El ángel de la guarda fue para Ana Catalina durante toda su vida un amigo fiel e inseparable; un compañero que nunca la dejaba sola, que la protegía y ayudaba en todas sus necesidades. Era como un hermano mayor, que la cuidaba y enseñaba a vivir bien y amar cada día más a Jesús. Oraba con ella y le ayudaba en las tareas humildes del hogar, cuando hacía sus labores de costura, cuando cuidaba las vacas, y sobre todo, la protegía de los ataques del demonio. Era su amigo, su protector, su guía y consejero.
Al hablar de su bautismo, que se realizó el mismo día de su nacimiento, ella afirma: Cuando fui bautizada estaba allí mi ángel custodio con mis santas patronas santa Ana y santa Catalina.
Cuando ella era niña el ángel custodio se le aparecía bajo la figura de un niño. Y ella era como un niño dócil y silencioso en manos de su ángel.
Cuando pasaba algún sacerdote cerca de su casa salía corriendo a su encuentro, a pedirle la bendición. Si en esos momentos estaba apacentando las vacas, las dejaba solas, encomendándolas a su ángel y salía a recibir la bendición del sacerdote.
Cuando estaba sola en el campo o en el bosque, llamaba a las aves para que cantasen con ella alabanzas al Señor. Los pajarillos le cogían confianza y se posaban en sus brazos y en sus hombros, y ella les acariciaba. Si por ventura encontraba algún nido, su corazón palpitaba de gozo y decía a los polluelos las más tiernas palabras. Era tal su delicadeza y sensibilidad que no dejaba de emocionarse al contemplar las bellezas de la creación. Los animales eran sus amigos con los que alababa al Señor, junto a su ángel custodio. Y eso le ocurrió, no sólo cuando era niña, sino también cuando estaba ya en el convento. Ella nos dice: Cuando trabajaba en el jardín, los pájaros venían a mí, se ponían sobre mi cabeza y sobre mis hombros y cantábamos juntos las alabanzas de Dios. Y yo veía siempre a mi lado al ángel de mi guarda.
Cuando era pequeña comenzó a levantarse por la noche para hacer oración. Se levantaba y oraba con su ángel dos o tres horas seguidas; a veces, hasta el amanecer. A ella le gustaba orar al aire libre y, cuando el tiempo lo permitía, iba a un campo delante de su casa donde había un montículo, creyendo que allí estaba más cerca de Dios. Oraba con los brazos extendidos y los ojos dirigidos hacia la iglesia de Koesfeld. Ella admite que no hubiera hecho semejantes cosas semejantes sin la inspiración de su ángel.
Hermana Úrsula, de la Tercera Orden de San Francisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.