"... A los que se interesan por el Apostolado, nada debe importar más que el conocimiento de las Devociones providenciales con que el Espíritu Santo enriquece a la Santa Iglesia en cada época, para el provecho de las almas. El Sumo Pontífice Pío XII señala dos Devociones: la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Corazón Inmaculado de María.
Al aparecerse en Fátima, Nuestra Señora dijo textualmente a los pastorcitos que una intensa devoción al Corazón Inmaculado de María sería el medio de salvación del mundo contemporáneo. Milagros sin cuenta han atestado la autenticidad del mensaje celestial. No nos resta sino conformarnos al dictamen que de él proviene. Si esa es la salvación del mundo, si queremos salvar el mundo, pregonemos el medio providencial para su salvación. El día en que tuviéramos legiones de personas verdaderamente devotas del Corazón Inmaculado de María, el Corazón de Jesús reinará sobre el mundo entero.
En efecto, estas dos Devociones no se pueden separar. La Devoción a María Santísima es la atmósfera propia de la Devoción a Nuestro Señor. El verano trae las flores y los frutos. La Devoción a Nuestra Señora genera como fruto necesario el amor sin reservas a Nuestro Señor Jesucristo. Y, el día en que el mundo entero se vuelva a Jesús por María, el mundo se habrá salvado...
Nada nos puede dar mayor confianza, esperanza más fundada, estímulo más seguro, que la convicción de que en todas nuestras miserias, en todas nuestras caídas, no tenemos solamente, mirándonos con el rigor de Juez, a la infinita Santidad de Dios, sino también el Corazón lleno de ternura, de compasión, de misericordia, de Nuestra Madre Celestial...
Ella sabrá conseguir para nosotros todo cuanto nuestra flaqueza pide para la gran tarea de nuestro resurgimiento moral. Con este Corazón, todos los terrores se disipan, todos los desánimos se desvanecen, todas las incertezas se despejan. El Corazón Inmaculado de María es la Puerta del Cielo, abierta de par en par a los hombres de nuestro tiempo, tan extremadamente débiles. Y esta puerta, nadie la podrá cerrar —ni el demonio, ni el mundo, ni la carne..."
Plinio Corrêa de Oliveira
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