Pero su corazón aspiraba a cosas más altas, y tras una desgarradora lucha interior, Roma ve un día cómo su Prefecto cambia sus ricas vestiduras por los austeros hábitos de los campesinos que San Benito había adoptado para sus monjes. Su mismo palacio del monte Celio fue transformado en monasterio. Gregorio es feliz en la paz del claustro, aunque pronto será arrancado de ella por el mismo Sumo Pontífice, que le envía como Nuncio a Constantinopla. De aquí en adelante añorará siempre aquellos cuatro años de vida monacal.
En 586, llega a Roma cuando las aguas del Tíber se desbordan y siembran la desolación. Personas ahogadas, palacios destruidos, hambre y la peste. Una de las víctimas de la peste es el Papa Pelagio II. Y Gregorio es elegido Papa para suceder a Pelagio, quedando apartado de la soledad que buscaba en el monasterio. Ya no vivirá más la paz de la vida monacal, pero la espiritualidad de aquellos hombres entregados a la oración le marcará para siempre. En su fecundo Pontificado, destaca su celo por la Liturgia, la organización definitiva del canto litúrgico, que se conoce aún con el nombre de "canto gregoriano".
"Importa que el Pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes. Que la ocupación de las cosas exteriores no le disminuya el cuidado de las interiores y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores", escribe San Gregorio Magno en su "Regla Pastoral", y éste fue el programa de su actuación. Genio práctico en la acción, fue ante todo el buen pastor cuya solicitud se extiende a toda su grey. Fue incansable restaurador de la Disciplina Católica. En su tiempo se convirtió Inglaterra y los visigodos abjuraron el arrianismo.
Renovó el Culto y la Liturgia, como sus revisiones del Canon Romano, que había codificado para todo el Rito Romano, estableció un calendario universal de fiestas, definió con mayor precisión el papel litúrgico de los Sacerdotes y Diáconos y reorganizó la caridad en la Iglesia. Sus obras teológicas y la autoridad de las mismas fueron indiscutidas hasta la llegada del Protestantismo. Dio al Pontificado un gran prestigio. Su voz era buscada y escuchada en toda la cristiandad. Su obra fue curar, socorrer, ayudar, enseñar, cicatrizar las llagas sangrantes de una sociedad en ruinas. No tuvo que luchar con desviaciones dogmáticas, sino con la desesperación de los pueblos vencidos y la soberbia de los vencedores.
La obra realizada por San Gregorio Magno fue inmensa, pese a que por su gran humildad, había procurado por todos los medios no aceptar el mando supremo de la Iglesia. Pero una vez elegido Papa por el clero, el senado y el pueblo fiel, y bien vista su elección por el Emperador, se entregó a aquella tarea para la que toda su vida anterior había sido una providencial preparación.
"Esté cercano el Pastor a cada uno de sus súbditos con la compasión. Y olvidando su grado, considérese igual a los súbditos buenos, pero no tenga temor en ejercer, contra los malos, el derecho de su autoridad. Recuerde que mientras todos los súbditos dan gracias a Dios por cuanto el Pastor ha hecho de bueno, no se atreven a censurar lo que ha hecho mal; cuando reprime los vicios, no deje de reconocerse, humildemente, igual que los hermanos a quienes ha corregido y siéntase ante Dios tanto más deudor cuanto más impunes resulten sus acciones ante los hombres..." (Reg. past. parte II, 5 y 6).
En relación con la Misa, San Gregorio Magno quizás sea especialmente recordado por muchos por el Milagro Eucarístico que ocurrió en el año 595 durante el Santo Sacrificio. Este famoso incidente fue relatado por Pablo el Diácono en su biografía del Santo Papa, Vita Beati Gregorii Papae .
El Papa Gregorio estaba distribuyendo la Sagrada Comunión durante la Misa Dominical y notó que entre los que estaban en la fila una mujer que había ayudado a hacer las hostias se reía. Esto lo perturbó mucho y le preguntó cuál era la causa de su comportamiento inusual. La mujer respondió que no podía creer cómo las hostias que ella había preparado podían convertirse en Cristo Cuerpo y Sangre sólo con las palabras de Consagración.
Al escuchar esta incredulidad, San Gregorio se negó a darle la Sagrada Comunión imploró a Dios que la iluminara con la verdad. Justo después de hacer esta súplica al Señor, el Papa fue testigo de cómo algunas Hostias consagradas (que aparecían como pan) cambiaban su apariencia a carne y sangre reales. Al mostrarle este Milagro a la mujer, ella se arrepintió de su incredulidad y se arrodilló llorando. Hoy en día, dos de estas Hostias milagrosas todavía pueden ser veneradas en la Abadía de Andechs en Alemania.
San Gregorio murió el 12 de Marzo de 604.
San Gregorio, en su época de Abad, cuenta que había un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina. Una vez, había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que se enfermó y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón mago: "Que tu dinero perezca contigo". A los pocos días, pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar celebrar treinta Misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto.
El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta Misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al Cielo, libre de las penas del Purgatorio, por las treinta Misas celebradas por él. Estas Misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, Misas Gregorianas. Estas treinta Misas seguidas, celebradas por los difuntos, todavía se acostumbra celebrarlas y, según algunas revelaciones privadas recibidas por místicos, son muy agradables a Dios.
LAS TREINTA MISAS GREGORIANAS
San Gregorio, en su época de Abad, cuenta que había un monje llamado Justo, que ejercía con su permiso la medicina. Una vez, había aceptado sin su permiso una moneda de tres escudos de oro, faltando gravemente así al voto de pobreza. Después se arrepintió y tanto le dolió este pecado que se enfermó y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios. Sin embargo, San Gregorio, para inculcar en sus religiosos un gran horror a este pecado, lo hizo sepultar fuera de las tapias del cementerio, en un basural, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los religiosos las palabras de San Pedro a Simón mago: "Que tu dinero perezca contigo". A los pocos días, pensó que quizás había sido demasiado fuerte en su castigo y encargó al ecónomo mandar celebrar treinta Misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto.
El ecónomo obedeció y el mismo día que terminaron de celebrar las treinta Misas, se apareció Justo a otro monje, Copioso, diciéndole que subía al Cielo, libre de las penas del Purgatorio, por las treinta Misas celebradas por él. Estas Misas, se llaman ahora, en honor de San Gregorio Magno, Misas Gregorianas. Estas treinta Misas seguidas, celebradas por los difuntos, todavía se acostumbra celebrarlas y, según algunas revelaciones privadas recibidas por místicos, son muy agradables a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.