Puesto que
los que estáis aquí conmigo sois mis íntimos, dejad que en vosotros
desahogue mi Corazón, tan amargado…; oídme. Hay en Él una pena honda, una herida que llega hasta la división de mi alma; ved por qué.
Israel, el pueblo de mis amores, Israel pidió la sentencia, exigió mi muerte y levantó la Cruz… Israel, por quien yo flagelé el Egipto, me flageló… Despedacé sus cadenas y las puso en manos de su Salvador…; le di maná en el desierto y me tejió una corona de espinas…; saqué el agua milagrosa de la roca, para apagar su sed, e insultó la fiebre abrasadora de mi agonía… Bajé del cielo, y en el arca misteriosa quise morar con ellos en el desierto… ¡Cuántas veces los tuve cobijados bajo mis alas!… Y vedme, herido de muerte por Israel…
¿Por qué mi pueblo sigue despojándome todavía de mi soberanía?… ¿Por qué sigue aún echando suertes sobre mis vestiduras y arrojando al viento de irrisión mi Evangelio de caridad y de consuelo?
¡Cómo se
agitan las muchedumbres rugiendo en contra de mi ley!… ¡Cómo pueblos
enteros, seducidos por la soberbia, han roto la unidad sacrosanta de mi
doctrina, túnica inconsútil de mi Iglesia!… Mi corazón solloza dentro de
mi pecho desgarrado, al oír cómo en el atrio de Pilatos, el clamoreo de
tantas razas, de tantas sociedades, que, señalándome en este pobre
altar, exclaman: “¡No queremos, no, que ese Nazareno reine sobre nuestro
pueblo!”.
Detened su brazo justiciero…, interponed
esta Hora Santa, en unión con mi ultrajado Corazón, pues quiero hacer
piedad… Sí, por la apostasía cruel de tantos pueblos, por el
descreimiento público en tantas sociedades, por la descarada afrenta a
mi Vicario, por el odio abierto y legalizado a mi sacerdocio, por la
inicua tolerancia y los favores de que gozan todos los modernos
sanedristas, por todo ese cúmulo de pecados, por esa plebe y esa cohorte
que me hieren… con una sola voz y un alma sola, pedid piedad a mi
Corazón, pedidle misericordia…
Padre Mateo Crawley
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