Pío XII, el Último Papa Católico,
recomendó que la devoción al Sagrado Corazón
estuviese siempre latente en nuestros hogares
La devoción al Sacratísimo Corazón del Redentor del mundo, que en estos últimos tiempos se ha difundido tan admirablemente por toda la Iglesia en las más elevadas y varias manifestaciones, ha sido establecida y querida por el mismo Salvador divino, al solicitar y sugerir Él mismo los obsequios con los que deseaba que fuese honrado su Corazón adorable.
Jesús determinó el fin de esta querida devoción, cuando en la más célebre de las apariciones a Santa Margarita María Alacoque prorrumpió en aquellas doloridas palabras: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios les ha colmado, que no ha rehusado nada hasta agotarse y consumarse por testimoniarles su amor: y en cambio no recibe de la mayor parte de ellos sino ingratitudes”.
Amor y reparación: esto es lo que de modo especialísimo pide esta devoción; amor para corresponder al que tanto nos amó; reparación para resarcir los ultrajes inferidos a este amor infinito.
Y para incitar a los hombres a que acojan estos deseos suyos, Jesús se dignó confirmarlos con las más largas promesas.
Entre éstas hay algunas que dicen especial relación a las familias cristianas, y por tanto a los esposos, a los padres y a los hijos que mañana vendrán a alegrar vuestro hogar doméstico.
“Yo traeré y conservaré la paz en sus familias.
Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón
sea expuesta y honrada”
Esta consagración significa una entrega completa al divino Corazón: es un reconocimiento de la soberanía de Nuestro Señor sobre la familia: expresa una confiada súplica para obtener sobre la propia casa sus bendiciones y el cumplimiento de sus promesas.
Al consagrarse la familia al divino Corazón, protesta querer vivir de la vida misma de Jesucristo y hacer florecer las virtudes que Él enseñó y vivió. Él preside las reuniones, bendice las empresas, santifica los goces, alivia los afanes, conforta a los moribundos, infunde resignación a los que aquí quedan.”
Papa Pío XII, alocución a unos recién casados, 14 de junio de 1939
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