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¡Feliz José!, ¡oye
a las más pura de las vírgenes que le llama Su Superior y Señor!. Ve a esta Divina Madre que pone a Su Hijo en sus brazos, él, a
su vez, lleva y estrecha contra su propio corazón al Divino Niño. ¡Recibe Sus primeras caricias! ¡Guía Sus primeros pasos!. ¡Le oye balbucir el dulce nombre de Padre!. ¡Goza continuamente de Su amable y encantadora Presencia y de la de Su Virginal Madre!. ¡Sólo por Ellos vive y respira!... ¡Sólo por Ellos vela y trabaja!...
Cuando, al atardecer, se rinden sus brazos a la fatiga, mira a
Jesús y a María, y, ¡el pensamiento de que trabaja para alimentarles le hace recobrar nuevas fuerzas!...
¡Por Ellos lleva todos
sus sufrimientos con alegría! ¡De Ellos recibe los testimonios
de la más pura ternura y, en fin, expira en Sus brazos!...
¡Qué Vida la de San José! Si pudiésemos comprenderla e imitarla un poco, ¡qué dichosos y qué Santos seríamos! Pidámosle
que nos conceda esta gracia; ¡nada desea él tanto como vernos
caminar por sus mismos pasos!
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