sábado, 18 de enero de 2020

EL REINO DE MARÍA EN NUESTRAS ALMAS...Vivir por y para María


               El alma que ama a Dios, además de vivir por y para Dios - es decir, ejercitando todas las operaciones y actividades vitales de sus potencias y sentidos y soportando todos los trabajos y penalidades por amor de Dios y Su honra y Gloria, según Su Santa Voluntad-, se ha de esforzar también, de manera semejante, en vivir por y para María, dedicando y consagrando íntegramente todas sus actividades a María, como el mejor obsequio, a Su mayor honra y Gloria y por Su Amor, para que también Ella sea honrada, ensalzada y amada por todo y en todo y Su Reino se agrande, se dilate y se extienda por todo el Reino de Su Hijo Jesús, de tal manera que, así como vivimos, obramos, padecemos y morimos por Jesús, así también vivamos, obremos, padezcamos y muramos por María.






               Y así como Jesús debe tener Su Reino y Su Trono en nosotros, así también María debe reinar en nuestro corazón, poniendo a Su libérrima disposición y beneplácito todas nuestras obras y trabajos, para que de este modo, cooperando nosotros libremente, Ella pueda llegar a la plena posesión de Su Reino, al que, por otra parte, ya tiene derecho como Reina de Cielos y Tierra y como Reina de todos los Justos y Santos, y no sería propiamente tal si no le compitiese y tuviese sobre nosotros alguna potestad e imperio y si nosotros no estuviésemos obligados a encauzar u ordenar nuestra vida según Su voluntad, en Su obsequio y para Su Gloria.

               De este modo la había entronizado en su corazón y la veneraba como Reina San Pedro Tomás, gloria de la Orden Carmelita, consagrando constantemente a la Señora todas sus actividades y aún toda su vida y como señal y testimonio de que era Ella la única que reinaba, llevaba grabado, en su corazón, el nombre dulcísimo de su Reina.

               San Gerardo, también Carmelita, rezaba diariamente el Oficio de la Asunción Gloriosa a los Cielos, como prueba y señal de que la tenía por Reina y, a la vez, para tener un continuo y grato recuerdo del momento aquel en que fue consagrada Reina de Cielos y Tierra.

               A este mismo reconocimiento de Su Soberanía, indujo el Rey de Hungría, San Esteban, quien, precisamente por esto, consagró todo su Reino a María, y ordenó que ninguno de sus súbditos dejase de llamarla Señora o Reina y no de otro modo.

               De estos ejemplos debemos sacar en conclusión que también nosotros debemos consagrar toda nuestra vida a Su Honor y Gloria.

               Además, siendo como es Madre de todos los elegidos, es lógico que todos le mostremos un afecto filial y tierno amor en todo cuanto hagamos o dejemos de hacer, en nuestros trabajos y sufrimientos, en vida y en muerte, de tal modo que sea Ella el segundo fin y objetivo de nuestra respiración, de nuestros deseos, de nuestras angustias, por quien vivamos.

               Estemos bien convencidos que si vivimos para esta Reina y Madre vivimos, y, si morimos, también para esta Señora y Madre morimos, ya que, viviendo o muriendo, siempre seremos hijos de esta Madre...



(Venerable Miguel de San Agustín, Carmelita, "Vida de unión con María")



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