lunes, 31 de julio de 2017

LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE CRISTO según las revelaciones de Anna Catarina Emmerich


     Termina el mes de Julio, que la piedad católica ha dedicado a la Preciosísima Sangre de Cristo Nuestro Señor. Instituida en 1849 por el Papa Pío IX, la Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor, fue elevada al rango de Solemnidad por Pío XI, con ocasión del decimonono centenario de la muerte del Salvador.


     Sin embargo, mucho antes de ese reconocimiento pontificio, la Devoción a la Preciosa Sangre de Nuestro Señor, se pierde en la Historia primitiva de la Iglesia, por eso, innumerables Santos fueron devotos y propagadores de esta Devoción, que forma parte de la Pasión de Nuestro Redentor, y por tanto , asociada y ligada fuertemente a otras devociones, tales como al Sagrado Corazón de Jesús, la Santa Faz, las Santas Llagas...

     Atendiendo a las revelaciones privadas de la Venerable Anna Catarina Emmerich, hasta la Santísima Virgen María, fue la primera en venerar y apreciar el valor incalculable de esta Preciosa Sangre:

          Durante la flagelación de Nuestro Salvador vi a la Virgen Santísima continuamente en éxtasis; vio y sufrió interiormente, con amor y dolor indecibles, todo lo que le pasaba a su Hijo. Muchas veces salían de su boca leves quejidos y sus ojos estaban bañados en lágrimas. (…)

          Cuando Jesús se derrumbó junto a la columna después de la flagelación, vi que Claudia Prócula, la mujer de Pilatos, envió a la Madre de Dios un paquete con telas grandes. Ya no sé si creía que pondrían a Jesús en libertad, y que entonces la Madre del Señor necesitaría algo para vendar sus heridas, o si la compasiva pagana le enviaba los paños para lo que los utilizó la Santísima Virgen.

          Cuando volvió en sí, vio que los sayones se llevaban a su Hijo despedazado. Jesús se limpió los ojos llenos de sangre para ver a su Madre. Ella alzó dolorosamente las manos hacia Él y siguió con la vista las sangrientas huellas de Sus pies. Entonces vi que María y Magdalena se apartaron del pueblo hacia otro lado y se acercaron al sitio de la flagelación, y, rodeadas y ocultas por las demás mujeres y otras buenas personas que se arrimaron, se tiraron al suelo junto a la columna y secaron con aquellos paños hasta la mínima gota que encontraron de la Santa Sangre de Jesús.



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