viernes, 30 de septiembre de 2016

EL SANTO ÁNGEL CUSTODIO DE ESPAÑA




“No se trata de una devoción de origen privado, que pueda parecer a unos o a otros más o menos acertada; se trata de una devoción aprobada por la suprema autoridad de la Iglesia, y litúrgica, oficial. La Santa Sede Romana, accediendo a los piadosos deseos del Rey D. Fernando VII, concedió a España que el día 1º de Octubre de cada año se tuviere la fiesta del Santo Angel Custodio de este Reino, con oficio propio, para darle gracias por la asistencia con que nos favorece, por haber puesto fin al cautiverio del Rey y a tantas calamidades como acaba de pasar España y para impetrar su auxilio y protección en los tiempos venideros” 

("Novena al Santo Angel Custodio de España", por Mons. Leopoldo Eijo Garay, Obispo de Tuy, Meditación del día Cuarto,
 Imprenta Enrique Teodoro, primera edición Madrid, 1917).

ORACIÓN AL SANTO ANGEL
CUSTODIO DE ESPAÑA 

   Oh, bienaventurado espíritu celestial, a quien la Divina Misericordia se ha dignado confiar el glorioso Reino de España, para que lo defiendas y custodies; postrados ante ti y en amorosa unión contigo damos al Señor humildes y fervientes gracias por haber tenido para con nosotros la misericordiosa providencia de ponernos bajo tu protección; contigo le alabamos y bendecimos y a su divino servicio rendidamente nos ofrecemos.

   Acepta, Ángel Santo, estos piadosos cultos que a tu honor dedicamos, ilumina nuestras inteligencias, conforta nuestras voluntades, presenta al Señor nuestras plegarias avaloradas con las tuyas; defiéndenos del enemigo de nuestras almas, que también lo es, y muy feroz, de nuestra Patria; alcánzanos del Señor que saquemos fruto y provecho espiritual de estos cultos, que crezcamos en la veneración a ti, en tu amor y en la docilidad a tus enseñanzas y dirección para que defendidos, custodiados y regidos por ti sirvamos fidelísimamente a Dios en nuestra vida privada y pública; para que se salven muestras almas y las de nuestros compatriotas todos; para que España sea siempre el paladín de la Fe Católica y Dios Nuestro Señor la bendiga, prospere y glorifique. Amén.

jueves, 29 de septiembre de 2016

EL PRÍNCIPE DE LAS MILICIAS CELESTIALES




Príncipe de los ángeles fieles al Señor. Su nombre significa: «¿Quién como Dios?». En la Sagrada Escritura, aparece en el Libro de Daniel, en la Epístola del Apóstol Judas y en el Apocalipsis. Como a Gabriel y Rafael, se le llama "arcángel".

Miguel es figura principal entre los que sirven inmediatamente al trono del Señor y bajan a la tierra para anunciar o hacer cumplir sus designios. Protector del pueblo de Dios, de Israel, en la antigua Ley; de la Iglesia de Cristo en el Nuevo Testamento. En la Sagrada Escritura ha hallado su fundamento la piedad popular de todos los tiempos para erigir a San Miguel en Príncipe de los ejércitos celestiales, guerrero victorioso en las luchas cósmicas contra el espíritu rebelde, el dragón de las tinieblas.

Daniel, el profeta de las revelaciones angélicas, nos da a conocer el nombre de nuestro Arcángel. Miguel, llamado gran jefe de los israelitas, que luchan por la liberación del pueblo de Dios, desterrado y sometido al dominio persa. Allí mismo se habla de los príncipes de Persia y de Grecia, refiriéndose, según el común sentir, a los ángeles guardianes de estas naciones.

El Apocalipsis, nos presenta a San Miguel en su misión definitiva, culminante. Ante la aparición de la Mujer, símbolo de María y de la Iglesia, con su Hijo, en el cielo se traba una batalla. Miguel y el Dragón frente a frente, el Arcángel fiel contra el soberbio ángel de la luz. Cada uno manda un ejército de ángeles. Vence Miguel y el Dragón es sepultado en los infiernos.

De esta visión del profeta de Patmos se derivan las imágenes medievales del guerrero de alas brillantes con labrada armadura, al que no le falta la lanza que destruye al dragón, vencido a sus pies.

La Iglesia misma le reconoce el título de defensor de sus huestes, le llama "Ángel del Paraíso", "príncipe de las milicias espirituales", y en las Letanías de los Santos le asigna el primer lugar detrás de la Santísima Virgen. Su protección no nos abandona hasta después de la muerte.

En el momento solemne de ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa por sus difuntos, la Iglesia le invoca para que presente las almas a la luz santa del Juicio Divino.





La devoción popular, que ha influido notablemente en estos textos litúrgicos, le considera como "pesador de las almas", y así le vemos en curiosas miniaturas de la Edad Media, con la balanza de la justicia divina en las manos, felizmente inclinado un platillo hacia la gloria del Cielo.

Acontecimientos prodigiosos, ocurridos en Oriente y Occidente, contribuyeron a formar este hálito universal en torno a la figura del Arcángel. Es tradición oriental que, ya en los primeros decenios del cristianismo, salvó de la destrucción un templo dedicado a su honor en Colosae y que por su intervención milagrosa brotaron allí mismo aguas medicinales, por lo cual le honraban como médico celestial.

Sus apariciones más famosas son las del Monte Gárgano en Italia, alrededor del año 500, y la del monte Adriano, donde el año 611 el Papa Adriano IV le construye un oratorio, sobre el que sería más tarde Castillo de Sant' Angelo.

En España alcanzó renombre su aparición en la serranía navarra de Aralar para ayudar al noble caballero don Teodosio de Goñi en lucha contra el dragón infernal.

El Mont Saint-Michel, en Normandía, con una abadía gótica dedicada a su honor, también testificó su ayuda para con los navegantes.

Hoy día el Arcángel se mantiene fiel a su misión de Custodio de la Iglesia, como lo proclama la oración a él dirigida al fin de la Misa, preceptuada por León XIII.




ORACIÓN PRIMITIVA DEL PAPA LEÓN XIII 

A SAN MIGUEL ARCÁNGEL

(lo ideal es rezarla de rodillas y asperger el lugar 
con agua bendita, exorcizada con sal)


     ¡Oh Glorioso Príncipe de las Milicias Celestiales, San Miguel Arcángel, defendednos en el combate y terrible lucha que tenemos que sostener contra los poderes y potestades, contra los príncipes de este mundo de tinieblas y contra los malignos espíritus (Ef. 6, 12)! Venid en auxilio de los hombres que Dios hizo inmortales, formó a Su imagen y semejanza, y redimió a gran precio de la tiranía del demonio (Sab. 2, 23; I Cor. 6, 20).
     Pelead en este día con el ejército de los Santos Ángeles las batallas del Señor, como en peleasteis en otra ocasión contra Lucifer, jefe de los soberbios, y contra los ángeles apóstatas, que fueron impotentes a resistiros, y para los cuales no hubo ya lugar en el cielo.
     Sí, ese monstruo, esa antigua serpiente que se llama demonio y Satanás, que seduce al mundo entero, fue precipitado con sus ángeles al fondo del abismo (Apoc. 12, 8-9). Pero he aquí que este antiguo enemigo, este primer homicida ha levantado fieramente la cabeza. Transfigurado en ángel de luz y seguido de toda la turba de espíritus malditos, recorre la tierra entera para apoderarse de ella y desterrar el nombre de Dios y de su Cristo, para robar, matar y entregar a la eterna perdición las almas destinadas a la eterna corona de gloria. Además de los hombres de alma ya pervertida y corrompido corazón, este dragón perverso lanza encima, como un torrente de fango impuro, el veneno de su malicia, es decir, el espíritu de mentira, de impiedad y blasfemia, y el soplo emponzoñado de la impureza, de los vicios y de todas las abominaciones.
     Enemigos llenos de astucia han llenado de injurias y saturado de amargura a la Iglesia, Esposa del Cordero inmaculado; y sobre sus más sagrados bienes han puesto sus manos criminales. En el mismo Lugar Santo, donde ha sido establecida la Silla de Pedro y la Cátedra de la verdad, que debe iluminar el mundo, han alzado el abominable trono de su impiedad, con la intención perversa de herir al Pastor y dispersar el rebaño. (*)
     Os suplicamos, pues, oh Príncipe invencible, socorráis al pueblo de Dios contra los ataques de esos espíritus malditos, y le concedáis la victoria. Este pueblo os venera como su protector y patrono, y la Iglesia se gloría de teneros por defensor contra las malignas potestades del infierno. Dios os ha confiado el cuidado de conducir las almas a la celeste bienaventuranza. ¡Ah, rogad, pues, al Dios de paz, ponga bajo nuestros pies a Satanás y de tal modo aplastado, que no pueda retener más a los hombres en la esclavitud, ni causar perjuicio a la Iglesia! Presentad nuestras súplicas ante el Todopoderoso, para que seamos prevenidos cuanto antes de las misericordias del Señor. Apoderaos del dragón, la serpiente antigua que es el diablo y Satanás, encadenadlo y precipitadlo en el abismo, para que no pueda seducir más a las naciones (Apoc. 20, 2-3). Amén.
V/ He aquí la Cruz del Señor, huid, potestades enemigas;
R/ Venció el León de la tribu de Judá, el vástago de David.
V/ Cúmplanse en nosotros, Señor, vuestras misericordias;
R/ Como hemos esperado de Vos.
V/ Escuchad, Señor, mi oración:
R/ Y llegue mi clamor hasta Vos.

     Oremos. Oh Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, invocamos vuestro santo nombre, e imploramos con instancia vuestra clemencia, para que, por la intercesión de María Inmaculada siempre Virgen, Madre nuestra, y del glorioso arcángel San Miguel, os dignéis socorrernos contra Satanás y contra todos los otros espíritus inmundos que recorren la tierra para dañar al género humano y perder las almas. Amén”.


(*)  Como si fuese una verdadera profecía, León XIII intuyó y plasmó en esta oración la terrible realidad de nuestros días, ¡la usurpación de la Cátedra de San Pedro! 





viernes, 23 de septiembre de 2016

PADRE PÍO DE PIETRELCINA, VÍCTIMA POR LOS PECADORES Y LAS ALMAS DEL PURGATORIO





               El Padre Pío nació el 25 de Mayo de 1887, en una aldea llamada Pietrelcina, al sur de Italia, en la provincia de Benevento; sus padres, Horacio Forgione y Giuseppa de Nunzio unos humildes agricultores, encomendaron su protección al Seráfico San Francisco de Asís, por eso le bautizaron con su nombre. Con el pasar de los años, el Padre Pío se configuraría con aquél santo no sólo por pertenecer a su Orden, sino por llevar en su cuerpo los estigmas de la Pasión.


              Desde muy niño fue profundamente sensible y espiritual; así a la corta edad de cinco años, se ofreció al Señor como víctima y comenzó a tener frecuentes visiones de su ángel custodio, de Nuestra Señora la Virgen y del mismo Jesucristo, visiones estas que le acompañarían el resto de su vida.


               Pero también el demonio se le representaría de distintas maneras; cuando esto ocurría, nunca le falló la ayuda su ángel de la guarda o incluso de Nuestro Señor, que ponían al diablo en fuga.



"Cada Misa escuchada con devoción, produce
en nuestra alma efectos maravillosos,
abundantes gracias materiales y espirituales
que no alcanzamos a comprender.
A tal fin, no malgastes tu dinero, sacrifícalo y ven a escuchar Misa.
El mundo puede existir sin el sol, pero no puede existir sin la Misa."
(Padre Pío)


               Siendo apenas un adolescente, Francisco manifestó su deseo de ser franciscano capuchino. Ya que la familia era sumamente pobre, su padre se vio obligado a emigrar a Estados Unidos y Jamaica, en busca de medios económicos con los que sustentar la carrera eclesiástica de su hijo.

               La víspera de su entrada en el Noviciado Capuchino de Morcone, el futuro santo recibió la visita de Nuestro Señor, que le animó a seguirle; también la Virgen Santa le consoló y prometió ayuda en el camino que iba a comenzar. Al tomar el hábito, cambió el nombre de Francisco por el de Pío.

               Años más tarde, el 10 de Agosto de 1910, Fray Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento; como recuerdo de aquél día, el ya Padre Pío escribió: “Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta”.





   

               Aquejado por su débil salud, pasó algún tiempo en su pueblo natal, donde vivía retirado en una pequeña choza; fue precisamente allí donde sufrió los síntomas de unos estigmas aún invisibles, pero que de cierto le hacían padecer como un auténtico crucificado. Aturdido, confundido por semejante gracia, rogó al Señor que nunca se hicieran visibles aquellas heridas que ya sufría.


               Continuaba su convalecencia en Pietrelcina, pero el demonio no dejaba de molestarle; se le manifestaba de diversas maneras, unas veces con forma de animales, otras de mujeres en actitudes lascivas… sin embargo, era después consolado por aquellas visiones celestiales que desde su infancia le acompañaban. Su Santo Ángel Custodio, San Francisco, la Purísima Virgen María, le sostenían y aumentaban el sentido del continuo sufrimiento que iba a padecer pronto, cuando se asemejase con Cristo en los sufrimientos de la Pasión.



"Durante el día, cuando no puedas hacer otra cosa,  
       llama a Jesús, en el medio de tus ocupaciones,
      con gemido resignado de tu alma, y El vendrá,
          quedará siempre unido al alma por medio 
   de Su gracia y Su santo amor.Vuela con tu espíritu 
       hacia el tabernáculo, cuando no puedas llegar
         con tu  cuerpo, y desahoga allí tus deseos...
  habla, reza, abraza al dilecto de las almas mejor aún
       que si lo pudieras recibir sacramentalmente."
(Padre Pío)


               El 12 de Agosto de 1912, sufrió -a semejanza de Santa Teresa de Jesús y de Santa Verónica Giulianni- lo que era tener herido el corazón por el Amor de Dios. Así mismo lo narró él en una carta a su director espiritual: “Estaba en la iglesia haciendo la acción de gracias tras la Misa, cuando de repente sentí mi corazón herido por un dardo de fuego, hirviendo en llamas, y yo pensé que iba a morir”.

               Tras un largo período en su Pietrelcina natal, el Padre Pío, casi recuperado de sus dolencias físicas y por orden de sus superiores, se dirige a Foggia el 17 de Febrero de 1916, para pocos meses después, entrar en el convento de San Giovanni Rotondo, donde probaría si salud mejoraba por el particular clima de la región. Los superiores del Padre Pío, al comprobar que era aquel el lugar donde más alivio encontraría para sus dolencias, se resolvieron a enviarle definitivamente allí. Desde que entró, el 4 de Septiembre de 1916 hasta su muerte, jamás volvió a salir de aquel convento.




  
               Durante la Primera Guerra Mundial, el Padre Pío sería llamado a filas hasta en tres ocasiones, pero siempre sería devuelto al convento por su pésima salud.

               Cuando apenas había pasado un mes de la transverberación, una nueva gracia espiritual marcaría el resto de la vida del Padre Pío. De nuevo, tenemos conocimiento exacto de los hechos a través de una carta que él mismo escribió a su director espiritual:


                “Era la mañana del 20 de Septiembre de 1918. Yo estaba en el coro, haciendo la acción de gracias de la Misa y sentí que me elevaba poco a poco siempre a una oración más suave, de pronto una gran luz me deslumbró y se me apareció Cristo, que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz, que más bien parecían flechas que herían las manos, los pies y el costado.


                 Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban hasta hacerme perder las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios.”



             Pero a estas dolorosas experiencias, se le sumaría la de la incomprensión humana; el Padre Agustín Gemelli, franciscano, doctor en medicina, se acercó al convento de San Giovanni Rottondo para examinar los estigmas del Padre Pío, que se negó, ya que el P. Gemelli no traía consigo autorización alguna. Eso fue el detonante para que el médico franciscano publicase un artículo calificando al Padre Pío de neurótico y se ser él mismo el que se había autolesionado.


             Por tal motivo, la Santa Sede, confiando en el juicio del Padre Gemlli, tomó la decisión de “aislar” al Padre Pío durante casi diez años, entre 1923 y 1933, donde se le requisaba hasta la correspondencia epistolar. Durante todo ese período no dejó de sufrir la Pasión de Nuestro Señor.


             Al estar tan configurado con Nuestro Señor, el Padre Pío vivía la Santa Misa como en lo que en realidad es: un Sacrificio. Por eso, su Misa duraba unas dos horas, tiempo en el cual se sumergía en los dolores no sólo de Cristo, sino de la Virgen Santa. Conformo avanzaba la Santa Misa, era como si subiese al Monte Calvario. De hecho sufría la misma agonía que el Crucificado y sangraba abundantemente durante la Consagración. 


             El mismo Padre Pío explicaba así lo que es el Santo Sacrificio de la Misa: “la Misa es Cristo en la Cruz, con María y San Juan a los pies de la misma y los ángeles en adoración. Lloremos de amor y adoración en esta contemplación”.


             Una vez alguien le preguntó cómo es que podía pasar tanto tiempo de pie durante la Santa Misa, a lo que el Padre Pío contestó: “ Hija mía, no estoy de pie, estoy suspendido con Cristo en la Cruz”.


"En estos tiempos tristemente faltos de fe, 
de impiedad triunfante, donde todos los que nos rodean
 tienen siempre el odio en el corazón,y la blasfemia en los labios, 
el mejor medio de mantenerse libre del mal 
es fortificarse con el alimento eucarístico."
(Padre Pío)







lunes, 19 de septiembre de 2016

SAN MIGUEL ARCÁNGEL, ALIVIO DEL PURGATORIO






Los católicos dedicamos el día lunes a orar de manera especial por las Benditas Ánimas del Purgatorio; nuestras hermanas, que en su momento participaron de la vida de esta tierra, ahora están retenidas en aquella Cárcel de Amor y necesitan de nuestras oraciones, sacrificios y limosnas para poder alcanzar la purificación que tanto desean.

En unos días celebraremos a San Miguel Arcángel, Príncipe de los Ángeles y Custodio del Paraíso. Tal vez por esa condición de Guardián de la Gloria, la piedad popular siempre sostuvo la creencia de que San Miguel vela por nosotros en el momento de la agonía, poco antes de la muerte del cuerpo y que luego acompaña al alma al Juicio Particular.

Teniendo la fe de los niños, encomendémonos pues a diario al Príncipe de la Milicia Celestial, a fin de que sea buen abogado en nuestra hora postrera y ahora alivie y consuele a nuestros familiares que aún han de pagar por sus culpas en el Bendito Purgatorio.

Una buena manera de ser devoto de San Miguel Arcángel, es difundir esta publicación e imprimir las estampas que la acompañan.



lunes, 12 de septiembre de 2016

EL DULCE Y PURÍSIMO NOMBRE DE MARÍA NUESTRA SEÑORA




     En 1683, el Papa Inocencio XI formó una alianza con el Emperador Leopoldo I, el Rey Juan III Sobieki de Polonia y tropas húngaras para repeler a los mahometanos que amenazaban con invadir Europa.

     Los ejércitos cristianos conseguirán vencer a los turcos a las puertas de Viena en 1683 y reconquistar Budapest tres años más tarde, con lo que Hungría se verá libre de la presión turca. Como recuerdo por la victoria en Viena, Inocencio XI proclamó la festividad del Nombre de María, el 12 de septiembre. 






Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme,
 arrastrado por las olas de este mundo, 
en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar,
 no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.


Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas 
en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción,
 si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente
 la navecilla de tu alma, mira a María.

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, 
confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea 
del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza,
 en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.

 No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón;
 y para conseguir los sufragios de su intercesión,
 no te desvíes de los ejemplos de su virtud.


No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, 
no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía;  
llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara. 



San Bernardo






sábado, 10 de septiembre de 2016

NUESTRA SEÑORA, CO-REDENTORA DE LAS ALMAS


  «La Anunciación del ángel a María

 fue el inicio de nuestra Redención» 

(San Beda, el Venerable, Doctor de la Iglesia)


   El prefijo “co” indica en “colaboración”, “unión”. Decir que la Santísima Virgen es Corredentora significa decir que ha colaborado en la obra de la Redención de un modo singularísimo en unión con Jesucristo y nunca sin Él. 

   María estaba predestinada, por su Maternidad divina, a la función de Medianera universal entre Dios y los hombres, como lo demuestran la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Los mejores teólogos, generalmente de la escuela tomista, dan la razón teológica de ello. 

   El Padre Réginald Garrigou-Lagrange escribe que María es Medianera con subordinación a Cristo:

      ) Porque cooperó al sacrificio de la cruz (con la satisfacción o la compasión y el mérito). 

     ) Porque intercede continuamente por nosotros en el Cielo ante su Hijo, alcanzándonos y distribuyéndonos todas las gracias que precisamos con vistas a la salvación eterna. 

   La Mediación de María es ascendente (presenta a Dios las plegarias de los hombres) y descendente (da a los hombres las gracias divinas). María cooperó al Sacrificio de la Cruz y a la Redención de Cristo por modo de satisfacción, de manera subordinada a Cristo, único Mediador principal de la Redención del género humano; es decir: reparó la Justicia Divina ofendida por el pecado de Adán volviéndonos a Dios propicio y amigo. 






   ¿Cómo llevó a cabo Nuestra Señora la Co-Redención? 


   Ofreció a Dios en el Gólgota, con enorme dolor y grandísimo amor, la vida de su Hijo, queridísimo para ella y a quien adoraba. Y lo hizo por nosotros los hombres, hijos de Adán, privados de la vida sobrenatural. Jesús satisfizo por nosotros de condigno a la justicia divina, o sea, en rigor de justicia, por ser Dios. María, en cambio, que no dejaba de ser una criatura, aun siendo verdadera Madre de Dios, mereció de congruo, esto es, por razón de conveniencia o por benevolencia de Dios, lo que Jesús mereció de condigno, por lo que el derecho al rescate de la humanidad se funda, en María, en el amor gratuito de Dios o in iure amicabili [en los derechos de la amistad], no en la estricta justicia, como en el caso de Jesús. 

   María es Corredentora en este sentido: porque recompró con Cristo, en Cristo y por medio de Cristo al género humano, extraviado por el pecado original. Tal razón teológica la corroboró el Magisterio pontificio (cf. San Pío X, encíclica Ad diem illum, de 1904, DS 3370: «María mereció de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo mereció de condigno»; cf. asimismo Benedicto XV, carta apostólica Inter sodalicia, de 1918, DS 3634, nº 4: «inmoló a su Hijo, de manera que se puede decir, con razón, que ella redimió al género humano con Cristo y bajo Cristo”). 

   Fue Santo Tomás de Aquino quien explicó la doctrina del mérito y la distinción entre el mérito de congruo y el de condigno (S. Th. I-II, q. 114, a. 6), y los tomistas las aplicaron a la corredención de María subordinada a la redención principal de Cristo. 

   Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora: 1ª) hacer de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica); 2ª) juntar ambos extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1).

   En conclusión, el mediador es una persona que se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia física para juntarlas, o que las junta de nuevo moralmente con su acción (si estaban unidas en un primer tiempo y luego se malquistaron). Ahora bien. María posee a la perfección estas dos características: ontológicamente está en medio, entre el Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo encarnado y auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios redentor trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene algo en común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente con ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de Dios; mientras que, por otro lado, se acerca a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí que convenga con los dos extremos en cierto sentido, y que en otro se distancie de ellos. 

   María, además de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce asimismo una mediación moral entre ambos: con su “fiat” a la encarnación del Verbo, el cual muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por el pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia santificante, y lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al hacer que volviera a hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y voluntariamente (cooperación remota o preparatoria a la redención de Cristo). María sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la redención), como había sido predicho por los profetas del Antiguo Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa salvado» (Lc 1, 31). De aquí que no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado para la redención del género humano




   Podemos, pues, afirmar con San Beda: «La Anunciación del ángel a María fue el inicio de nuestra Redención» (PL 94, 9). Los errores de los protestantes y de los modernistas Verdad es que Cristo constituye el único Redentor y Mediador universal de todos los hombres (Rom 5, 18; I Tim 2, 5) (6), mas Dios quiso que el Verbo se encarnara en el seno de María y nos salvara con su muerte en la cruz. Estando así las cosas, hay una mediadora secundaria y subordinada (María) cabe el mediador principal (Cristo) (7). Jesús no sólo nos redimió mereciéndonos la gracia mediante su muerte en la cruz, sino que aplica a cada hombre la gracia suficiente para salvarse. Él es el Redentor y el Dispensador principal de toda gracia. La redención universal (en acto primero o en el ser) es el fundamento de la dispensación universal (en acto segundo o en el obrar). Otro tanto se debe decir, analógicamente, de la corredención y dispensación de toda gracia por parte de María. 

   En efecto, también María nos recobró la gracia como Corredentora, de manera subordinada a Cristo, y, además, distribuye la gracia a cada cual por voluntad de Dios. María no es sólo Dispensadora de la gracia, como pretendían algunos mariólogos minimalistas, sino que es asimismo, realmente y por voluntad de Dios, Corredentora subordinada a Cristo: María junta de nuevo a los hombres con Dios; no se limita a distribuir la gracia a todo el que la quiera recibir. 

   La Mediación o Corredención de María no es principal o equivalente a la de Cristo (o sea, no hay dos “redentores: Cristo y María”), sino secundaria (Cristo es Dios; María, una criatura finita, aunque sea verdadera Madre de Cristo en cuanto verdadero hombre); la corredención de María no es tampoco independiente de la de Cristo, o colateral, sino subordinada a la de Cristo; no es suficiente por sí misma, sino que saca su valor de la encarnación y muerte del Verbo; no es absolutamente necesaria, sino que su necesidad es tan sólo hipotética, es decir, fue querida libremente por Dios, que habría podido elegir otro modo de redimir a la humanidad. 

   La mariología católica, pues, no le sustrae a Cristo el título de Mediador, Redentor y Dispensador de toda gracia para conferir dichas prerrogativas a María, como dicen erróneamente los protestantes y los modernistas. San Pablo reveló, por lo que es doctrina de fe, que «porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús» (I Tim 2, 5). 

   Jesús es el mediador principal, absoluto, independiente y suficiente por sí mismo. Pero eso no excluye -antes bien, admite implícitamente- la cooperación secundaria, subordinada, dependiente, ineficaz por sí misma y sólo hipotéticamente necesaria de María, que aceptó libremente y con conocimiento de causa hacerse Madre del Verbo encarnado y redentor. María Corredentora es el título que resume en una sola palabra la mediación de María entre Dios y el hombre herido por el pecado original, es decir, su cooperación a la redención del género humano