De esta manera se expresaba un pobre agricultor cuando su párroco le preguntaba por qué pasaba tanto tiempo en la iglesia. El agricultor en cuestión se llamaba Luis Chaffangeon, era natural de la aldea de Ars, un pueblecito francés a 35 kilómetros al norte de Lyon. Seguramente el lector habrá adivinado ya quién era el párroco que sentía curiosidad y se maravillaba de ver a un hombre tan piadoso; no era otro que San Juan M’ Vianney, más conocido como el Cura de Ars.
Los testigos de la época refieren que al Santo Cura, le gustaba predicar sobre la presencia de Dios usando esa sencilla frase que había pronunciado aquél humilde feligrés: “Yo veo a Dios y Dios me ve a mí”. Los contemporáneos también nos apuntan que recordando aquella escena, el Santo no podía dejar de derramar lágrimas al tiempo que sentenciaba “El miraba a Dios y Dios le miraba a él ¡En eso consiste todo, hijos míos!”
Olvidamos con frecuencia esta gran verdad: Dios nos mira siempre, como nos ama sin interrupción, como está viviendo dentro de nuestra alma, aún cuando estemos distraídos. Su mirada nos ilumina y fortalece, porque la mirada de Dios Nuestro Señor siempre pone inundación de luz y de hermosura en el espíritu.
Por eso, como bien enseñaba el Santo Cura de Ars, lo que más nos conviene es buscar continuamente la mirada de Dios. Para ello no es necesario hacer grandes cosas, ni vivir apartados del mundo como ermitaños; tan sólo tenemos que pensar en Dios Nuestro Señor a lo largo del día. Así por la mañana, nada más despertar, te pondrás de rodillas y le darás gracias a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen, por el nuevo día. Ofrécete desde ese momento, y contigo, a tu familia, tu trabajo, preocupaciones, ilusiones, todo. Conságrate también por entero a la Virgen Inmaculada, para que Ella, presente tu vida a Dios a través de sus Purísimas manos.
Si te es posible, cada vez que oigas el reloj dar la hora, reza un Avemaría; la Santísima Virgen es nuestra gran aliada e Intercesora ante Dios, por eso, aparte de saludarla cada hora, recuérdala con el rezo del Ángelus en la mañana, al mediodía y por la noche, como solían hacer nuestros abuelos.
Otra manera de tener presente la mirada de Dios sobre nosotros, es repetir jaculatorias, que no son sino “piropos” y súplicas a Nuestro Señor y a la Virgen Santa. No tenemos que decirlas ni tan siquiera con los labios; basta que las digamos mentalmente, mientras trabajamos, vamos en el coche o como reparación cuando oigamos alguna blasfemia. Algunas de las más bellas jaculatorias son por ejemplo: “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos Confío”, “Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía”, “Jesús mío, piedad y misericordia por los méritos de tus Santas Llagas”, etc.
Tener presente al Buen Jesús y a Nuestra Señora, su mirada continua, llena de Amor y Misericordia, es el mejor modo de amar y adorar a ese Dios que nos ama a cada uno, infinitamente, de repararle por tantos pecados y faltas. Además, pensando que Nuestro Señor y la Virgen Santísima no solo nos miran, sino que además nos acompañan siempre, ya sea en la soledad de nuestra habitación, ya en el trabajo e incluso en el autobús, ¿seremos capaces de cometer pecado alguno? ¿No sentirías vergüenza de realizar una impureza con tu cuerpo delante de tu madre o de tu padre?. Pues bien: piensa y tenlo muy en cuenta, que por mucho que te escondas, Dios y su Santísima Madre, te ven siempre.
Pide a Dios la gracia de tenerle constantemente presente a Él y a
la Virgen Inmaculada; que sean Ellos los Señores de tu pensamiento, para que todas tus ideas y acciones, vayan encaminadas a dar gloria a Dios y a conseguir por tanto, tu felicidad eterna. Repite con “
La Imitación de Cristo”: “Dígnate Señor quedarte conmigo, pues yo quiero estar Contigo”. Sí, este es mi deseo: que mi corazón esté Contigo unido” (Libro IV, Cap. XIII)