viernes, 31 de agosto de 2018

SANTO DOMINGUITO DEL VAL, el niño cristiano martirizado por los judíos


«Y porque oímos decir que, en algunos lugares, los judíos hicieron y hacen el día del Viernes Santo
 remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio,
 hurtando los niños y poniéndolos en la cruz, o haciendo imágenes de cera
 y crucificándolas cuando no pueden conseguir niños.»

Rey Alfonso X el Sabio




               Se llamaba Domingo de Val, y era un niño de apenas siete años que pertenecía al coro de la Catedral de La Seo (Zaragoza, España), h
ijo de los infanzones Sancho del Val, notario de la ciudad, e Isabel Sancho. Piadoso monaguillo, asistía a diario a los cultos además de participar con otro niños en el coro.

               Cuenta la historia que el 31 de Agosto de 1250, cuando iba Dominguito de camino de la Catedral a su casa, fue engañado por un judío llamado Albayuceto quien lo condujo hacia la judería de la ciudad. Una vez llegados a una casa, un grupo de otros judíos les estaban esperando y comenzaron a torturar al pobre Domingo, al que clavaron en una cruz y le infringieron heridas hasta causarle la muerte.

              Tras el crimen del inocente niño, los judíos procuraron hacer desaparecer el cuerpo. Le cortaron la cabeza y los pies, que lanzaron al pozo que tenían en la casa, mientras que el resto del cuerpo lo enterraron en la orilla del Ebro, muy cerca del actual pozo de San Lázaro junto al Puente de Piedra. Mientras, la ciudad se volvía loca buscando al niño desaparecido hasta que un día dos pescadores que estaban en el río vieron cómo un fuerte rayo de sol descendía de los cielos y comenzó a iluminar un punto concreto de la orilla. Los pescadores acudieron allí y empezaron a cavar hasta que encontraron los restos de Domingo. Se revelaba el misterio de qué había sido del niño, siendo una señal divina la que mostró dónde se encontraba su cuerpo. 




                Sin embargo, el milagro no se terminó ahí. De nuevo la intercesión celestial hizo que las aguas del río Ebro crecieran de forma anormal para aquella época del año y los pozos de las casas de la ciudad comenzaron a rezumar agua y a desbordarse, con lo que los pies y cabeza del niño salieron del pozo de la casa judía a la que fueron lanzados. Por fin se esclarecía el misterio y toda la ciudad vio que los responsables habían sido los judíos.

               Domingo de Val fue canonizado el 9 de Julio de 1808 por el Papa Pío VII, siendo hoy en día Patrón de los infanticos (niños cantores de la Catedral de Zaragoza) y sus restos fueron enterrados en la misma Catedral donde acolitaba, en una magnífica capilla dedicada a él. 




jueves, 30 de agosto de 2018

SANTA ROSA DE LIMA, Terciaria Dominica, Patrona del Perú


"Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones
 haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima 
obtuvo con su oración y sus mortificaciones".

Papa Clemente IX




BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA


             Santa Rosa de Lima nació en el Virreinato del Perú (Imperio Español) en 1586, siendo la cuarta hija de una prole de trece hermanos. Su padre era arcabucero de origen castellano y su esposa de origen peruano. En el bautizo le pusieron el nombre de Isabel Flores de Oliva, pero su madre, al ver que al paso de los años su rostro se volvía sonrosado y hermoso como una rosa, empezó a llamarla con el nombre de Rosa. El día de su confirmación en el pueblo de Quives, el Arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, la llamó Rosa sin que alguien pudiese darle noticia al arzobispo de este nombre tan particular e íntimo...

                Desde pequeñita Rosa tuvo una gran inclinación a la oración y a la meditación. Un día rezando ante una imagen de la Virgen María le pareció que el niño Jesús le decía: "Rosa conságrame a mí todo tu amor". Y en adelante se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo. Tomó en Santa Catalina de Siena, su ejemplo a imitar y así fue, pues no pudiendo ser monja dominica se conformó con profesar como Terciaria de la Orden de Santo Domingo.

                 Con los años, fue renunciando a los pretendientes y al matrimonio para entregarse por completa a Nuestro Señor y se retiró a la soledad de una pequeña habitación, en donde viviría dedicada a la oración y a la penitencia; tan sólo abandonaba la celda para algún trabajo manual y para asistir a la Santa Misa.

                 En múltiples ocasiones, los mismos familiares la consideraban equivocada en su modo de vivir. Alguna vez le protestó amorosamente a Nuestro Señor Jesucristo por todo esto, diciéndole: "Señor, ¿y a dónde te vas cuando me dejas sola en estas terribles tempestades?". Y oyó que Jesús le decía: "Yo no me he ido lejos. Estaba en tu espíritu dirigiendo todo para que la barquilla de tu alma no sucumbiera en medio de la tempestad".

                 Su ayuno era casi continuo. Y su abstinencia de carnes era perpetua. Comía lo mínimo necesario para no desfallecer de debilidad. Aún los días de mayores calores, no tomaba bebidas refrescantes de ninguna clase, y aunque a veces la sed la atormentaba, le bastaba mirar el crucifijo y recordar la sed de Jesús en la cruz, para tener valor y seguir aguantando su sed, por amor a Dios.

                Dormía sobre duras tablas, con un palo por almohada. Alguna vez que le empezaron a llegar deseos de cambiar sus tablas por un colchón y una almohada, miró al crucifijo y le pareció que Jesús le decía: "Mi cruz, era mucho más cruel que todo esto". Y desde ese día nunca más volvió a pensar en buscar un lecho más cómodo.

               Desde 1614 ya cada año al llegar la fiesta de San Bartolomé, el 24 de Agosto, demuestra su gran alegría. Y explica el porqué de este comportamiento: "Es que en una fiesta de San Bartolomé iré para siempre a estar cerca de mi Redentor Jesucristo". Y así sucedió. El 24 de agosto del año 1617, después de terrible y dolorosa agonía, expiró con la alegría de irse a estar para siempre junto al Amadísimo Salvador. Tenía 31 años.

               El 5 de Abril de 1668 fue beatificada por el Papa Clemente IX, y 11 de Agosto de 1670, su sucesor, Clemente X, declaraba a Santa Rosa, siendo la primera católica del nuevo mundo en llegar a la Gloria de los Altares. El mismo Papa la declaró Celestial Patrona no sólo del Perú, (pues ya lo era por decreto de Clemente IX) sino de toda la América, Indias y Filipinas. Un año más tarde, después de haberse aprobado por la Sagrada Congregación de Ritos cuatro milagros obrados por su intercesión y debidamente comprobados, resolvió proceder a su canonización. El día 12 de Abril, al lado de Rosa iban a ser elevados al honor máximo que la Iglesia concede a sus hijos, otros cuatro luminares de su Cielo: Cayetano de Tiene, Luis Beltrán, Felipe Benicio y Francisco de Borja.




miércoles, 29 de agosto de 2018

CARDENAL ILDEFONSO SCHUSTER, de monje a Príncipe de la Iglesia





INFANCIA Y JUVENTUD ENTRE LOS BENEDICTINOS

               Alfredo Schuster nació el 18 de Enero de 1880, en Roma, en el seno de una familia humilde. Su padre, oriundo de Baviera, había llegado a Roma  para alistarse como suboficial en los ejércitos pontificios. Al enviudar, contrajo nuevas nupcias con Ana María Tutzer, natural de Bolzano, de la cual tuvo dos hijos, el futuro cardenal, y Julia (más tarde, religiosa, hija de la Caridad).

               En Noviembre de 1891 ingresa en la Abadía benedictina de San Pablo extramuros de la Ciudad Eterna como niño oblato, con intención de hacerse monje y sacerdote, aunque también se trató de una muestra de caridad, pues dejaba de ser gravoso a su madre. En la escuela benedictina fue confirmándose su vocación al estado religioso. El 13 de Noviembre de 1896 inicia su noviciado de tres años y cambia su nombre por el Ildefonso. La crónica de la Abadía lo describe como novicio dócil, piadoso y estudioso, pero de salud precaria. Al cumplirse el tercer año, hizo su profesión monástica.

               El 19 de Marzo de 1904, en la Fiesta de San José, el Cardenal Vicario de Su Santidad para la Diócesis de Roma, Monseñor Respighi, le ordena de presbítero en la Basílica de San Juan de Letrán.

               Los veinticinco años siguientes los transcurrió Ildefonso Schuster en San Pablo extramuros. Su capacidad intelectual y su laboriosidad le permitieron alternar sus ocupaciones en el monasterio con otros encargos. En 1908 fue nombrado Maestro de Novicios de la Abadía de San Pablo y el 5 de Abril de 1918 es elegido Abad Ordinario del mismo Monasterio. Su fama como experto en Liturgia transcendió los muros conventuales y el Papa Benedicto XV le nombró consultor de las Sagradas Congregaciones de Ritos y Religiosos.

CARDENAL ANTES QUE OBISPO

              A pesar de haber rechazado varios cargos importantes en la Curia Vaticana porque su vocación es la vida monástica, la obediencia al Papa lleva a Schuster a aceptar su nombramiento como Arzobispo de Milán. Días antes de su Consagración Episcopal (16 de Julio de 1929) Pío XI le impone la birreta cardenalicia, y 22 de ese mismo mes y año, el mismo Pontífice en la Capilla Sixtina, gesto poco frecuente en aquella época, le consagra Obispo. Según indicaba el Concordato, el nuevo Arzobispo juró ante el Rey de Italia.

            En los cinco lustros de su pontificado, ordena a 1.500 sacerdotes, emprende continuas iniciativas para mejorar la formación espiritual del clero, se desvive materialmente por sus sacerdotes y cuida especialmente el Seminario.




           El episcopado y la púrpura cardenalicia no fueron obstáculos para seguir llevando una vida llena de austeridad, de auténtico monje. Se levantaba de noche aún, a las tres y media. Dedicaba una hora a la oración mental, y después rezaba el Oficio divino y celebraba la Santa Misa. A las seis y media se dedicaba al estudio, que sólo era interrumpido para desayunar. El desayuno era muy frugal. Según la religiosa que lo servía, era menos de lo que tomaban los canarios. Luego venían las audiencias. Por la tarde, después del almuerzo continuaba recibiendo gentes, hasta las cinco y media en que se retiraba para la visita al Santísimo, otro rato de oración, el rezo tranquilo del Rosario y Bendición. Tras cenar, antes de acostarse recitaba la Lectio Divina.

            Por razones estrictamente pastorales tampoco dudó en enfrentarse directamente al régimen para denunciar los atropellos de las autoridades cuando las circunstancias así lo reclamaban. Tal fue el caso, por ejemplo, de los ataques fascistas contra la Acción Católica, o de la promulgación en 1938 de las leyes raciales, que condenó con la máxima energía y solemnidad.

PASTOR DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

            El Cardenal Schuster fue un hombre de Iglesia, no de política. Sus relaciones con el poder civil fueron de respeto, por encima de ideologías. Por lo que se refiere a sus relaciones con el régimen fascista fue prudente.

           Hizo todo lo que pudo por salvar a condenados a muerte: católicos activos, grandes intelectuales no cristianos y judíos. Son innumerables las personas que deben favores de todo tipo a la actuación del cardenal Schuster. Un caso célebre es el del periodista Indro Montanelli, encarcelado por la Gestapo durante la ocupación alemana de Italia y condenado a muerte. Sabiendo que era imposible que se revocase una sentencia dictada por un tribunal de guerra, a través de un carcelero, hizo llegar al Arzobispo una nota para que comunicase la noticia a sus padres en Roma. Pero la ejecución se dilató y Montanelli, al cabo de nueve meses, logró escapar. Investigando, años más tarde el famoso periodista descubrió que el cardenal de Milán había inducido a intervenir en su caso a una alta personalidad alemana, que no revocó la sentencia, pero la demoró. Cuando Montanelli, después de la liberación, había ido a ver a Schuster, éste no habló nada de su mediación, sólo comentó: Hijo mío, los milagros existen.

            Tras 25 años como Pastor, su delicado cuerpo cedió el 30 de Agosto de 1954, falleciendo santamente en su Seminario de Venégonono. 



martes, 28 de agosto de 2018

LA PROFECÍA DEL CARDENAL PACELLI




           El entonces Cardenal Eugenio María Pacelli era Secretario de Estado del Papa Pío XI, cuando hace una confidencia al Conde Enrico Pietro Galeazzi, que llegará a ser uno de sus más íntimos colaboradores, cuando éste le visita para organizar los detalles de su estancia en América

     «Supongo, querido amigo, que el Comunismo era el más visible entre los instrumentos de subversión usados contra la Iglesia y la tradición de la Divina Revelación. Por tanto, nosotros presenciaremos la invasión de todo lo que es espiritual: la filosofía, la ciencia, el derecho, la enseñanza, las artes, la prensa, la literatura, el teatro y la religión. Estoy preocupado por las confidencias de la Virgen a la pequeña Lucía de Fátima. Esta persistencia de Nuestra Señora ante el peligro que amenaza la Iglesia, es una advertencia divina contra el suicidio que representaría la alteración de la fe, en su liturgia, su teología y su alma. Siento en mi entorno a los innovadores que quieren desmantelar el Sacro Santuario, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, ¡hacerla sentir remordimiento de su pasado heroico! 


          Bien, mi querido amigo, estoy convencido que la Iglesia de Pedro tiene que hacerse cargo de su pasado, o ella cavará su propia tumba. Yo libraré esta batalla con la mayor energía tanto en el interior como en el exterior de la Iglesia, aún si un día ellos tengan que servirse de mi persona, de mis actos, de mis escritos, como lo han intentado hasta el día de hoy, para deformar la historia de mi Iglesia. Todas las hereías humanas que alteran la Palabra de Dios para aparecer como una gran luz. 
          Llegará un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Iglesia dude como dudó Pedro. Será tentada de creer que el hombre se ha convertido en Dios, que Su Hijo es meramente un símbolo, una filosofía como tantas otras, y en las iglesias, los cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los espera, como la pecadora que gritó ante la tumba vacía: ‘¿Dónde le han puesto?’». 


(“Pie XII devant l’histoire”, por Mons. Georges Roche y Philippe Saint-Germain)




SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Doctor de la Gracia




BREVE BIOGRAFÍA DE 
SAN AGUSTÍN DE HIPONA

         San Agustín nació en Tagaste ( región enclavada en la que hoy es Argelia ) en el año 354. Hijo de un pagano, Patricio, y de una cristiana, Santa Mónica, modelo de madre y esposa cristiana. Desde niño destacó por su interés en conocer la Verdad, lo que le llevó a estudiar las diferentes corrientes filosóficas.
 

          Engañado por la doctrina de los maniqueos ( doctrina fundada por el filósofo persa Manes que se basa en la existencia de dos principios eternos,absolutos y contrarios,el bien y el mal ) la profesó en Cartago (374-383), Roma (383) y Milán (384). Los maniqueos eran sumamente rigoristas en las cuestiones de la moral, factor que terminó de convencer a San Agustín para convertirse en un fiel devoto de esta herejía.

       Pero pronto comprendió que la Verdad se enconraba en la Iglesia Católica, que enseña (contrariamente a la doctrina maniquea) que las cosas, estando subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como sustancia.

       La convicción de haber recibido una señal divina lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras obras. En la Pascua del año 387, cuando contaba con treinta y tres años, fue bautizado por San Ambrosio, quien junto con Santa Mónica, hicieron ver a San Agustín que la Doctrina Católica era la única verdadera. El Santo Bautismo su primer paso en su consagración absoluta a la causa de Dios.


       San Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero su madre, Santa Monica, que tanto sufrió por su conversión a la Fe Católica, ya había obtenido de Dios lo que más anhelaba en esta vida y podía morir tranquila; sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada :  


"¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco días después le invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo "que se acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el año 387, a los 55 años de edad.

       En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en Hipona por el anciano Obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar entre los fieles la palabra de Dios, tarea que San Agustín cumplió con fervor y le valió gran renombre; al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las controversias que mantuvo con maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.





       Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, San Agustín fue nombrado Obispo de Hipona. Dedicó numerosos sermones a la instrucción de su pueblo, escribió sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y ejerció a la vez de Pastor, administrador, orador y juez.

       Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo de ser responsable de las desgracias del imperio, lo que suscitó una encendida respuesta de San Agustín, recogida en La Ciudad de Dios, que contiene una verdadera filosofía de la Historia Cristiana.

       Durante los útimos años de su vida asistió a las invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Al tercer mes del asedio de Hipona, cayó enfermo y murió en el año 430.




SAN AGUSTÍN DE HIPONA Y NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN MARÍA
Madre de Dios y Madre de la Iglesia


          “También como María la Iglesia goza de perenne integridad virginal y de incorrupta fecundidad. Lo que María mereció tener en la carne, la Iglesia lo conservó en el espíritu; pero con una diferencia: María dio a luz a uno solo; la Iglesia alumbra a muchos, que han de ser congregados en la unidad por Aquel único”. 

          “Así como la Virgen María engendrando a Uno solo viene a ser la Madre de la muchedumbre, también Ella al engendrar a la muchedumbre viene a ser “Madre de la unidad”

          "María es la única mujer que ha podido ser al mismo tiempo virgen y madre, en espíritu y cuerpo. Espiritualmente no fue madre de Dios, Nuestro Salvador, que ha existido siempre. Pero al ser Su Madre biológica Ella es también parte de Su Esencia, al igual que una mujer casada recibe el nombre de su esposo. Por eso es sin duda alguna Madre de la Iglesia, pues ha cooperado mediante Su amor a engendrar a esta Iglesia a cuya cabeza está Cristo y cuyos miembros somos nosotros, la comunidad de fieles."




lunes, 27 de agosto de 2018

NOS TOCA REPARAR POR AQUELLAS ALMAS que han decidido dar la espalda a Dios





         En la actualidad, muchos católicos quieren vivir "su Fe" (hecha a su medida) sin muchas complicaciones, les da igual la Doctrina (porque la mayoría de las veces la desconocen) y se contentan con asistir a Misa el Domingo y rezar cuando les va mal... en esos momentos no son pocos los que directamente culpan a Dios de sus desgracias -fruto de malas decisiones personales- y deciden vivir como si Él no existiera, como el niño que piensa que por taparse los ojos y no ver lo hará igualmente invisible a los demás...

          Y es que contemplar el mundo natural y no aceptar la obra perfecta de un Diseñador es cuasi un insulto a la inteligencia; el Señor nos provee del aire que respiramos, de la lluvia que riega nuestros campos, es quien domina las mareas y ciclos vitales de cada época, que sólo son alterados por la intervención torpe del ser humano. 

         Pero la Obra de Dios no sólo la podemos palpar con los sentidos corporales, puesto que Su mayor Obra fue la creación de cada alma, en especial la tuya y la mía; por ti y por mí, envió Dios a Su Hijo al Mundo para morir por nuestros pecados, para sellar el Pacto de Amor entre Dios y los hombres. A pesar de predicar, padecer y morir, aún así muchos, la mayoría, le negaron entonces y le siguen negando hoy, y cada vez con más inquina.

          A ti que esto lees, a mí que te aviso, nos toca REPARAR por aquellas almas que han decidido dar la espalda a Dios; a ti y a mí nos urge AMAR a Dios aún más, pues está falto del amor que le deben tantos que se lo niegan; a ti y a mí nos toca CONFIAR en Su Bondadoso Corazón, pues aunque sirviéndole no sintamos consuelo, por el contrario, nos abata la tristeza o el desaliento, debemos seguir adelante, pues el premio y el consuelo no los tendremos jamás en esta vida, sino que se nos reserva para el Cielo.

         Te animo a leer y meditar los siguientes párrafos que hablan sobre la mayor de las traiciones: la que llevó a Nuestro Señor Jesucristo al patíbulo de la Cruz. Todo comenzó con la conspiración de los sacerdotes del Sanedrín y se alimentó con la indiferencia de los tibios... ojalá que nunca te encuentres en esas filas, sino en las de aquellos que son odiados por tener por Amor al que derramó Su Sangre para la redención de nuestras almas.




               Conspiraron contra Vos, Señor, vuestros enemigos. Sin gran esfuerzo, amotinaron al populacho ingrato, que ahora hierve de odio contra Vos. Odio. Es lo que por todas partes os circunda, os envuelve como una nube densa, se lanza contra Vos como un oscuro y frío vendaval. Odio gratuito, odio furioso, odio implacable: que no se sacia en humillaros, en saturaros de oprobios, en llenaros de amargura; vuestros enemigos os odian tanto, que ya no soportan vuestra presencia entre los vivos, y quieren vuestra muerte. Quieren que desaparezcáis para siempre, que enmudezca el lenguaje de vuestros ejemplos y la sabiduría de vuestras enseñanzas. Os quieren muerto, aniquilado, destruido. Sólo así habrán aplacado el torbellino de odio que en sus corazones se levanta.


               Siglos incluso antes que nacierais, ya el Profeta preveía ese odio que suscitaría la luz de las verdades que anunciaríais, el brillo divino de las virtudes que tendríais: "¿Pueblo mío, qué te hice Yo, en qué por ventura te he contristado?" (1). E interpretando vuestros sentimientos, la Sagrada Liturgia exclama a los infieles de entonces y de hoy: "¿Qué más debía Yo haber hecho por ti, y no lo hice? Yo te planté como viña escogida y preciosa: y tú te convertiste en excesiva amargura para Mí; vinagre me diste a beber en mi sed, y traspasasteis con una lanza el costado de tu Salvador" (Improperios).


               Tan fuerte fue el odio que contra Vos se levantó, que la propia autoridad de Roma, que juzgaba al mundo entero, se abatió acobardada, retrocedió y cedió ante el odio de los que sin causa alguna os querían matar. La altivez romana, victoriosa en el Rin, en el Danubio, en el Nilo y en el Mediterráneo, se ahogó en el lavabo de Pilatos.


               "Christianus alter Christus", el cristiano es otro Cristo. Si fuésemos realmente cristianos, esto es realmente católicos, seremos otros Cristos. E, inevitablemente, el torbellino del odio que contra Vos se levantó, también contra nosotros ha de soplar furiosamente.


                ¡Y sopla, Señor! Compadeceos, Dios mío, y dadle fuerzas al pobre niño de colegio, que sufre el odio de sus compañeros porque profesa vuestro Nombre y se rehúsa a profanar la inocencia de sus labios con palabras de impureza. Odio, sí. Tal vez no el odio bajo la forma de una invectiva desabrida y feroz, sino bajo la forma terrible del escarnio, del aislamiento, del desprecio. Dadle fuerzas, Dios mío, al estudiante que vacila en proclamar vuestro Nombre en plena aula, a la vista de un profesor impío y de un enjambre de colegas que se mofa. Dadle fuerzas, Dios mío, a la joven que debe proclamar vuestro Nombre, rehusándose a vestir los trajes que la moda impone, desde que por su extravagancia o inmoralidad desentonen de la dignidad de una verdadera católica. Dadle fuerzas, Dios mío, al intelectual que ve cerrarse delante de sí las puertas de la notoriedad y de la gloria, porque predica vuestra doctrina y profesa vuestro Nombre. Dadle fuerzas, Dios mío, al apóstol que sufre la embestida inclemente de los adversarios de vuestra Iglesia, y la hostilidad mil veces más penosa de muchos que son hijos de la luz, sólo porque no consiente en las diluciones, en las mutilaciones, en las unilateralidades con que los "prudentes" compran la tolerancia del mundo para su apostolado.


               Ah, Dios mío, ¡cómo son sabios vuestros enemigos! Ellos sienten que en el lenguaje de esos "prudentes", lo que se dice en las entrelíneas es que Vos no odiáis el mal, ni el error, ni las tinieblas. Y entonces aplauden a los prudentes según la carne, como os aplaudirían en Jerusalén, en lugar de mataros, si hubieseis dirigido a los del Sanedrín el mismo lenguaje.


                Señor, dadnos fuerzas: no queremos ni pactar, ni retroceder, ni transigir, ni diluir, ni permitir que empalidezca en nuestros labios la divina integridad de Vuestra Doctrina. Y si un diluvio de impopularidad se abate sobre nosotros, sea siempre nuestra oración la de la Sagrada Escritura: "Preferí ser abyecto en la casa de mi Dios, a vivir en la intimidad de los pecadores" (Salmos, 83, 11).



Doctor Plinio Corrêa de Oliveira

1 Miqueas, cap. 6, vers. 3)





domingo, 26 de agosto de 2018

LA TRANSVERBERACIÓN DE SANTA TERESA DE JESÚS


Hierome con una flecha
enherbolada de amor, 
y mi alma quedó hecha 
una con su criador. 
Yo ya no quiero otro amor, 
pues a mi Dios me he entregado, 
y mi Amado es para mí, 
y yo soy para mi Amado.




La Orden del Carmen celebra hoy el glorioso fenómeno místico de la Transverberación de Santa Teresa de Jesús, 
que tuvo lugar en su celda del Convento de la Encarnación de Ávila, en 1562. 


                "Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla (...) En esta visión quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan (...) Veíale en las manos un dardo de otro largo, y al fin de hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios (...) Es un requiebro tan suave que pasa entre el lama y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento"

(Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida (Capítulo 29, 13) 

                "Entre las virtudes de Teresa, brilló con luz propia la caridad divina. Este amor se fue avivando en ella gracias a las innumerables visiones y revelaciones con que Cristo la favoreció. Una vez el Señor la tomó por esposa. En otra ocasión Teresa vio un ángel que con un dardo encendido le transverberaba el corazón. De resultas de estas mercedes celestiales, sintió la Santa tan abrasadamente el amor divino en las entrañas, que, inspirada por Dios, emitió el voto, difícil en extremo, de hacer siempre lo que ella creyese más perfecto y para mayor gloria de Dios"

(Papa Gregorio XV, sobre la experiencia mística de la Santa al hacer pública la Bula de su Canonización)




TODO CATÓLICO TIENE LA OBLIGACIÓN GRAVE DE HACER APOSTOLADO




          Cuando usamos las redes sociales, la computadora y el teléfono móvil, ¿tenemos presente que Dios nos mira siempre?

          ¿Cuántas veces al día usamos whatsapp para enviar fotos mundanas, o nos sentamos frente a la pantalla para observar vídeos chistosos que compartimos con unos y otros?

          ¿En cuántas ocasiones retrasamos nuestras oraciones o dedicamos menos tiempo a la lectura espiritual, para entrar en páginas de modas o juegos virtuales?

           Y para Dios, ¿tendrás tiempo?, tal vez ¿eres buen hijo de Nuestra Señora y como tal, la amas y procuras que otros la amen?.

          Hoy, ahora, es el mejor momento para empezar a ser un buen apóstol en las redes sociales y a través del teléfono móvil; comparte las publicaciones de "Como ovejas sin Pastor", que son un recordatorio del amor que Dios siente por las almas.

          Jesús y María sabrán recompensar tu amor por Ellos.



sábado, 25 de agosto de 2018

SAN LUIS REY DE FRANCIA, Ideal de Monarcas y Nobles

"Nosotros, los hijos de la Iglesia, no podemos de ninguna manera 
ocultar las heridas hechas a nuestra Madre,
 menosprecio hacia ella, sus derechos violados... 
 luchar hasta la muerte, si es necesario, 
por nuestra Madre, con armas que son adecuadas; 
no con escudos y espadas, pero con oraciones y lágrimas delante de Dios "

(San Luis, IX de ese nombre, Rey de Francia)




           Nació en Poissy el 25 de Abril de 1214, y a los doce años, a la muerte de su padre, Luis VIII, es coronado Rey de los franceses bajo la regencia de su madre, la princesa castellana Doña Blanca de Castilla, Reina de Francia. Ejemplo raro de dos hermanas, Doña Blanca y Doña Berenguela, que supieron dar sus hijos, más que para reyes de la tierra, para Santos y fieles discípulos del Señor. Las madres, las dos Princesas hijas del rey Alfonso VII de Castilla, y los hijos, los Santos Reyes San Luis y San Fernando.

         En medio de las dificultades de la regencia supo la Reina Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».

          Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de Abril de 1234.  

          Ya Rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, Conde de Provenza. Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.

          En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la Historia. Las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. En la política, San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Sabía que el gobierno es más un deber que un derecho; el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.


          Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del Reino.


          El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra.

       San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de Julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones. Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.

      Fue exquisito en su trato, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.



LA SANTA CORONA DE ESPINAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

        Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la Corona de Espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la Cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.

        A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios. Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.

         Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con Nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.


        En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente, el Papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo Crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».

       En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, Conde de Champagne y Rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.


         Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en Septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el Papa Inocencio IV, exhortó a los Reyes y pueblos en el Concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.


         Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (Noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el Rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de Junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.


         El 17 de Septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de Mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta. Sin embargo, cuando el ejército, es atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió por fin, retirarse, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo Rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros.




         Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.


         A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia. Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.


         Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El Papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el Rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el Rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.

         En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.


         Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del Rey. El 4 de Julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.


     El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles. El 3 de Agosto muere el segundo hijo del Rey, Juan Tristán, cuatro días más tarde el Legado Pontificio y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mismo San Luis, que, como siempre, se había empeñado en cuidar por sí mismo a los apestados y moribundos. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y cuarenta de reinado.

     Pocas horas más tarde arribaban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección de la empresa. El cuerpo del Santo rey fue trasladado primeramente a Sicilia y después a Francia, para ser enterrado en el panteón de San Dionisio, de París. Desde este momento iba a servir de grande veneración y piedad para todo su pueblo. Unos años más tarde, el 11 de Agosto de 1297, era solemnemente canonizado por Su Santidad el papa Bonifacio VIII en la iglesia de San Francisco de Orvieto (Italia).




Francisco Martín Hernández, San Luis Rey de Francia, 
en Año Cristiano, Tomo III, Madrid, Editorial Católica (BAC 185), 
Año 1959, pp. 483-489.