Según el Calendario Católico, la Santa Iglesia recuerda hoy a uno de los tres principales Arcángeles, a San Rafael, que etimológicamente significa "Medicina de Dios". En la Sagrada Escritura, en el Libro de Tobías, se cuenta cómo Dios envió al Arcángel San Rafael a ayudar al anciano Profeta Tobías, que estaba ciego, y a Sarah, la hija de Raquel, cuyos siete maridos habían muerto la noche del día bodas. San Rafael tomó la forma humana y se hizo llamar Azarías. Éste, acompañó a Tobías en su viaje, le ayudó en sus dificultades y le explicó cómo podía casarse con Sarah sin peligro alguno. En el mismo relato del Libro de Tobías, el mismo Arcángel se describe como “uno de los siete que están en la presencia del Señor”
Santa María Francisca de las Cinco Llagas (1715 - 1791) fue una mística de la Orden Tercera de San Francisco, hija de comerciantes de Nápoles, ciudad que entonces estaba bajo el dominio español; su vida de piedad y su celo por la salvación de las almas la llevó a compartir la Pasión con Cristo Nuestro Señor, siendo estigmatizada y bendecida con otras muchas gracias sobrenaturales; fueron tantos los testimonios acerca de su Santidad que finalmente sería canonizada por el Papa Pío IX en 1867.
Esta Santa tenía al Arcángel San Rafael como su mejor amigo: la consolaba en sus penas y la cuidaba en sus enfermedades. Un día, su Director Espiritual, el Padre San Francisco Javier María Bianchi, estaba con ella y sintió un "olor de Paraíso". Pidió a la Santa una explicación y ella le dijo: "No se maraville Su Paternidad, porque aquí en medio de nosotros está el Arcángel San Rafael".
En 1786, Santa María Francisca estaba muy enferma y era incapaz del menor movimiento. Don Juan Pessiri, Sacerdote secular que en ocasiones la confesaba, quiso ayudarla y le llevó una taza de chocolate que colocó en la mesita de noche, diciéndole que se la tomara, mientras él iba a realizar algunos trabajos de su ministerio sacerdotal. La pobre enferma no sabía cómo obedecer, porque no podía moverse; y pidió ayuda a su gran protector San Rafael. Al instante, una mano invisible le presentó la taza y, después de tomar el chocolate, la recogió y la dejó en su lugar. Santa María Francisca, consolada y agradecida, le dio las gracias a Dios y a su celestial Arcángel.
En otra oportunidad, se le presentó el Arcángel San Rafael como un joven vestido de blanco y de una extraordinaria belleza. El Arcángel le dijo: "Yo soy San Rafael. El Altísimo me ha enviado a curarte la llaga de tu costado, que está a punto de gangrenarse. Renueva tu fe en Dios y Él te bendecirá". Al día siguiente, la llaga del costado estaba sana.
El amable Arcángel hizo de enfermero y le ayudaba en tareas cotidianas, como cuando le cortaba el pan o le decía, con una dulce sonrisa, que ella no podía servirse sola; Santa María Francisca disfrutó de una gran familiaridad con el Arcángel, que era su especial protector y guardián.
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