lunes, 12 de mayo de 2025

BEATA IMELDA LAMBERTINI, Patrona de las Primeras Comuniones




                    La Beata Imelda Lambertini era hija del Conde Egano Lambertini y Castora Galuzzi, ilustres en nobleza y en virtud. La Condesa, desconsolada porque no tenía hijos, había rogado fervorosamente para que le fuese concedida una hijita, y, según se dice, obtuvo esta gracia por medio del rezo del Santísimo Rosario, del cual era devotísima.

                    Imelda nació en la ciudad de Bolonia, Italia, en 1322, en un ambiente de gran fe y piedad. Desde pequeña asimiló con especial cariño la exquisita educación que recibió. Su amor por Dios, su conducta inusual en el día a día, atrajo la atención de sus padres. La pequeña Imelda pronto llamó la atención por sus celestiales inclinaciones. Cuando lloraba, se sentía consolada al oír los Nombres de Jesús y de María; cuando comenzó a hablar, fueron estos Nombres dulcísimos los que pronunció con más frecuencia. A veces, la encontraban con las manos levantadas al cielo, en oración, y con los ojos anegados en lágrimas de ternura.

                    Los juegos infantiles no le atraían tanto como la oración, de hecho solía ​​esconderse en los lugares más recónditos de la casa para dedicarse a ella. Su madre siempre la encontraba arrodillada y rezando cuando extrañaba a su hija en casa. Permanecía largos ratos sobre las rodillas de su madre, aprendiendo las primeras oraciones. Era muy devota de la Madre de Dios, y, sobre todo, de la Sagrada Eucaristía, por lo que pasaba muchas ho­ras delante del Sagrario, como extasiada. Con frecuencia, se alejaba de las fiestas de familia, y se iba al oratorio del palacio, prefiriendo a todo bullicio el encanto de aquel altarcito, que ella misma arreglaba y adornaba con flores.

                    Cuando tenía nueve años, la niña pidió insistentemente entrar al Convento de las Dominicas, sin embargo, la Madre Superiora trató de persuadirla de que esperara, ya que su edad aún no le permitía ser admitida entre las hermanas del convento; también le preguntó si no estaba feliz de tener padres maravillosos y buenas condiciones de vida en casa, y ella respondió de inmediato que estaba muy feliz, que amaba a su familia, pero que las hermanas tenían algo más que le atraía mucho: "Nuestro Señor". 

                    Finalmente, sus padres, aunque entristecidos, se dieron cuenta de que Dios había reservado algo extraordinario para la pequeña.  Por lo tanto, terminaron aceptando qu su pequeña se consagrara a Dios.

                    Una vez consumado su deseo, todo fue motivo de alegría para ella, los momentos de oración, el hábito de las Hermanas, el silencio... Fue muy querida por las Dominicas, que intentaron privarla de los servicios y del rigor de la Regla, pero fue inútil, pues quería acompañar a las Hermanas en todo, participando plenamente y ayudando en las obras monásticas del convento, como cuando se levantaba en medio de la noche y caminaba por los grandes salones del Convento, caminando y rezando en silencio a los Maitines.

                    La visita al Tabernáculo hizo que su alma se desbordara de alegría. Solo la pronunciación de cualquier tema relacionado con la Sagrada Eucaristía, hacía que su rostro se transfigurara instantáneamente y es que anhelaba recibir la Sagrada Comunión. En cierta ocasión Imelda diría a las Hermanas: "No entiendo por qué la gente que recibe a Nuestro Señor no muere de alegría". 

                    En esa época, los niños menores de 12 años no podían recibir la Primera Comunión, sin embargo, como cuando quiso entrar al Convento, Imelda pidió ser dispensada para recibir a Jesús Sacramentado. Reiteradamente suplicó al Capellán del Convento que la dejase comulgar, pero no obtuvo esta gracia, su edad lo impedía, era demasiado pequeña...

                    En el año 1333, tenía 11 años cuando, después de la Santa Misa, la última monja que salió de la Capilla observó que la pequeña Imelda, como de costumbre, se quedó allí sola rezando un poco más. Ya había sido cerrada la puerta del Sagrario y estaban apagados los cirios del Altar, mientras las Religiosas se dirigían a sus ocupaciones, Imelda se quedó postrada en tierra, en el coro, con gran desconsuelo... entonces sucedió algo extraordinario: de repente, el coro se iluminó con una luz milagrosa y se llenó de un aroma suavísimo, que, esparciéndose por todo el Convento, atrajo otra vez hacia la iglesia a todas las monjas. Una Hostia flotaba sobre la pequeña Imelda y la iluminaba con una luz blanca. Una Hermana, testigo ocular del prodigio, llamó rápidamente a las otras monjas y todas participaron del milagro. 

                    La Madre Superiora entendió que aquél prodigio era una manifestación real de Dios para que la niña recibiera la Primera Comunión, hizo llamar al Capellán del Convento. Al llegar el Sacerdote, tomó una patena y se dirigió a la Sagrada Hostia. Tan pronto como se acercó a la niña arrodillada, la Hostia descendió a la patena que portaba el Sacerdote que tomándola, se la dio a comulgar a Imelda, que de inmediato inclinó la cabeza en oración.

                    La pequeña religiosa permaneció así, recogida y en silencio, frente a las Hermanas durante mucho tiempo. En un momento determinado, la Superiora se acercó a ella y viendo que no se movía, trató de levantarla con cuidado por los hombros pero la niña cayó en sus brazos, con una delicada expresión de inexplicable alegría en su rostro. Se había ido al Cielo en ese momento sublime. La alegría de recibir a Nuestro Señor fue demasiado para el corazoncito que ardía por la Presencia Real de Cristo en la Sagrada Eucaristíaera el 12 de Mayo de 1333.

                    El Papa León XII la declaró Beata el 20 de Diciembre de 1826, y además autorizó su Oficio Litúrgico y Misa propia. En 1910 el Papa San Pío X la proclamó Patrona de las Primeras Comuniones.

                    Aún hoy, transcurridos más de 690 años, su cuerpo virginal está incorrupto, protegido por una campana de cristal, en la Iglesia de San Segismundo, en Bolonia. 



IMELDA
por Jacinto Verdaguer


De Jesús Sacramentado
Imelda está enamorada:
ante Él se pasa las noches
del atardecer al alba.

Mas, ¡ay!, las pasa llorando,
de mal de amor y añoranza.
De Su Sangre tiene sed,
y hambre de Su Carne Santa;
y no puede todavía
comer el Pan de las almas.

Le falta un Abril a dos
para ser de Él enramada:
muy linda tendrá que ser
si tan grande Amor la enrama.

A las plantas de Jesús
llora la pobre novicia:
- Me dicen que por pequeña
no comulgo todavía.
Pues Vos, ¡mi amable Jesús!,
¿por ventura no decías:
"Dejad que los pequeñuelos
vengan en Mi compañía?"
¿No amabais Vos a los niños?
¿No lo erais Vos, mi delicia?
Jesús, ¡compasión de mí,
que de amor me siento herida!
Si no me acudís bien presto,
no me encontraréis ya viva.

El día de la Ascensión
despierta antes que la aurora:
sale al jardín del Convento
a cortar lirios y rosas.
En cada flor que recoge
pone un beso de su boca.
Dice: al lado de mi Amor
hoy exhalarás tu aroma:
¿y yo habré de estarme lejos
habiendo de ser Su esposa?

La campana del Convento
al templo llama a las monjas;
ella su ramito lleva
y en el Altar lo coloca,
donde quisiera quedarse
para aspirar los aromas;
no los que exhalan las flores,
sino Aquel que la enamora.

Como abejas al panal
se acercan a Dios las monjas:
ella comulgar no puede
y se está detrás de todas.

Ve cuál fluye aquella Fuente
y ardiente sed la devora;
de aquellas aguas del Cielo
beber no puede una gota
y en lágrimas y suspiros
su corazón desahoga.

De manos del Sacerdote
de pronto vuela una Hostia,
y va hasta Imelda volando,
como blanca mariposa.

El Sacerdote la sigue
y el copón bajo coloca
para que retorne al nido
el pichoncito de gloria.

Mas Él volando, volando,
nunca desciende a la copa,
pues no quiere Separarse
de Su celestial paloma.

El Sacerdote, inspirado,
lo pone a Imelda en la boca...
Ya tiene lo que ella quiere;
nada en río de delicias.

No pudiendo soportarlas
cae al suelo amortecida,
y cual cristal que se rompe
su vida al romperse... expira.

Imelda muere de amor:
¡bien haya el que quiso herirla!
Quien de tal modo la hirió
bien será su medicina.

Hoy cuando asciende a los Cielos
la lleva en Su compañía.
¡La primera Comunión
le es Viático a la niña!



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