jueves, 11 de agosto de 2011
LA ESENCIA DEL SACRIFICIO DE LA MISA
La palabra Misa en latín es “Sacrificium”, que significa algo más grande y más importante que “Ofrenda”. El sentido cabal y conveniente de “sacrificio” es un ofrecimiento de lago externo a nosotros al Dios Altísimo, consagrado o santificado en una manera solemne por un ministro de la Iglesia nombrado legítimamente y cualificado debidamente, para reconocer y atestiguar el dominio supremo de Dios Todopoderoso sobre todas las criaturas. En esta definición se puede ver que un sacrificio es mucho más que un simple ofrecimiento. Representa un alto y sublime acto de adoración debido solamente al Dios infinito, y no a cualquier criatura.
Santo Tomás de Aquino dice: “Es natural que los hombres hagan ofrendas sacrifícales al Dios Omnipotente y el hombre sea instado a hacer eso por un instinto natural sin un mandato o precepto explícito. Podemos ver esto ver ejemplificado en el caso de Abel, Noé, Abraham, Job y otros Patriarcas que ofrecieron sacrificio, no en obediencia a una ley de Dios, sino solamente al impulso de la naturaleza. Y no solamente las personas ilustradas por Dios le ofrecieron sacrificios; los paganos también; simplemente siguiendo la luz de la naturaleza, sacrificaron a sus ídolos creyendo que eran deidades verdaderas”.
Más tarde, la ley dada por Dios a los hijos de Israel impuso obligatorio para ellos ofrecer sacrificio diariamente; en las fiestas una ceremonia más elaborada tenía que ser observada. Tenían que ofrecerle corderos, ovejas, terneros y bueyes, y esto animales no tenían sólo que ser ofrecidos, sino que tenían que ser inmolados por un sacerdote ungido, con oraciones prescritas y ceremonias. Tenían que ser matados y desollados; su sangre tenía que ser vertida alrededor del pie del altar y su carne quemada sobre el altar entre el sondaje de trompetas y el canto de Salmos. Estas eran las obligaciones sagradas por las cuales judíos habitualmente, le tributaban a Dios el homenaje debido a Él, reconociendo que Él es el Gobernante Supremo sobre todas las criaturas.
Así era apropiado, o mejor, aún necesario, que Cristo instituyese en su Iglesia una oblación santa y divina como un oficio visible por el cual los fieles le dan a Dios la gloria merecida y expresan su propia sujeción a Él.
Ningún hombre cuerdo podría imaginar que Cristo, que dispuso todo en su Iglesia de la manera más perfecta, habría omitido ese acto más alto de adoración. Si hubiera sido así, la Religión Cristiana sería inferior al judaísmo ya que los sacrificios del Antiguo Testamento eran tan gloriosos que los paganos distinguidos venían de tierras lejanas para asistir a ellos y algunos reyes paganos, como leemos en el segundo libro de Macabeos, capítulo tres, versículo tres, incluso pagaban de sus ingresos el sueldo debido a los ministros.
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