Había una mujer de gran renombre en la ciudad, y esta mujer era una pecadora. El poder de una mirada de Jesús, la generosidad del amor de Magdalena, estos son los dos misterios que presenta este pasaje del Evangelio, tan consolador para el alma cristiana.
Delante de Ti, ¿quién puede llamarse a sí mismo justo, Oh mi Dios? Tus ojos divinos, que iluminan los esplendores del Cielo, aún en los Ángeles descubren manchas, esos espíritus que son tan puros.
¿Cómo me atreveré a comparecer ante Ti? La consideración de Tu misericordia hacia María Magdalena serán mi esperanza y mi consuelo.
Cierta tarde, de acuerdo con una piadosa tradición, María Magdalena estaba sentada a la puerta de su lugar de habitación, inhalando el balsámico aire de la primavera, cuando un grupo de viajeros pasaron frente a ella. Uno de ellos, quien parecía ser un profeta, estaba explicando la Ley, y cuando se acercó donde estaba Magdalena, ella escuchó estas palabras: "Os digo que aún habrá gozo en el Cielo por un pecador que haga penitencia". Y al mismo tiempo, alzando su cabeza, arrojó, con sus ojos, una mirada a Magdalena, y la mirada de la Faz Divina se encontró con la mirada de la pecadora.
Unos días después, Jesús fue invitado a una fiesta en la casa de un fariseo, cuando apareció una mujer, llevando una jarra de alabastro lleno de un delicioso perfume. Derramándolos sobre los pies del Salvador, los enjugó con sus lágrimas, y luego se los secó reverentemente con su cabello.
"Muchos pecados le son perdonados", le dijo inmediatamente el Salvador, "porque ha amado mucho". Tal fue la recompensa de la pecadora.
La primera mirada que la Faz Divina lanzó sobre ella fue un destello de gracia; la segunda mirada hizo que Magdalena cayera a los pies de Jesús, para levantarla de nuevo, purificada, curada y renovada.
Oh incomparable Faz de Jesús, mira también sobre mi pobre alma, y conviérteme como a la Magdalena.
Luego de encontrarse con Jesús, María Magdalena regresó a su casa paterna, la cual había olvidado hace mucho tiempo. Pasaron varios meses en medio de los gozos que acompañaron su regreso, de los placeres por los deberes cumplidos, y de la unión fraterna.
Sucedió un día, que el divino Maestro, se apareció en el umbral del lugar de habitación de Lázaro y sus hermanas. Fatigado por sus trabajos apostólicos. Vino a Betania, a pedir reposo en medio de sus amigos. Magdalena fue la primera en comprender la felicidad de poseer al Salvador. De rodillas a sus pies, escucha, contempla, adora, y pronto merece escuchar estas palabras consoladoras que caen de los labios del Mesías: "María, ha escogido la mejor parte, y no le será quitada". Las recibe, las pone en su corazón, y de ahí en adelante se agarra a Jesús, para nunca de nuevo separarse de Él. Por dondequiera busca una mirada de su Faz Divina, y en el día de la prueba, se precipita sobre Él exclamando "Señor si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto".
En el Calvario, la pecadora, permanece al lado de la Virgen de los Dolores; embalsama el cuerpo de su Maestro, se sujeta a su sepulcro, y es una de los primeros que merece la gracia particular, de recibir la primera mirada de la Santa Faz resucitada.
Alma mía, mira tu modelo: una pecadora como Magdalena, una mirada de la Faz de Jesús cae sobre ti, para tocarte y convertirte. Busca siempre esta Divina Mirada, y si no se te permite disfrutar durante largo tiempo de los deleites de la contemplación, ve y anuncia al mundo, como Magdalena, la felicidad de haber encontrado de nuevo a Jesús y las maravillas de su Amor.
por el Sacerdote Jean-Baptiste Fourault,
editado por vez primera en 1903
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