lunes, 12 de agosto de 2019

SANTA CLARA DE ASÍS, predilecta de San Francisco


          Breve reseña de la primera discípula de San Francisco de Asís.     


          Nació en Asís, Italia, el 16 de Julio de 1194, en el seno de una familia aristocrática. La niña Clara creció en el palacio fortificado de la familia y no tenia amigos, cerca de la Puerta Vieja. Se dice que desde su más corta edad sobresalió en virtud pero se mortificaba duramente usando ásperos cilicios de cerdas y rezaba todos los días tantas oraciones que tenía que valerse de piedrecillas para contarlas.

          Cuando cumplió los 15 años, sus padres la prometieron en matrimonio a un joven de la nobleza, a lo que ella se resistió respondiendo que se había consagrado a Dios y había resuelto no conocer jamás a hombre alguno. Había hecho esta entrega íntima a Dios tras escuchar un sermón de San Francisco en la iglesia de San Jorge.




          La noche después del Domingo de Ramos de 1212, Clara huyó de su casa y se encaminó a la Porciúncula; allí la aguardaban los frailes menores con antorchas encendidas. Habiendo entrado en la capilla, se arrodilló ante la imagen del Cristo de san Damián y ratificó su renuncia al mundo «por amor hacia el santísimo y amadísimo Niño envuelto en pañales y recostado sobre el pesebre». Cambió sus deslumbrantes vestiduras por un sayal tosco, semejante al de los frailes; trocó el cinturón adornado con joyas por un nudoso cordón, y cuando Francisco cortó su rubio cabello entró a formar parte de la Orden de los Hermanos Menores.

          En aquel convento de San Damián, germinó y se desenvolvió la vida de oración, de trabajo, de pobreza y de alegría, virtudes del carisma franciscano. Por esa fecha el estilo de vida de Santa Clara y sus hermanas llamó fuertemente la atención y el movimiento creció rápidamente. La condición requerida para admitir una postulante en San Damián era la misma que pedía Francisco en la Porciúncula: repartir entre los pobres todos los bienes.

          San Francisco escribió poco después la norma de vida para las hermanas y, por medio del Santo, obtuvieron del Papa Inocencio III la confirmación de esta regla en 1215, pues ese año, por orden expresa de Francisco, aceptó Clara el título de abadesa de San Damián. 

           En verano del 1253, el entonces Papa Inocencio IV viaja a Asís para ver a Clara, la cual se encontraba postrada en su lecho. Ella le pidió la Bendición Apostólica y la absolución de sus pecados, y el Sumo Pontífice contestó: «Quiera el Cielo, hija mía, que tenga yo tanta necesidad como tú de la indulgencia de Dios». Cuando Inocencio se retiró dijo Clara a sus hermanas: «Hijas mías, ahora más que nunca debemos darle gracias a Dios, porque, sobre recibirle a Él mismo en la Sagrada Hostia, he sido hallada digna de recibir la visita de Su Vicario en la tierra».

          Murió el 11 de Agosto de 1253, rodeada por sus hijas espirituales que continuarían con el carisma de Santa Clara hasta nuestros días. Fue canonizada por el Papa Alejandro IV el 26 de Septiembre de 1255, apenas trascurridos dos años de la muerte de Santa Clara. En 1260, su cuerpo incorrupto es colocado en el Altar Mayor de la Basílica que lleva su nombre en Asís.




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