domingo, 12 de octubre de 2025

NUESTRA SEÑORA MARÍA SANTÍSIMA DEL PILAR


Este pilar permanecerá en este 
sitio hasta el Fin del Mundo 
y nunca faltarán en esta ciudad 
verdaderos Cristianos




LA PIADOSA TRADICIÓN DEL PILAR

                    Una antigua y venerada tradición refiere que la Santísima Virgen María, en carne mortal, se apareció en Zaragoza sobre una columna o pilar, signo visible de su presencia, alentando al apóstol Santiago en su evangelización por tierras españolas. El santuario levantado en ese lugar es uno de los más visitados en el mundo católico. Bajo su patrocinio de inició la evangelización de América el 12 de Octubre del 1492.

                    El Papa Clemente XII aprobó su Misa y Oficio litúrgico para toda España. Pío VII lo elevó a la categoría litúrgica de Fiesta. Y Pío XII otorgó a todas las naciones hispanoamericanas la posibilidad de celebrar la misma Misa que se celebra en España.               

                       "Después de la Pasión y Resurrección del Salvador y de Su Ascensión al Cielo, la Virgen María quedó encomendada al Apóstol San Juan. De Ella recibieron los Apóstoles el impulso para salir a anunciar el Evangelio en todo el mundo. El Apóstol Santiago, hermano de Juan e Hijo de Zebedeo, movido por el Espíritu Santo se dirigió a las provincias de España. Antes de partir besó las manos de la Virgen y pidió Su bendición.

                      Ella lo despidió con estas palabras: "Ve, hijo, cumple el mandato del Maestro y por Él te ruego que en aquella ciudad de España en que mayor número de hombres conviertas a la Fe, edifiques una Iglesia en Mi memoria, como Yo te lo mostraré". Saliendo de Jerusalén, Santiago llegó a España y pasando por Asturias llegó a la ciudad de Oviedo, donde sólo pudo bautizar a un hombre. Luego, entrando por Galicia, predicó en la ciudad de Padrón. De allí volviendo por Castilla se dirigió a Aragón, donde se encuentra Zaragoza, a orillas del Ebro. 

                       En esta ciudad, luego de predicar muchos días, bautizó a ocho varones con quienes conversaba durante el día del Reino de Dios. Por la noche, solo y descorazonado, se encamina por la ribera del río para descansar y orar en silencio. Durante la oración, una de esas noches oyó voces de Ángeles que cantaban: "Ave María llena de gracia..." al oírlos se postró de rodillas y vio sobre un pilar de mármol a la Virgen que le decía: "He aquí, Santiago, el lugar donde edificarás un templo en Mi memoria. Mira bien este pilar en que estoy, al que Mi Hijo y Maestro tuyo trajo de lo alto por mano de los Ángeles. Alrededor de él harás el Altar de la capilla, en este lugar obrará la Virtud del Altísimo portentos y maravillas por Mi intercesión por aquellos que, en sus necesidades imploren Mi Patrocinio. Este pilar permanecerá en este sitio hasta el Fin del Mundo y nunca faltarán en esta ciudad verdaderos Cristianos. 

                       Confortado por esta presencia de María, edificó un templo. Es la primera iglesia del mundo dedicada a la Virgen". 

                    Desapareció la Virgen y quedó ahí el pilar. El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente a edificar una iglesia en aquel sitio y, con el concurso de los conversos, la obra se puso en marcha con rapidez. Pero antes que estuviese terminada la Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la misma, la consagró y le dio el título de Santa María del Pilar, antes de regresar a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen Santísima.

                    Muchos historiadores e investigadores defienden esta tradición y aducen que hay una serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia de una iglesia dedicada a la Virgen de Zaragoza. El más antiguo de estos testimonios es el famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo IV, cuando la santa fue martirizada. El sarcófago representa, en un bajo relieve, el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol Santiago.


LA SANTA COLUMNA O PILAR

                    "Es de jaspe, de dos varas de alta y descansa en una piedra que la continúa algo oscura que está sobre otra más clara, fijada en una base redonda y está sobre un plano de piedra como la que circuye toda la obra. La columna de jaspe está cubierta de bronce y, sobre el bronce, de plata, cuyas dos cubiertas llegan hasta el pie de la sagrada imagen que está colocada en la Columna sin otra seguridad y su diámetro mide 24 ctms". Manuel Vicente Aramburu en su descripción de la Santa Columna del Pilar en 1766.




                    Fragmento visible de la Santa Columna, en el humilladero que está en la parte posterior del Pilar de Zaragoza: la costumbre de besar el Pilar ya está atestiguada desde la Edad Media. El desgaste sufrido por la Santa Columna a causa de los continuos ósculos de los fieles, llevó a Julián de Yarza a modificar la altura de la apertura de la funda. El óvalo de oro que lo rodea se colocó a mediados del siglo XX, donado por el médico y escritor Ricardo Royo Villanova, Terciario Franciscano.




                    El Santo Pilar que la Tradición asegura que no se ha movido del mismo lugar donde se produjo la Venida, representa la idea de la estabilidad del edificio que simboliza la Iglesia gracias a la solidez y firmeza de la columna que viene a ser la confianza en la Fe que nos demuestra María.



sábado, 11 de octubre de 2025

MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Santa Madre de Dios


"Ella adoró a Aquel 
quien había engendrado"

Oficio de la Purificación



                    La mente humana jamás podrá comprender plenamente todo lo que encierra el título de «Madre de Dios». Es el título con el que los Fieles se dirigen a María, y la Iglesia lo ha sancionado con su autoridad infalible (1). Todas las bellezas de la naturaleza, todas las riquezas de la gracia, todos los esplendores de la gloria palidecen ante la majestuosa grandeza de un título como este. Pues, por el hecho mismo de haber concebido al Verbo hecho carne, María ha quedado unida a Dios por los mismos lazos que unen a una madre con su verdadero hijo.

                    Así como, por tanto, la dignidad de la naturaleza humana en Jesucristo se eleva inconmensurablemente por encima de todo lo creado, en razón de la unión hipostática con el Verbo Divino, así también la dignidad de María pertenece a un orden superior, por Su posición como Madre de Dios. Este título es precisamente la fuente y la medida de todos esos dones de naturaleza, Gracia y Gloria, con los que el Señor se complació en enriquecerla. «La Santa Madre de Dios ha sido elevada por encima de los Coros de Ángeles en el Reino Celestial».

                    Admira, oh alma mía, tan grande milagro del Poder del Altísimo, y ya que se ha dignado llamarte al servicio de tan gran Reina, dale gracias y promete a tu Soberano eterna fidelidad.

                    El título de Madre de Dios, con que la Iglesia Católica honra a María, no es sólo fuente de incomparable grandeza en Ella, sino también un potente medio para fundamentarnos firmemente en la posesión de la Verdadera Fe y llevarnos a un conocimiento más perfecto de los atributos divinos.

                    De hecho, el primer paso para reconocer a Jesucristo como Salvador del mundo, es la creencia en la Maternidad Divina: por el contrario, quien se niega a reconocer a María como verdadera Madre de Dios, ha naufragado por ese mismo hecho en la Fe.

                    Además, la Sabiduría Divina resplandece con mayor claridad por el hecho de que Dios se dignó elegir a María como Madre de Su Hijo. De todas las obras de Dios, la Encarnación es la más digna de la diestra del Altísimo; pero ¿cómo puedo admirar suficientemente los designios de Tu sabiduría, oh Dios mío, ya que has querido oponer a la obra de destrucción y muerte, iniciada en el pecado de Eva y completada en el de Adán, una obra de reparación, iniciada en la obediencia de María y consumada en el sacrificio de Jesús?.

                    ¡Cuánta Gloria le corresponde a la Bondad de Dios por la Divina Maternidad!. Pues, al predestinar a María para ser Madre del Verbo, Dios también decretó dárnosla como Madre nuestra. Quiso que Ella, en unión con Su Hijo, realizara la obra de nuestra Redención y que, al regenerarnos a la vida de la gracia, se convirtiera en nuestra Madre en el orden espiritual.

                    ¡Oh, la profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!. ¡Cuán incomprensibles son Sus juicios y cuán insondables Sus caminos!

                    La Divina Maternidad es, sin duda, el punto de partida de la obra de nuestra Salvación. Por lo tanto, es deber de todo Cristiano proclamar con valentía esta verdad. Al creer que María es la Madre de Dios, creemos también que el Verbo se hizo carne. Pero para que esta Fe no sea estéril, debe ir acompañada de un sincero culto, tanto interno como externo; un culto consistente en actos de homenaje, veneración y amor hacia esta criatura incomparable, unida a nosotros por tantos títulos.

                    El alma fiel no puede, pues, hacer nada mejor que seguir el ejemplo que nos da la Iglesia, que no se cansa de proclamar esta Verdad al Universo entero, ya sea mediante la erección de templos en honor de María, mediante el establecimiento de hermandades consagradas a Ella, mediante la aprobación de Órdenes Religiosas dedicadas a Su servicio, o mediante la institución de prácticas de piedad en Su honor.

                    Sí, María es verdaderamente digna de ser saludada con las palabras que antaño dirigió el líder judío Ozías a Judit: “Bendita seas tú, oh hija, por el Señor Dios Altísimo, más que todas las mujeres de la tierra”.

                    La devoción a Nuestra Señora Santísima está tan íntimamente ligada a todo el Depósito de la Divina Revelación, que no es posible negar las prerrogativas de esta gloriosa Virgen, sin ofender alguna Verdad de la Fe Católica.

                    San Cirilo, el gran Obispo de Alejandría, fue el glorioso defensor de la Divina Maternidad y, en consecuencia, del Sagrado Depósito de la Revelación Cristiana. Sus excelsas virtudes se proclaman no sólo en testimonios privados, sino también en las solemnes Actas de los dos Concilios Generales de Éfeso y Calcedonia. Ansioso por promover la devoción a nuestra Santísima Señora e impulsado por el celo por la salvación de las almas, San Cirilo no tenía otra preocupación que preservar a su rebaño de las lamentables herejías sobre la Divina Maternidad de Nuestra Santísima Señora, que en aquel entonces invadían algunas iglesias orientales.

                    Cirilo, tan versado en las ciencias sagradas como ejercitado en todas las virtudes, fue enviado por el Papa San Celestino para presidir el Concilio de Éfeso. En esta gran asamblea se condenó la herejía de Nestorio y se proclamó el dogma de la Divina Maternidad de Nuestra Señora. En esta ocasión, San Cirilo derramó su corazón en una ferviente oración en honor a la Madre de Dios en presencia de todos los Obispos reunidos para la ocasión. Esta oración es uno de los himnos de alabanza más bellos que jamás se hayan compuesto en honor a la gloriosa Reina del Cielo (2).

                    Pero no pasó mucho tiempo antes de que el santo Obispo tuviera que sufrir por este hecho, lo que le atrajo el odio implacable de los herejes, de quienes tuvo mucho que sufrir. Terminaron por expulsarlo de su diócesis. Sin embargo, esto no le impidió seguir defendiendo el augusto Dogma de la Divina Maternidad de María, de palabra y por escrito. Estaba más que feliz de sufrir por esta Verdad; pero Nuestra Señora no tardó en recompensar a Su fiel siervo con abundantes gracias celestiales. Finalmente, por Su intercesión, se le permitió regresar a su sede, donde fue recibido con gran alegría por su pueblo. Murió santamente el 28 de Enero del año 444, pasando su alma de la tierra al Cielo para alabar por toda la Eternidad a la gloriosa Madre de Dios, a quien tanto había honrado durante su vida.


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María


NOTAS 

                    1) "Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema." Papa San Clementino I, Concilio de Éfeso, año 431.

            El Dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Éfeso. Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

                    2) De la Homilía de San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Éfeso: 

            "Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo Tesoro de todo el Orbe, antorcha inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta Doctrina, Templo indestructible, habitáculo de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, Virgen y Madre por quien se nos ha dado el llamado en los Evangelios 'Bendito el que viene en nombre del Señor'.

            Salve, Tú que encerraste en Tu Seno virginal al que Es inmenso e inabarcable. Tú, por quien la Santísima Trinidad es adorada y glorificada. Tú, por quien la Cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el mundo. Tú, por quien exulta el Cielo, se alegran los Ángeles y Arcángeles, huyen los demonios, por quien el Diablo tentador fue arrojado del Cielo, y la criatura, caída por el pecado, es elevada al Cielo...

            ¿Quién de entre los hombres será capaz de alabar como se merece a María, digna de toda alabanza?. Es Virgen y Madre: ¡qué maravilla!. Este milagro me llena de estupor. ¿Quién oyó jamás decir que al constructor de un templo se le prohíba entrar en él?. ¿Quién podrá tachar de ignominia a quien toma a Su propia esclava por Madre?.

            Nosotros hemos de adorar y respetar la unión del Verbo con la carne, hemos de tener temor de Dios y dar culto a la Santa Trinidad, hemos de celebrar con nuestros himnos a María, la siempre Virgen, Templo Santo de Dios, y a Su Hijo, el Esposo de la Iglesia, Nuestro Señor Jesucristo. A Él la Gloria por los siglos de los siglos. Amén".



jueves, 9 de octubre de 2025

SAN JUAN LEONARDI, SACERDOTE Y FUNDADOR



                    San Juan Leonardi nació el año 1541, en la localidad de Diecimo, población cercana a Lucca, la pequeña república llamada en otro tiempo "religiosísima", y agitada por aquellos años por la crisis de la "reforma" protestante.

                    A la edad de doce años, sus padres, modestos terratenientes, le enviaron a casa del Párroco de Villa Basílica, donde adquirió una cultura elemental e inició su formación religiosa hasta los 17 años de edad. Hubiera sido tal vez ésta la ocasión para elegir el estado eclesiástico, pero el padre de Leonardo cambió por ahora el rumbo de su vida, mandándolo a Lucca a estudiar Farmacia. La profesión de farmacéutico en aquellos tiempos bordeaba los límites de la medicina y de la alquimia, de la magia y de la filosofía. En este ambiente moldeó Leonardo su recia personalidad de cristiano seglar militante, cuya característica no fue la de hechos asombrosos, aureolados de milagrosos "golpes de gracia", sino la de una progresiva ascensión hacia el ideal de santidad. 

                    Intensifica la frecuencia de Sacramentos y la práctica de la mortificación, realiza el apostolado en el ambiente en que vive y se adhiere al grupo de piadosos seglares llamados "colombinos" para asegurar, su perseverancia, madurando así su capacidad de entrega a una intensa vida sacerdotal que había de ser su decidida vocación.

                    Efectivamente, después de la muerte de su padre, a pesar de que la madre le instaba para que se instalase en Diecimo, como farmacéutico, San Juan Leonardi inició sus estudios eclesiásticos. Aprobado el latín en las escuelas públicas de Pisa, aprende Lógica y Teología con el sacerdote dominico Paolino Bernardini, que por prescripción médica residía en una casa de campo perteneciente a la Orden.

                    El contacto directo con el maestro dominico produjo en Juan Leonardi cierta preocupación científica, que manifestó luego en los ensayos, inéditos, que escribió sobre diversos tratados teológicos. La perfección que pudiera faltar en su elemental plan de estudios era suplida por la madurez humana y espiritual que Leonardi había adquirido en sus treinta y dos años de vida seglar. En 1572 fue ordenado Sacerdote en la ciudad de Pisa.

                    Instalado en Lucca como capellán de la iglesia de San Giovanni dalla Magione, Juan Leonardi comienza su apostolado y su obra de proselitismo, que había de cristalizar en la fundación de los Clérigos Regulares de la Madre de Dios. Característica relevante del apostolado de Leonardi es la enseñanza del Catecismo, que revela el espíritu eminentemente parroquial que había de diferenciar a su Institución.

                    Habiendo conocido el Obispo de Lucca su actividad catequística le encargó de realizarla en otras iglesias y parroquias de la diócesis. Para sistematizar esta actividad San Juan Leonardi escribió un Manual de Doctrina Cristiana, que estuvo durante mucho tiempo en uso en varias regiones de Italia. Queriendo asegurar la continuidad de este movimiento renovador de la enseñanza del Catecismo formó la Compañía de la Doctrina Cristiana, integrada por miembros seglares y que muy pronto había de extenderse a Siena, Pistoya, Nápoles y Roma. Los Pontífices Gregorio XIII, Clemente VIII y Paulo V concedieron a esta Compañía especiales privilegios.

                    En Roma, conoció y colaboró ​​con San Ignacio de Loyola y con San Felipe Neri, e impulsó decisivamente la fundación del Instituto de Propaganda Fide. Sus estudios farmacéuticos le ayudaron a explicar cómo las enfermedades del alma no son tan diferentes de las enfermedades del cuerpo, y así como estas últimas se tratan con medicamentos cuidadosamente dosificados y medidos, las enfermedades del alma se curan mediante la Fe en Cristo.

                    A los dos años de actividad sacerdotal de San Juan Leonardi había formado un grupo de colaboradores parroquiales íntimos, a los que fue preparando para el Sacerdocio y con los que inicia su fundación el año 1574.

                    En realidad, sus proyectos de fundador no eran ambiciosos en cuanto a la organización. La pequeña comunidad de Sacerdotes surgía limitada al ámbito parroquial. El ideal de Leonardi era hacer de sus colaboradores santos Sacerdotes dedicados al Ministerio parroquial. 

                    La nueva Congregación encontró una férrea oposición por parte de las autoridades civiles de Lucca. La pequeña república, celosa de su independencia, seguía con recelo la actividad del Santo, a quien comenzó a considerar aliado de potencias extranjeras y posible colaborador de la Inquisición. Sin ninguna responsabilidad personal, San Juan Leonardi fue tratado durante toda la vida como un enemigo irreconciliable de su patria. Tal enemistad ocasionó a los noveles religiosos una precaria situación económica, hasta tal punto que el mismo Fundador se vio obligado a pedir limosna.

                    Estas dificultades, sin embargo, no lo desalentaron en sus tareas apostólicas. Intensificó en su iglesia el culto al Santísimo Sacramento con la devoción de las Cuarenta Horas y organizó continuamente ejercicios de reparación y penitencia, con una técnica que se acerca mucho a ciertas "Misiones populares" de la actualidad. Los fieles recorrían de noche procesionalmente las calles de Lucca, visitando las iglesias principales, entonando himnos penitenciales, disciplinándose y gritando: "¡Perdón, Señor, misericordia!". El devoto espectáculo ocasionó ruidosas conversiones, no siempre con fiel perseverancia, y que proporcionaron al celoso predicador algún fracaso apostólico.

                    Tal fue el de la Compañía de la Paz, agrupación formada con cincuenta bandidos convertidos en masa, que a los pocos meses de existencia el Santo debió disolver, porque algunos de los conversos habían vuelto a las andadas; los que perseveraron ingresaron en los Frailes Capuchinos.

                    Más afortunado fue con la fundación de las Monjas de los Ángeles, religiosas dedicadas a las muchachas pobres, de las cuales, no obstante, Leonardi se desentendió muy pronto, porque era radicalmente opuesto a los apostolados femeninos, aun los de clausura.

                    A la sazón el Santo andaba preocupado con el traslado de su Comunidad de Clérigos a la nueva casa de Santa María Contelandini, en Lucca. Lo cual no se llevó a cabo sin graves disturbios, ocasionados por los fieles de esta parroquia, que llegaron a decir al Obispo 'en señal de protesta: "¡Monseñor, ¿qué hacéis?, ¿habéis alejado de Vos aquellos diablos y nos los habéis metido en medio de nosotros?". A pesar de todo San San Juan Leonardi tomó posesión de la nueva sede en 1580. Al año siguiente la Congregación recibía la aprobación oficial del Obispo de Lucca, llamándose Clérigos Regulares de la Madre de Dios.

                    Con razón Juan Leonardo había ya ganado también la confianza de la Santa Sede y fue nombrado varias veces por Clemente VIII Comisario Apostólico con la misión de reformar algunas de las Órdenes monásticas decadentes. El Santo realizó siempre con gran celo y notable éxito esta tarea de reformador, pero la impronta de su personalidad está más grabada en aquellas catequesis y aquella actividad pastoral de Leonardi en las iglesias de Lucca.




                    Con no menor intensidad se dedica ahora el Santo a solidificar su fundación. Aunque no era ideal del fundador multiplicar las nuevas casas, quiso, sin embargo, fundar una en Roma. Lo consiguió gracias al apoyo de algunos cardenales, principalmente el cardenal Baronio, que le estimó y protegió siempre con especial predilección. La nueva comunidad se instaló definitivamente, el año 1662, en Santa María in Campitelli, que aún hoy día es la Casa Generalicia de la Congregación. Durante su estancia en Roma Juan Leonardo realizó una de las más importantes actividades de su vida: la colaboración con el Cardenal Vives en la organización del Colegio de Propaganda Fide. 

                    Durante los últimos siete años de su vida el Santo se dedicó con ardor a la naciente Institución misionera, cuyo ideal él había acariciado desde hacía tiempo. Este mérito fue premiado por el Papa León XIII, que por especial privilegio le inscribió, siendo aún Beato, en el Martirologio Romano, ordenando al Clero de Roma celebrar su Misa y Oficio, un honor reservado solamente a los Sumos Pontífices beatificados.

                    Antes de morir, Leonardi tuvo la alegría de ver aprobadas en 1603 por Clemente VIII las constituciones de la nueva Congregación de Clérigos Regulares. No pudo llegar a verla florecer y brillar. Pero guardó en su corazón la alegría de una vida entregada al servicio de la Iglesia. Murió entre los suyos, en Lucca, el año 1609. San Juan Leonardi encarnó el ideal de un Santo Sacerdote, por eso sería declarado venerable por el Papa Clemente XI en 1701, para luego ser beatificado por el Papa Pío IX en Noviembre de 1861 y finalmente canonizado, por Pío XI el 17 de Abril de 1938. Sus restos se veneran en Santa Maria in Portico in Campitelli, en Roma.



martes, 7 de octubre de 2025

MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Reina del Santísimo Rosario


“Me senté bajo la sombra de su deseo, 
y su fruto fue dulce a mi paladar; 
me metió en la bodega del vino.” 

Cantar de los Cantares, 2: 3,4



                    No hay para nosotros, en esta vida, acción más noble ni más santa que la oración. Mediante la oración elevamos nuestra alma a Dios y entramos en comunicación con Él, con el fin de rendir homenaje a Su Divina Majestad, rendirle el culto que le corresponde, agradecerle sus innumerables beneficios, implorar perdón por nuestros pecados y, en definitiva, pedirle los favores espirituales y temporales que necesitamos.

                    En verdad, no se puede imaginar nada más excelente que la oración. Nos la enseñó Nuestro Divino Salvador mismo: pues leemos de él que solía retirarse solo al monte a orar, y que pasaba noches enteras en oración. Sobre todo, esto fue así cuando se acercaba el momento de Su amarga Pasión, cuando, como leemos en el Evangelio de San Lucas, «oraba más largamente».

                    No contento con darnos ejemplo de oración, Nuestro Señor se dignó también enseñarnos su excelencia, entregándonos una fórmula que contiene, en resumen, todo lo que necesitamos pedir para nuestro bienestar espiritual y temporal. Este es el Padrenuestro, sin duda la mejor de todas las oraciones.

                    Oh alma mía, da gracias a tu Creador por haberte dado en la oración un medio tan eficaz para obtener todo lo que necesitas, y pídele la gracia de no descuidar nunca una práctica tan santa y útil.

                    Después de Jesucristo, ningún Santo nos enseñó con su ejemplo la excelencia de la oración tan bien como la Virgen María, pues podemos decir con certeza que Su vida fue una oración ininterrumpida. ¿Dónde encontrar palabras para expresar las fervientes aspiraciones de Su Corazón cuando, siendo aún niña, suspiraba por la venida del Mesías, diciendo con David: «¡Levántate, oh Gloria mía, levántate, salterio y arpa!». Incluso se podría decir que María, con el ardor de Sus deseos, apresuró la Venida del Redentor.

                    Pero fue especialmente cuando el Verbo se hizo carne en Su Seno, que la vida de la Madre de Dios se convirtió en una oración constante y ardiente, que continuó casi ininterrumpida hasta que Su Alma, en un éxtasis de amor, rompió los lazos de la carne y abandonó Su cuerpo sagrado para ir a unirse a Su Bienamado en el transporte de la Visión Beatífica.

                    Y ahora que María está unida a Dios en la Gloria, no renuncia a interceder por Sus fieles siervos, que luchan aquí en medio de todo tipo de peligros: junto con Su Hijo, que «siempre vive para interceder por nosotros», la Santísima Virgen ofrece al Padre Eterno Sus oraciones y súplicas. ¿Es de extrañar, entonces, que María se digne a veces aparecer a Sus fieles Siervos en actitud de oración, manifestando así Su deseo de que los Fieles, con la mayor frecuencia posible, sigan Su ejemplo en el uso de este poderoso medio de santificación?.

                    De todas las formas de oración, el rezo del Rosario es la más fácil y, a la vez, la más eficaz. Es el llanto del niño que no deja de llamar a su madre hasta obtener lo que desea; es la voz humilde del pobre que no se aparta de la puerta del rico hasta recibir una generosa limosna.

                    Orar es bueno; pero debemos orar correctamente si queremos obtener el fruto de nuestras oraciones. Nuestras necesidades son innumerables, y en consecuencia, también innumerables son los favores que podemos pedir a Dios. Sin embargo, debemos pedir sobre todo dones espirituales; en cuanto a las cosas temporales, también podemos orar a Nuestro Señor por ellas, pero solo en la medida en que nos ayuden a obtener la Gracia Divina.

                    También podemos orar por nuestro prójimo; aunque con esta diferencia, que cuando oramos por nosotros mismos estamos seguros de ser escuchados, mientras que no tenemos la misma certeza con respecto a nuestras oraciones por los demás.

                    Finalmente, para que nuestra oración surta efecto, debe ir acompañada de fe, humildad, confianza y perseverancia. «Debemos orar siempre y no desmayar», dice Nuestro Señor.

                    Detalle del políptico de San Vincenzo Ferreri, de Giovanni Bellini, 1464-1468, Basílica dei Santi Giovanni e Paolo, Venecia, Italia. En la vida de San Vicente Ferrer se narra que un hombre, que había llevado una vida desordenada, se encontró al borde de la muerte y fue desahuciado por los médicos. Escuchó con horror esta terrible sentencia, y al pensar en la Eternidad, que se le apoderó de la mente, lo invadió el remordimiento por sus faltas pasadas. Sin embargo, desconfiando de la Misericordia de Dios, se dejó llevar por la desesperación, creyéndose indigno de perdón.

                    Al enterarse de esto, San Vicente Ferrer se acercó al lecho del moribundo e intentó impulsarlo al arrepentimiento, animándolo a confiar en la Misericordia Divina. Le recordó que Jesucristo murió por cada uno de nosotros y que, como Padre misericordioso, recibió al hijo pródigo en Sus brazos; que perdonó a Zaqueo, a María Magdalena y al Buen Ladrón en la Cruz, y que aunque sus pecados fueran tan numerosos como los granos de arena de la orilla del mar, la Misericordia de Dios jamás sería vencida, porque es Infinita y Eterna.

                    Tales palabras, que habrían bastado para ablandar el corazón más duro, solo incitaron a este miserable pecador a blasfemias aún mayores. Rechinó los dientes, protestando que no buscaría el perdón de Jesucristo, sino que moriría en sus pecados para desagradarle y ofenderle aún más. Ante estas palabras, San Vicente no perdió el ánimo, sino que, iluminado por una inspiración del Cielo, respondió: «Debes convertirte, para que la Infinita Misericordia de Dios brille más en ti».

                    Dirigiéndose entonces a los presentes, comenzó a rezar el Santo Rosario. ¡Y qué maravilla!. María, quien, en palabras de San Bernardo, es la esperanza de los desesperados, escuchó la oración que se le dirigió por este infeliz. Apenas había terminado de rezar el Rosario, cuando aquel pecador obstinado se transformó en otro hombre. En un abrir y cerrar de ojos se volvió manso como un cordero, e invitando al Santo a acercarse a él, pronunció el Dulce Nombre de María. Entonces, derramando lágrimas a mares, confesó sus pecados como el Buen Ladrón en la Cruz. Recibió los Sacramentos y murió con todos los signos de una conversión edificante.


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María



domingo, 5 de octubre de 2025

CONSEJOS ESPIRITUALES DE SOR CONSOLATA BETRONE ( II )


                    La Obra de las pequeñísimas tiene por fin mantener viva en el mundo y desarrollar el Caminito que enseñó Santa Teresita del Niño Jesús: hacer todo con amor y por amor, repitiendo el Acto de Amor. En Julio de 1936 nació la "Obra de las Pequeñísimas", anunciada el 17 de Agosto de 1934. La Virgen María es su Patrona porque la Obra fue inspirada a Sor Consolata Betrone durante la Novena de la Natividad de Nuestra Señora. Podemos asegurar que María Santísima fue la primera y más perfecta pequeñísima, ya que Su vida entera fue real y efectivamente un Acto incesante de Amor y de Caridad en la aceptación continua de la Divina Voluntad.



CARTA DE SOR CONSOLATA BETRONE
A LAS PEQUEÑÍSIMAS 


                    Querida Pequeñísima:

                    En el trabajo, si te es posible, ten delante de ti escrito sobre una imagen o tarjetita: “Jesús, María os amo, salvad almas”. Te servirá de llamada. Entre los obstáculos para dar a Jesús el incesante Acto de Amor virginal, Jesús mismo enseña a combatir tres: pensamientos inútiles, intereses, habladurías inútiles. 

                    Pensamientos, preocupaciones, todo llega a ser inútil, desde el momento que Jesús promete a su Pequeñísima que Él pensará en todo, hasta en lo mínimo. Habladurías inútiles: si al hablar no nos obliga el deber, la Caridad, la conveniencia, es tiempo desperdiciado, que roba al amor. Intereses, curiosidades, etc.,todo lo que separa al espíritu de la única cosa a la cual estás obligada: amar a Jesús incesantemente y con amor virginal. 

                    Necesitas convencerte que para realizar el deseo divino: “No debes perder un Acto de Amor y un acto de caridad desde una Comunión a la otra”, el trabajo de tu alma, sostenida por la gracia, será largo y requerirá no poco tiempo, esfuerzo generoso y constancia y sobre todo nunca desanimarse. 

                    En cada infidelidad más o menos voluntaria, renueva tu propósito de amor virginal y vuelve a empezar. Si esta infidelidad te hace sufrir, ofrécela a Jesús... ¡qué acto de amor!. Verás y comprobarás con cuánta ternura Jesús te levantará después de una caída, una infidelidad; cómo se apresurará a ponerte en pie, para que tú puedas continuar tu canto de amor. 

                    Lo que más te ayudará a dar a Jesús el Acto incesante de Amor será el renovar el propósito en cada hora y en segundo lugar, el examen particular sobre eso. Recuerda que, el examen particular sobre el Acto incesante de Amor, señalará como falta solo el tiempo desperdiciado en habladurías inútiles o en el seguimiento de fantasías, pensamientos inútiles, etc. Arrepiéntete y continúa tranquilamente amando. Pero el propósito al cual debes consagrar todas tus energías será siempre sobre el Acto incesante de Amor. Pero no temas, Jesús te ayudará. Él ha dicho: “Ámame y serás feliz, cuanto más Me amares, más feliz serás”... Ánimo, Jesús y María te ayudarán. No temas nunca, confía y cree en Su Amor por ti. 



sábado, 4 de octubre de 2025

SAN FRANCISCO DE ASÍS



                  Breve semblanza del Seráfico San Francisco de Asís:

                  Nació en Asís, una ciudad sobre la ladera del Monte Subasio (Italia) en 1181. Su madre lo bautizó Juan, pero su padre lo cambió por Francisco. Pertenecía a una familia rica, dedicada al comercio de telas.

                  San Francisco pasó gran parte de su juventud dedicado a cosas mundanas, sin importarle mucho Dios; incluso durante un tiempo fue soldado, pero un sueño le advirtió que no era su camino. Peregrinó entonces a Roma y oyó que el Señor le pedía reparar su casa . Es entonces cuando decide renunciar a todos sus bienes, desafiando a su padre, Pedro Bernardone que tenía pensado su futuro como comerciante. Así, a los veinticinco años, ciñe el hábito de los penitentes, atándose una cuerda a la cintura. 

                  De esta manera, vivió un tiempo en soledad y luego fundó con doce compañeros la Orden de Frailes Menores (Franciscanos) que fue aprobada por el Papa Inocencio III en 1209.

                   Llegando al ocaso de su vida, durante una Cuaresma, San Francisco decide retirarse a orar y ayunar al Monte Alvernia. Una mañana, cuando nuestro santo se encontraba en oración, tuvo la visión celestial de un serafín: tenía seis alas resplandecientes. Entre ellas apareció representada la imagen de Nuestro Señor clavado en la Cruz. Dos alas del serafín se elevaban sobre su cabeza, las otras dos aparecían extendidas, en actitud de volar, y las restantes le cubrían el cuerpo.

                    Al desaparecer aquella prodigiosa visión, surgieron llagas en sus manos y pies, semejantes a las de Jesús Crucificado, igual que lo acababa de contemplar en el éxtasis. También en el costado, se reprodujo una herida que recordaba a la que el soldado romano Longinos, infringió a Jesús ya muerto en la Cruz. Pero el milagro de la estigmatización no terminaba ahí: los biógrafos de San Francisco nos cuentan que mientras el santo recibía las Santas Llagas, la vegetación del Monte Alvernia comenzaba a arder con impresionantes llamas, produciendo enormes resplandores que despertaron a los pastores y vecinos del lugar.

                   A diferencia de otros estigmatizados, los estigmas de San Francisco, presentaban unas características muy particulares y que jamás se reprodujeron de igual manera en otros casos de estigmatización; así, Tomás de Celano, testigo de la época, nos relata estas características de los estigmas de San Francisco: “Sus manos y sus pies estaban atravesados por la mitad, como con clavos; las cabezas de éstos asomaban por la parte interior de las manos y por la parte superior de los pies; las puntas, por el otro lado. Las marcas del interior de las manos eran redondas, las del otro alargadas”.

                    San Buenaventura preguntó sobre los estigmas de San Francisco a algunos discípulos del santo, y que dieron el siguiente testimonio: “Los clavos eran negros y como de hierro, y hasta tal punto eran una misma cosa con la carne, que de cualquier cosa que se apretase, salían por el otro lado. En cambio, la llaga encarnada del costado, que por contracción de la carne había adoptado una forma circular, producía el efecto de una hermosa rosa”.

                  A pesar de la novedad de tan milagrosos hechos, San Francisco siempre intentó ocultar las llagas ante los ojos de los suyos; sin embargo, por obediencia, tuvo que mostrarlas ante la mirada de varios Cardenales e incluso del mismo Papa Alejandro IV, que certificó la veracidad de la estigmatización, amenazando con penas eclesiásticas a quienes impugnaran la verdad de las llagas del Santo.



                   San Francisco falleció a las siete de la tarde del 3 de Octubre de 1226, desnudo sobre la tierra desnuda de la Porciúncula, junto a la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, en Asís, rodeado de sus hermanos había  entonado el salmo 141. La dulce Hermana Muerte vino a su hora. Era la voz de Dios y llamaba a la recompensa. En su entierro fue llevado en una última visita al encuentro de Clara y las Damas pobres al convento de San Damián.

                  “Oh alma santísima, en cuyo tránsito salen a tu encuentro los ciudadanos del cielo, se regocija el coro de los Ángeles y la Trinidad Gloriosa te invita diciendo: Quédate con nosotros para siempre.” Varias decenas de frailes, su hija espiritual, Santa Clara de Asís y otras franciscanas, pudieron venerar aquellas santas heridas que el Santo les ocultó en vida. Dicen que incluso las llagas sangraron después de muerto; algunos frailes empaparon un lienzo con aquella sangre, que guardaron como una preciosa reliquia que aún hoy día se conserva.

                  Fue canonizado por el Papa Gregorio IX, tan sólo dos años después de su muerte. El prodigioso hecho de la estigmatización de San Francisco, se conmemora en la Iglesia cada año el 17 de Septiembre.



viernes, 3 de octubre de 2025

SANTA TERESITA DE LISIEUX, "...me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce"


                    "¡Cuántas almas llegarían a la Santidad si fuesen bien dirigidas...! Sé muy bien que Dios no tiene necesidad de nadie para realizar Su Obra. Pero así como permite a un hábil jardinero cultivar plantas delicadas y le da para ello los conocimientos necesarios, reservándose para sí la misión de fecundarlas, de la misma manera quiere Jesús ser ayudado en su divino cultivo de las almas" 


Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz



                  Fieles al Calendario Católico hacemos memoria hoy de Santa Teresita de Lisieux. María Francisca Teresa nació el 2 de Enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota.

                  En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. 

                   Años más tarde, Paulina ingresó en el Monasterio de las Carmelitas de Lisieux. Teresita, que contaba entonces con 9 años, se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.

                  Tenía Teresita catorce años cuando su hermana María se fue también al mismo Monasterio de Lisieux, al igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la experiencia que ella llamó su “conversión”. En su biografía cuenta que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.

                   Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para ser religiosa carmelita, como sus hermanas, y su padre dijo que sí; no podía negarle deseo tan santo a su hija predilecta. Sin embargo, las Madres Carmelitas y el Obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.

                  Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el Jubileo Sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frente al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía ser Carmelita a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la Voluntad de Dios así sería.

                  Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la peregrinación y con aquél apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo de Lisieux en Abril de 1888. De sus inicios en el Carmelo la Maestra de Novicias dijo; “Desde su entrada en la Orden, su porte tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas”. Profesó como Carmelita el 8 de Septiembre de 1890: su único deseo era llegar a la cumbre del monte del amor.

                  Cumplió con exactitud las Reglas y deberes de las Carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los Sacerdotes y los Misioneros. Debido a esto, sería proclamada después de su muerte, Patrona de las Misiones, aunque nunca había salido de su Monasterio.

                  Se sometió a todas las austeridades de la Orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud y las superioras se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos”. Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce”.

                  En 1893, a los veinte años, la Hermana Teresa fue nombrada asistente de la Maestra de Novicias. Prácticamente ella era la Maestra de Novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.

                  Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis. Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos año difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó en el mismo Monasterio de Lisieux, con sus hermanas.

                  Casi al mismo tiempo, Teresita se enfermó de tuberculosis. Quería ir a una Misión en Indochina pero su salud no se lo permitió; sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En Junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del Monasterio, de la que no volvió a salir. A partir de Agosto ya no podía recibir la Sagrada Comunión debido a la enfermedad y murió el 30 de Septiembre de ese año. Sus últimas palabras fueron "Oh, le amo, Dios mío, os amo".  Teresita sería canonizada por el Papa Pío XI el 17 de Mayo 1925, por lo que este año celebramos el Centenario del reconocimiento de su Santidad y con él la fiabilidad del Camino de Infancia Espiritual que nos enseñó la Santa de las Rosas. 



EL ESCUDO DE ARMAS DE SANTA TERESITA, 
explicado por ella misma

                   "El blasón JHS es el que Jesús se dignó entregar como dote a su pobre esposa... se ha convertido en Teresa del NIÑO JESÚS de la SANTA FAZ. Estos son sus títulos de Nobleza, su riqueza y su esperanza.

                  La vid que divide en dos el blasón es también figura de Aquel que se dignó decirnos: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, quiero que deis mucho fruto".

                  Las dos ramas que rodean, una a la Santa Faz y la otra al Niño Jesús, son la imagen de Teresa, que no tiene otro deseo aquí en la tierra que el de ofrecerse como un racimito de uvas para refrescar a Jesús Niño, para divertirlo, para dejarse estrujar por Él a capricho y poder así apagar la sed ardiente que sintió durante Su Pasión.

                  El arpa representa también a Teresa, que quiere cantarle incesantemente a Jesús melodías de amor.

                  El blasón FMT es el de María Francisca Teresa, la florecita de la Santísima Virgen. Por eso, esa florecita aparece representada recibiendo los rayos bienhechores de la dulce Estrella de la mañana.

                  La tierra verde representa a la familia bendita en cuyo seno creció la florecita. Más a lo lejos se ve una montaña, que representa al Carmelo. Este es el lugar bendito que Teresa ha escogido para representar en su escudo de armas el dardo inflamado del Amor que ha de merecerle la palma del Martirio, en espera de que un día pueda dar verdaderamente su sangre por su Amado. Pues para responder a todo el Amor de Jesús, ella quisiera hacer por Él lo que Él hizo por ella... Pero Teresa no olvida que ella no es más que una débil caña, y por eso la ha colocado en su blasón.

                   El triángulo luminoso representa a la adorable Trinidad, que no cesa de derramar Sus dones inestimables sobre el alma de la pobre Teresita, que, agradecida, no olvidará jamás esta divisa: "El Amor sólo con Amor se paga."


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CENTENARIO DE LA CANONIZACIÓN DE SANTA TERESITA, 1925-2025

TU EJEMPLO FUE LO QUE ME ARRASTRÓ

SÓLO SU MISERICORDIA HA OBRADO TODO



XXX ANIVERSARIO DOCTOR PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA, Maestro, Profeta y Luchador de la Causa Católica



                    Plinio Corrêa de Oliveira fue un Cruzado del siglo XX: enfrentó con gallardía la marcha destructora de la Revolución anticristiana, combatiendo sucesivamente, y muchas veces al mismo tiempo, el pseudo-misticismo nazi, el hedonismo de la way of life norteamericana, la utopía igualitaria socialista y comunista, el progresismo católico que trataba de demoler a la Iglesia desde su interior. 

                    En las luchas y en las dificultades, al lado de la virtud de la fortaleza Plinio Corrêa de Oliveira ejercitó sobre todo la esperanza, movido por la convicción, como escribía a su madre en 1930, de que “de aquel a quien Dios da la Fe, Él mismo exige la Esperanza”. La confianza en la victoria final de la Contra-Revolución católica y en la venida del Reino del Inmaculado Corazón de María fue la virtud que Plinio Corrêa de Oliveira más profundamente infundió en sus numerosos discípulos esparcidos por el mundo, incluso fuera de las filas de las TFPs. 

                    Nutrió esta confianza en la fuente de Fátima y también en una devoción mariana que le fue especialmente querida: la de Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano. De ella recibió en 1967, por ocasión de una grave enfermedad y de una aflictiva probación espiritual, una gran gracia interior: la certeza sobrenatural que no moriría sin haber cumplido la misión que la Divina Providencia le confió. Él cumplió esta misión y realizó plenamente su vocación.

                    De su Testamento espiritual extraemos algunos párrafos que bien pueden resumir su trayectoria en este mundo mortal: “No encuentro palabras suficientes para agradecer a Nuestra Señora el favor de haber vivido desde mis primeros días, y de morir, como espero, en la Santa Iglesia, a la cual dediqué, dedico y espero dedicar hasta mi último aliento, absolutamente todo mi amor. De tal suerte que las personas, instituciones y doctrinas que amé durante la vida, y que actualmente amo, las amo porque fueron o son según la Santa Iglesia, y en la medida en que fueron o son según la Santa Iglesia. Igualmente, jamás combatí instituciones, personas o doctrinas sino porque y en la medida en que eran opuestas a la Santa Iglesia.

                    “Agradezco de la misma forma a Nuestra Señora —sin que me sea posible encontrar palabras suficientes para hacerlo— por la gracia de haber leído y difundido el «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen» de San Luis Grignon de Montfort, y de haberme consagrado a Ella como esclavo perpetuo. Nuestra Señora fue siempre la luz de mi vida, y espero que Ella en su clemencia sea mi luz y mi auxilio hasta el último instante de mi existencia...  a todos y a cada uno pido entrañablemente y de rodillas que sean sumamente devotos a Nuestra Señora durante toda la vida”


NUESTRA SEÑORA SUPERARÁ 
TODOS LOS OBSTÁCULOS


                    La Teología enseña que todas las gracias que nos vienen de Dios pasan siempre por las manos de María, de tal manera que nada obtendremos de Él, si María no se asocia a nuestra ora­ción, y todas las gracias que recibimos las debemos siempre a la intercesión de María. Así, la Madre de Dios es el canal de todas las oraciones que llegan hasta su Divino Hijo y el camino de todas las gracias que Este otorga a los hombres.

                    Evidentemente, esta verdad supone que en todas las oraciones que hagamos, pida­mos explícitamente a Nuestra Señora que nos apoye. Esta práctica sería sumamente loable. Pero, aunque no invoquemos decla­radamente la intercesión de Nuestra Señora podemos estar seguros de que seremos aten­didos porque Ella reza con nosotros, y por nosotros.

                    De ahí se saca una conclusión sumamente consoladora. Si tuviésemos que confiar solamente en nuestros méritos, ¿cómo podría­mos confiar en la eficacia de nuestra ora­ción? Se cuenta que cierta vez, Nuestro Señor se apareció a Santa Teresa trayendo en las manos unas uvas maravillosas. Pre­guntó la santa al Divino Maestro qué signi­ficaban las uvas, y El respondió que eran una imagen del alma de ella. Miró entonces la santa detenidamente a las frutas y en la medida en que las examinaba, su primera impresión, que fue magnífica, se deshacía, y daba lugar a una impresión cada vez más triste. Llenas de manchas y de defectos, las uvas acabaron por parecer repugnantes a la gran santa. Ella comprendió entonces el alto significado de la visión. Incluso las almas más perfectas tienen manchas, cuando son atentamente examinadas. Y ¿cuáles son las manchas que pueden pasar desapercibidas a la mirada penetrante de Dios? Por eso tenía mucha razón el Salmista cuanto exclamaba: «Señor si atendieses a nuestras iniquidades, ¿quién se sustentará en vuestra presencia?»

                    Y, si no hay nadie que no presente man­chas a los ojos de Dios, ¿quién puede esperar con plena seguridad ser atendido en sus ora­ciones?.

                    Por otro lado, Dios quiere que nuestras oraciones sean confiantes. No desea que nos presentemos ante su trono como esclavos que se aproximan con miedo de un temible señor, sino como hijos que se acercan a un padre infinitamente generoso y bueno. Esa confianza es incluso una de las condiciones de la eficacia de nuestras oraciones. Pero, ¿cómo tendremos confianza, si, mirando en nuestro interior, sentimos que nos faltan las razones para confiar? Y si no tenemos con­fianza, ¿cómo esperamos ser atendidos?.

                    De las tristezas de esta reflexión nos saca, triunfalmente, la doctrina de la Mediación Universal de María.

                    De hecho, nuestros méritos son mínimos, y nuestras culpas grandes. Pero, lo que por nosotros mismos no podemos alcanzarlo, te­nemos el derecho de esperar que las ora­ciones de Nuestra Señora lo alcance.

                    Y jamás debemos dudar de que Ella se asocia a nuestras oraciones cuando son con­venientes a la mayor gloria de Dios y a nues­tra santificación. De hecho, Nuestra Señora nos tiene un amor que sólo de modo imper­fecto puede ser comparado al amor que nos tienen nuestras madres terrenas. San Luis María Grignión de Monfort dice que Nuestra Señora tiene al más despreciable y miserable de los hombres un amor superior al que resultaría de la suma del amor de todas las madres del mundo a un hijo único. Nuestra Madre auténtica en el orden de la gracia nos engendró para la vida eterna. Y a Ella se aplica fielmente la frase que el Espíritu Santo esculpió en la Escritura: «Aunque tu padre y tu madre te abandonasen, Yo no me olvidaría de ti». Es más fácil ser abandonados por nuestros padres según la naturaleza, que por Nuestra Madre según la gracia.

                    Así, por más miserables que seamos, po­demos presentar con confianza a Dios nues­tras peticiones: siempre que fueran apoya­das por Nuestra Señora, encontrarán un valor inestimable a los ojos de Dios, que ciertamente obtendrá para nosotros el favor pedido.

                    Nos conviene meditar incesantemente so­bre esta gran verdad. Católicos que somos, debemos enfrentar en esta vida las luchas comunes a todos los mortales y, además de esto, las que nos vienen por el hecho de estar al servicio de Dios. Pero, aunque los horizontes parezcan estar a punto de des­cargar sobre nosotros un nuevo diluvio, aun­que los caminos se nos cierren al paso, los precipicios se abran y la propia tierra se mueva bajo nuestros pies, no perdamos la confianza: Nuestra Señora superará todos los obstáculos que estén por encima de nues­tras fuerzas. Mientras esta confianza no des­erte de nuestro corazón, la victoria será nues­tra, y de nada valdrán las tramas de nuestros adversarios: caminaremos sobre las áspides y los basiliscos y aplastaremos con nuestros pies los leones y los dragones.


Plinio Corrêa de Oliveira