miércoles, 20 de febrero de 2019

JACINTA MARTO, la niña vidente de Fátima: alma víctima por los pecadores


                 Nació en el pueblo de Aljustrel, Fátima, el 11 de Marzo de 1910, y fue bautizada ocho días más tarde. 

                Creció en un hogar sencillo, más bien pobre, pero muy cristiano. La Divina Providencia dispuso que con apenas siete años, el 13 de Mayo de 1917, fuera una de las videntes de Nuestra Señora junto a su hermano Francisco y su prima Lucía; era ésta última la única que dialogaba con Nuestra Señora, mientras que Jacinta la veía y escuchaba; en el caso de Francisco, tan sólo veía a la Virgen, pero no la escuchaba, de ahí el ruego de Nuestra Señora "a Francisco sí se lo podéis decir..."

                


               Víctima de la neumonía cayó enferma en Diciembre de 1918. Estuvo internada en el Hospital de Vila Nova de Ourém; después, del 21 de Enero al 2 de Febrero de 1920, estuvo en el Orfanato de Nuestra Señora de los Milagros, en la Calle de Estrella, en Lisboa, casa fundada por la D. María Godinho, a quien Jacinta llamaba "Madrina", a quien confiaría muchas revelaciones de parte de Nuestra Señora.

                Cuando empeoró su salud la trasladaron a Lisboa, al hospital de D. Estefanía, donde el día 20 de Febrero de 1920, alrededor de las 6 de la tarde, avisó que se sentía mal y pidió los últimos sacramentos. Hizo su última confesión con el Padre Pereira dos Reis. A las 10:30 de la noche, la Virgen vino a buscarla como le había prometido... aún no tenía los 10 años.

                Fue celebrada la Misa de cuerpo presente en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, en Lisboa, donde su cuerpo estuvo depositado hasta el día 24, sin mostrar síntomas de descomposición ni emitir mal olor. Fue transportada a una urna hasta el sepulcro de familia del Barón de Alvaiázere, en el cementerio de Vila Nova de Ourém. Fue trasladada para el cementerio de Fátima el 12 de Septiembre de 1935, fecha en que la urna fue abierta.

                El 1 de Mayo de 1951 fue finalmente trasladada a la Basílica del Santuario.


JACINTA Y EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

                Poco antes de ir a un hospital en Lisboa, Jacinta le reveló a Lucía:

               “— A mí ya me falta poco para ir al Cielo. Tú te quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la Devoción al Inmaculado Corazón de María. ¡Cuando haya que decir eso, no te escondas! Dile a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio de ese Corazón Inmaculado; que se las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a Su lado se venere el Corazón de María. Que pidan la paz a este Inmaculado Corazón porque Dios se la entregó a Ella. ¡Si yo pudiera meter en el corazón de todo el mundo la lumbre que tengo aquí en el pecho quemándome y haciéndome gustar tanto de los Corazones de Jesús y de María!”.

                 Por algunos dichos de la pequeña Jacinta podemos percibir la grandeza de su alma, la magnificencia de su inocencia, su profundo amor a Dios. Ella confió a su prima Lucía:

                “Pienso en Nuestro Señor y en Nuestra Señora… en los pecadores y en la guerra que va a venir… Va a morir tanta gente, ¡y casi toda va a ir al infierno!… Serán arrasadas muchas casas y matarán a muchos sacerdotes… ¡Qué pena! ¡Si dejaran de ofender a Nuestro Señor, la guerra no venía, ni iban para el infierno!… Mira, yo voy al Cielo, y tú, cuando veas de noche esa luz que aquella Señora dijo que vendría antes, huye hacia allí también”.

                Como ocurre con personas que conservan la inocencia, a Jacinta le gustaba meditar. Y ella lo confirmó: “Me gusta mucho pensar”. En una de sus meditaciones, la Virgen Santísima se le apareció, a fin de prepararla para su último calvario. “Me dijo (la Señora) que voy a Lisboa a otro hospital; que no te vuelvo a ver, ni a mis padres tampoco. Que después de sufrir mucho moriré sola. Pero que no tenga miedo, que Ella me irá a buscar para llevarme al Cielo”.



Siguiendo el ejemplo espiritual de Jacinta, que no era otro que el cumplimiento 
del pedido de Nuestra Señora, procura tú también vivir entregado a los Sagrados Corazones
 de Jesús y de María. Puedes imprimir la imagen y escribir tu nombre cuando estés decidido...


JACINTA Y SU AMOR POR LAS ALMAS

                 “Jacinta era también aquella a quien, me parece, la Santísima Virgen dio la mayor plenitud de gracias y conocimiento de Dios y de la virtud. Ella parecía reflejar en todo la presencia de Dios”. (Sor Lucía Dos Santos, prima de Jacinta y también vidente de Nuestra Señora de Fátima)

                 "Haced penitencia por los pecadores! Muchos van al infierno porque nadie reza y se sacrifica por ellos." - Tales palabras de Nuestra Señora encontraron profunda resonancia en Jacinta. ¡Y con que inquebrantable voluntad ella hacía penitencia!. Ella no vacilaba en ayunar, frecuentemente, un día entero sin comer o beber nada, dando alegremente su pan a los chicos pobres. Otros días, comía solamente aquello que más detestaba. Traía como penitencia una gruesa cuerda en torno a la cintura. ¡Nada, ningún sacrificio le parecía demasiado grande, tratándose de la salvación de las almas!

                 En su enfermedad -una tuberculosis que la llevó a la muerte- ofrecía principalmente sus dolores: "Sí, yo sufro, por eso ofrezco todo por los pecadores, para desagraviar al Inmaculado Corazón de María. Oh Jesús, ahora podéis salvar muchos pecadores porque este sacrificio es muy grande".

                Incluso en su dolorosa molestia se mostraba siempre paciente, sin reclamos, enteramente desprendida. Conducta que no correspondía a su carácter natural.

                 La propia Jacinta repetiría con frecuencia: "Gusto tanto de Nuestro Señor y de Nuestra Señora que nunca me canso de decir que los amo. Cuando digo eso muchas veces, ¡me parece que tengo un fuego en el pecho, pero no me quema!" El amor ardiente a Jesús y María fue el amor que transformó a Jacinta y que hizo de ella una copia fiel de las virtudes de la Virgen Santísima. Que desde el Cielo siga intercediendo por nosotros y por el pronto advenimiento del Reino de María.




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