Fieles al Espíritu del Carmelo, queremos acercar a nuestros asiduos la lectura de los clásicos de la espiritualidad; en un mundo virtual en el que se prodigan los "videntes", "mensajes celestiales" y demás personajes ilusorios, haremos un digno lugar para el "Doctor de la Oración", como calificó el Papa Pío XI a San Juan de la Cruz el día que lo declaró Doctor de la Iglesia. Hemos respetado el estilo original del Santo autor, por lo que será necesario leerlo con mesura para extraer el jugo espiritual que emana de aquellas inspiradoras letras.
La causa por que le es necesario al alma, para llegar a la divina
unión de Dios, pasar esta noche oscura de mortificación de apetitos
y negación de los gustos en todas las cosas, es porque todas las
afecciones que tiene en las criaturas son delante de Dios puras
tinieblas, de las cuales estando el alma vestida, no tiene capacidad
para ser ilustrada y poseída de la pura y sencilla luz de Dios, si
primero no las desecha de sí, porque no pueden convenir la luz con
las tinieblas; porque, como dice San Juan (1, 5): Tenebrae eum non
comprehenderunt, esto es: Las tinieblas no pudieron recibir la luz.
La razón es porque dos contrarios, según nos enseña la filosofía,
no pueden caber en un sujeto. Y porque las tinieblas, que son las
afecciones en las criaturas, y la luz, que es Dios, son contrarios y
ninguna semejanza ni conveniencia tienen entre sí, según a los
Corintios enseña san Pablo (2 Cor. 6, 14), diciendo: Quae conventio
lucis ad tenebras?, es a saber: ¿Que conveniencia se podrá dar
entre la luz y las tinieblas?; de aquí es que en el alma no se puede
asentar la luz de la divina unión si primero no se ahuyentan las
afecciones de ella.
Para que probemos mejor lo dicho, es de saber que la afición y
asimiento que el alma tiene a la criatura iguala a la misma alma con
la criatura, y cuanto mayor es la afición, tanto más la iguala y hace
semejante, porque el amor hace semejanza entre lo que ama y es
amado. Que por eso dijo David (Sal. 113, 8), hablando de los que
ponían su afición en los ídolos: Similes illis fiant qui faciunt ea, et
omnes qui confidunt in eis, que quiere decir: Sean semejantes a
ellos los que ponen su corazón en ellos. Y así, el que ama criatura,
tan bajo se queda como aquella criatura, y, en alguna manera, más
bajo; porque el amor no sólo iguala, mas aun sujeta al amante a lo
que ama. Y de aquí es que, por el mismo caso que el alma ama algo,
se hace incapaz de la pura unión de Dios y su transformación;
porque mucho menos es capaz la bajeza de la criatura de la alteza
del Criador que las tinieblas lo son de la luz: Porque todas las cosas
de la tierra y del cielo, comparadas con Dios, nada son, como dice
Jeremías (4, 23) por estas palabras: Aspexi terram, et ecce vacua
erat et nihil; et caelos, et non erat lux in eis: Mire a la tierra, dice, y estaba vacía, y ella nada era; y a los cielos, y vi que no tenían luz. En
decir que vio la tierra vacía, da a entender que todas las criaturas de
ella eran nada, y que la tierra era nada tambien. Y en decir que miró a
los cielos y no vio luz en ellos, es decir que todas las lumbreras del
cielo, comparadas con Dios, son puras tinieblas. De manera que
todas las criaturas en esta manera nada son, y las aficiones de ellas
son impedimento y privación de la transformación en Dios; así como
las tinieblas nada son y menos que nada, pues son privación de la
luz. Y así como no comprehende a la luz el que tiene tinieblas, así no
podrá comprehender a Dios el alma que en criaturas pone su afición;
de la cual hasta que se purgue, ni acá podrá poseer por
transformación pura de amor, ni allá por clara visión. Y para más
claridad, hablaremos más en particular.
De manera que todo el ser de las criaturas, comparado con el
infinito (ser) de Dios, nada es. Y, por tanto, el alma que en el pone su
afición, delante de Dios tambien es nada, y menos que nada; porque,
como habemos dicho, el amor hace igualdad y semejanza, y aun
pone más bajo al que ama. Y, por tanto, en ninguna manera podrá
esta alma unirse con el infinito ser de Dios, porque lo que no es no
puede convenir con lo que es. Y descendiendo en particular a
algunos ejemplos:
- Toda la
hermosura de
las criaturas,
comparada
con la infinita
hermosura de
Dios, es suma
fealdad,
según
Salomón en
los
Proverbios
(31, 30) dice:
Fallax gratia,
et vana est
pulchritudo:
Engañosa es
la belleza y
vana la
hermosura. Y así, el alma
que está
aficionada a
la hermosura
de cualquiera
criatura,
delante de
Dios
sumamente
fea es; y, por
tanto, no
podrá esta
alma fea
transformarse
en la
hermosura
que es Dios,
porque la
fealdad no
alcanza a la
hermosura.
- Y toda la
gracia y
donaire de las
criaturas,
comparada
con la gracia
de Dios, es
suma
desgracia y
sumo
desabrimiento;
y, por eso, el
alma que se
prenda de las
gracias y
donaire de las
criaturas,
sumamente
es
desgraciada y
desabrida delante los
ojos de Dios;
y así no
puede ser
capaz de la
infinita gracia
de Dios y
belleza,
porque lo
desgraciado
grandemente
dista de lo
que
infinitamente
es gracioso.
- Y toda la
bondad de las
criaturas del
mundo,
comparada
con la infinita
bondad de
Dios, se
puede llamar
malicia.
Porque nada
hay bueno
sino solo Dios
(Lc. 18, 19); y,
por tanto, el
alma que
pone su
corazón en
los bienes del
mundo,
sumamente
es mala
delante de
Dios. Y así
como la
malicia no
comprehende a la bondad,
así esta tal
alma no podrá
unirse con
Dios, el cual
es suma
bondad. Y toda la
sabiduría del
mundo y
habilidad
humana,
comparada
con la
sabiduría
infinita de
Dios, es pura
y suma
ignorancia,
según escribe
san Pablo ad
Corinthios (1
Cor. 3, 19),
diciendo:
Sapientia
huius mundi
stultitia est
apud Deum.
La sabiduría
de este
mundo,
delante de
Dios es
locura.
Por tanto, toda alma que hiciese caso de todo su saber y habilidad
para venir a unirse con la sabiduría de Dios, sumamente es
ignorante delante de Dios, y quedará muy lejos de ella. Porque la
ignorancia no sabe que cosa es sabiduría, como dice San Pablo que
esta sabiduría le parece a Dios necedad. Porque, delante de Dios,
aquellos que se tienen por de algún saber son muy ignorantes; porque de ellos dice el Apóstol escribiendo a los Romanos (1, 22),
diciendo: Dicentes enim se esse sapientes, stulti facti sunt, esto es:
Teniendose ellos por sabios, se hicieron necios. Y solos aquellos
van teniendo sabiduría de Dios que, como niños ignorantes,
deponiendo su saber, andan con amor en su servicio. La cual
manera de sabiduría enseñó tambien san Pablo ad Corinthios (1 Cor.
3, 18-19): Si quis videtur inter vos sapiens esse in hoc saeculo,
stultus fiat ut sit sapiens. Sapientia enim huius mundi stultitia est
apud Deum, esto es: Si alguno le parece que es sabio entre
vosotros, hágase ignorante para ser sabio, porque la sabiduría de
este mundo es acerca de Dios locura. De manera que, para venir el
alma a unirse con la sabiduría de Dios, antes ha de ir no sabiendo
que por saber.
Y todo el señorío y libertad del mundo, comparado con la libertad
y señorío del espíritu de Dios, es suma servidumbre, y angustia, y
cautiverio. Por tanto, el alma que se enamora de mayorías, o de
otros tales oficios, y de las libertades de su apetito, delante de Dios
es tenido y tratado no como hijo, sino como bajo esclavo y cautivo,
por no haber querido el tomar su santa doctrina, en que nos enseña
que el que quisiere ser mayor sea menor, y el que quisiere ser menor
sea el mayor (Lc. 22, 26). Y, por tanto, no podrá el alma llegar a la
real libertad del espíritu, que se alcanza en su divina unión, porque
la servidumbre ninguna parte puede tener con la libertad, la cual no
puede morar en el corazón sujeto a quereres, porque este es
corazón de esclavo, sino en el libre, porque es corazón de hijo. Y
esta es la causa por que Sara dijo a su marido Abraham que echase
fuera a la esclava y a su hijo, diciendo que no había de ser heredero
el hijo de la esclava con el hijo de la libre (Gn. 21, 10).
Y todos los deleites y sabores de la voluntad en todas las cosas
del mundo, comparados con todos los deleites que es Dios, son
suma pena, tormento y amargura. Y así, el que pone su corazón en
ellos es tenido delante de Dios por digno de suma pena, tormento y
amargura. Y así, no podrá venir a los deleites del abrazo de la unión
de Dios, siendo el digno de pena y amargura.
Todas las riquezas y gloria de todo lo criado, comparado con la
riqueza que es Dios, es suma pobreza y miseria. Y así, el alma que lo
ama y posee es sumamente pobre y miserable delante de Dios, y por
eso no podrá llegar a la riqueza y gloria, que es el estado de la
transformación en Dios (por cuanto lo miserable y pobre sumamente
dista de lo que es sumamente rico y glorioso).
Y, por tanto, la Sabiduría divina, doliendose de estos tales, que se
hacen feos, bajos, miserables y pobres, por amar ellos esto,
hermoso y rico a su parecer, del mundo, les hace una exclamación
en los Proverbios (8, 4-6; 18-21), diciendo: O viri, ad vos clamito, et
vox mea ad filios hominum. Intelligite, parvuli, astutiam, et
insipientes, animadvertite. Audite quia de rebus magnis locutura
sum. Y adelante va diciendo: Mecum sunt divitiae et gloria, opes
superbae et iustitia. Melior est fructus meus auro et lapide pretioso,
et genimina mea argento electo. In viis iustitiae ambulo, in medio
semitarum iudicii, ut ditem diligentes me, et thesauros eorum
repleam. Quiere decir: ¡Oh varones, a vosotros doy voces, y mi voz
es a los hijos de los hombres! Atended, pequeñuelos, la astucia y
sagacidad; los que sois insipientes, advertid. Oíd, porque tengo de
hablar de grandes cosas. Conmigo están las riquezas y la gloria, las
riquezas altas y la justicia. Mejor es el fruto que hallareis en mí, que
el oro y que la piedra preciosa; y mis generaciones, esto es, lo que
de mí engendrareis en vuestras almas, es mejor que la plata
escogida. En los caminos de la justicia ando, en medio de las
sendas del juicio, para enriquecer a los que me aman y cumplir
perfectamente sus tesoros.
En lo cual la Sabiduría divina habla con todos aquellos que ponen su
corazón y afición en cualquiera cosa del mundo, según habemos ya
dicho. Y llámalos pequeñuelos, porque se hacen semejantes a lo que
aman, lo cual es pequeño. Y, por eso, les dice que tengan astucia y
adviertan que ella trata de cosas grandes y no de pequeñas, como
ellos; que las riquezas grandes y la gloria que ellos aman, con ella y
en ella están, y no de donde ellos piensan; y que las riquezas altas y
la justicia en ella moran; porque, aunque a ellos les parece que las
cosas de este mundo lo son, díceles que adviertan que son mejores
las suyas, diciendo que el fruto que en ellas hallará le será mejor que
el oro y que las piedras preciosas; y [lo] que ella en las almas
engendra, mejor que la plata escogida que ellos aman (Pv. 8, 19). En
lo cual se entiende todo genero de afición que en esta vida se puede
tener.