Cuando aquél ternísimo, filial y candoroso afecto del corazón hacia Nuestra Madre aletea en el alma, sostenido por el Espíritu de Dios o del amor Divino, entonces todas las cosas fluyen espontáneamente y hasta la naturaleza parece que cambia por completo, en este tiempo, dando la impresión de que se reviste de inocencia, ternura, sencillez y demás cualidades e inclinaciones de un pequeñuelo hacia su queridísima Madre y como tal se porta con Ella, con todo candor e inocencia.
Así como entonces la caridad de Dios está derramada en su corazón por virtud del Espíritu Santo que le ha sido dado al alma (Rm. 5,5) y ese mismo Espíritu es el que, en tal coyuntura, obra, dirige y anima al alma y es el principal actor de este juego de amor, así también aquél trato candoroso con Nuestra Madre Amable, no es otra cosa que la exuberancia y desbordamiento del Divino Amor que posee totalmente al alma y la arrastra, suavemente, hacia la Madre Tierna.
Esto lo hace con tal maestría y de tal forma, que, al mismo tiempo y con la misma amorosa ternura, se arroja en María y, al instante, es arrastrada por Ella y de esta forma se arroja en el océano de Dios, sin necesidad de intermediarios y sin impedimento alguno.
Padre Miguel de San Agustín, Carmelita
Vida de Unión con María
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