viernes, 19 de julio de 2019

SAN VICENTE DE PAÚL, Fundador, Padre de la Caridad





               Nació San Vicente en el pueblecito de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo, ayudando a sus padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño era sumamente generoso en ayudar a los pobres. Sus padres lo enviaron a estudiar con los Padres Franciscanos y luego en la Universidad de Toulouse; con tan sólo 20 años, en 1600 fue ordenado Sacerdote.

                Dice el Santo que al principio de su sacerdocio lo único que le interesaba era hacer una carrera brillante, pero Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes.

          1º. El Cautiverio. Viajando por el mar, cayó en manos de unos piratas turcos los cuales lo llevaron como esclavo a Túnez donde estuvo los años 1605, 1606 y 1607 en continuos sufrimientos.

          2º. Logró huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se hospedó en casa de un amigo, pero a este se le perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a Vicente y por meses estuvo acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo se callaba y solamente respondía: "Dios sabe que yo no fui el que robó ese dinero". A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía: "Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome nuestra defensa".

          3º. La tercera prueba fue una terrible tentación contra la fe, que aceptó para lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Esto lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su alma "la noche oscura". A los 30 años escribe a su madre contándole que amargado por los desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida retirado en una humilde ermita. Cae a los pies de un crucifijo, consagra su vida totalmente a la caridad para con los necesitados, y es entonces cuando empieza su verdadera historia gloriosa.

               San Vicente hace voto de dedicar toda su vida a socorrer a los necesitados, y en adelante ya no pensará sino en los pobres. Se pone bajo la dirección espiritual del Padre Berule (futuro Cardenal) sabio y santo, hace Retiros espirituales por bastantes días y se lanza al apostolado que lo va a volver famoso.

              Dice el Santo "Me di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable".

              San Vicente se hace amigo del Ministro de la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los marineros y de los prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí descubre algo que no había imaginado: la vida horrorosa de los galeotes. En ese tiempo para que los barcos lograran avanzar rápidamente les colocaban en la parte baja unos grandes remos, y allá en los subterráneos de la embarcación (lo cual se llama galera) estaban los pobres prisioneros obligados a mover aquellos pesados remos, en un ambiente sofocante, en medio de la hediondez y con hambre y sed, y azotados continuamente por los capataces, para que no dejaran de remar.

               San Vicente se horrorizó al constatar aquella situación tan horripilante y obtuvo del Ministro, el Señor Gondi, que los galeotes fueran tratados con mayor bondad y con menos crueldad. Y hasta un día, él mismo se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que estaba rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.

               El Ministro Gondi nombró al Padre Vicente como capellán de las grandes regiones donde tenía sus haciendas. Y allí nuestro Santo descubrió con horror que los campesinos ignoraban totalmente la Religión. Que las pocas confesiones que hacía eran sacrílegas porque callaban casi todo. Y que no tenían quién les instruyera. Se consiguió un grupo de sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos pueblos y veredas y el éxito fue clamoroso. Las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los sermones y se confesaban y enmendaban su vida. De ahí le vino la idea de fundar su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las gentes más necesitadas.

               El Santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las gentes más pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con ella fundó a las hermanas Vicentinas, que son ahora la comunidad femenina más numerosa que existe en el mundo. 





              San Vicente poseía una gran cualidad para lograr que la gente rica le diera limosnas para los pobres. Reunía a las señoras más adineradas de París y les hablaba con tanta convicción acerca de la necesidad de ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuanto dinero encontraban a la mano. La Reina (que se confesaba con él) le dijo un día: "No me queda más dinero para darle", y el Santo le respondió: "¿Y esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las orejas?", y ella le regaló también sus joyas, para los pobres. 

              Se dio cuenta de que la causa principal del decaimiento de la religión en Francia era que los sacerdotes no estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo que Dios puede hacer a un pueblo es dale un sacerdote santo. Por eso empezó a reunir a quienes se preparaban al sacerdocio, para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran sacerdotes, los reunía cada martes para darles conferencias acerca de los deberes del sacerdocio. 

              Siempre vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba: "Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario".

              En sus últimos años su salud estaba muy deteriorada, pero no por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y numerosas obras de caridad. Lo que más le conmovía era que la gente no amaba a Dios. Exclamaba: "No es suficiente que yo ame a Dios. Es necesario hacer que mis prójimos lo amen también".

               El 27 de Septiembre de 1660 pasó a la Eternidad a recibir el premio prometido por Dios a quienes se dedican a amar y hacer el bien a los demás. Tenía 80 años. El Papa León XIII proclamó a este sencillo campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de Caridad.




Los venerables restos de San Vicente Paúl; después de la Revolución Francesa, el gobierno dio a los Sacerdotes de la Misión como "Casa Madre", el edificio Nº 95 de la Calle Sevres, en sustitución del antiguo priorato de San Lázaro. Por iniciativa de Pueblo de París, muy vinculado con San Vicente de Paúl, se hizo una suscripción pública  para pagar la urna que el Arzobispo de aquella época encargó al orfebre Odiot y mandó colocar en la capilla, el 25 de Abril de 1830.  El grupo esculpido en la parte superior de la urna representa a San Vicente subiendo al Cielo, acompañado de unos Ángeles que llevan los emblemas de la Fe, Esperanza y Caridad. 


SAN VICENTE DE PAÚL
 "EL AMOR LO PUEDE TODO"

               "Como el Amor es infinitamente inventivo, tras haber subido al patíbulo infame de la Cruz para conquistar las almas y los corazones de aquellos de quienes desea ser amado, por no hablar de otras innumerables estratagemas que utilizó para este efecto durante su estancia entre nosotros, previendo que Su ausencia podía ocasionar algún olvido o enfriamiento en nuestros corazones, quiso salir al paso de este inconveniente instituyendo el augusto Sacramento donde Él se encuentra real y substancialmente como está en el Cielo.

               Más aún, viendo que, rebajándose y anulándose más todavía que lo que había hecho en la Encarnación, podría hacerse de algún modo más semejante a nosotros, o al menos hacernos más semejantes a Él, hizo que ese venerable Sacramento nos sirviera de alimento y de bebida, pretendiendo por este medio que en cada uno de los hombres se hiciera espiritualmente la misma unión y semejanza que se obtiene entre la naturaleza y la sustancia. Como el Amor lo puede y lo quiere todo, Él lo quiso así; y por miedo a que los hombres, por no entender bien este inaudito Misterio y estratagema amorosa, fueran negligentes en acercarse a este sacramento, los obligó a él con la pena de incurrir en su desgracia eterna: Nisi manducaveritis carnem Filii hominis, non habebitis vitam" (Si no comiereis mi carne no tendréis vida eterna) (Evangelio de San Juan, cap. 6, vers. 54)




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