Pero mientras tu amor queda complacido y satisfecho, ¡oh dulce Jesús!, no teniendo ya nada más que hacer, veo, ¡oh Bien mío!, que sobre el altar, entre tus manos, se encuentran todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada hostia veo que está desplegada toda tu dolorosa pasión, pues las criaturas, a los excesos de tu amor, preparan excesos de ingratitudes y de enormes delitos. Y yo, Corazón de mi corazón, quiero estar siempre junto contigo en cada sagrario, en todos los copones y en cada hostia consagrada que llegará a tener existencia hasta el final del mundo, para poder ofrecerte mis actos de reparación conforme a las ofensas que recibes.
Por eso, Corazón mío, me pongo junto a ti y beso tu frente majestuosa. Pero al besarte siento en mis labios el dolor de las espinas que coronan tu cabeza, porque en esta hostia santa, ¡oh Jesús mío!, no es que te evitan ser coronado de espinas como en la pasión. Veo que las criaturas vienen ante tu presencia sacramental, y en vez de ofrecerte el homenaje de sus pensamientos, te ofrecen sus malos pensamientos, y tú bajas de nuevo la cabeza como en la pasión, para recibir las espinas de los malos pensamientos que las criaturas tienen ante tu presencia sacramental. ¡Oh Amor mío!, también yo contigo bajo la cabeza para compartir tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para sacarte estas espinas que te causan tanto dolor, y quiero que cada uno de mis pensamientos fluya en cada uno de los tuyos para hacerte un acto de reparación por cada pensamiento malo de las criaturas y endulzar así tus pensamientos afligidos.
Jesús, Bien mío, beso tus hermosos ojos. En esta hostia santa, con esos ojos tuyos llenos de amor, estás en espera de todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor y así ser correspondido con el amor de sus miradas amorosas. Pero, ¡cuántos vienen ante ti, y en lugar de verte y buscarte a ti, se ponen a ver cosas que los distraen de ti quitándote el gusto de intercambiar tus miradas con las suyas y tú lloras! Por eso, al besarte, siento que mis labios se mojan con tus lágrimas. ¡Ah, Jesús mío, no llores!, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir tus penas y llorar junto contigo y hacer una reparación por todas las miradas distraídas, ofreciéndote mis miradas teniéndolas siempre fijas en ti.
Jesús, Amor mío, beso tus santísimos oídos. Con mucha atención quieres escuchar lo que las criaturas quieren de ti para consolarlas, y sin embargo, ellas hacen llegar a tus oídos oraciones mal hechas, llenas de aprensiones y sin verdadera confianza; oraciones hechas, en su mayoría, por rutina y sin vida; y tus oídos en esta hostia santa se sienten molestados más todavía que durante tu pasión. ¡Oh Jesús mío!, quiero tomar todas las armonías del cielo y ponerlas en tus oídos para repararte por esas molestias; quiero poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir estas molestias, sino para estar siempre atento a lo que quieres, a lo que sufres, y ofrecerte inmediatamente mi reparación y consolarte.
"Las Horas de la Pasión"
Luisa Piccarreta
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