lunes, 2 de septiembre de 2013

EL DON DE ÁNIMAS

           
          La visión de las Almas del Purgatorio, el don de poder recibir sus visitas, es conocida como "don de Ánimas"; aunque en la Historia de la Iglesia ha habido algunos casos, más bien pocos. Así vemos Santos de la talla de San Gregorio Magno, Santa Brígida de Suecia, Santa Gema Galgani, Santa Teresa de Jesús o Santa Margarita María de Alacoque  -de la cual publicamos otro encuentro con un Alma purgante la semana pasada- que nos aseguran en sus escritos que alguna vez unos y frecuentemente otros, tuvieron encuentros con las Almas que constituyen la Iglesia Purgante.

          Quien recibe esa gracia de comunicarse con las Almas Benditas, entiende que a pesar de sus sufrimientos, no quieren otra cosa más que purificarse y llegar al Paraíso. Las Almas sólo necesitan de nuestras oraciones, Misas, limosnas, para obtener consuelo y hasta la liberación de aquella Cárcel de Amor que es el Purgatorio.



          Muchas personas temerosas -por ignorancia- me dicen aquello de "a los muertos hay que dejarlos descansar en paz". Por supesto que la Iglesia condena la invocación de los muertos, como algunos espirititas y satanistas hacen, pero rezar por nuestros Fieles Difuntos, máxime cuando sospechamos que puedan estar retenidos en el Purgatorio, es una OBRA DE MISERICORDIA a la cual estamos obligados a dar cumplimiento.

          El olvido de la memoria de nuestros antepasados, la negligencia de no mandar nunca a celebrar Misas por nuestros familiares y deudos, la inmisericordia de no querer aliviarles ofreciendo un generoso donativo a una buena causa, con intención de mitigar el dolor del Purgatorio en los nuestros, es un GRAVE PECADO contra el primer mandamiento, la Ley Suprema de Nuestro Señor: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

          Empieza a hacer desde hoy mismo Apóstol y Devoto de estas Buenas Almas, que Ellas, que ya nada entienden de la ingratitud humana, sabrán interceder por ti cuando sus ojos alcancen a contemplar a Dios cara a cara.




       Una religiosa fallecida mucho tiempo antes le insiste: "Tú estás ahí en tu cama muy a gusto; pero mírame a mí acostada en un lecho de llamas, en donde sufro penas intolerables." Me mostró en efecto aquel lecho horrible que me hace estremecer cuantas veces lo recuerdo. Estaba lleno por debajo de puntas agudas e incandescentes que le penetraban la carne.

       Me desgarran - añadió - el corazón con peines de hierro candente, lo que constituye mi mayor dolor, por los pensamientos de murmuración y desaprobación contra mis superiores, en que me detuve; mi lengua (que siento como si continuamente me la arrancaran) está comida de los gusanos en castigo de las palabras que he dicho contra la caridad. Tengo la boca toda ulcerada por mi falta de silencio y los labios hinchados y carcomidos de úlceras. ¡Ah, cuánto desearía que todas las almas consagradas a Dios pudieran verme en tan terrible tormento! ¡Si pudiera hacerles sentir la magnitud de mis dolores y de los que están preparados a las que viven con negligencia en su vocación, sin duda que caminarían con más fervor en su camino de la exacta observancia y cuidarían de no caer en las faltas que a mí me producen tan terribles tormentos!

        Un día de exactitud en el silencio de toda la comunidad, curaría mi boca ulcerada. Otro pasado en la práctica de la caridad, sin hacer ninguna falta contra ella, curaría mi lengua; y otro en que no se dijese una palabra de crítica ni de desaprobación contra la superiora, curaría mi corazón desgarrado".



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