Cristo Nuestro Señor escogió a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), humilde monja visitandina del Monasterio de Paray-le-Monial (Francia), para revelarle los deseos de Su Corazón y para confiarle la tarea de dar a conocer al mundo esta Devoción, que la Divina Providencia ha reservado para los Últimos Tiempos. Según dejó escrito la Santa, entre los años 1673 y 1675, en la intimidad de el alma, Jesús la hace reposar en Su Divino Pecho, donde descubre a Santa Margarita las maravillas de Su Amor y los secretos de Su Corazón. "Mi Divino Corazón -le dice- está tan apasionado de Amor a los hombres, que no pudiendo contener en Él las llamas de Su ardiente Caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti, y se manifieste a ellos para enriquecerlos con preciosos dones".
En otra ocasión, volvió Nuestro Señor a manifestarse a la religiosa para hacerle un pedido de Amor y Piedad hacia el Santísimo Sacramento; así lo dejó reflejado Santa Margarita en una misiva: "Un Viernes, en la Sagrada Comunión, me dijo el Señor estas Palabras: Te prometo, en la excesiva Misericordia de Mi Corazón, que Su Amor Omnipotente concederá a todos los que comulguen Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la Gracia de la penitencia final; no morirán en Mi desgracia y sin haber recibido los Sacramentos; Mi Divino Corazón será su Asilo seguro en el último momento". (Carta de Santa Margarita a la Madre Saumaise, de Mayo de 1688)
Condiciones para ganar esta gracia
1. Recibir la Sagrada Comunión durante nueve primeros Viernes de mes de forma consecutiva y sin ninguna interrupción (sin estar en pecado mortal). Se recomienda acercarse a la Confesión, a fin de estar en total estado de gracia, y todo ello, siempre con la piadosa intención de reparar los ultrajes de desamor hacia el Sagrado Corazón de Jesús.
2. Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús; hacerlo especialmente por aquellos que debieran hacerlo y no lo hacen. Pedir a Jesús la gracia de alcanzar la perseverancia final.
3. Ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento del Altar; por eso, al terminar la Santa Misa, o ya recogido en tu casa, procura situarte como si estuvieras ante el Sagrario y acompaña a Jesús en la soledad del Tabernáculo.
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