Santo Tomás enseña que todos estamos obligados a observar cuantos deberes van anejos al estado elegido. Por otra parte, el clérigo, dice San Agustín, está obligado a aspirar la santidad (...). Y Casiodoro escribe: “El eclesiástico está obligado a vivir una vida celestial”. “El Sacerdote está obligado a mayor perfección mayor perfección que el que no lo es”, como asegura Tomás de Kempis (...), pues su estado es más sublime que todos los demás. Y añade Salviano que Dios aconseja la perfección a los seglares, al paso que la impone a los clérigos (...).
Los sacerdotes de la Antigua Ley llevaban escritas estas palabras en la tiara que coronaba su frente: SANTIDAD PARA YAHVEH (Libro del Éxodo, cap. 39, vers. 29), para recordar la santidad que debían confesar. Las víctimas que ofrecían los sacerdotes habían de consumirse en el fuego completamente. ¿Por qué? Pregunta Teodoreto, y responde. “Para inculcar a aquellos sacerdotes la integridad de la vida que han de tener los que se han consagrado completamente a Dios (...). Decía San Ambrosio que el Sacerdote, para ofrecer dignamente el sacrificio, primero se ha de sacrificar a sí propio, ofreciéndose enteramente a Dios (...). Y Esiquio escribe que el sacerdote debe ser un continuo holocausto de perfección, desde la juventud a la muerte (...). Por eso decía Dios a los sacerdotes de la antigua ley: “Os he separado entre los pueblos para que seáis Míos“(Levítico, cap. 20, vers. 26). Con mayoría de razón en la Ley Nueva quiere el Señor que los Sacerdotes dejen a un lado los negocios seculares y se dediquen solo a complacer a Dios a quien se ha dedicado: “que se dedica a la milicia se ha de enredar en los negocios de la hacienda, a fin de contentar al que lo alistó en el ejército” [2 Carta a Timoteo, cap. 2, vers. 4). Y es precisamente la promesa que la Iglesia exige de los que ponen el pie en el Santuario por medio de la tonsura: hacerles declarar que en adelante no tendrán más heredad que a Dios: “El Señor es la parte de mi heredad y mi copa. Tú mi suerte tienes (Salmo 15 5). Escribe San Jerónimo que “Hasta el mismo traje talar y el propio estado claman y piden la santidad de la vida” (...). De aquí que el Sacerdote no solo has de estar alejado de todo vicio, sino que se debe esforzar continuamente por llegar a la perfección, que es aquella a que sólo pueden llegar los viadores (...).
"La Dignidad y la Santidad Sacerdotal"
por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia
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