jueves, 30 de abril de 2020

SANTA CATALINA DE SIENA, Mística, Estigmatizada, Maestra de Vida Espiritual




"En el Costado de Cristo 
se adquiere el verdadero conocimiento 
de nosotros mismos y el de Dios en nosotros"

Santa Catalina de Siena


              Nació en 1347 y fue la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera Visión sobrenatural, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa: cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de Ángeles; Jesús le sonreía le sonreía al tiempo que le impartía la bendición.

              Su padre, Jacobo, tintorero de pieles, pensó casarla  con un hombre rico, pero la joven Catalina se negó en rotundo y manifestó que se había prometido a Dios cortándose el pelo y dejando atrás las vanidades de las jóvenes de su edad. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometieron a los servicios más  humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.

              Para ayudarse a construir la morada interior, hizo de los fenómenos y personajes externos un camino hacia la Vida Espiritual: al ver y servir a su padre, se figuraría que servía a Dios; al ver y servir a su madre, tendría presente a María Nuestra Señora; y en el servicio a los hermanos, serviría a los Apóstoles.

               Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la Tercera Orden de Santo Domingo cuando apenas tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible Peste Negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.

              A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los Soberanos y aconsejando a los Príncipes. Por su influjo, el Papa Gregorio XI dejó la sede de Avignon para retornar a Roma. Este Pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

              Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, Santa Catalina dictó un maravilloso libro titulado "Diálogo de la Divina Providencia", donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica, que expresan los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la Edad Media.




              Santa Catalina de Siena, murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de Abril de 1380, lo que no impidió reconocerla como la gran Mística del siglo XIV. El Papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como Patrona de la ciudad; es además, Patrona de Italia y Protectora del Pontificado.


"Cuando un alma se eleva a Dios 
con ansias de ardentísimo deseo de amor 
a Él y de la salvación de las almas, 
se ejercita por algún tiempo en la virtud, 
se aposenta en la celda del conocimiento 
de sí misma y se habitúa a ella 
para entender mejor la Bondad de Dios, 
pues al conocimiento sigue el amor, 
y, amando, se cuida de ir en pos 
de la verdad y revestirse de ella..."




RECEMOS POR LA SANTIDAD DE NUESTROS SACERDOTES


"Dios lo juró y no se arrepentirá: 
"Tú eres Sacerdote Eterno 
según el rito de Melquisedec"  

(Salmo 109, vers. 4)




          Omnipotente y Eterno Dios, mira el Rostro de Tu Divino Hijo y por amor a Él, ten piedad de Tus Sacerdotes. Recuerda que no son sino débiles y frágiles criaturas, mantén vivo en ellos el fuego de Tu Amor y guárdalos para que el enemigo no prevalezca contra ellos y en ningún momento se hagan indignos de su Santa Vocación.

          Te ruego por Tus Sacerdotes fieles y fervorosos, por los que trabajan cerca o en lejanas Misiones y por los que te han abandonado...

         ¡Oh Jesús! te ruego por Tus Sacerdotes jóvenes y por los ancianos, por los que están  enfermos o agonizantes y por las Almas de los que estén en el Purgatorio.

          ¡Oh Jesús! te ruego por el Sacerdote que me bautizó, por los Sacerdotes que perdonan mis pecados, por aquellos a cuyas Misas he asistido y asisto, por los que me instruyeron y aconsejaron, por todos para los que tengo algún motivo de gratitud.

          ¡Oh Jesús! guárdalos a todos en Tu Corazón, concédeles abundantes bendiciones en el tiempo y en la Eternidad. Amén.


SÚPLICA 

Sagrado Corazón de Jesús, bendice a Tus Sacerdotes

Sagrado Corazón de Jesús, santifica a Tus Sacerdotes

Sagrado Corazón de Jesús, Reina por Tus Sacerdotes

Santa María, Madre de los Sacerdotes, ruega por ellos

Danos Señor vocaciones sacerdotales y religiosas



miércoles, 29 de abril de 2020

EL GRAN AMOR QUE JESÚS Y MARÍA SENTÍAN POR SAN JOSÉ

   


               Por lo mucho que amaron Jesús y María a San José, como a cuidadosísima y prenda preciosísima suya. Amóle el Hijo de Dios con tiernísimo amor, como declaró Su Majestad en una revelación que refiere Isidoro Isolano (Lib.1, cap. 4) por estas palabras: "Yo conversaba con él en todas las cosas, como si fuera su Hijo, en todo le era obediente, como los hijos a sus padres, y a amaba Yo a José, como a la niña de mis ojos. Fue José, a quien después de la Virgen, el Dulcísimo Niño Jesús besó más veces con Su divina boca, se le colgó al cuello, limpió el sudor con Sus benditas manos, e hizo otros innumerables regalos, que los niños amorosos suelen hacer a sus padres, que cualquiera de ellos bastara para enriquecer de bienes espirituales al alma más seca que hubiera en el mundo." 


               Singularísimo fue el amor que Nuestra Señora tuvo a Su Esposo San José; un Doctor importante afirma que después de Cristo a ninguna otra persona amó más la Virgen, que a San José. Amábale, como a prenda dada por Dios, para tan altos fines. Crecía este amor en la Virgen cada día más, con la ley del agradecimiento, que en Ella fue inviolable, aún de servicios muy pequeños, cuanto más de los que San José le hacía, que eran grandísimos. Aumentábale asímismo el amor, además de las obligaciones, la semejanza de costumbres , y condiciones, la ordinaria compañía de tantos años, sin ninguna ocasión de discordia, todo lo cual era imposible, que dejase de engendrar grandísimo amor y buena querencia.


               Comunicóle esta Gran Señora a San José, dice Ubertino (Lib.2, cap.6), todo cuanto tenía de tesoro en Su Corazón, según la capacidad de José. Dábale parte de su interior, pedíale la ayudase a dar gracias por las muchas mercedes recibidas; trataba con él sus altísimos pensamientos y deseos; queríale más la Virgen Santísima, que ninguna otra esposa del mundo ha querido a su esposo.


               De este grandísimo amor le nace a esta Reina, el enorme contento que recibe con los servicios, que le hacen a este glorioso Santo. Así lo dijo Ella misma a Santa Teresa: "Luego me pareció asirme las manos Nuestra Señora y díjome que le causaba un enorme contento el servir al Glorioso San José, y que creyese que lo que pretendía del Monasterio, se haría y en él se serviría mucho al Señor y a ellos dos y que nos lo guardarían." 




Padre Francisco de Jesús María, Carmelita Descalzo
(Padre Palau)



...QUEDARÁ VENCIDA LA REVOLUCIÓN...





               "Después de una persecución universal, sin ejemplo desde que existe el mundo, volverá a echar a la Iglesia en las catacumbas, abolirá el Culto Divino, se hará adorar como el Cristo Dios, y como tal se creará un Pontífice,  jefe de su culto impío; y todo hombre que no lleve su marca en la frente o en la mano derecha, será declarado fuera de la Ley y condenado a muerte. 

              El reino revolucionario del Anticristo durará tres años y medio. Nuestros Santos Libros contienen la narración espantosa y profética del mismo, y nos enseñan que la Salvación vendrá, aunque inesperada, con la Gloriosa llegada del Salvador en el momento en que todo parecerá estar tranquilo. 

              Esta será la Pascua, la Resurrección de la Iglesia, después de su dolorosa Pasión. Entonces quedará despedazado, aniquilado el poder de Satanás; entonces, pero solamente entonces, quedará vencida la Revolución".



"La Revolución" por Mons. Louis Gastón de Segur



SAN PABLO DE LA CRUZ, el amante de la Pasión de Cristo





               San Pablo de la Cruz nació en Génova (Italia) en 1684. Cuando era niño, cada vez que le llegaba algún sufrimiento especial, su madre le mostraba un crucifijo y le recordaba que Jesús ofreció sus sufrimientos por nosotros, y que también nosotros debemos ofrecer por Él lo que sufrimos. Así lo fue entusiasmando por la Pasión de Cristo.

               Su padre le leía de vez en cuando el libro de Vidas de Santos, y esto lo animaba mucho a ser mejor. Aquel buen hombre avisaba también continuamente a su hijo acerca de lo peligroso y dañino que es juntarse con malas compañías. Así lo libró de muchos males y peligros.

                A los 15 años oyó un emocionante sermón acerca de esta frase de Jesús: "Si no se convierten y no hacen penitencia, todos perecerán". En esa fecha hizo una confesión general de toda su vida y desde aquel día empezó a dormir en el duro suelo, a ayunar, a dedicar varias horas de la noche a rezar y a leer libros piadosos. Luego organizó con algunos de sus compañeros una asociación de jóvenes para ayudar a los demás con sus palabras y buenos ejemplos a ser mejores. Varios de esos muchachos se hicieron religiosos después.  


                Se alistó en el Ejército del Sumo Pontífice para defender la Religión, pero después de un año se dio cuenta que no tenía vocación para militar. Luego rechazó unos negocios muy prometedores que le ofrecían y un matrimonio muy brillante que se le presentaba. Se quedó por varios años en la casa de sus padres dedicado a la oración, a la meditación y a practicar la caridad hacia los pobres.

                En 1720 vio que en sueños, la Virgen María le mostraba una sotana negra con un corazón y una cruz blanca y el nombre de Jesús. Era como un aviso del hábito o distintivo que debería dar a sus religiosos. Después en una visión oyó a Nuestra Señora que le aconsejaba fundar una comunidad que se dedicara a amar y hacer amar la Santísima Pasión de Jesucristo. San Pablo presentó estos mensajes por escrito al Obispo y a su Director Espiritual. Ambos, conociendo la vida heroica de virtud y oración que el joven había llevado desde niño, reconocieron que se trataba realmente de una vocación señalada por Dios. Y el Obispo le dio a Pablo la sotana negra con el corazón blanco y la cruz sobre el pecho.




              San Pablo de la Cruz se retiró durante 40 días a redactar los Reglamentos de la nueva comunidad, en una húmeda habitación junto a una sacristía, donde vivió todo ese tiempo a pan y agua y durmiendo por la noche en un lecho de paja. Esos Reglamentos son los que han seguido siempre sus religiosos. Luego se dedicó a ayudar a los sacerdotes a dar clases de catecismo, y a predicar misiones populares con gran éxito.

               Los primeros candidatos que se presentaron pidiendo ser admitidos en la nueva Congregación, encontraron demasiado duro el Reglamento y se retiraron. Mientras tanto San Pablo de la Cruz y un compañero suyo viajaban por los pueblos predicando misiones y obteniendo muchas conversiones.

               El Papa Benedicto XIV aprobó los Reglamentos, pero suavizándolos un poco, y entonces empezaron a llegar novicios, y pronto tuvo ya tres casas de Religiosos Pasionistas.

               En todas las ciudades y pueblos a donde llegaba predicaba acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo. A veces se presentaba con una corona de espinas en la cabeza. Siempre llevaba en la mano una cruz, y con los brazos extendidos, el santo hablaba de los sufrimientos de Nuestro Señor, en forma que conmovía aun a los más duros e indiferentes. A veces, cuando el público no demostraba conversión, se azotaba violentamente delante de todos, por los pecados del pueblo, de modo que hacía llorar hasta a los soldados y a los bandoleros.

               Un oficial que asistió a algunos de sus sermones decía: "Yo he estado en muchas batallas, sin sentir el mínimo miedo al oír el estallido de los cañones. Pero cuando este Padre predica me hace temblar de pies a cabeza". Es que Dios le había dado la eficacia de la palabra y el Espíritu Santo le concedía la gracia de conmover los corazones.

               En los sermones era duro e intransigente para no dejar que los pecadores vivieran en paz con sus vicios y pecados, pero luego en la confesión era compresivo y amable, invitándolos a hacer buenos propósitos, animándolos a cambiar de vida, y aconsejándoles medios prácticos para perseverar siendo buenos cristianos, y portándose bien.

                Dios colmó a San Pablo de la Cruz con dones extraordinarios. A muchas personas les anunció cosas que les iban a suceder en el futuro. Curó a innumerables enfermos. Estando a grandes distancias, de pronto se aparecía a alguno para darle algún aviso de importancia, y desaparecía inmediatamente. Rechazaba toda muestra de veneración que quisieran darle, pero las gentes se apretujaban junto a él y hasta le quitaban pedacitos de su sotana para llevarlos como reliquias.

               Con su hermano Juan Bautista trabajaron siempre juntos predicando misiones, enseñando catecismo y atendiendo pobres. Como ambos eran sacerdotes, se confesaban el uno con el otro y se corregían en todo lo necesario. Solamente una vez tuvieron un pequeño disgusto y fue cuando un día Juan Bautista se atrevió a decirle a Pablo que lo consideraba un hombre verdaderamente virtuoso. El santo se disgustó y le prohibió hablarle por tres días. Al tercer día Juan Bautista le pidió perdón de rodillas y siguieron siendo buenos amigos como antes.

               En 1771 fundó la Comunidad de Hermanas Pasionistas que se dedican también a amar y hacer amar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

               En 1772 sintiéndose muy enfermo mandó pedir al Papa su bendición para morir en paz. Pero el Sumo Pontífice le respondió que la Iglesia necesitaba que viviera unos años más. Entonces se mejoró y vivió otros tres años.

                Su muerte ocurrió el 18 de Octubre de 1775, cuando tenía ochenta años. Fue canonizado por el Papa Pío IX en 1867.



SAN LUIS GRIGNIÓN DE MONTFORT, el Reino de María y los Apóstoles de los Últimos Tiempos


              San Luis María Grignión de Montfort fue en este proceso histó­rico, un verdadero Profeta. En el momen­to en que tantos espíritus ilustres se sentían enteramente tranquilos en cuan­to a la situación de la Iglesia, engañados en un optimismo disciplente, tibio, sis­temático, él sondeó con mirar de águila las profundidades del presente, y predijo una crisis religiosa futura, en términos que hacen pensar en las desgracias que la Iglesia sufrió durante la Revolución, es decir, la implantación del laicismo de Estado, el establecimiento de la "Iglesia Constitucional", la proscripción del Culto Católico, la adoración de la diosa razón, el cautiverio y muerte del Papa Pío VI, las masacres y deportaciones de Sacer­dotes y Religiosas, la introducción del divorcio, la confiscación de bienes ecle­siásticos, etc. Más aún. Para aliento y alegría nuestra el Santo profetizó una grande y universal Victoria de la Religión Católica en días venideros.




             Pero además de Profeta, San Luis María Grignion de Montfort fue misio­nero y guerrero. Misionero, fustigó implacablemente el espíritu neo-pagano, haciendo cuanto podía por apar­tar al pueblo fiel del mundanismo y de todo cuanto constituía el mal espíritu nacido del Renacimiento. La región evangelizada por él fue tan profunda­mente inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anti­católico de París. Fue la Chouannerie. Si San Luis María Grignion hubiese exten­dido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su histo­ria, y la otra la historia del mundo.

              Orador sagrado eficientísimo, predicaba la palabra de Dios con una fogosi­dad extraordinaria. Esto le valió el odio, no sólo de los calvinistas, sino de una de las sectas más detestables y más influ­yentes que hasta hoy hayan existido infil­tradas en la Iglesia, o sea, los jansenis­tas. Sería largo enunciar las múltiples y complejas razones por las que el jansenismo, con sus apariencias de austeri­dad es, sin embargo, legítimo producto de la crisis religiosa del siglo XVI. Lo cierto es que esta secta, disponiendo de deplorable influencia sobre muchos fie­les, Sacerdotes y hasta Obispos, Arzo­bispos, Cardenales, seguía una línea de pensamiento y de acción nociva a toda restauración de la vida religiosa, apar­taba las almas de los Sacramentos, y combatía vivamente la devoción a Nues­tra Señora.

               San Luis María Grignion de Montfort, por el contrario, tenía a la Sma. Virgen la devoción más ardiente, y, hasta com­puso en su alabanza el "Tratado de la Verdadera Devoción", que consti­tuye hoy el fundamento más fuerte de toda la Piedad Mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los Sacramentos, lo enfer­vorizaba en la Devoción al Rosario. En una palabra, hacía obra diametralmen­te opuesta a las intenciones jansenis­tas.

               Esto le trajo, en los propios medios Católicos, una persecución abierta, que le valió las mayores humillaciones. Causa asombro que mientras Prelados, clérigos y laicos, en nombre de la cari­dad se mostraban irritados o aprensivos con la justa severidad de la Santa Sede en relación con los jansenistas, no hubiese penalidades, actos de hostili­dad, ni humillaciones que les bastase contra San Luis María.

               Se puede decir que fue uno de los Santos más despreciados y humillados que hubo en estos veinte siglos de vida de la Iglesia. Por fin, sólo en dos diócesis le fue permitido ejercer su Ministerio. Pero, como un nuevo Ignacio de Loyola, sintiendo con serenidad el ímpetu contra su persona, los oleajes del odio anticatólico disfrazado con aires de piedad, no se perturbó. Y, humillado, luchó hasta el fin.

               Ahora bien, este Santo extraordinario dejó una oración admirable, conte­niendo enseñanzas y luces especiales para nuestra época. Es la que compuso pidiendo Misioneros para su Congrega­ción.

               En esta oración, como mostraremos más adelante, se ve que para San Luis María sus tiempos eran precursores de una inmensa crisis que se extiende hasta hoy, e irá hasta la instauración del Reino de María. Y él mismo se nos imagina como el modelo, la prefigura de los Apóstoles de los Últimos Tiempos, suscitados para luchar en esta crisis, y vencer la batalla por María San­tísima. Es esta la sublime y profunda actualidad de San Luis María Grignion de Montfort para los Apóstoles de nues­tros días.

               El Reino de María será una época en que la unión de las almas con Nuestra Señora alcanzará una intensidad sin precedentes en la Historia. ¿Cuál es la forma de esa unión en cierto sentido suprema? No conozco medio más perfecto para enunciar y realizar esa unión, que la Sagrada Esclavitud a Nuestra Señora, como es enseñada por San Luis María Grignion de Montfort en el "Tratado de la Verdadera Devoción". 


Plinio Corrêa de Oliveira


Seguro le interesará leer también 






domingo, 26 de abril de 2020

NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO, MATER BONI CONSILII


               En las lejanas tierras de Albania, más allá del Mar Adriático, se encuentra la pequeña ciudad de Scútari. Edificada en una escarpada colina a cuyos pies fluyen los ríos Drina y Bojana, desde el siglo XIII tenía en su poder un precioso tesoro: la hermosa imagen de “Santa María de Scútari”. El Santuario que la albergaba era el centro de peregrinación más concurrido del país, un importante punto de referencia para los albaneses en materia de gracias y consuelo espiritual. La imagen es una pintura realizada sobre una delgada capa de estuco, de 31 cm. de ancho por 42,5 cm. de largo. Una penumbra de misterio y milagro cubre los orígenes del sagrado fresco: nadie sabe cuándo ni por quién fue pintado.


               Detengámonos un poco a contemplar esta maravillosa pintura. Representa a la Santísima Virgen con inefable afecto maternal, amparando en sus brazos al Niño Jesús bajo un sencillo arco iris. Los colores son suaves, y finos los trazos de los admirables semblantes. El Niño Jesús refleja el candor de su corta edad y la sabiduría de quien observa toda la obra de la creación como Señor del pasado, del presente y del futuro. Con indescriptible cariño, el Divino Infante presiona ligeramente su rostro contra el de su Madre. Entre ambos existe una atractiva intimidad; la unión de almas se trasluce en el intercambio de miradas. La Virgen, en altísimo acto de adoración, parece es tar ocupada en adivinar lo que sucede en lo íntimo del Hijo. Al mismo tiempo, toma en consideración al fiel que se arrodilla afligido a sus pies, haciéndolo partícipe, de alguna manera, en la celestial convivencia que el cuadro nos ofrece. No hace falta decir nada; basta con que el necesitado se aproxime, y sentirá producirse en su alma una acción balsámica.





               A mediados del siglo XIV Albania atravesaba grandes dificultades. Después de ser disputada durante siglos entre los pueblos vecinos, era invadida entonces por el poderoso imperio turco. Sin estructura militar capaz de oponerse al enérgico adversario, el pueblo rezaba con angustia, confiándose al auxilio del cielo. La respuesta a tales oraciones no se hizo esperar: en la emergencia surgió un varón de Dios, de noble estirpe y devotísimo de María, decidido a luchar por la Patrona y por la libertad de su país.


               A costa de inmensos esfuerzos bélicos, logró mantener la unidad y la fe de su pueblo. Las crónicas de su tiempo exaltan las hazañas realizadas por él y por los valerosos albaneses que lu charon a su lado estimulados por su ardor.


               Cuando los combates les daban tregua, se arrodillaban todos a los pies de “Santa María de Scútari”, de donde salían fortalecidos y obtenían portentosas y decisivas victorias contra el enemigo de la fe. En eso reluce una característica de aquella que el mundo co­nocería en el futuro como Madre del Buen Consejo: fortalecer a todos los que, combatiendo el buen combate, se le aproximan buscando aliento y valor.


              Sin embargo… al cabo de 23 años de luchas, Skanderbeg fue llevado de esta vida. La falta del piadoso líder era irreparable. Todos presentían que la derrota estaba próxima. El pueblo se encontraba ante la trágica encrucijada de abandonar la patria o someterse a la esclavitud turca.


              En esa situación de perplejidad, la Virgen del fresco se aparece en sueños a dos valientes soldados de Skanderbeg, llamados Georgis y De Sclavis, para ordenarles que la sigan en un largo viaje. La imagen les inspiraba una gran confianza y arrodillarse a sus pies era motivo de gran consuelo para ellos. Cierta mañana estando ambos sumidos en fervorosa oración, ven el más grande milagro de sus vidas.


               El maravilloso fresco se desprende de la pared y, llevado por ángeles, envuelto en una blanca y luminosa nube, va retirándose suavemente del recinto. ¡Resulta fácil imaginar la reacción de los buenos hombres! Atónitos, siguen a la Virgen que avanza por los cielos de Scútari. Cuando se dan cuenta, están a orillas del Mar Adriático. ¡Habían recorrido treinta kilómetros sin sentir cansancio!


               Siempre rodeada por la blanca nube, la milagrosa imagen avanza mar adentro. Perplejos, Georgis y De Sclavis no quieren dejarla; y entonces verifican, estupefactos y eufóricos, que bajo sus pies las aguas se convierten en sólidos diamantes, regresando al estado líquido tras su paso. ¡Qué milagro! Tal como san Pedro en el lago de Genezaret, estos dos hombres ca minan sobre el Adriático guiados por la propia “Estrella del Mar”.


              Sin saber decir cuánto tiempo caminaron, ni cuántos kilómetros dejaron atrás, los buenos devotos ven nuevas playas. ¡Estaban en la penínsu la itálica! Pero… ¿dónde estaba Santa María de Scútari? Miran a uno y otro lado, escuchan otro idioma, sienten un ambiente tan diferente a su Albania, pero ya no ven a la Señora de la luminosa nube. Había desaparecido. ¡Qué gran prueba! Comenzaron entonces una búsqueda infatigable. ¿Dónde estaría Ella?


               En esa misma época, en la pequeña ciudad de Genazzano, no lejos de Roma, vivía una piadosa viuda llamada Petruccia de Nocera. Para entonces ya era una octogenaria mujer de mucha rectitud, terciaria de la orden agustina, y cuya modesta herencia apenas le alcanzaba para vivir. Petruccia era muy d vota de la Madre del Buen Consejo, venerada en una vieja iglesia de Genazzano. La piadosa señora recibió del Espíritu Santo la siguiente revelación: “María Santísima, en su imagen de Scútari, desea salir de Albania”.


               Si la comunicación sobrenatural la sorprendió, todavía más asombro causó en ella recibir de la Virgen misma la orden expresa de levantar el templo que debería recibir su fresco, así como la promesa de ser ayudada en el tiempo oportuno. Comenzó, pues, Petruccia la construcción de la pequeña iglesia. Empleó todos sus recursos… que se terminaron cuando las paredes sólo llegaban al metro de altura. Los escépticos habitantes de la pequeña ciudad convirtieron a la viuda en blanco favorito de sus burlas y sarcasmos, llamándola loca, visionaria, imprudente y anticuada. Pero ella atravesó confiada esta prueba tal como Noé, de quien se mofaban todos mientras construía el arca.


               Era el día 25 de Abril de 1467, Fiesta de San Marcos, Patrono de Genazzano. A las dos de la tarde, Petruccia parte camino a la iglesia, pasando por la bulliciosa feria donde se ofrece desde tejidos de Génova y Venecia hasta un elixir de eterna juventud o un “poderosísimo” licor contra cualquier tipo de fiebre. En medio del vocerío, el pueblo siente una melodía de singular belleza venida del cielo. Se impone el silencio. Todos notan que la música proviene de una nubecita blanca, tan luminosa que ofusca los propios rayos del sol, la cual baja gradualmente hacia la pared inconclusa de una capilla lateral. La muchedumbre acude estupefacta, ocupa el pequeño recinto y ve deshacerse la nube. Ahí estaba suspendido en el aire, sin ningún soporte visible el sagrado fresco, la Señora del Buen Consejo. “¡Un milagro, un milagro!”, gritan todos. ¡Qué alegría para Petruccia y qué consuelo para Georgis y De Sclavis cuando pudieran llegar allá! Se confirmaba el superior designio de la construcción iniciada, y empezaba en Genazzano un largo e ininterrumpido desfile de milagros y gracias obrados por la Virgen.


               El Papa Pablo II, tan pronto como supo de los hechos, envió a dos prelados de confianza para investigarlos. Éstos confirmaron la veracidad de lo que se decía, y atestiguaron diariamente innumerables curaciones, conversiones y prodigios realizados por la Madre del Buen Consejo. En los primeros 110 días después de la llegada, se registraron 161 milagros.


               Entre sus grandes devotos se destacan los papas san Pío V, León XIII –que introdujo a la Madre del Buen Consejo en la letanía lauretana–, san Pío X; y también numerosos santos como San Pablo de la Cruz, San Juan Bosco o San Alfonso de Ligorio.


               Los milagros más grandes María los realiza en el interior del alma, aconsejando, corrigiendo, orientando. Quien pueda venerar el milagroso cuadro de la Madre del Buen Consejo en Genazzano comprobará personalmente el torrente de gracias que brota de su semblante celestial, y comprenderá por qué razón quien haya estado alguna vez allá, sueña con regresar un día a esa sublime intimidad…




EL MES DE MARÍA, ocasión para entregarnos a Nuestra Santa Madre


               SE ACERCA MAYO, el mes que la Piedad Católica ha dedicado tradicionalmente a honrar a María Nuestra Señora y Madre.

               Tomando como referencia las Apariciones de la Virgen en Fátima, nos proponemos cumplir los pedidos de esta Madre Buena que solo busca nuestra salvación, y los condensamos en TRES PROPÓSITOS, sencillos pero de infinito provecho espiritual si los cumplimos con piedad o al menos con constancia...




          -1 REZAR cada día el SANTO ROSARIO (al menos 5 decenas). Es preferible hacerlo MEDITANDO los Misterios, vocalizando bien las oraciones y sin atropellos; entiende que cada Avemaría es una súplica, un piropo, un ayuda que pedimos a Nuestra Santa Madre, y con esa actitud, dedícale el Santo Rosario.

           -2 LLEVAR SIEMPRE con nosotros el Rosario y el Escapulario del Carmen, como signos de consagración al Inmaculado Corazón de María y testimonio físico de nuestra pertenencia a tan Gran Señora y Reina

            -3 DIFUNDIR la Devoción por la Virgen Santísima; cualquier medio es bueno, desde una simple estampa, redes sociales, whatsapp... para eso, las publicaciones de esta página son ideales.

               No esperes a tener ganas para rezar el Santo Rosario, pues nunca lo harás; comiénzalo a rezar aunque no te mueva la devoción... incluso así, es más meritorio, pues Dios, que ve en el fondo de nuestras intenciones, premiará tu esfuerzo por honrar a Su Madre pese al cansancio o distracciones.

               Procura guardar el Rosario en una cartera o bolsa destinada solo a guardar el sacramental del Rosario; sin embargo, es muy bueno que uses algún rosario de material resistente, como madera o plástico, para llevarlo en el bolsillo o al cuello, y que te recuerde que perteneces a María Reina, a quien honras cada día con la Corona del Rosario.

               El Escapulario del Carmen -si ya lo tienes impuesto por un sacerdote- es conveniente que lo uses en tela, con una parte por encima del pecho y la otra cayendo por la espalda. Si por trabajo, calor excesivo o porque el humor corporal afectasen al escapulario de tela, se puede sustituir por una Medalla-Escapulario, que de igual manera hay que tener para el aseo personal, como sustituta del escapulario tradicional en tela.

               Propagar la Devoción por Nuestra Santa Madre es obligación de todo buen Católico; somos hijos de María desde que Cristo Nuestro Señor nos la entregara en el Calvario a través del Apóstol San Juan, que la cuidó y veneró desde ese momento. Todo lo mucho que podamos amar a la Virgen será poco, porque Jesús la amó como nadie jamás podrá amarla... y ¿qué mejor manera que demostrar ese amor por una Madre tan Santa que enseñarla a los demás?. 

               Extender la influencia de esta Reina del Universo entre las almas será para ti tarea fácil si nos ayudas a compartir las publicaciones que en esta página dedicamos a María Virgen. Que Ella anime tus buenas intenciones y te premie por tu apostolado en favor de Su Causa.



DOMINGO DEL BUEN PASTOR




            "Yo Soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. No así el asalariado, que no es el pastor y las ovejas no son suyas. Cuando ve venir el lobo, huye abandonando las ovejas, y el lobo las agarra y las dispersa. A él sólo le interesa su salario y no le importan nada las ovejas. Yo soy el Buen Pastor y conozco a Mis ovejas y ellas Me conocen a Mí, lo mismo que el Padre me conoce a Mí y Yo conozco al Padre. Y Yo doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también llevaré, y habrá un solo rebaño con un solo pastor."




Evangelio de San Juan, cap. 10, vers. 11-16




Toque sobre la imagen para verla en tamaño original


ACTO DE DESAGRAVIO 

COMPUESTO POR EL PAPA PÍO XI 

8 de Mayo de 1928


             ¡Oh Dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante Vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren Vuestro Amantísimo Corazón.

              Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra Divina Misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del Camino de la Salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las Promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de Vuestra Ley.

              Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los Días Festivos, las execrables injurias proferidas contra Vos y contra Vuestros Santos, los insultos dirigidos a Vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del Amor y, en fin, los públicos pecados de las Naciones que oponen resistencia a los Derechos y al Magisterio de la Iglesia por Vos fundada.

              ¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del Honor Divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen Vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que Vos Mismo ofrecisteis un día sobre la Cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de Vuestra Gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia Vuestro Amor, oponiendo la firmeza en la Fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la Ley Evangélica, sobre todo de la Caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en Vuestro seguimiento.

             ¡Oh Benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario Acto de Reparación; concedednos que seamos fieles a Vuestros Mandatos y a Vuestro Servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la Gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.




"Las Glorias de María"; Reina del Mundo y de todas las criaturas


               Habiendo sido exaltada la Virgen María como Madre del Rey de reyes, con toda razón la Santa Iglesia la honra y quiere que sea honrada por todos por el título glorioso de Reina. Si el Hijo es Rey, dice San Atanasio, con toda razón la Madre debe tenerse por Reina y llamarse Reina y Señora. Desde que María, añade San Bernardino de Siena, dio Su consentimiento aceptando ser Madre del Verbo Eterno, desde ese instante mereció ser la Reina del Mundo y de todas las criaturas. 

              Si la carne de María, reflexiona San Arnoldo Abad, no fue distinta de la de Jesús, ¿cómo puede estar la Madre separada del Reinado de Su Hijo? Por lo que debe pensarse que la Gloria del Reinado no sólo es común entre la Madre y el Hijo, sino que es la misma. Y si Jesús es Rey del Universo, Reina también lo es María. De modo que, dice San Bernardino de Siena, cuantas son las criaturas que sirven a Dios, tantas son las que deben servir a María, ya que los Ángeles, los hombres y todas las cosas del Cielo y de la tierra, estando sujetas al dominio de Dios, están también sometidas al dominio de la Virgen. Por eso el Abad Guérrico, contemplando a la Madre de Dios, le habla así: “Prosigue, María, prosigue segura con los Bienes de Tu Hijo, gobierna con toda confianza como Reina, Madre del Rey y Su Esposa”. 





               Sigue pues, oh María, disponiendo a Tu voluntad de los bienes de Tu Hijo, pues al ser Madre y Esposa del Rey del Mundo, se te debe como Reina el imperio sobre todas las criaturas. 

               Así que María es Reina; pero no olvidemos, para nuestro común consuelo, que es una Reina toda dulzura y clemencia e inclinada a hacernos bien a los necesitados. Por eso la Santa Iglesia quiere que la saludemos y la llamemos en esta oración Reina de Misericordia. 

               El mismo nombre de Reina, conforme a San Alberto Magno, significa piedad y providencia hacia los pobres; a diferencia del nombre de emperatriz, que expresa más bien severidad y rigor. La excelencia del rey y de la reina consiste en aliviar a los miserables, dice Séneca. Así como los tiranos, al mandar, tienen como objetivo su propio provecho, los reyes, en cambio, deben tener por finalidad el bien de sus vasallos. De ahí que en la consagración de los reyes se ungen sus cabezas con aceite, símbolo de misericordia, para demostrar que ellos, al reinar, deben tener ante todo pensamientos de piedad y beneficencia hacia sus vasallos. El rey debe ante todo dedicarse a las obras de misericordia, pero no de modo que dejan de usar la justicia contra los criminales cuando es debido. 

              No obra así María, que aunque Reina no lo es de Justicia, preocupada del castigo de los malhechores, sino Reina de la Misericordia, atenta únicamente a la piedad y al perdón de los pecadores. Por eso la Iglesia quiere que la llamemos expresamente Reina de la Misericordia. 

              Reflexionando el gran canciller de París Juan Gerson las palabras de David: “Dos cosas he oído: que Dios tiene el poder y que tuya es, Señor, la misericordia” (Salmo 61, versículo 12), dice que fundándose el Reino de Dios en la Justicia y en la Misericordia, el Señor lo ha dividido: el Reino de la Justicia se lo ha reservado para Él, y el Reino de la Misericordia se lo ha cedido a María, mandando que todas las Misericordias que se otorgan a los hombres pasen por las manos de María y se distribuyan según Su voluntad. Santo Tomás lo confirma en el prólogo a las Epístolas canónicas diciendo que la Santísima Virgen, desde que concibió en Su Seno al Verbo de Dios y le dio a luz, obtuvo la mitad del Reino de Dios al ser constituida Reina de la Misericordia, quedando para Jesucristo el Reino de la Justicia. 

               El Eterno Padre constituyó a Jesucristo Rey de Justicia y por eso lo hizo Juez Universal del mundo. Así lo cantó el Profeta: “Señor, da Tu juicio al Rey y Tu justicia al Hijo de Reyes” (Salmo 71, versículo 2). Esto también lo comenta un docto intérprete, y dice: Señor, Tú has dado a Tu Hijo la Justicia porque la Misericordia la diste a la Madre del Rey. 

               San Buenaventura, parafraseando también ese pasaje, dice: “Da, Señor, Tu juicio al Rey y Tu Misericordia a la Madre de Él”. Así, de modo semejante al Arzobispo de Praga, Ernesto, dice que el Eterno Padre ha dado al Hijo el oficio de juzgar y castigar, y a la Madre el oficio de compadecer y aliviar a los miserables. Así predijo el mismo Profeta David que Dios mismo, por así decirlo, consagró a María como Reina de la Misericordia ungiéndola con óleo de alegría: “Dios Te ungió con óleo de alegría” (Salmo 44, versículo 8). 

              A fin de que todos los miserables hijos de Adán se alegraran pensando tener en el Cielo a esta gran Reina llena de unción de Misericordia y de Piedad para con todos nosotros, como dice San Buenaventura: “María está llena de unción de Misericordia y de óleo de Piedad, por eso Dios la ungió con óleo de alegría”. 



(Continuará...)