jueves, 31 de octubre de 2024

EL COLAPSO INMINENTE DE LA SOCIEDAD



               "... inmediatamente dirigimos una mirada de inexpresable afecto al rebaño que estaba confiado a Nuestro cuidado: un rebaño verdaderamente inmenso, porque abarca, a unos en un aspecto, a otros en otro, a todos los hombres. De hecho, todos ellos, cuantos son, fueron liberados de la esclavitud del pecado por Jesucristo, quien ofreció el precio de Su Sangre por ellos; ni hay nadie que quede excluido de las ventajas de esta Redención. Así, el Divino Pastor bien puede decir que, mientras una parte del género humano es ya acogida con audacia en el Redil de la Iglesia, él empujará suavemente a la otra parte:  "Et alias oves habeo, quae non sunt ex hoc ovili: et illas oportet me adducere, et vocem meam audient" (Tengo otras ovejas que no son de este redil; debo guiarlas, y ellas escucharán Mi voz..." Evangelio de San Juan, cap. 10, vers. 16)

               El terrible fantasma de la guerra domina por todas partes, y casi no hay otro pensamiento que ocupe ahora las mentes... No hay límite para las ruinas, no hay límite para las masacres: cada día la tierra se llena de sangre nueva y se cubre de muertos y heridos. ¿Y quién diría que estos pueblos, armados unos contra otros, descienden del mismo progenitor, que son todos de la misma naturaleza y todos parte de la misma sociedad humana? ¿Quién los consideraría hermanos, hijos de un Padre que está en los Cielos? Y mientras tanto, mientras de un lado y del otro luchamos con ejércitos interminables, naciones, familias, individuos gimen de dolor y miseria...

               Pero no es sólo la sangrienta guerra actual la que ha devastado a las naciones y amargado y atormentado nuestro espíritu. Hay otra guerra furiosa que roe las entrañas de la sociedad actual: una guerra que asusta a toda persona de sentido común, porque si bien ha acumulado y acumulará en el futuro tantas ruinas sobre las naciones, también debe considerarse ella misma el verdadero origen de la triste lucha actual. De hecho, desde que dejamos de observar las normas y prácticas de la Sabiduría Cristiana en el sistema estatal, que era el único que garantizaba la estabilidad y la tranquilidad de las instituciones, los Estados necesariamente comenzaron a tambalearse en sus cimientos, y esto siguió a un cambio tal en ideas y costumbres que, si Dios no provee pronto, el colapso de la sociedad humana ya parece inminente. Los desórdenes que vemos son estos: la falta de amor mutuo entre los hombres, el desprecio de la autoridad, la injusticia de las relaciones entre las distintas clases sociales, los bienes materiales convertidos en el único objetivo de la actividad del hombre, como si no hubiera otros, y mucho mejor, bienes a lograr. Estos son, en Nuestra opinión, los cuatro factores de la lucha que tan gravemente está trastornando el mundo.

               Los odios raciales llegan al paroxismo; más que por fronteras, la gente está dividida por resentimientos; dentro de una misma nación y dentro de los muros de una misma ciudad, las clases de ciudadanos arden de odio mutuo, y entre los individuos todo está regulado por el egoísmo, que se ha convertido en la ley suprema.

              Respecto a aquellas cosas sobre las cuales - ya que la Sede Apostólica no se ha pronunciado - es posible, sin perjuicio de la Fe y de la Disciplina, argumentar a favor o en contra, es ciertamente lícito a cada uno expresar su opinión y apoyarla. Pero en tales discusiones se debe evitar el exceso de palabras, ya que esto podría resultar en graves ofensas a la caridad; cada uno debe defender libremente su opinión, pero debe hacerlo con gracia, y no debe creer que puede acusar a otros de fe sospechosa o de falta de disciplina por la sencilla razón de que piensan diferente a ellos mismos.

               Queremos también que los Católicos se abstengan de usar aquellos apelativos que recientemente se han introducido para distinguir unos Católicos de otros, y que los eviten, no sólo como innovaciones profanas de palabras, que no están conformes con la Verdad ni con la equidad, sino también porque de ahí se sigue grande perturbación y confusión entre los mismos. La Fe Católica es de tal índole y naturaleza, que nada se le puede añadir ni quitar: o se profesa por entero o se rechaza por entero: «Esta es la Fe Católica; y quien no la creyere firme y fielmente no podrá salvarse». No hay, pues, necesidad de añadir calificativos para significar la profesión católica; bástale a cada uno esta profesión: «Cristiano es mi nombre, Católico, mi apellido»; procure tan sólo ser en efecto aquello que dice".


Extractos de la Encíclica "Ad Beatíssimi Apostolórum", 
del Papa Benedicto XV, 1 de Noviembre de 1914



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