jueves, 5 de junio de 2025

LA HORA SANTA, compartir con Jesús la tristeza del Huerto de los Olivos



                    «...estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, se me presentó Jesucristo, mi Divino Maestro, todo radiante de Gloria, con Sus cinco Llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de Su Sagrada Humanidad, especialmente de Su adorable Pecho, el cual parecía un horno. Se abrió Éste y me descubrió Su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde procedían semejantes llamas. 

                    Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de Su Amor puro, y el exceso a que le había conducido el amor a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios. «Esto –me dijo– Me es mucho más sensible, que cuanto he sufrido en Mi Pasión: tanto, que si Me devolvieran algún amor en retorno, estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible; pero no tienen para corresponder a Mis desvelos por procurar su bien, sino frialdad y repulsas. Mas tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud, en cuanto puedas ser capaz de hacerlo». 

                    Y manifestándole mi impotencia, me respondió: «Toma, ahí tienes con qué suplir todo cuanto te falta». Y al mismo tiempo se abrió el Divino Corazón, y salió de Él una llama tan ardiente, que creí ser consumida, pues me sentí toda penetrada por ella, y no podía ya sufrirla, tanto que le rogué tuviera compasión de mi flaqueza, «Yo seré –me dijo– tu fuerza, nada temas; pero sé atenta a Mi voz, y a cuanto te pido para disponerte al cumplimiento de Mis designios. Primeramente, Me recibirás Sacramentado, siempre que te lo permita la obediencia, sean cuales fueren las mortificaciones y humillaciones que vengan sobre ti, las cuales debes aceptar como beneficios de Mi Amor. También comulgarás todos los primeros Viernes de cada mes, y todas las noches del Jueves al Viernes te haré participante de la tristeza mortal que tuve a bien sentir en el Huerto de los Olivos. Esta tristeza te reducirá, sin poder tú comprenderlo, a una especie de agonía más dura de soportar que la muerte. A fin de acompañarme en la humilde oración que hice entonces a Mi Padre en medio de todas Mis angustias, te levantarás entre once y doce de la noche para postrarte Conmigo, durante una hora, rostro en tierra, ya para calmar la Cólera Divina, pidiendo Misericordia por los pecadores, ya para dulcificar de algún modo la amargura que sentí en el abandono de Mis Apóstoles, la cual Me obligó a echarles en cara que no habían podido velar una hora Conmigo; y durante esta hora harás lo que te enseñaré. Mas oye, hija Mía, no creas ligeramente a todo espíritu, y no te fíes, porque Satanás rabia por engañarte. He aquí por qué no has de hacer nada sin la aprobación de los que te guían, a fin de que, teniendo el permiso de la obediencia, no pueda seducirte; pues no tiene poder alguno sobre los obedientes».

                    Durante todo este tiempo ni tenía conciencia de mí misma, ni aun sabía dónde estaba. Cuando vinieron a sacarme de allí, viendo que no podía hablar, ni aun sostenerme sino a duras penas, me condujeron a nuestra Madre, la cual, viéndome como enajenada, ardiendo toda, temblorosa y arrodillada a sus pies, me mortificó y humilló con todas sus fuerzas, dándome en ello un placer y gozo increíbles. Pues me creía hasta tal punto criminal, y tan llena de confusión estaba, que cualquier riguroso tratamiento a que se hubiera podido someterme, me habría parecido demasiado suave. 

                    Después de haberle referido, aunque con extrema confusión, cuanto había pasado, recargó la dosis de mis humillaciones, y no me concedió por esta vez nada de cuanto yo creía que Nuestro Señor me mandaba hacer, ni acogió sino con desprecio cuanto yo le había dicho. Esto me consoló mucho y me retiré con grande paz».


«Vida y obras completas de Santa Margarita María de Alacoque», 
por el Padre José María Sáenz de Tejada, SI



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