carne mortal de la Purísima Virgen María ( que aún vivía en Jerusalén ), rodeada esplendorasamente por una corte de ángeles. Todos los escritos coinciden que la bendita aparición tuvo lugar el dos de Enero del año 40.

      Como prueba de su amor por la misión de Santiago dejó una columna de jaspe; en torno a dicha columna, símbolo de la fortaleza de la Fe Católica, los primeros conversos construyeron una modesta capilla, que fue el primer templo dedicado a Nuestra Señora. Se asegura que la columna nunca ha sido movida del lugar primitivo.

       La misma Tradición nos ha legado las prometedoras palabras de la Madre de Dios al Apóstol:


     El Papa Clemente XII estableció la fecha del 12 de Octubre para la Festividad de la Virgen del Pilar. El Papa Pío XII concedió a todas las naciones Hispanoamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa de Nuestra Señora del Pilar que se celebraba en España.


sábado, 11 de octubre de 2014

VISITA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA




¡Oh Corazón de María, Madre de Dios y Madre nuestra; Corazón amabilísimo, 
objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura de los Ángeles y de los hombres; Corazón el más semejante al de Jesús, 
del cual sois la más perfecta imagen; Corazón lleno de bondad y que tanto os compadecéis
 de nuestras miserias, dignaos derretir el hielo de nuestros corazones, y haced que vuelvan a conformarse con el Corazón del Divino Salvador. 

Infundid en ellas el amor de vuestras virtudes; inflamadlos con aquel dichoso fuego en que Vos estáis ardiendo sin cesar. Encerrad en vuestro seno la Santa Iglesia; custodiadla, sed siempre su dulce asilo y su inexpugnable torre contra toda incursión de sus enemigos. Sed nuestro camino para dirigirnos a Jesús, y el conducto por el cual recibamos todas las gracias necesarias para nuestra salvación. 

Sed nuestro socorro en las necesidades, nuestra fortaleza en las tentaciones, nuestro refugio en las persecuciones, nuestra ayuda en todos los peligros; pero especialmente en los últimos combates de nuestra vida, a la hora de la muerte, cuando todo el infierno se desencadenará contra nosotros para arrebatar nuestras almas, en aquel formidable momento, en aquel punto terrible del cual depende nuestra eternidad. ¡Ah! Virgen piadosísima, hacednos sentir entonces la dulzura de vuestro maternal Corazón, y la fuerza de vuestro poder para con el de Jesús, abriéndonos en la misma fuente de la misericordia un refugio seguro, en donde podamos reunirnos para bendecirle con Vos en el paraíso por todos los siglos. Amén.

JACULATORIA 

Sea por siempre y en todas partes conocido, alabado, bendecido, amado, servido y glorificado el Divinísimo Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Así sea.


(Tomado de "CAMINO RECTO Y SEGURO PARA LLEGAR AL CIELO", 
escrito por San Antonio María Claret, Misionero de las Islas Canarias)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, VIRGEN DE MISERICORDIA




      El Padre Gaver, en el 1400, relata como Nuestra Señora se aparece a San Pedro Nolasco en el año 1218 y le revela su deseo de ser Liberadora a través de una orden dedicada a socorrer a los cristianos cautivos en tierras infieles.

      Ante la visión de la Virgen Santísima, San Pedro Nolasco, confundido por tal gracia, le pregunta:


   ¿Quién eres tú, que a mí, un indigno siervo, pides que realice obra tan difícil, de tan gran caridad, que es grata Dios y meritoria para mi?
 

      Nuestra Señora le responde:

   Yo soy María, aquella en cuyo vientre asumió la carne el Hijo de Dios, tomándola de mi sangre purísima, para reconciliación del género humano. Soy aquella a la que dijo Simeón. cuando ofrecí mi Hijo en el templo: "Mira que éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel; ha sido puesto como signo de contradicción: y a ti misma una espada vendrá a atravesarte por el alma".
 

   ¡Oh Virgen María - prosiguió el Santo- Madre de Gracia, Madre de Misericordia! ¿Quién podrá creer  (que tú me mandas)? 
   No dudes en nada, -sentenció Nuestra Señora- porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel (es decir, entre los cristianos) y serán signo de contradicción para muchos."


      Para llevar a cabo esta misión, el 10 de agosto de 1218, San Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Virgen María de la Merced de la redención de los cautivos, con la participación del Rey Jaime de Aragón y ante el Obispo de la ciudad, Berenguer de Palou. 

      Por la confirmación del Papa Gregorio IX aprobó la Orden el 17 de enero de 1235; la ratificó en la práctica de la Regla de San Agustín; le dio carácter universal incorporándola plenamente a su vida y sancionó su obra como misión en el pueblo de Dios.”


lunes, 15 de septiembre de 2014

LOS SIETE DOLORES DE MARÍA NUESTRA SEÑORA

      
        En el transcurso de una de las múltiples revelaciones con las que fue bendecida Santa Brígida de Suecia, la Santísima Virgen le comunicó, con respecto a Sus Dolores, lo siguiente:

Miro ahora a todos los que viven en el mundo por ver si hay quien
 se compadezca de mí y medite en mi dolor; mas hallo poquísimos 
que piensen en mi tribulación y padecimientos. 
Y así tú, hija, no me olvides, aunque soy olvidada y menospreciada
 por muchos, mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. 
Considera mis angustias y lágrimas,
 y duélete de que sean pocos los amigos de Dios



¿CÓMO PODEMOS CONSOLAR A NUESTRA SEÑORA?

       Muy fácil: basta con tomar apenas diez minutos cada día. Leer y meditar de en uno en uno los Siete Dolores de la Virgen Santa, desde la Profecía del anciano Simeón hasta aquél momento de dolor inenarrable como fue el de Nuestra Señora cuando vio a s Hijo muerto, colocado en el sepulcro. Creo que por mucho que meditemos, jamás lograremos adentrarnos por completo en el drama de la María Santísima.

       Si a la meditación de los Siete Dolores, le añadimos la recitación lenta de un Avemaría después del enunciado de cada uno de Sus Dolores, tengamos por serguro que estamos ofreciendo una óptima reparación a la que es Medianera de todas las gracias entre Dios y los hombres.

       Para los más piadosos y amantes de Nuestra Señora, les recomiendo conseguir el Rosario de los Siete Dolores; se compone de siete grupos, con siete cuentas por grupo, para así mejor honrar los Dolores padecidos por la Siempre Virgen María.


PROMESAS DE NUESTRA SEÑORA A LOS DEVOTOS 
Y PROPAGADORES DE LA DEVOCIÓN 
A SUS SIETE DOLORES 

       Nuestra Madre, es tan Bondadosa que no sólo nos pide que nos entreguemos a Ella mediante la meditación de Sus Dolores, sino que además, nos regala singulares gracias a los que le seamos fieles Esclavos y Apóstoles; Nuestra Señora apenas nos pide un poco de nuestro tiempo para consolarla y admitir así, que este mundo, sin Dios, sin Ella, es semejante a un barco sin timón...y a cambio, Ella, la Gran Madre, promete Siete Gracias a los que con devoción practiquen Y DIVULGUEN  esta necesaria devoción. De especial mención me parece que es la número seis, donde Nuestra Señora promete SU ASISTENCIA VISIBLE en nuestra agonía; acaso, ¿habrá mayór consuelo en esta vida que abandonarla acompañado de la que siempre vela por nosotros?.


SIETE GRACIAS QUE PUEDEN ADQUIRIR 
LOS DEVOTOS DE LOS SIETE DOLORES 

  
-   Les concederé paz a sus familias.
 
-   Serán iluminados sobre los Divinos Misterios.
 
3ª-   Los consolaré en sus dolores y los acompañaré en su trabajo.
 
4ª-   Les concederé todo lo que me pidan siempre y cuando esto no se oponga a la adorable voluntad de Mi Divino Hijo o a la santificación de sus almas.
 
5ª-   Los defenderé en sus batallas espirituales con el enemigo infernal y los protegeré en cada instante de su vida.
 
6ª-   Los ayudaré visiblemente en la hora de su muerte; verán la cara de Su Madre.
 
7ª-   He obtenido de mi Divino Hijo, que todos aquellos que propagan esta devoción a mis lágrimas y dolores, serán llevados directamente de esta vida terrenal a la eterna felicidad ya que todos sus pecados serán perdonados y mi Hijo y Yo seremos su eterno consuelo y alegría.



INDULGENCIAS QUE PODEMOS OBTENER EN BENEFICIO
 DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

       El Papa Clemente XII, concedió en 1734, una Indulgencia Plenaria y remisión de todos los pecados a quienes recen la Corona diariamente por un mes continuo y luego confesado y comulgado, rogase por la Santa Iglesia; al que verdaderamente arrepentido y confesado, o al menos con firme propósito de confesarse, rezare esta Corona, por cada vez 100 años de indulgencia.

domingo, 14 de septiembre de 2014

EN LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


 Nosotros debemos gloriarnos en
 la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, 
en quien está nuestra salud, 
nuestra vida y nuestra resurrección, 
y por quien hemos sido salvados y redimidos

( Gálatas 6, 14 )

      
      La libertad otorgada a la Santa Iglesia por el Emperador Constantino tras la Victoria del Puente Milvio, fue una verdadera exaltación de la Santa Cruz, lo mismo que el hallazgo del Sagrado Madero por Santa Elena. Sin embargo, la Iglesia recuerda también otro hecho .

      El Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente ( Imperio Bizantino con sede en Constantinopla ) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.

      De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

      La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol ), Derkeveh, Urma, Saro...


      El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolllvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.

      Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia, quedó establaecida la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.

      A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 

      El Patriarca, le recordó entonces que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos arapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca de Jerusalén impartió la bendición la Sagrada Reliquia de la Cruz.


viernes, 12 de septiembre de 2014

EL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA NUESTRA SEÑORA



Beáta víscera Maríae Virginis
quae portavérunt Aeterni Patris Filium


 

      Así como después de Navidad se celebra la Fiesta del Santo Nombre de Jesús, después de celebrar la Natividad de Nuestra Señora, es muy conveniente que honremos ahora el Santísimo Nombre de María, que parece significar "la Amada de Dios", tanto por su destino como Madre del Altísimo como por sus grandes y perfectas virtudes.

      Se autorizó la celebración de esta Fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, Rey de Polonia.




SAN ALFONSO MARÍA LIGORIO NOS HABLA 
DEL SANTO NOMBRE DE MARIA NUESTRA SEÑORA

   Dice el abad Francón que, después del Sagrado Nombre de Jesús, el Nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de esperanza y de dulzura. El Nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.

   Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.

   Contemplando a su Buena Madre el enamorado San Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.

   Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice San Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice San Buenaventura– no se puede pronunciar Tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO, PATRÓN DEL PURGATORIO


       San Nicolás de Tolentino nació en San Angelo, pueblo que queda cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. Sus padres, muy pobres pero sumamente cristianos, lo bautizaron con ese nombre en honor a San Nicolás de Bari, al que se había encomendado la madre para quedarse embarazada. Desde niño fue un alma mortificada, que ayunaba tres veces por semana a base de pan y agua, que en no pocas ocasiones compartía con los pobres, por los que sentía especial afecto.

      Siendo muy joven, San Nicolás fue escogido para el cargo de canónigo en la Iglesia de Nuestro Salvador. Esta ocupación iba en extremo de acuerdo con su inclinación de ocuparse en el servicio a Dios. No obstante, el santo aspiraba a un estado que le permitiera consagrar directamente todo su tiempo y sus pensamientos a Dios, sin interrupciones ni distracciones.

      Con estos deseos de entregarse por entero a Dios, escuchó en cierta ocasión un sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e ingresar en la orden de aquel santo predicador. Esto lo hizo sin pérdida de tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.




      Nicolás hizo su noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su profesión religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad. Lo enviaron a varios conventos de su orden en Recanati, Macerata y otros. En todos tuvo mucho éxito en su misión. En 1271 fue ordenado sacerdote por el obispo de Osimo en el Convento de Cingole

      Su aspecto en el altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un sacrificio ofrecido por las manos de un Santo. Nicolás parecía disfrutar de una especie de anticipación de los deleites del Cielo, debido a las comunicaciones secretas que se suscitaban entre su alma tan pura y Dios en la contemplación, en particular cuando acababa de estar en el altar o en el confesionario.

      Durante los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino y su celo por la salvación de las almas produjo abundantes frutos. Predicaba en las calles casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones. Solía administrar los sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones; pasaba largas horas en el confesionario. Sus exhortaciones, ya fueran mientras confesaba o cuando daba el catecismo, llegaban siempre al corazón y dejando huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.

      También, con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los recipientes: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí." Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las almas en el purgatorio. Esta confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el "Patrón de las Santas Almas".

      Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual. Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia. Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes  sanaciones.

      En conmemoración de estos milagros, el Santuario del Santo conserva una distribución mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos y continúan concediendo favores y gracias.

      La última enfermedad del santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de septiembre de 1305. Su fiesta litúrgica se conmemora el mismo día. Nicolás fue enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que solía celebrar la Santa Misa.

      A los cuarenta años de su muerte, su cuerpo fue hallado incorrupto y fue expuesto a los fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron presenciados y documentados.




      El santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo que le amputó los brazos al santo, aunque la leyenda se ha apropiado del reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo llevárselos como reliquias a su país natal. Sin embargo, sí se sabe con certeza que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura. Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada uno se componía de un antebrazo y una mano.

      Nicolás de Tolentino fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446. Hacia finales del mismo siglo XV, hubo un derramamiento de sangre fresca de los brazos, evento que se repitió veinte veces; el más célebre ocurrió en 1699, cuando el flujo empezó el 29 de Mayo y continuó hasta el 1 de Septiembre. El monasterio agustino y los archivos del Obispo de Camerino (Macerata) poseen muchos documentos en referencia a estos sangramientos.

      San Nicolas fue uno de los santos (junto a San Juan Bautista y San Agustín), que vinieron del cielo para llevar a Sta. Rita al convento. Ella también fue de la orden agustina.