La Fiesta de la Sagrada Familia nos ofrece la oportunidad para hacer una serie de reflexiones sobre el matrimonio y la familia cristiana:
A veces hay tentaciones... Un autor decía: “El sacramento de nuestro matrimonio nos ofrecerá las gracias necesarias para mantener buenas resoluciones. ¡Cuán pocos comprenden este sacramento! ¡Cuán pocos se disponen a él y se prometen las gracias que es capaz de dar a los que las piden dignamente!”.
Tertuliano, creyendo próxima su muerte, compone dos libros titulados: “A mi Mujer, Ad uxorem”. Allí, ensalza “la dicha del matrimonio que la Iglesia aprueba, que la oblación confirma, que la bendición sella, que los Ángeles certifican, que Dios ratifica. ¡Qué alianza la de dos fieles unidos por una misma esperanza, regidos por idéntica disciplina, por similar dependencia! Los dos son uno, ambos son servidores de un solo señor; nada los diferencia en el espíritu ni en el cuerpo. Los dos son realmente una sola carne; hay un solo cuerpo, donde sólo hay un espíritu. Oran juntos, se arrodillan juntos; uno enseña al otro, el uno se apoya en el otro. Ambos están juntos en el templo, juntos en el banquete divino, juntos en la prueba, en la persecución, en la alegría y viven sin ocultarse nada, sin rehuirse, sin molestarse. Libremente atienden a los enfermos y ayudan a los pobres, sin molestia recíproca; hacen limosna libres de inquietud; asisten al mismo sacrificio y se mantienen plenamente en el diario fervor. No saben de ocultos signos de cruz, de tímidas congratulaciones, de bendiciones mudas, Entonan himnos y salmos, y rivalizan en la superación de las alabanzas de Dios. Jesucristo goza viéndolos y ayudándolos y les concede la paz. Por donde ambos se encuentren, Jesucristo está con ellos. Tal es el matrimonio que nos esbozara el Apóstol. Los creyentes solo pueden desposarse de esta manera”.
MATRIMONIO Y EUCARISTÍA
Secreto de amor. ¿Qué pide el amor? Tres cosas y vive de tres cosas que responden a una triple necesidad:
1) Necesidad de
PRESENCIA: Por la Santa Eucaristía, Dios continúa su presencia entre nosotros, y los esposos desean la presencia del otro, desean estar juntos.
2) Necesidad de
AFECTO: Una madre ama tanto a su hijo que desea incorporárselo nuevamente. Pero esto no le es posible, A ella no, pero sí a Nuestro Señor, que se nos da en la Eucaristía para que podamos incorporarnos nosotros a Él:
“si no comiereis, no tendréis vida en vosotros”. En el matrimonio, dos seres se hacen uno. Cristo, también, en la Eucaristía. ¡Qué profunda comunidad de dos seres que se aman: Jesucristo y el alma cristiana!
3) Necesidad de
SACRIFICIO MUTUO: Desde el Viernes Santo, todos los cristianos obtuvieron la gracia de poder ofrecer a Nuestro Señor cada vez que Él renueva su Sacrificio en la Santa Misa. Debe, por lo tanto, ofrecerlo y debemos ofrecernos, ofrecer el sacrificio de nosotros mismos. También en el matrimonio, el esposo y la esposa deben estar dispuestos a sacrificarse el uno por el otro.
LA ORACIÓN DE LOS ESPOSOS
Uno se consagra a los deberes de su estado o despliega cierta actividad apostólica, el otro, en el silencio del alma y más atraído a la ORACIÓN que su compañero, por obtener para ambos y para la familia gracias oportunas. Orar en tales circunstancias será, no sólo pedir, sino también y en mayor escala elevarse a Dios, adorar, acompañar a Nuestro Señor.
Ante todo, dése mayor importancia a la
ORACIÓN EN COMÚN, aquella en que las dos almas que están unidas por los vínculos sagrados del matrimonio, funden sus pensamientos, aspiraciones y deseos en una sola unidad; olvidan lo peculiar de cada uno y se presentan ante Dios pensando el uno en el otro, y se ofrendan en la unidad constante de un amor recíproco que cada día va en aumento.
Después, cuando haya nuevos seres en el hogar, vendrá la
ORACIÓN EN COMÚN CON LOS HIJOS, cada uno de éstos se unirá a la oración del padre y de la madre, de modo que todos encomienden a Dios la santificación del hogar.
Si se diera el caso de que viajes, necesidades del deber o circunstancias de guerra, obligaran a una separación transitoria y quizás periódica, está para estos casos la oración común
A DISTANCIA, hecha por cada uno de los corazones probados por medio de las frases de despedida en la separación y en el decurso de tiempo que dura la misma; oración ésta en que cada uno procura vivir ante Dios en compañía de los suyos algunos momentos del día, implorando el valor necesario para continuar el camino de todos hacia el cielo, aunque sea momentáneamente por diversas rutas.
Y todo eso sin perjuicio de la oración INDIVIDUAL, en la que, en tanto uno se consagra a los deberes de su estado o despliega cierta actividad apostólica, el otro, en el silencio del alma y más atraído a la
ORACIÓN que su compañero, por obtener para ambos y para la familia gracias oportunas. Orar en tales circunstancias será, no sólo pedir, sino también y en mayor escala elevarse a Dios, adorar, acompañar a Nuestro Señor. No habrá, posiblemente, muchas fórmulas ni reflexiones explícitas, sino el don del corazón y el ansia de unirse a Dios desde lo más profundo del alma. Tratándose de la asistencia a un
OFICIO LITÚRGICO, habrá la comunidad de corazón con toda la Iglesia, una posesión más ardorosa y emotiva de la Comunión de los Santos. El alma, en el centro del mundo, uniéndose al Sanctus de las numerosas Misas que se celebran y participando en la excelsa oración de Jesucristo por el mundo.
Falta aún una tercera forma de oración: la oración simultánea de la UNIÓN PARALELA DE DOS VIDAS, no con palabras o con gestos especiales, sino por la consagración a Dios del trabajo diario, cada uno desde su despacho, taller o fábrica.
“Es necesario orar siempre”, decía Nuestro Señor, esto es, hallarse de continuo, no precisamente en acto de oración, sino en estado de orar, o sea de obrar de modo que toda la vida sea una ascensión merced a la ofrenda que en momentos señalados cada mañana, por ejemplo se eleva a Dios. El
ESTADO DE ORACIÓN es el estado de elevación, la entrega explícita o implícita hecha al Señor de mínimas partes de la actividad de cada instante.
Próximo a la muerte, San Francisco de Sales, absorbido por las obligaciones de su ministerio y las responsabilidades de una extensa diócesis, creyó conveniente reducir un poco las horas dedicadas a los ejercicios de piedad supererogatorios.
“Hago una cosa que equivale a orar”. La oración mental y la oración vocal son siempre posibles (conviene asegurar claro está, el mínimum previsto) pero corresponde a la oración vital el conservar la unión con Dios.
LA ORACIÓN EN COMÚN
El marido comprende que corresponde a ella vigilar y mantener la llama sagrada; accede gustoso a ello, ¡y quiera el Cielo que no sienta en su interior la pena de ver que su mujer no guía el hogar hacia Dios!
Provenga la iniciativa del uno o de la otra, un hogar cristiano debe aspirar a eso: a enlazar entre sí los actos esenciales de la religión.
Si también a los extraños y a los que no están unidos entre sí, dijo Nuestro Señor: “Cuando muchos se reúnen para orar en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”, ¡con cuánta mayor razón valen sus palabras tratándose de dos corazones destinados a no ser más que un solo corazón y una sola alma! Ninguna sociedad implorante es tan capaz de atraer más las gracias de Dios como la sociedad de los esposos. Ligados ya por tantos lazos, ¡cuál no será la común misión cristalizada por su oración conjunta!
Debiendo escribir un prólogo para el Diario del viaje de la misión sahariana Foureau Lamy, el general Reibell hace esta confidencia: “Hay dos hábitos a los que me mantuve fiel durante nuestro viaje: el de consignar cada día por escrito los hechos del día y las reflexiones por ellos sugeridas y el de leer un capítulo del Nuevo Testamento y uno de la Imitación, según un orden que previamente determiné con mi mujer, quien por su parte ha ido haciendo lo mismo, a fin de establecer contacto entre nuestros pensamientos íntimos a través de los espacios que nos separaban. Y si a ocasiones me vi forzado a faltar a esa obligación durante un día, o dos, a lo sumo, procuré recuperarme en los días subsiguientes, poniéndome al corriente respecto a mis notas y a mis lecturas. Cómo se agotó la materia de éstas, las recomencé según el mismo orden hasta concluir los 730 días que duró nuestro recorrido africano”.
En el ejemplo precedente, quien encara la iniciativa es el marido. De ordinario, la presidencia de lo “espiritual” está a cargo de la mujer. Ella es “más alma que el hombre”, más movida a los ejercicio
sposa espera un hijo o acaba de dar a luz. Si por ésa o por otras razones de índole doméstica conviene que el marido y la esposa asistan a misa separados, a fin de que haya siempre en casa alguien que atienda al personal o cuide de los hijos, es de desear que la vida se
VIVA CONJUNTAMENTE en el mayor número posible de actos religiosos: oración en común al pie del lecho; intercambio de pensamientos íntimos tras la lectura de un capítulo sugeridor y que eleve a Dios; bendición de la mesa y acción de gracias después de la comida ...
Por supuesto que si a uno de los consortes le gustan tales ejercicios devotos de mayor vuelo, nada le impedirá que, una vez cumplidos los ejercicios en común se entregue por su cuenta a los que le sugiere la gracia o ejercen en él mayor atractivo, siempre que queden salvaguardados los deberes de estado.
Así se conserva la independencia de las almas y se asegura, a la vez, la íntima colaboración en un culto común de dos almas unidas.
ORAR EL UNO POR EL OTRO
Siempre que alguno de los hijos está enfermo o se haya expuesto a algún peligro, un padre y una madre oran gustosos por él; pero no es cosa frecuente que ambos esposos recen el uno por el otro. A pesar de que, haciéndolo, obtendrían más fácilmente del cielo las gracias necesarias para colmar sus comunes anhelos, para llenar su común misión.
¡
Y cuánto sería de desear que, por la noche, mientras se recitan las plegarias en común, se detuvieran haciendo una suspensión de las palabras orales, como cuando se dice: EXAMINEMOS NUESTRA CONCIENCIA y durante el intervalo orasen en voz baja EL UNO POR EL OTRO, encomendando a Dios las intenciones todas, las conocidas, las adivinadas y presentidas, e incluso las ignoradas, aquéllas que bien sabe el Señor de las conciencias!
También sería sumamente laudable y muy de desear, que algunas veces comulgaran
OFRECIENDO ESE ACTO EL UNO POR EL OTRO, pidiendo a Dios que conceda al amado compañero o a la querida consorte, no sólo las gracias temporales, sino principalmente toda suerte de bienes y bendiciones espirituales.
En diversas partes se han instituido los Retiros para casados. Cada uno de ellos oye la misma palabra, medita sobre iguales temas y es invitado a tomar idénticas resoluciones. No se trata ya de dos celibatarios juntos, sino de la pareja reunida y evangelizada conjuntamente. Gústase ahí el “placer”, a veces algo “maligno” pero muy comprensible, de comprobar que aquello que desde mucho atrás quisiera censurar uno a su cónyuge, lo acaba de oír reprochar en términos enérgicos por una tercera persona calificada, con todas las posibilidades de que esta vez no sea inútilmente, dada la mejor disposición de ánimo. Ambos quedan en evidencia respecto a su consorte, y por eso no habrá lugar a excusas si no se sigue luego una real enmienda.
OTRA VENTAJA reside en la mayor facilidad con que la pareja podrá elevarse hacia Dios de acuerdo a un movimiento sincrónico. En muchos hogares sucede, en efecto, que el retiro es para la mujer un ejercicio familiar que halla su temporada propicia en el transcurso de cada año, al paso que el marido, si le damos crédito, jamás dispone de tiempo para recogerse. Existe una especie de desencaje; no llevan ambos un paso igual; la piedad de uno de ellos aparece demasiado rígida o absorbente a los ojos del otro.
No hay inconveniente en que la mujer, de natural más piadosa, practique algunas devociones particularmente y como suplemento de las de conjunto. Si es cristiana inteligente,
su piedad contribuirá, así,
al bienestar de la familia. Pero no debe olvidarse que su esfuerzo deberá consistir menos en aventajar al esposo en cuanto a ejercicios piadosos -cosa, repito, muy lógica que en procurar que el marido eleve su religión a la altura de la suya, en el supuesto de que está debidamente adaptada, que es ardorosa y viva. Debe triunfarse de ciertos apocamientos. El hombre, sobre todo al principio del matrimonio, lo acepta todo de su mujer. Espera que le lleve ventaja y, especialmente, que le arrastre. Emplee ella su poder con tino, con habilidad, con delicadeza, en nombre de su amor, No para anotarse éxitos lisonjeros, sino para el bien del hogar. El esposo no podrá menos que agradecérselo. Se mostrará benévolo, se aprovechará, se dejará llevar.