miércoles, 28 de agosto de 2019
SAN AGUSTÍN DE HIPONA, converso y Doctor de la Iglesia
San Agustín nació en Tagaste (región enclavada en la que hoy es Argelia) en el año 354. Hijo de un pagano, Patricio, y de una cristiana, Santa Mónica, modelo de madre y esposa cristiana. Desde niño destacó por su interés en conocer la Verdad, lo que le llevó a estudiar las diferentes corrientes filosóficas.
Engañado por la doctrina de los maniqueos (doctrina fundada por el filósofo persa Manes que se basa en la existencia de dos principios eternos,absolutos y contrarios,el bien y el mal) la profesó en Cartago (374-383), Roma (383) y Milán (384). Los maniqueos eran sumamente rigoristas en las cuestiones de la moral, factor que terminó de convencer a San Agustín para convertirse en un fiel devoto de esta herejía.
Pero pronto comprendió que la Verdad se encontraba en la Iglesia Católica, que enseña (contrariamente a la doctrina maniquea) que las cosas, estando subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como sustancia.
La convicción de haber recibido una señal divina lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras obras. En la Pascua del año 387, cuando contaba con treinta y tres años, fue bautizado por San Ambrosio, quien junto con Santa Mónica, hicieron ver a San Agustín que la Doctrina Católica era la única verdadera. El Santo Bautismo su primer paso en su consagración absoluta a la causa de Dios.
San Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero su madre, Santa Monica, que tanto sufrió por su conversión a la Fe Católica, ya había obtenido de Dios lo que más anhelaba en esta vida y podía morir tranquila; sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada :
"¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco días después le invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo "que se acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el año 387, a los 55 años de edad.
En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en Hipona por el anciano Obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar entre los fieles la palabra de Dios, tarea que San Agustín cumplió con fervor y le valió gran renombre; al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las controversias que mantuvo con maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.
Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, San Agustín fue nombrado Obispo de Hipona. Dedicó numerosos sermones a la instrucción de su pueblo, escribió sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y ejerció a la vez de Pastor, administrador, orador y juez.
Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo de ser responsable de las desgracias del imperio, lo que suscitó una encendida respuesta de San Agustín, recogida en La Ciudad de Dios, que contiene una verdadera filosofía de la Historia Cristiana.
Durante los útimos años de su vida asistió a las invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Al tercer mes del asedio de Hipona, cayó enfermo y murió en el año 430.
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