Continuaba su convalecencia en Pietrelcina, pero el demonio no dejaba de molestarle; se le manifestaba de diversas maneras, unas veces con forma de animales, otras de mujeres en actitudes lascivas… sin embargo, era después consolado por aquellas visiones celestiales que desde su infancia le acompañaban. Su Santo Ángel Custodio, San Francisco, la Purísima Virgen María, le sostenían y aumentaban el sentido del continuo sufrimiento que iba a padecer pronto, cuando se asemejase con Cristo en los sufrimientos de la Pasión.
El 12 de Agosto de 1912, sufrió -a semejanza de Santa Teresa de Jesús y de Santa Verónica Giulianni- lo que era tener herido el corazón por el Amor de Dios. Así mismo lo narró él en una carta a su director espiritual: “Estaba en la iglesia haciendo la acción de gracias tras la Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego, hirviendo en llamas, y yo pensé que iba a morir”.
Tras un largo período en su Pietrelcina natal, el Padre Pío, casi recuperado de sus dolencias físicas y por orden de sus superiores, se dirige a Foggia el 17 de Febrero de 1916, para pocos meses después, entrar en el convento de San Giovanni Rotondo, donde probaría si salud mejoraba por el particular clima de la región. Los superiores del Padre Pío, al comprobar que era aquel el lugar donde más alivio encontraría para sus dolencias, se resolvieron a enviarle definitivamente allí. Desde que entró, el 4 de Septiembre de 1916 hasta su muerte, jamás volvió a salir de aquel convento.
Durante la Primera Guerra Mundial, el Padre Pío sería llamado a filas hasta en tres ocasiones, pero siempre sería devuelto al convento por su pésima salud.
Poco después, se le encargó la dirección espiritual de los jóvenes del seminario menor; les daba meditaciones, los confesaba, les acompañaba en todas sus necesidades espirituales y nunca escatimaba en medios para que avanzasen en la vida de piedad. Acontenció un día, que el Padre Pío, que ya gozaba del don del conocimiento de conciencias, les dijo muy grave: “Esta mañana, uno de ustedes ha comulgado sacrílegamente”. El joven culpable, se arrojó a los pies del buen Padre y confesó su culpa.
El 5 de Agosto de 1918, sufrió por segunda vez la transverberación del corazón, si bien que en esta ocasión de forma más visible. El mismo Padre Pío lo contó en una carta:
“Estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del cinco de Agosto, cuando de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que se parecía a una lanza larga de hierro con una punta muy aguda. Parecía que salía fuego de la punta.
Vi a la persona hundir la lanza violentamente en mi alma. Apenas pude quejarme y sentí como que me moría. Le dije al muchacho que saliera del confesonario, porque me encontraba enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del siete de Agosto. Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía"
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