lunes, 13 de noviembre de 2017

SAN DIEGO DE ALCALÁ, EL FRAILE PORTERO

     
Breve semblanza de San Diego de Alcalá
     San Diego nació en una familia pobre pero muy cristiana, en la sevillana localidad de San Nicolás del Puerto en torno a 1400. Siendo joven se decidió a vivir como ermitaño. Poco después se trasladó a Arrizafa, cerca de Córdoba, en cuyo convento profesó como fraile lego en los Menores de la Observancia Franciscana. Desde este lugar comienza su itinerario limosnero y misional por incontables pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando detrás de su paso una estela de caridad y milagros que aún pervive en las tradiciones lugareñas de no pocos de esos pueblos.


     Fue de peregrino a Roma por el Jubileo de 1450 y la canonización de San Bernardino de Siena. En ese tiempo una epidemia azotó la ciudad romana y San Diego ayudó como enfermero por tres meses. Muchos sanaron milagrosamente.
     Cierto día, un niño sufrió graves quemaduras por quedarse dormido dentro de un horno que luego fue encendido. Tras la intercesión de San Diego, el niño apareció sin quemaduras. El santo solía atribuir los milagros a la Madre de Dios.
     De vuelta a España fue portero y jardinero en el Convento de Santa María de Jesús en Alcalá de Henares, donde entregó su alma al Todopoderoso el 13 de Noviembre de 1463.
     Se dice que al morir, expedía una milagrosa fragancia. Sus restos fueron visitados por varios Cardenales y miembros de la realeza, como el Monarca Felipe II que llevó el cuerpo de San Diego al palacio real, obteniendo así la curación del Príncipe Carlos que se había accidentado. Entró en la inmortalidad bienaventurada el 13 de noviembre de 1463 en Alcalá, y en la gloria de los altares en julio de 1588, bajo el pontificado del Papa Sixto V, culminando el proceso introducido por Pío IV en tiempos de Felipe II.
     La ciudad estadounidense de San Diego, al sur de California, lleva su nombre debido a la misión que establecieron los frailes franciscanos por esa zona.

CURACIÓN DEL PRÍNCIPE DON CARLOS DE AUSTRIA
POR MEDIO DE LAS RELIQUIAS DE SAN DIEGO DE ALCALÁ

El Príncipe Don Carlos de Austria, que sanó 
por mediación de San Diego de Alcalá

     El príncipe Carlos, hijo de Felipe II y su primera esposa, María de Portugal, corriendo detrás de la hija del alcaide, Mariana Garcetas, de quien, según se decía, solicitaba favores de amor que ella le negaba, bajando por una angosta y oscura escalera de caracol del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares, se le fue el pie y se cayó, dándose con la cabeza en una puerta que estaba cerrada, con gran detrimento de su salud.

     El cirujano don Dionisio Daza Chacón, con la asistencia del médico de Cámara, Don Cristóbal de Vega, y del médico personal del príncipe Carlos, Don Santiago Diego Olivares, le hicieron la primera cura, ya que vieron que, aunque estaba inconsciente, sólo tenía una herida de poca extensión en la parte posteroizquierda de la cabeza.

     Al amanecer del día siguiente llegaron el Protomédico General, don Juan Gutiérrez, y los cirujanos reales Portugués y Pedro de Torres. A los diez días de la caída le surgieron vejigas inflamatorias de la piel llenas de pus, y se le hincharon los párpados, la cabeza, los brazos y el pecho.

     Doce días después de la caída llegaron a Alcalá de Henares el propio Monarca Felipe II con el Doctor Mena y el anatomista Andrés Vasilio.

     Al no encontrar cura alguna, el confesor del Rey, Fray Bernardo de Fresneda, y el del Príncipe, el Padre Maestro Mancio, determinaron sacar a Fray Diego de San Nicolás, futuro San Diego de Alcalá, del arca sepulcral donde yacía en el Convento de Franciscanos de Santa María de Jesús para suplicarle que intercediera para que se realizase el milagro de la curación del Príncipe.

     Llevaron el cuerpo del fraile en procesión desde el Convento hasta el Palacio Arzobispal.

     Ya en los aposentos del príncipe Carlos, sacaron el cuerpo incorrupto de su arca y lo colocaron en unas andas. Estaba amortajado con un lienzo cosido. Descosieron la mortaja por la parte de la frente y ojo izquierdo hasta la sien y colocaron el cuerpo de fray Diego sobre las rodillas del príncipe Carlos, para que él le tocase el cráneo con la mano.

     Después de unos rezos, colocaron otra vez el cuerpo incorrupto de fray Diego de San Nicolás con mucho cuidado en su arca.

     Y con gran solemnidad arrancó la procesión de vuelta hacia el Convento de Franciscanos de Santa María de Jesús para depositar allí el cuerpo del hermano lego.

     La mejoría fue inmediata y a los pocos días le desapareció la fiebre.

     Cuando se pudo levantar, se pesó, llegando a tres arrobas y una libra, con «calzones, jubón y ropilla». En gratitud, el Príncipe entregó al Convento franciscano tres arrobas de oro y tres de plata.

     A mediados del mes de julio de ese mismo año, 1562, el príncipe Carlos partió de Alcalá de Henares hacia Madrid.



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