jueves, 23 de junio de 2022

HORA SANTA (IV) Dictada a la mística María Valtorta




“Amaos los unos a los otros 
como Yo os he amado”

Evangelio de San Juan, cap. 13, vers. 34



               Desde la cuna hasta la cruz. Desde Belén hasta el monte de los Olivos, os he amado.

               El frío y la miseria de mi primera noche en el mundo no me han impedido amaros con mi espíritu y, anonadadamente hasta no poder deciros, Yo–Verbo: “os amo”, os he dicho aquellas palabras con mi espíritu, inseparable del espíritu del Padre y con Él operante en una actividad inextinguible.

               La agonía de mi última noche en la Tierra no me impidió amaros. Al contrario, ha tocado las más altas cumbres del amor, ha ardido en el incendio más vivo, ha consumado todo lo que no era amor hasta exprimir, junto con la repulsión por el pecado y el dolor por el abandono paterno, la sangre de mis venas.

               ¿Qué amor hay más grande que el de aquel que sabe amar sabiéndose odiado? Yo os he amado así.

               El primer gesto de mis manos, una caricia; el último, una bendición. Y entre estos dos gestos, nacido el primero en la oscuridad de una noche de invierno, el último en el resplandor de una abrasadora mañana de verano, treinta y tres años de gestos de amor, que respondían a otros tantos movimientos de amor. Amor de milagros, amor de caricias a los niños y a los amigos, amor de maestro, amor de benefactor, amor de amigo, amor, amor, amor...

               Y amor más que humano en la última Cena. Antes de que fueran atadas y traspasadas, estas manos mías han lavado los pies de los apóstoles incluso de aquel al que habría querido lavar el corazón, y han partido el pan. Y me rompía el Corazón con aquel pan. Ése os daba. porque sabía cercano mi regreso al Cielo y no quería dejaros solos. Porque sabía qué fácil os es olvidaros y quería que os vierais, hermanos sentados a una única mesa, alrededor de mi mesa, para deciros el uno al otro: “Somos de Jesús”.

               ¿Qué amor más grande que el de aquel que sabe amar a quien le tortura? Con todo, Yo os he amado así, y he sabido pedir por vosotros mientras que moría.

               Amaos como Yo os he amado. El odio extingue la luz, e incluso el simple rencor ofusca la paz. Dios es paz, es luz, porque Dios es amor, pero si no amáis, y amáis como Yo os he amado, no podréis tener a Dios.

               Como Yo os he amado. Por eso sin soberbias. De este Sagrario, de esta Cruz, de este Corazón sólo salen palabras de humildad.

               Soy Dios y Soy vuestro Siervo, y estoy aquí en espera de que me digáis: “Tengo hambre” para darme a vosotros hecho Pan. Soy Dios y me expongo a vuestros ojos sobre el madero, que era un patíbulo infame, desnudo y maldito. Soy Dios y os ruego que améis mi Corazón. Os lo ruego. Porque os amo, porque si me amáis os hacéis el bien a vosotros mismos. Yo soy Dios, con o sin vuestro amor sigo siendo Dios, pero vosotros no. Sin mi amor no sois nada: polvo.

               Os quiero Conmigo. Os quiero aquí. Quiero con vuestro polvo hacer una luz de bienaventuranza. Quiero que no muráis, sino que viváis, porque Yo soy la Vida y quiero que vosotros tengáis la Vida.

               Amaos sin egoísmo. Sería un amor impuro, destinado a morir por enfermedad. Amaos queriendo para los demás mayor bien del que deseáis para vosotros mismos. Es muy difícil, lo sé, pero ¿veis este Pan eucarístico? Ha forjado mártires. Eran criaturas como vosotros: miedosas, débiles, hasta viciosas. Este Pan les ha convertido en héroes.

               En el primer punto os he indicado mi Sangre para vuestra purificación. En el tercer punto os indico esta Mesa y este Pan para santificaros. La Sangre, de pecadores os ha hecho justos; el Pan, de justos os hace santos. Un baño limpia pero no nutre; refresca, repone, pero no se hace carne de la carne. La comida, en cambio, se hace sangre y carne, se hace parte de vosotros mismos. Mi Comida se hace parte de vosotros mismos.

               ¡Oh! ¡pensad! Mirad a un niño pequeño. Hoy come su pan y mañana de nuevo y también pasado mañana, y el otro, y el otro. Entonces se hace hombre: alto, robusto, hermoso. ¿Su madre lo hizo así? No, su madre lo ha concebido, llevado en su seno, dado a luz, criado y amado, amado, amado. Pero el pequeño hubiera perecido de inanición, si tras la leche no hubiera tenido más que baños, besos y amor. Este pequeño se hace hombre porque toma comida para adultos. Aquel hombre lo es porque toma su alimento cotidiano.

               Lo mismo sucede con vuestro yo espiritual. Nutridlo con el Alimento verdadero que desciende del Cielo y que desde el Cielo os trae todas las energías para haceros viriles en la Gracia. La virilidad sana y fuerte siempre es buena. Mirad cómo es más fácil ver a un enfermizo ser áspero y sin compasión ni paciencia. Mi Alimento os hará sanos y fuertes en la virilidad del espíritu y sabréis amar a los demás más que a vosotros mismos, como Yo os he amado.

               Porque, mirad, hijos, Yo os he amado no como uno se ama a sí mismo sino más que a Mí mismo. Tanto es así que me he dispuesto a la muerte para salvaros a vosotros de la muerte. Si amáis así conoceréis a Dios.

               ¿Sabéis qué quiere decir conocer a Dios?. Quiere decir conocer el gusto de la verdadera Alegría, de la verdadera Paz, de la verdadera Amistad. ¡Oh! ¡la Amistad, la Paz, la Alegría de Dios! Es el premio prometido a los bienaventurados, pero ya se le da a quien, en la Tierra, ama con todo su ser.

               El amor, para ser verdadero, no lo es de palabras, es de hechos, activo, como su fuente que es Dios. Nunca se cansa de obrar ni siquiera por las decepciones que dan los hermanos. Pobre de aquel amor que cae como un pájaro de débiles alas cuando un obstáculo le hiere.

               El verdadero amor, aún herido, sube. Si no puede volar, trepa con las uñas y con el pico para no yacer en la sombra y en el hielo, para estar en el sol, medicina de todo mal. Y en cuanto está restablecido vuelve a volar. Y va de Dios a los hermanos y de éstos a Dios, mariposa angélica que lleva el polen de los jardines celestiales para fecundar las flores terrestres, y lleva a Dios los perfumes raptados de las flores más humildes, para que los acoja y los bendiga.

               Pero ¡ay de ella si se aleja del sol! El Sol es mi Eucaristía, porque en Ella está bendiciendo el Padre y amante el Espíritu, mientras que Yo, el Verbo, obro.

               Venid y tomad. Éste es mi Alimento que ardientemente pido que sea consumado por vosotros.



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