jueves, 19 de septiembre de 2024

LA SEÑORA DE LAS LÁGRIMAS BRILLANTES Y LLENAS DE AMOR

     

               "La Santísima Virgen lloró durante casi todo el tiempo que me habló. Sus lágrimas fluían lentamente, una a una, hasta Sus rodillas… y luego, como chispas de luz, desaparecían. Eran brillantes y llenas de amor. Yo hubiera querido consolarla y que no llorara. Pero me parecía que necesitaba mostrar Sus lágrimas para demostrar mejor su amor olvidado por los hombres. 

                Las lágrimas de Nuestra tierna Madre, lejos de debilitar Su aire majestuoso de Reina y Señora, parecían, por el contrario, embellecerla, hacerla más amable, más radiante. Los ojos de la Santísima Virgen, Nuestra tierna Madre, no pueden describirse con lenguaje humano. Haría falta un serafín para hablar de ellos, haría falta el lenguaje mismo de Dios, de Dios que formó a la Virgen Inmaculada, Obra Maestra de Su Poder. 

                Los ojos de la augusta María parecían mil y mil veces más hermosos que los brillantes, los diamantes y las piedras preciosas. Eran como la Puerta de Dios, a través de la cual se veía todo lo que puede encantar el alma... bastarían para ser el Cielo de un bienaventurado; bastaría para hacer entrar a un alma en la plenitud de la Voluntad del Altísimo, entre todos los acontecimientos que se suceden en el curso de la vida; bastaría para impulsar a un alma a continuos actos de alabanza, de acción de gracias, de reparación y de expiación..."


Declaración de Mélanie Calvat, recogida por el Padre Fray Pie 
Raymond Régamey O.P. en “Les plus beaux textes sur la Vierge




               Sucedió este gran acontecimiento en una meseta montañosa al sudeste de Francia, cerca del poblado de La Salette. Un niño llamado Maximino Giraud, de once años y la joven Melania Mathieu, de quince años, estaban cuidando el ganado. Melanie estaba acostumbrada y entrenada a este tipo de trabajo desde que tenía nueve años de edad, pero todo era nuevo para Maximino. Su padre le había pedido que lo hiciera como un acto generoso para cooperar con el granjero que tenía a su ayudante enfermo por esos días. 

               Según el propio Relato de Melania: El día 18 de Septiembre de 1846, víspera de la Aparición de la Santísima Virgen, estaba yo sola, como siempre, cuidando el ganado de mi amo, alrededor de las once de la mañana vi a un niño que se aproximaba hacía mí. Por un momento tuve miedo, pues me parecía que todos deben saber que evitaba todo tipo de compañía. El niño se acercó y me dijo: "Hey niña, voy a ir contigo, soy de Corps". A estas palabras mi malicia natural se mostró y le dije: "No quiero a nadie a mi alrededor. Quiero estar sola". Pero el, siguiéndome, dijo: "Mi amo me envió aquí para que contigo cuidara el ganado. Vengo de Corps". Me separé molesta de el, dándole a entender que no quería a nadie alrededor mío. Cuando estaba ya a cierta distancia me senté en la hierba. Usualmente de esta forma hablaba a las florecitas o al Buen Dios.

               Después de un momento, detrás de mí estaba Maximino sentado y directamente me dijo: "Déjame estar contigo, me portaré muy bien". Aún en contra de mi voluntad y sintiendo un poco de lástima por Maximino le permití quedarse. Al oír la campana de la Salette para el Angelus, le indiqué elevar su alma a Dios. El se quitó el sombrero y se mantuvo en silencio por un momento. Luego comimos y jugamos juntos. Cuando cayó la tarde bajamos la montaña y prometimos regresar al día siguiente para llevar al ganado nuevamente.

              Al día siguiente, sábado, 19 de Septiembre, de 1846, el día estaba muy caluroso y los dos jovencitos acordaron comer su almuerzo en un lugar sombreado. Melania había descubierto que Maximino era muy buen niño, simple y dispuesto a hablar de lo que ella deseara. Era muy flexible y juguetón, pero si un poco curioso. Llevaron el ganado a una pequeña quebrada y encontrando un lugar agradable decidieron tomar una siesta. Ambos durmieron profundamente. Melania fue la primera en despertar. El ganado no estaba a su vista, entonces rápidamente llamó a Maximino. Juntos fueron en su búsqueda por los alrededores y lo encontraron pastando plácidamente.

               Los dos jóvenes volvían en la búsqueda de sus utensilios donde habían llevado su almuerzo y cerca de la quebrada en donde habían hecho la siesta divisaron un globo luminoso que parecía dividirse. Melania pregunta a Maximino si el ve lo que ella esta viendo. ¡Oh Dios mío!, exclamó Melania dejando caer la vara que llevaba. Algo fantásticamente inconcebible la inundaba en ese momento y se sintió atraída, con un profundo respeto, llena de amor y el corazón latiéndole más rápidamente. Vieron a una Señora que estaba sentada en una enorme piedra. Tenía el rostro entre sus manos y lloraba amargamente. Melania y Maximino estaban atemorizados, pero la Señora, poniéndose lentamente de pie, cruzando suavemente sus brazos, les llamó hacía ella y les dijo que no tuvieran miedo. Agregó que tenía grandes e importantes nuevas que comunicarles. Sus suaves y dulces palabras hicieron que los jóvenes se acercaran apresuradamente. Melania cuenta que su corazón deseaba en ese momento adherirse al de la bella Señora.

ERA ALTA Y MAJESTUOSA

                La Señora era alta y de apariencia majestuosa. Tenía un vestido blanco con un delantal ceñido a la cintura, no se podría decir que era de color dorado pues estaba hecho de una tela no material, más brillante que muchos soles. Sobre sus hombros lucía un precioso chal blanco con rosas de diferentes colores en los bordes. Sus zapatos blancos tenían el mismo tipo de rosas. De su cuello colgaba una cadena con un crucifijo. Sobre la barra del crucifijo colgaban de un lado el martillo y del otro las tenazas. De su cabeza una corona de rosas irradiaba rayos luminosos, como una diadema. En sus preciosos ojos habían lágrimas que rodaban sobre sus mejillas. Una luz más brillante que el sol pero distinta a éste le rodeaba.

                  Le dijo a los jóvenes que la mano de su Hijo era tan fuerte y pesada que ya no podría sostenerla, a menos que la gente hiciera penitencia y obedeciera las leyes de Dios. Si no, tendrían mucho que sufrir. "La gente no observa el Día del Señor, continúan trabajando sin parar los Domingos. Tan solo unas mujeres mayores van a Misa en el verano. Y en el invierno cuando no tienen más que hacer van a la iglesia para burlarse de la Religión. El tiempo de Cuaresma es ignorado. Los hombres no pueden jurar sin tomar el Nombre de Dios en vano. La desobediencia y el pasar por alto los Mandamientos de Dios son las cosas que hacen que la mano de Mi Hijo sea más pesada".

                La Santísima Virgen continuó conversando y les predijo una terrible hambruna y escasez. Dijo que la cosecha de patatas se había echado a perder por esas mismas razones el año anterior. Cuando los hombres encontraron las patatas podridas, juraron y blasfemaron contra el Nombre de Dios aún más. Les dijo que ese mismo año la cosecha volvería a echarse a perder y que el maíz y el trigo se volverían polvo al golpearlo, las nueces se estropearían, las uvas se pudrirían. Después, la Señora comunica a cada joven un secreto que no debían revelar a nadie, excepto al Santo Padre, en una petición especial que el mismo les haría.

               La Señora agregó que si el pueblo se convirtiera, las piedras y las rocas se convertirían en trigo y las patatas se encontrarían sembradas en la tierra. Entonces preguntó a los jovencitos: "¿Hacéis bien vuestras oraciones, hijos Míos?" Respondieron los dos: "¡Oh! no, Señora; no muy bien." ; "¡Ay, hijos Míos! Hay que hacerlas bien por la noche y por la mañana. Cuando no podáis hacer más, rezad un Padrenuestro y un Avemaría; y cuando tengáis tiempo y podáis, rezad más."




DESPUÉS DE LA APARICIÓN...

               Con su voz maternal y solícita les termina diciendo: "Pues bien, hijos míos, decid esto a todo Mi pueblo". Luego continuó andando hasta el lugar en que habían subido para ver donde estaban las vacas. Sus pies se deslizan, no tocan más que la punta de la hierba sin doblarla. Una vez en la colina, la hermosa Señora se detuvo. Melania y Maximino corren hacia ella apresuradamente para ver a donde se dirige. La Señora se eleva despacio, permanece unos minutos a unos metros de altura, mira al cielo, a su derecha (¿hacia Roma?), a su izquierda (¿Francia?), a los ojos de los niños, y se confunde con el globo de luz que la envuelve. Este sube hasta desaparecer en el firmamento.

               Al principio solo algunos creían lo que los jóvenes decían haber visto y oído. Los campesinos que habían contratado a los jóvenes estaban sorprendidos que, siendo estos tan ignorantes, fueran capaces de transmitir y relacionar tan complicado mensaje tanto en francés, el cual no entendían bien, como en patuá (dialecto francés) en el cual describían exactamente lo que decían.

               A la mañana siguiente Melania y Maximino fueron llevados a ver al Párroco. Era un Sacerdote de edad avanzada, muy generoso y respetado. Al interrogar a los jóvenes, escuchó todo el relato, ante el cual quedó muy sorprendido y realmente pensó que ellos decían la verdad. En la Misa del Domingo siguiente habló de la visita de la Señora y Su petición. Cuando llegó a oídos del Obispo que el Párroco había hablado sobre la Aparición desde el púlpito, éste fue reprendido y reemplazado por otro Sacerdote.

               Melania y Maximino eran constantemente interrogados tanto por los curiosos como por los devotos. Ellos simplemente contaban la misma historia, repitiéndola una y otra vez. A los que estaban interesados en subir la montaña, les señalaban el lugar exacto donde la Señora se había aparecido. En varias ocasiones fueron amenazados de ser arrestados si no negaban lo que continuaban diciendo. Sin ningún temor y vacilación reportaban a todos los mensajes que la Señora había dado.

               Surgió una fuente cerca del lugar donde la Señora se había aparecido y el agua corría colina abajo. Muchos milagros empezaron a ocurrir. Las terribles calamidades que fueron anunciadas se empezaron a cumplir. La terrible hambruna de patatas de 1846 se difundió, especialmente en Irlanda donde muchos murieron. La escasez de trigo y maíz fue tan severa que más de un millón de personas en Europa murieron de hambre. Una enfermedad afectó las uvas en toda Francia. Probablemente el castigo hubiera sido peor de no haber sido por los que acataron el mensaje de La Salette. Muchos comenzaron a ir a Misa. Las tiendas fueron cerradas los Domingos y la gente cesó de hacer trabajos innecesarios el Día del Señor. Las malas palabras y las blasfemias fueron disminuyendo.


Tal vez te interese leer también 


LOS DEVOTOS DE LA VIRGEN MARÍA 

o Apóstoles de los Últimos Tiempos

o bien

EL SECRETO CONFIADO 

POR NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE 



martes, 17 de septiembre de 2024

LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

 

               En Septiembre de 1224, dos años antes de su muerte, se retiró San Francisco al Monte Alverna para consagrarse totalmente a la oración y la penitencia, y un día, mientras estaba sumido en contemplación, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo -manos, pies y costado- los estigmas de Su Pasión. Le sangraban, le causaban grandes sufrimientos y le dificultaban su vida y actividades, pero no cesó de viajar y predicar mientras sus fuerzas se lo permitieron.

               En vida del Santo, sus compañeros más cercanos pudieron ver las llagas de manos y pies, y a partir de su muerte todos pudieron contemplar también la llaga del costado. El Papa Benedicto XI concedió a la Orden Franciscana celebrar cada año la memoria de este hecho, probado por testimonios fidedignos.

               La Santa Madre Iglesia, al celebrar piadosamente en este día la conmemoración de la Impresión de las Llagas de la Pasión de Cristo en la carne de San Francisco, pide al Señor que encienda nuestros corazones con el fuego de Su Amor y nos otorgue la gracia de llevar pacientemente la Cruz de cada día.




               La Iglesia pide hoy al Señor para nosotros sus hijos que seamos fortalecidos con la asidua meditación del Misterio de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

               Cada uno de nosotros llevamos también sobre nuestro cuerpo la santa señal de los Cristianos. Hemos sido ungidos, sellados y marcados con la señal salvadora de la Cruz en nuestro pecho y en nuestra cabeza al recibir el Santo Bautismo. Hemos sido marcados con la señal gloriosa de la Cruz redentora en nuestra frente al recibir el Crisma de la Confirmación.

               Habremos de meditar, pues, cada día en el santuario de nuestro corazón el Misterio que envuelve la Cruz de Cristo y buscar en ella la fuerza y la inspiración para vivir conforme a la dignidad de nuestra condición de Cristianos, hijos de Dios por la gracia de la adopción bautismal.

               San Buenaventura nos dejó escrito acerca de San Francisco, que “durante toda su vida no siguió otras huellas sino las de la Cruz, no se recreaba en otra cosa sino en meditar sobre la Cruz, ni predicaba otra cosa que no fuesen las dulzuras de la Cruz”.


RELATO DE LA IMPRESIÓN DE LAS LLAGAS 
DE SAN FRANCISCO DE ASÍS


               Llegó el día siguiente, o sea, el de la Fiesta de la Cruz , y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:

               -Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de Tu acerbísima Pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.

               Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.

               Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la pasión de Cristo y su infinita caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.



               Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado.

               Durante esta admirable aparición parecía que todo el monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.

               En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:

               -¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de mi pasión, para que tú seas mi portaestandarte. Y así como yo el día de mi muerte bajé al limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas mis llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Ordenes, o sea, de los menores, de las monjas y de los continentes, y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la gloria del paraíso, a fin de que seas conforme a mí en la muerte como lo has sido en la vida.

               Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.

               Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.

               Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado; éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:

               -Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.

               Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera...



domingo, 15 de septiembre de 2024

NUESTRA SEÑORA DE LOS SIETE DOLORES

 

               Cuando María se ofreció a Dios completamente, junto a Su Hijo en el Templo, ya participaba con Él de la dolorosa expiación a favor del género humano. Es, por tanto cierto, que Ella participó en las mismas profundidades de Su Alma con sus más amargos sufrimientos y con sus tormentos. Finalmente fue ante los ojos de María que se consumó el Divino Sacrificio, para el cual había dado a luz y criado a la Víctima.


( Papa León XIII, Encíclica Jucunda semper, 8 de Septiembre de 1894 )






               Ella estuvo en el Calvario por divina disposición. En comunión con Su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte, abdicó Sus derechos de Madre sobre Su Hijo para conseguir la salvación de los hombres y para apaciguar la Ira Divina, y en cuanto de Ella dependía, inmoló a Su Hijo... Ella redimió al género humano con Cristo y bajo Cristo.


( Papa Benedicto XV, Carta Apostólica Inter Sodalicia, 22 de Mayo de 1918 )


               Así pues, todos cuantos estamos unidos con Cristo y los que, como dice el Apóstol, somos miembros de Su Cuerpo, partícipes de Su Carne y de sus Huesos, hemos salido del Vientre de María, como partes del cuerpo que permanece unido a la cabeza. De donde, de un modo ciertamente espiritual y místico, también nosotros nos llamamos Hijos de María y ella es la Madre de todos nosotros. Madre en espíritu… pero evidentemente Madre de los miembros de Cristo que somos nosotros. En efecto, si la Bienaventurada Virgen es al mismo tiempo Madre de Dios y de los hombres ¿quién es capaz de dudar de que Ella procurará con todas Sus fuerzas que Cristo, Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, infunda en nosotros, Sus miembros, todos Sus dones, y en primer lugar que le conozcamos y que vivamos por Él?.

               A todo esto hay que añadir, en alabanzas de la Santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de Su Carne con la que se lograría una Hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa Hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el Ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la Vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta: mi vida transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. 

                 Efectivamente cuando llegó la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la Cruz de Jesús, Su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que Su Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, Ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció Su Hijo.

               Y por esta comunión de Voluntad y de Dolores entre María y Cristo, Ella mereció convertirse con toda dignidad en Reparadora del orbe perdido, y por tanto en Dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con Su Muerte y con Su Sangre.

               Cierto que no queremos negar que la erogación de estos bienes corresponde por exclusivo y propio derecho a Cristo; puesto que se nos han originado a partir de Su Muerte y Él por su propio poder es el Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por esa comunión, de la que ya hemos hablado, de Dolores y Bienes de la Madre con el Hijo, se le ha concedido a la Virgen Augusta ser poderosísima Mediadora y Conciliadora de todo el orbe de la tierra ante Su Hijo Unigénito.

               Así pues, la fuente es Cristo y de Su plenitud todos hemos recibido; por quien el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo nutren… va obrando su crecimiento en orden a su conformación en la Caridad. A su vez María, como señala San Bernardo, es el Acueducto; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues Ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los dones espirituales..."


( Papa San Pío X, Carta Encíclica Ad diem illud laetissimum, 2 de Febrero de 1904 )





Tal vez te interese leer también

Corona de los Siete Dolores 
de Nuestra Señora




sábado, 14 de septiembre de 2024

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


"Nos autem praedicamus Christum crucifixum, 
iudaeis quidem scandalum, gentibus autem stultitiam"

   



              El Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente ( Imperio Bizantino con sede en Constantinopla ) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.


              De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

              La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol ), Derkeveh, Urma, Saro...

             El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.


             Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia, quedó establecida la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.


              A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 




El mayor fragmento de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo se venera en 
el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, Cantabria (España). Las medidas del 
Leño Santo son de 63, 5 cm. el palo vertical, 39,3 cm. el travesaño y 3,8 cm. de grosor 



              El Patriarca, le recordó entonces que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos harapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca de Jerusalén impartió la bendición la Sagrada Reliquia de la Cruz.

               Con el tiempo, la Santa Cruz sería dividida para poder así ser repartida por todo el orbe católico; algunas veces en pequeñas astillas (reliquias mínimas); en otras ocasiones los trozos serían más grandes, para ir colocados en bellos relicarios o en la cruz pectoral de algún piadoso Obispo. Por último, existen reliquias notables, de tamaño considerable, algunas se veneran en Roma pero la reliquia insigne, el trozo más grande de la Santa Cruz de Nuestro Señor se venera en España, en Cantabria.

               Fue Santo Toribio de Astorga, un importante Obispo, el que estando en Jerusalén custodiando las reliquias de Jesucristo, obtuvo permiso del Papa de la época para trasladar el brazo izquierdo de la Cruz de Cristo hasta Astorga. Esta reliquia así como sus restos, una vez muerto, eran de enorme valor para la cristiandad. Es por ello que todo se trasladó hasta Liébana ante el inminente avance de la invasión de los musulmanes, donde en la actualidad se sigue venerando por parte de los fieles que allí acuden en peregrinación.




Detalles del Santo Lignum Crucis de Liébana








Sé buen católico, difunde tu Fe.
Haz un buen apostolado compartiendo este artículo
para mayor Gloria de Dios y bien de las almas



jueves, 12 de septiembre de 2024

EL DULCE Y SANTO NOMBRE DE MARÍA

  

"Oh María, llena de gracia, 
haced que vuestro Nombre 
sea la respiración de mi alma! 

No me cansaré jamás de acudir 
a Vos, repitiendo constantemente: 
¡María! ¡María! 

Qué inefable consuelo, qué dulcedumbre, 
qué ternura experimenta mi alma! 
Oh María!, amable María, 
cuando pronuncio vuestro Nombre, 
doy gracias a Dios por haberos 
dado para mi felicidad 
Nombre tan dulce y amable..."

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



              La primera celebración litúrgica del Nombre de María tuvo lugar en España, en 1513, en la ciudad de Cuenca (España), después de que el Papa León X, concediera a la Catedral de la ciudad dedicar una Capilla con ese título. 

               Debido a la promulgación del Misal de San Pío V en 1570, se hizo necesaria una nueva petición. Por esta razón, el Canónigo Juan del Pozo Palomino, pidió y obtuvo del Papa Sixto V, el 17 de Enero de 1587, poder seguir celebrando dicha Fiesta del Dulce Nombre de María en la Catedral, como Fiesta de la Octava de la Natividad de María y en 1588, logró que se le concediera a toda la Diócesis de Cuenca.

               Pero el fervor mariano de los españoles y en particular, del fraile trinitario Beato Simón de Rojas,  obtuvo de Roma el 31 de Mayo de 1622, el permiso para celebrar el Dulce Nombre de María en todas las casas y capillas de la Orden de los Trinitarios de Castilla, así como en la Diócesis de Toledo. 

               Meses más tarde, el 5 de Enero de 1623, su  Católica Majestad el Rey Felipe IV logró la extensión de la Fiesta a todas las provincias españolas, de tal modo que pudiesen rezar el Oficio del Dulce Nombre de María, todos los Sábados (menos en Cuaresma y Adviento).

               En 1671, el Papa Clemente X autorizó la celebración del Dulce Nombre de María en todos los dominios españoles

               En 1683, el Papa Inocencio XI formó una gran coalición cristiana con el Emperador Leopoldo I, el Rey Juan III Sobieki de Polonia y tropas húngaras para repeler a los mahometanos que amenazaban con invadir Europa. Los ejércitos cristianos conseguirán vencer a los turcos a las puertas de Viena en 1683 y reconquistar Budapest tres años más tarde, con lo que Hungría se verá libre de la presión turca. Como recuerdo por la victoria en Viena, el Papa Inocencio XI proclamó la Festividad del Dulce Nombre de María el 12 de Septiembre de ese mismo año, extendiendo su celebración a toda la Iglesia Universal.



               Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el Santísimo Nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene... Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les otorgará. 

               El Padre Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el Nombre de María, dando como razón que este Nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias. 

               De modo parecido, San Camilo de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los Nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los Nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban. 

               Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos Nombres de Jesús y de María, expiró el Santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los Nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.

               ¡Dichoso –decía San Buenaventura– el que ama Tu Dulce Nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable Tu Nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.

               Quién tuviera la dicha de morir como murió Fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al Cielo en Tu compañía”. O como murió el Beato Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el Dulcísimo Nombre de María. 


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



domingo, 8 de septiembre de 2024

ANIVERSARIO DE LA PROFESIÓN DE SANTA TERESITA DE LISIEUX



               "En la mañana del 8 de Septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, "que supera todo sentimiento", emití los Santos Votos... Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias-, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre San Elías... ¡Cuántas gracias pedí aquel día...! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para Sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las Almas del Purgatorio y convertir a los pecadores...

               Pedí mucho por mi madre, por mis hermanas queridas..., por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo. Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección Su Voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello...

               Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad..."


Santa Teresita de Lisieux, "Historia de un alma"




LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

 

               La Celebración de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María surgió en la Iglesia alrededor del siglo VII, siendo establecida por el Papa San Sergio I (687-701).

               Un escrito apócrifo del siglo II, conocido con el nombre de Proto-evangelio de Santiago, nos ha transmitido los nombres de los padres de Nuestra Señora, San Joaquín y Santa Ana, que la Iglesia añadió en el Calendario Litúrgico. 

               La Tradición sitúa el lugar del Nacimiento de la Virgen María en Galilea o, con mayor probabilidad, en la Ciudad Santa de Jerusalén, donde se han encontrado las ruinas de una basílica bizantina del siglo V, edificada sobre la llamada "Casa de Santa Ana", muy cerca de la piscina Probática. Tal vez por esa piadosa Tradición la Liturgia Católica pone en labios de Madre de Dios aquellas palabras "me establecí en Sión. En la ciudad amada me dio descanso, y en Jerusalén está Mi potestad" (Libro del Eclesiástico, cap. 24, vers. 15).




               El Nacimiento de la Madre de Dios que hoy recordamos, marcó el inicio de la Plenitud de los Tiempos, cuando las Promesas de Dios hechas a través de los Profetas del Antiguo Testamento comenzaron a cumplirse según estaba escrito. 

               Así, la Natividad de María Virgen es un suceso especialmente trascendental para los Cristianos, porque la Madre del Hijo de Dios, por esa unión de intereses salvíficos, se convierte en Medianera entre los hombres y Dios mismo, Sagrario viviente que le portó en el seno y lo dio a luz sin mácula en Su virginidad. María nació predestinada por el Altísimo a ser Madre, oficio divino que le fue confirmado por Su mismo Hijo en el momento del Calvario, cuando en la persona del discípulo adolescente, nos legó a María Virgen con aquél "Ahí tienes a Tu Madre" (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers. 34)



MARÍA 
LA OBRA MÁS GRANDIOSA Y DIGNA


               "Es cierto que el alma de María es la más bella que ha creado Dios después de la del Verbo Encarnado; ésta fue la obra más grandiosa y de por sí la más digna que realizó el Omnipotente en la tierra. “Una obra que sólo es superada por el mismo Dios”, dice San Pedro Damiano. La Gracia de Dios no se dio a María con medida como a los demás Santos, sino “como el rocío que humedece la tierra” (Salmo 71, vers. 6). Fue el Alma de María como lana que absorbió dichosa la gran lluvia de la Gracia sin perder ni una gota. “La Virgen –dice San Basilio– absorbió toda la gracia del Espíritu Santo”. Es decir, como explica San Buenaventura, poseyendo en plenitud todo lo que los demás Santos poseen en parte. San Vicente Ferrer, hablando de la Santidad de María antes de su nacimiento, dice que esa santidad sobrepasó la de todos los Ángeles y Santos juntos.

               Es el común sentir, que la Santa Niña, al recibir la gracia santificante en el seno de Su madre Santa Ana, recibió al mismo tiempo, la gracia de la Ciencia Infusa, que es una luz divina correspondiente a toda la gracia de que fue enriquecida. Así que bien podemos creer que desde el primer instante en que Su Alma se unió a Su Cuerpo, Ella quedó iluminada con todas las luces de la Divina Sabiduría con que conoció la Verdad Eterna, la belleza de la virtud, y sobre todo, la Infinita Bondad de Su Dios y cuánto merecía ser amado de todos, pero especialmente por Ella por razón de los especialísimos privilegios con que el Señor la había dotado, distinguiéndola sobre todas las criaturas, preservándola de la mancha del pecado original, dándole gracias tan inmensas, y destinándola para Madre del Verbo y Reina del Universo..."


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia


HOY ES EL DÍA INDICADO
PARA RENOVAR NUESTRO VOTO DE 
ESCLAVITUD MARIANA


               En su Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María, San Luis Grignión de Montfort enseña que "Antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo".

               Así es, y si no, basta recordar el reclamo del Apóstol San Pablo "¿Acaso no sabéis que no os pertenecéis?" (1 Cor. 6, 19). Y San Luis añade: "Somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos, comprados con el precio infinito de toda su Sangre".

               Teniendo en cuenta esto, el incansable misionero, San Luis Grignión, explica la diferencia entre el servidor asalariado y el esclavo: "Por la esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente, por toda la vida y debe servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna, como si fuera uno de sus animales sobre los que tiene derecho de vida y muerte".

               Por naturaleza, todos los seres son esclavos de Dios. Los demonios y los condenados también lo son por constreñimiento, y los justos y santos, por libre voluntad.

               Este tipo de esclavitud, enseña el Santo enamorado de la Virgen, es "la más perfecta y la más gloriosa para Dios, que escruta el corazón, nos lo pide para sí y se llama Dios del corazón o de la voluntad amorosa", porque por esta esclavitud el alma "opta por Dios y por su servicio, sin que importe todo lo demás, aunque no estuviese obligado a ello por naturaleza".

               Al final de su obra, San Luis aconseja algunas "prácticas interiores que tienen gran eficacia santificadora para aquellos a quienes el Espíritu Santo llama a una elevada perfección". Éstas consisten en hacer todas las acciones "por María, con María, en María y para María, a fin de obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo". 


También te recomiendo leer el artículo 
(toca sobre el título para acceder)






sábado, 7 de septiembre de 2024

LA COMUNIÓN REPARADORA DE LOS PRIMEROS SÁBADOS

 


Díptico explicativo, diseñado para el Apostolado;
se permite su copia y difusión, sin fines comerciales






viernes, 6 de septiembre de 2024

LA COMUNIÓN REPARADORA DE LOS PRIMEROS VIERNES

 


Díptico explicativo, diseñado para el Apostolado;
se permite su copia y difusión, sin fines comerciales






jueves, 5 de septiembre de 2024

EL SACERDOCIO, DIGNIDAD POR ENCIMA DE LOS ÁNGELES

   

...si su sublime dignidad los eleva por encima
de los Ángeles, no por ello son hombres 
menos débiles y frágiles… 


Santa Teresita de Lisieux



              El Jueves es el día tradicionalmente dedicado a recordar a los Sagrados Ministros de Dios; día elegido por Nuestro Señor Jesucristo el Jueves Santo, cuando instituyó el Sacerdocio, y con él y por él, la Sagrada Eucaristía, renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, que se renueva por todo el orbe cada día, sin cesar. 

              Práctica particularmente laudable es la de los Primeros Jueves de Mes, en el que se hacen especiales ejercicios de piedad para pedir por los Sacerdotes y Religiosos, así como por las vocaciones, para que el Señor envíe operarios a Su mies y extiendan Su Reino en el mundo entero.

              El Sacerdote ordenado tiene un carácter indeleble, que lo hace ontológicamente Hombre-Sacerdote: su ministerio implica una forma y estado de vida y no un ejercicio transitorio. No se puede ser, como hoy en día se pretende, una suerte de “Sacerdote a tiempo parcial”, un simple funcionario de lo sagrado sujeto a nómina y a horarios. El Sacerdote lo es las veinticuatro horas de cada día de su existencia, aunque no se encuentre ejerciendo su Sacerdocio. Y seguirá siendo Sacerdote por toda la eternidad, ya sea que se salve o que tenga la desgracia de condenarse.

              Sin los Sacerdotes estaríamos desamparados espiritualmente. No tendríamos la Misa ni los Sacramentos, es decir que no dispondríamos de los medios ordinarios para salvarnos. La Vida Católica no podría desarrollarse normalmente sin ellos. Allí donde han faltado o faltan por diversas circunstancias (por falta de clero, por persecución, por abandono) los Fieles sufren y languidecen espiritualmente, aunque ciertamente, Dios no abandona a Sus hijos. Por eso es tan importante rezar por las vocaciones y por la santificación y perseverancia del Clero: para que haya muchos Sacerdotes que santifiquen al Pueblo de Dios y lleven las almas al Cielo. La Santidad no es indispensable para que el Sacerdote Católico ejerza eficazmente su Ministerio: nuestra salvación no depende de la bondad o maldad de los Sacerdotes, que no son sino los instrumentos a través de los cuales Jesucristo actúa; ya darán cuenta a Dios de su vida personal. Pero qué duda cabe que un Sacerdote santo edifica, consuela y llama a la Santidad.

               El quinto Precepto General de la Santa Madre Iglesia manda “contribuir al sostenimiento de la Iglesia de Dios” (antiguamente se decía “pagar los diezmos y las primicias”, que viene a ser lo mismo). Quiere decir que los Fieles tienen el deber de mantener el Culto Católico y a sus Ministros, que es por quienes nos viene la gracia. Es natural, pues como dice San Pablo: “tiene el operario derecho a su salario” y los Sacerdotes son los operarios de la Viña del Señor. También dice el Apóstol de las Gentes que “quien sirve el Altar que viva del Altar”, por lo cual los Sacerdotes, que son los Ministros del Altar tienen el derecho a vivir de él, del cual, por cierto, nos beneficiamos todos.

               Ahora bien, contribuir al sostenimiento de la Iglesia se hace de dos maneras: material y espiritualmente. Se contribuye materialmente aportando dinero, bienes y trabajo en la medida de las posibilidades reales de cada quien. Debemos considerar siempre si en conciencia hacemos todo lo que podemos. Muchas veces no somos generosos con la Iglesia mientras somos capaces de gastarnos dinerales en caprichos, vicios o cosas superfluas. Tengamos siempre en cuenta que, como pasa con nosotros, los sacerdotes no viven del aire y que tienen necesidad de nuestra asistencia material. A cambio ellos nos dan los medios de salvación. Realmente, salimos ganando siempre porque los fieles les damos bienes perecederos, mientras ellos nos dan la posibilidad de ganar el bien duradero de la vida eterna.

               Pero también espiritualmente podemos sostener a la Iglesia y a sus Ministros: encargando Misas, ofreciendo nuestras oraciones y difundiendo propaganda a favor de las vocaciones. En esta categoría de limosna, entra la práctica de los PRIMEROS JUEVES DE MES, en los cuales invertimos una pequeña parte de nuestro tiempo para orar por los Sacerdotes, Religiosos, vocaciones y misiones, es decir, para mantener vivo el organismo de nuestra Religión Católica. 

               Acostumbrémonos a santificar los Jueves Sacerdotales, ofreciendo en ellos nuestras preces y nuestros pensamientos, el rezo meditado del Santo Rosario... Es la mejor manera de preparar el Primer Viernes, consagrado al Corazón Divino según el cual queremos que sean nuestros Sacerdotes.