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“Cinco días hace que Jesús no ha venido. Y, sin embargo, dijo: “volveré”. Estoy intranquila, pues no sé si le habré disgustado, porque tengo tampoco tengo la Cruz ni la corona… ( Nuestro Señor la había concedido la gracia de sufrir el peso de la Cruz y los dolores de la corona de espinas)Antes de acostarme le di las buenas noches de rodillas, como acostumbro, y le dije: “Señor, cinco días llevo llamándoos y no venís”.
Aún no había terminado la frase cuando ya estaba Jesús allí, resplandeciente de belleza:
“¡Cinco días llamándome, Josefa! Y Yo ¡cuántos días, cuantos meses, cuántos años paso llamando a las almas y no me responden! ¡Antes, al contrario, se alejan de Mí! Cuando tú me llamas, Yo no me alejo; estoy cerca, muy cerca de ti. Consuélame llamándome y deseándome. Con esta hambre apagarás mi sed”.
Lean aquí las almas afligidas por desvíos aparentes y ausencias divinas, las razones de su larga espera. Y cobren ánimo con este pensamiento alentador: “Mi sed apaga la suya".
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