Ya el Domingo anterior se nos inculcaba la práctica de la condescendencia y de la caridad fraterna; fruto sabrosísimo del Misterio Eucarístico, llamado con razón por San Agustín "atadura de Caridad".
Hoy la Liturgia nos trae el Evangelio del convite, figura que era del Magno Convite Eucarístico, al que todos estamos invitados por el Gran Padre de familias, por el Rey, que es Dios; todos, aún los pecadores baldados por la culpa, pues precisamente para enderezarlos y darles fuerzas, instituyó y preparó la Divina Sabiduría este banquete, del que nadie es excluído, si a él se acercare con la debida buena voluntad y demás disposiciones de cuerpo y alma.
"Los goces corporales que prenden en nosotros vehementes deseos antes de poseerlos, traen enseguida el hastío, por la misma indigestión que causan al que los experimenta. Los goces espirituales, por el contrario, provocan el desprecio antes de su posesión, pero acucian el deseo una vez poseídos; y el que los ha gustado, queda más hambriento de los mismos, cuanto más los saborea" (San Gregorio)
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