Con respecto a las revelaciones privadas, hay que aclarar que nada hay que añadir a las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, y es que, al morir San Juan, el último apóstol, la revelación divina quedó cerrada y sellada. Ya no se hará en el transcurso de los siglos sino aclarar su contenido. Pero éste es de una riqueza insondable.
Este contenido es tan rico los hombres, desde el punto de vista religioso, son generalmente tan distraídos y superficiales, que no saben leer a fondo un Evangelio que necesita ser profundizado.
Por eso, como en los tiempos de la Antigua Ley, Dios continúa enviando profetas para reavivar la fe y la esperanza de su pueblo; así Cristo suscita de vez en cuando almas a las que confía la misión de explicar a los hombres sus palabras auténticas, y la de revelarles su profundidad y su sentido oculto.
En la mañana del día de Pascua, encarga el Señor a María Magdalena que anuncie a los Apóstoles la nueva de su gloriosa Resurrección, y desde entonces, en la sucesión de los tiempos, serán con frecuencia humildes y pobres mujeres las elegidas para transmitir al mundo sus voluntades más importantes.
Claros ejemplos los vemos en Santa Juliana de Montcornillon, que hizo instituir en la Iglesia la fiesta del Corpus Christi y renovó la devoción al Santísimo Sacramento. O en Santa Margarita de Alacoque, que infundió un nuevo impulso a la devoción al Sagrado Corazón, dándole un sentido y un alcance nuevos. También en Santa Teresita, tenemos un ejemplo de mujer confidente de Nuestro Señor, que recordó al mundo el mérito y el valor del estado de infancia espiritual… “no buscó - dice San Pablo - para establecer su Iglesia, ni sabios ni grandes del mundo”.
Sor Josefa Menéndez, forma también parte de este grupo de mujeres predilectas del Sagrado Corazón, elegidas para transmitir al mundo entero el amor y la piedad del que es Rey y Centro de todos los corazones.
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