BREVE RELATO DE LAS APARICIONES
DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
En el Virreinato de Nueva España ( actual México ), vivía un indio de nombre Juan Diego, que abrazó la Fe Católica cuando se bautizó junto con su esposa María Lucía en 1525; al poco tiempo moriría la esposa sin dejar descendencia. Tras las apariciones de Nuestra Señora que ahora vamos a relatar, se retiró como ermitaño a una choza anexa al primer templo dedicado a la Virgen de Guadalupe, donde permaneció hasta su muerte en 1548.
El 9 de Diciembre de 1531, Juan Diego se dirigía al Convento de Tlaltelolco para asistir a la Santa Misa. Al amanecer llegó al pie del cerro del Tepeyac. Sin esperarlo, comenzó a oir una música que más bien se parecía el gorjeo de miles de pájaros. Sin entender muy bien qué pasaba, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba iluminado con una luz extraña. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz procedente de lo alto de la colina, llamándole: Juanito; querido Juan Dieguito.
Casi sin pensar, subió raudo el cerro y al llegar a la cumbre del mismo, se encontró con la hermosa imagen de Santísima Virgen María, ornada con resplandores propios del sol. Su hermosura y mirada bondadosa llenaron su alma de gozo infinito, como quien contempla el Cielo en la tierra.
Nuestra Señora le habló en azteca: Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.
Juan Diego, inclinado profundamente ante Nuestra Señora, respondió: "Señora mía: ya voy a cumplir tu mandato; me despido de ti, yo, tu humilde siervo".
Cuando el piadoso indio llegó a la casa del Obispo Zumárraga y fue llevado a su presencia, le dijo todo lo que la Madre de Dios le había dicho. Pero el Obispo parecía dudar de sus palabras, pidiéndole volver otro día para escucharle más despacio.
Ese mismo día regresó a la cumbre de la colina y encontró a la Santísima Virgen que le estaba esperando. Con lágrimas de tristeza le contó cómo había fracasado su empresa. Ella le pidió volver a ver al Obispo al día siguiente. Juan Diego cumplió con el mandato de la Santísima Virgen. En esta ocasión, el Prelado lo recibió de mejor gana, quizás sospechando que aquél pobre indio no debía mentir; aún así, inseguro que un recién converso tuviese la gracia de ver y hablar con Nuestra Señor, exigió una señal que confirmase la veracidad del relato.
Lleno de entusiasmo por las palabras del Obispo, Juan Diego regresó a la colina, dio el recado a María Santísima y ella prometió darle una señal al siguiente día en la mañana. Pero Juan Diego no podía cumplir este encargo porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino había enfermado gravemente.
Dos días más tarde, el día doce de diciembre, Juan Bernardino estaba ya moribundo y Juan Diego se apresuró a traerle un sacerdote de Tlaltelolco. Llegó a la ladera del cerro y optó ir por el lado oriente para evitar que Nuestra Señora le viera pasar y le demandara lo que le había pedido, pero el indio primero quería atender a su tío. Con grande sorpresa la vio bajar y salir a su encuentro. Juan Diego, algo avergonzado, le dio su disculpa por no haber venido el día anterior, suplicándole la salud de su tío, que era su única familia.
Tras oír las palabras de Juan Diego, Nuestra Señora le respondió: Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó.
Cuando Juan Diego oyó estas palabras se sintió contento. Le rogó que le despachara a ver al Señor Obispo para llevarle alguna señal y prueba a fin de que le creyera. Entonces, la Virgen Purísima le ordenó:Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, recógelas y en seguida baja y tráelas a mi presencia.
Al llegar a la cumbre, se asombró el pobre indio al ver tan hermosas flores, inusuales en esa época del año. En sus corolas fragantes, el rocío de la noche semejaba perlas preciosas. Presto empezó a córtalas, las echó en su regazo y las llevó ante la Virgen. Ella tomó las flores en sus manos, las arregló en la tilma y dijo: Hijo mío el más pequeño, aquí tienes la señal que debes llevar al Señor Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu tilma y descubras lo que llevas.
Nuevamente se vio el indio Juan Diego ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga, y le contó los detalles de la cuarta aparición de la Santísima Virgen, al tiempo que desplegaba su tilma para mostrarle las flores, las cuales cayeron al suelo. En este instante, ante la inmensa sorpresa del Obispo y otras personas que acompañaban al Prelado, apareció la imagen de la Santísima Virgen María maravillosamente pintada con los más hermosos colores sobre la burda tela de la tilma de Juan Diego.
( Este relato ha sido extraído del original de Luis Lasso de la Vega, de 1649 )
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