Beáta víscera Maríae Virginis
quae portavérunt Aeterni Patris Filium
Así como después de Navidad se celebra la Fiesta del Santo Nombre de Jesús, después de celebrar la Natividad de Nuestra Señora, es muy conveniente que honremos ahora el Santísimo Nombre de María, que parece significar "la Amada de Dios", tanto por su destino como Madre del Altísimo como por sus grandes y perfectas virtudes.
Se autorizó la celebración de esta Fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, Rey de Polonia.
SAN ALFONSO MARÍA LIGORIO NOS HABLA
DEL SANTO NOMBRE DE MARIA NUESTRA SEÑORA
Dice el abad Francón que, después del Sagrado Nombre de Jesús, el Nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de esperanza y de dulzura. El Nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.
Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.
Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.
Contemplando a su Buena Madre el enamorado San Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.
Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice San Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice San Buenaventura– no se puede pronunciar Tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca.
Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice San Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice San Buenaventura– no se puede pronunciar Tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca.
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