viernes, 30 de diciembre de 2011

SOR JOSEFA MENÉNDEZ, LA CONFIDENTE DEL SAGRADO CORAZÓN

   Ayer, 29 de Diciembre, se cumplió el 88 Aniversario de la entrada en el Cielo de Sor Josefa Menéndez, una humilde religiosa lega, casi analfabeta y que jamás destacó en nada. Al morir, el mundo entero conoció las enormes gracias que el Sagrado Corazón de Jesús quiso regalar a esta sencilla mujer, que escribió, por estricta obediencia, todo cuanto el Divino Salvador quiso compartir con ella.

   Mentiría si no dijese que he leído "UN LLAMAMIENTO AL AMOR" cientos de veces; de hecho, tengo el libro completamente roto, deshojado, lleno de anotaciones, subrayados... lo leí por primera vez en 2005 y ya jamás mi vida volvió a ser igual. Cuando cerraba el libro de Sor Josefa Menéndez, sentía cada palabra del Sagrado Corazón de Jesús como dirigida a mí.

   Desde este modesto blog, he procurado hacerles llegar, sobre todo los viernes, pequeños extractos de esa joya de la espiritualidad; un buen apostolado, es copiar aquellos enlaces ya publicados y enviarlos por mails, colgarlos en Facebook o en las redes sociales que usen habitualmente.

   Les animo a todos a hacerse con un ejemplar de "UN LLAMAMIENTO AL AMOR"  y que divulguen su lectura, como eficaz apostolado de quienes desean que el Corazón de Jesús sea más conocido y amado.


BREVE BIOGRAFÍA
   
   Sor Josefa Menéndez nació en Madrid el 4 de Febrero de 1890, en un hogar modesto pero muy cristiano, bien pronto visitado por el dolor. La muerte del padre, dejó a la jovencita como único apoyo de su madre y de dos hermanas, a las que sostenía con su trabajo. 


   Josefa hábil costurera, conoció las privaciones y preocupaciones, el trabajo asiduo y las vigilias prolongadas de la vida obrera, pero su alma enérgica y bien templada vivía ya del amor del Corazón de Jesús, que le atraía a sí irresistiblemente. Durante mucho tiempo deseó la vida religiosa, sin que le fuese dado romper los lazos que la unían al mundo; su trabajo era necesario a los suyos y su corazón, tan amante y tan tierno, no se resolvía a separarse de su madre, que a su vez creía no poder vivir sin el cariño y el apoyo de su hija mayor. Un día sin embargo, el divino llamamiento se hizo irresistible, exigiendo los mayores sacrificio.




   El 5 de Febrero de 1920, Josefa dejaba a su hermana ya en edad al cuidado de su madre y abandonaba su casa y su Patria querida, para seguir más allá de la frontera a Aquél cuyo amor divino y soberano tiene derecho a pedírselo todo. 


   Sola y pobre se presentó en Poitiers, en el convento del Sagrado Corazón de los Feuillants, santificado en otros tiempos por la estancia en él de Santa Magdalena Sofía Baral. Allí se había reanudado hacía poco la obra de la Santa Fundadora y a su Sombra florecía de nuevo un Noviciado de Hermanas Coadjutoras del Sagrado Corazón.


   Nadie pido sospechar los designios divinos que ya empezaban a ser realidad. Sencilla y laboriosa, entregada por completo a su trabajo y a su formación religiosa, Josefa en nada se distinguía de las demás, desapareciendo en el conjunto. El espíritu de mortificación de que estaba animada, la intensa vida interior que practicaba, y una como sobrenatural intuición en cuanto a su vocación se refería, llamaba la atención de algunas personas que la trataron con más intimidad.


   Pero las gracias de Dios permanecieron ocultas a cuantas la rodeaban, y desde el día de su llegada hasta su muerte, logró pasar desapercibida, en medio de la sencillez de una vida de la más exquisita fidelidad. 


   Y en esta vida oculta, Jesús le descubrió su Corazón. "Quiero – le dijo- que seas el Apóstol de mi Misericordia. Ama y nada temas. Quiero lo que tú no quieres... pero puedo lo que tú no puedes... A pesar de tu gran indignidad y miseria, me serviré de ti para realizar mis designios".


   Viéndose objeto de estas predilecciones divinas, y ante el MENSAJE que debía transmitir, la humilde Hermanita temblaba y sentía levantarse gran resistencia en su alma. La Santísima Virgen fue entonces para ella la estrella que guía por camino seguro, y encontró en la Obediencia su mejor y único refugio, sobre todo, al sentir los embates del enemigo de todo bien, a quien Dios dejó tanta libertad. 


   Su pobre alma experimentó terribles asaltos del infierno, y en su cuerpo llevó a la tumba las huellas de los combates que tuvo que sostener. Con su vida ordinaria de trabajo callado, generoso v a veces heroico, ocultaba el misterio de gracia y de dolor que lentamente consumía todo su ser.




   Cuatro años bastaron al Divino Dueño para acabar y perfeccionar su obra en Josefa, y confiarle sus deseos. Como Él había dicho, llegó la muerte en el momento señalado, dando realidad a sus palabras: "Como eres víctima por Mí escogida, sufrirás y abismada en el sufrimiento morirás". Así, oscuramente, murió el sábado 29 de diciembre de 1923, a los 33 años, consumida por la ardiente sed de las almas que le había comunicado el Corazón de Jesús.


   Y así habían de realizarse, de manera imprevista los designios de amor que Nuestro Señor Jesucristo le había manifestado el 7 de Octubre de 1923: "Pronto te llevaré a la claridad sin fin. Entonces mis palabras se leerán y se conocerá mi Amor."


   Pronto se dejó sentir la intercesión de Sor Josefa. El Corazón de Jesús cumplía su promesa: "Este será nuestro trabajo en el cielo: enseñar a las almas a vivir unidas a Mí". y otro día: "Mis palabras llegarán hasta los últimos confines de la tierra". Su corazón preparaba el camino que hoy descubre al mundo, hambriento de Verdad y de Caridad. 







jueves, 29 de diciembre de 2011

LA SAGRADA EUCARISTÍA Y SANTA ÁNGELA DE FOLIGNO

   "Es necesario que el alma penetre hasta lo íntimo del Dios-Hombre y descubra su plan de amor, actuado en el Santo Sacrificio de la Eucaristía. El alma debe mirar a ese inefable amor de Dios que lo impulsó a excogitar todo medio, para quedarse totalmente con nosotros. Y quiso este sacramento, no sólo en memoria de su muerte, que es nuestra salvación, sino también para quedarse con nosotros, todo y siempre. Y el que quiera sondear este abismo de amor, es menester que tenga buenos ojos...




   Pienso que esta verdad ha de ser escudriñada por todos los que quieren celebrar y recibir este Sacrificio. De ahí no se aleje el alma, sino que se detenga y quede, porque la mirada que el Dios-Hombre dirigió al género humano era tan amable que es absolutamente necesario destacar ese inefable amor, cuando decidió inmolarse todo por nosotros en el santo sacrificio.


   Deteneos a considerar quién es el que quiso quedarse en este Sacrificio. “Él es el que es”. Y él que es todo el ser, se quedó todo en ese Sacramento. Por eso nadie se extrañe de cómo puede existir simultáneamente en tantos altares, aquende y allende los mares, y allá como acá, y acá como allá. El habló así: "Yo soy Dios, incomprensible para vosotros. Todo lo hice sin vosotros, y obro sin vosotros. Frente a lo que no comprendéis, inclinad la cabeza, porque para mí nada es imposible."


   ¿Hay algún alma tan insensible que, contemplando esa mirada tan amorosa y tan sincera, al instante no se transforme toda en amor?... ¿Y puede haber algún alma tan escasa de amor que, al ver cómo ha sido amada y cómo Él dispuso todas las cosas para quedarse totalmente con nosotros en el Santo Sacrificio, no se transforme toda en amor?...


   Y todos los que quieren ser hijos fieles del Santo Sacrificio, no descuiden de meditar esta verdad. Y cómo Jesús, mientras nos miraba con su mirada triste, estaba todo y solamente en cada uno de nosotros; y también cuando nos miraba con su mirada amante y fiel, se daba todo y solamente a cada uno de nosotros; por lo tanto cada uno de nosotros debe ser todo y sólo de Él."

Oración a Jesús solitario en el Santísimo Sacramento
(antes de acostarse)

   ¡Oh Divino Jesús! que durante la noche estáis solitario en tanto tabernáculos del mundo, sin que ninguna de vuestras criaturas vaya a visitaros y adoraros. Yo os ofrezco mi pobre corazón, deseando que todos sus latidos sean otros tantos de amor y adoración. Vos, Señor, estáis siempre en vela bajo las Especies Sacramentales, vuestro Amor Misericordioso nunca duerme ni se cansa de velar por los pecadores.


   ¡Oh Jesús amantísimo!, ¡Oh Jesús solitario!, haced mi corazón cual lámpara encendida; en caridad se inflame y arda siempre en vuestro amor. Vela ¡oh Centinela Divino!, vela por el mísero mundo, por los sacerdotes, por las almas consagradas, las extraviadas, por los pobres enfermos cuyas noches interminables necesitan tu fortaleza y tu consuelo, por los moribundos y por ésta tu humilde sierva que, para mejor servirte, descansa pero sin alejarse de Ti, de Tu Sagrario... donde vives en la soledad y el silencio de la noche.


Sea siempre bendito, alabado, adorado, amado y reverenciado el Corazón Sagrado de Jesús en todos los Sagrarios del mundo. Amén.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

LA TRINIDAD DE NAZARETH

MIÉRCOLES, DEDICADO AL VIRGINAL SAN JOSÉ
NUESTRO PADRE Y SEÑOR


“Y los tres sólo son uno” (1 Jn 5, 7)


   (...) En una de esas casas vivía la Sagrada Familia, que no se distinguiría en nada de las demás. La fachada sería de mampostería, pero la mayor parte del resto —no más de dos o tres piezas— estaría horadada en la roca calcárea. La habitación más grande, a la que daría acceso la puerta de entrada, serviría de comedor y cuarto de estar. En el interior, habría alguna más. La zona de la casa construida de mampostería estaría cubierta por una terraza, a la que se subiría por una escalera exterior.


   Nada de lujo ni de confort. Sobre el suelo, de tierra batida, unas alfombras de esparto. El mobiliario, semejante al de las gentes de su clase: unas camas, unos arcones para la ropa, los utensilios de cocina, un ánfora, una rueda de molino, algunos tapices y cojines para los visitantes...


   En esta humilde morada no hay —escribe Claudel— más que «tres personas que se aman y van a cambiar la faz del mundo». Son sólo tres, pero el mutuo amor que las anima, nunca desmentido, cada vez más íntimo, más tierno y más fuerte, las une en una unidad maravillosa que nos hace pensar en la Trinidad eterna, de la que diría San Juan: Et hi tres unum sunt, y los tres sólo son uno. El amor une sus almas en una sola y su corazón en un solo corazón. Su comunión es constante.


   Los tres tienen distinta dignidad, pero el orden querido por Dios es perfectamente observado. José se somete a la voluntad divina, María está subordinada a José y Jesús obedece a ambos. La precedencia, pues, es inversa a su excelencia. El último de los tres en dignidad y grandeza es el primero en autoridad. Se trata de un orden conforme a la ley evangélica que quiere que los primeros sean los últimos y los últimos los primeros... Una lección de Dios que nos dice que el poder es más un servicio que un privilegio.


   José representa la autoridad divina. Se sabe muy por debajo de su hijo y de su esposa, y pensando en la distancia que le separa de Dios y de la más pura de las criaturas, su espíritu zozobra. Con todo, cuando llega la hora de ejercer su autoridad, no se inquieta ni vacila.


   Con la misma espontaneidad, Jesús y María vuelven sus ojos hacia él como hacia el que ha sido designado por Dios para comunicarles sus consignas, y, lejos de sentirse 
frustrados al obrar así, comprenden que es para ellos el único medio de compenetrarse más y más con la voluntad de Dios.


   Pero aunque mandan sobre Jesús y éste' les obedece, María y José 1e consideran su Maestro y su modelo. Hay en él tal santidad, que sienten un impulso irresistible de imitarle. Es el espejo de su ideal y tratan de grabar en ellos el sello de su perfección, como él mismo dirá más tarde que es la marca, la señal del Padre.


   Los tres llevan una vida oculta. A ojos de sus compatriotas, no son más que unos israelitas piadosos, fervientes, fieles, observantes de la Ley. Su conducta es edificante, pero sus prácticas religiosas, aunque llaman la atención, no tienen nada de espectacular, de insólito, de especial. Nada hace transparentar las riquezas que desbordan sus almas. Nada dan a conocer del secreto divino, hasta tal punto que los parientes próximos de Jesús no sabrán descubrir en él al Verbo hecho carne.


   Viven discretamente, sin tratar de prevalecerse de sus privilegios y de sus títulos. En apariencia, su vida es tan ordinaria, tan sin historia, tan sin brillo, que el Evangelio nada tiene que decirnos de ella. Se diría que se trata de una especie de acuerdo tácito el que los evangelistas silencien la vida que llevaba la Sagrada Familia en Nazaret.


   (...)La hora de la revelación llegará un día. Mientras tanto, antes de predicar, hay que dar ejemplo. Antes de enseñar a los demás a guardar silencio, a desaparecer, a ser abnegados, humildes, es preciso que Jesús y los que sigan su camino comiencen por ofrecer a los hombres el espectáculo de todas esas virtudes. Es preciso que el mundo sepa que lo más provechoso, lo más útil, lo más evangélico, es lo que no tiene oropel, lo que se consume en el cumplimiento silencioso del deber cotidiano. 


Hna. Úrsula, de la Tercera Orden de San Francisco

lunes, 26 de diciembre de 2011

ORACIÓN POR LAS BENDITAS ÁNIMAS



   Como cada lunes, recordemos con amor y devoción a nuestros difuntos; tengamos especial atención para aquellas Almas retenidas en el Purgatorio, donde se purifican de sus pecados antes de contemplar a Dios cara a cara, para toda la eternidad. 


   Quién sabe, quizás nuestros padres, hermanos, hijos, amigos amados, estén allí, esperando la caridad de nuestras oraciones, aguardando que oigamos la Santa Misa por ellos, deseando que demos limosna u ofrezcamos algún sacrificio, algo que nos cueste hacer por ellos, para aliviarles y liberarles de aquéllas terribles penas.


   Os animo a leer y releer esta hermosa oración, que dentro de poco imprimiré en estampas, para conseguir  que aquellas Bienaventuradas Almas vean cumplidas sus deudas por los pecados cometidos en este mundo y lleguen por fin al Paraíso. ¿De veras creéis que una vez allí se olvidarán de nosotros? Al contrario: sabedoras de que les hemos ayudado, ellas serán nuestras seguras y fieles intercesoras ante la Majestad de Dios.

* * * * *


   Padre Todopoderoso y Eterno: te ofrezco por las manos purísimas de Nuestra Señora, todas las Santas Misas celebradas hoy para tu mayor gloria y por la redención de las Benditas Almas retenidas en el Purgatorio.


   Humildemente te suplico que tengas piedad de Ellas y les perdones sus pecados mediante los méritos de Tu amadísimo Hijo.


   Para compensar la alabanza, el agradecimiento, el amor, el honor y los méritos que estas almas omitieron manifestar y acumular en su vida terrenal, te ofrezco toda la alabanza, el amor, el honor, el agradecimiento y los sufrimientos con los que te honraba Tu Hijo mientras estaba en la tierra.


   Como recompensa por todas las faltas y omisiones que estas almas demostraron en este mundo, te ofrezco el celo fervoroso que profesó Tu Hijo Amado en sus obras, y en las obras que Él mismo renueva y alza hacia Ti en todas las Santas Misas.


   Por la purificación de las manchas de los pecados que todavía persisten en las Benditas Almas del Purgatorio, te ofrezco la Sangre Divina que derramó Tu Hijo y que derrama cada día sobre nuestros altares.


  Como redención por todas las penas y castigos que sufren las Almas purgantes, te ofrezco la Dolorosa Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, que se renueva en el Santo Sacrificio de la Misa.


   Finalmente, para poder apaciguar Tu rigorosa Justicia, te ofrezco todas las virtudes y méritos ejercidos y adquiridos por las Almas de Purgatorio durante su vida en la tierra, juntamente con las virtudes y méritos de la Virgen Santísima Nuestra Señora, de todos los santos, Bienaventurados y Almas Víctimas que suplen los méritos y obtienen la liberación de aquellas Almas Benditas retenidas en la cárcel de amor que es el Purgatorio.

sábado, 24 de diciembre de 2011

NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, DE LAS VISIONES DE MARÍA VALTORTA

Viene como continuación de la publicación del 13 de Diciembre


(Escrito el 6 de junio de 1944)

   Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.


   José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta - llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta - debe estar congelado. Acerca sus manos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que éste va bien y que alumbra lo suficiente, se da media vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.


« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »


« ¿ Te hace falta algo? »


« Nada, José. »


« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »


« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »


« Buenas noches, María. »


« Buenas noches, José».


   María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse vencer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plegaria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que produce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.


   Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.


   María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.


   Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.


   La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo...


   La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.


   El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo... ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.


   La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen... y de ella emerge la Madre.




   Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su corazoncito, que palpita por nosotros... allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado.


   El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me imagino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, creador de todos los animales.


   José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »


   José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Pequeñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.


   A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.


   « Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.


   Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En Su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer Tu Voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están Tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, Tu Voluntad, para gloria Tuya y por amor Tuyo. » Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.


« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! » José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.


   Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »


   José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: 


   « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, calentarlo, defenderlo del viento helado de la noche. Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes laterales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.


   María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la hoguera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger Su cabecita. «¿ Dónde lo pondremos ahora?» pregunta.


   José mira a su alrededor. Piensa... « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. » Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor.


    José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se levante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe. Cuando tiene suficiente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. 


   « Ya está » dice. « Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente ... »


« Toma mi manto » dice María.


« Tendrás frío. »


« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »


   José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.


   María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobresale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado Su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.



jueves, 22 de diciembre de 2011

EXCELENCIAS DE LA SANTA MISA

   Es tan inmensa la excelencia de la Misa que los mismos serafines no pueden llegar a comprenderla en su totalidad. Probemos, no obstante, de formarnos un concepto de ella ateniéndonos a las enseñanzas de la Iglesia apropiadas a este objeto.




   Dice San Francisco de Sales: “De todos los actos de religión, el Santo Sacrificio de nuestros altares resplandece como el sol entre las estrellas, porque es el alma de la piedad, centro de la religión cristiana al cual convergen todos los misterios y todos los preceptos; es el misterio inefable de la caridad divina, merced al cual, entregándose Jesucristo personalmente a nosotros, nos colma de sus gracias, por modo tran amoroso como magnánimo”.


   El sabio Osorio la prefiere a todos los misterios de la religión: “El Santo Sacrificio de la Misa es lo que hay en la Iglesia más augusto y precioso porque en él se consagra el pan y el vino y se ofrece a Dios el sacramento del altar”; y Forner de Bamberg continúa: “Aunque todos los sacramentos son excelentes, excede a todos la Misa: aquéllos son vasos que encierran la divina misericordia en beneficio de los vivos; este es océano inagotable de la liberalidad divina en favor de vivos y muertos”.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

SAN JOSÉ, EN LAS REVELACIONES DE MARÍA VALTORTA


   Dice el Libro de la Sabiduría: “En la sabiduría está el espíritu de inteligencia que es santo, único, múltiple, sutil…todo lo puede, todo lo prevé, abraza a todos los espíritus…La sabiduría penetra con su pureza, es vapor de la virtud de Dios, por esto en ella no hay nada impuro. Imagen de la bondad de Dios e inmutable como es; renueva todas las cosas, se comunica a las almas santas, hace a los hombres y a los profetas  amigos de Dios”.


   "San José, no por ciencia humana, sino por una sobrenatural; supo leer en el libro sellado de la Virgen Inviolable y percibió verdades proféticas con su “ver”,  cual un misterio sobrehumano donde los demás no veían en ella más que una gran virtud. Impregnado de esta sabiduría, emanación del Omnipotente; se dirige, con espíritu seguro, al mar de este misterio de gracia que es la Santísima Virgen; se interna con ella en espirituales coloquios en los que más que los labios que hablan, lo hacen dos corazones que conversan en el sagrado silencio de las almas, cuyas voces únicamente oye Dios porque le son siervos fieles y están llenos de El.


   La sabiduría del Justo aumenta con la cercanía de la Llena de Gracia y lo prepara para que penetre en los secretos más profundos de Dios y pueda defenderlos de las acechanzas humanas y del demonio y entretanto, lo renueva. De Justo lo hace un santo y de santo, el Custodio de la Esposa y del Hijo de Dios. Llevando su castidad hasta el heroísmo angélico él defiende cual sello, cual arcángel de fuego a la Puerta del Paraíso, donde el Eterno tiene sus delicias hablando con la que es su amor; bosque de lirios en flor, aura perfumada, brisa de fresco amanecer, estrella rutilante, delicia de Dios.


   Allí está la Nueva Eva, delante de San José, que no es hueso de sus huesos ni carne de su carne. Arca viva de Dios que recibe de él su tutela y a la que tendrá que devolver pura, como la recibió “Esposa de Dios” y cuando la sospecha en la hora de la prueba, por la futura maternidad de su amada, lo atormentó, él como hombre y siervo de Dios sufrió, como ningún otro, por el sospechoso sacrilegio.


   San José se ofrece al Cordero como holocausto por el pecado del mundo, en expiación y lo hace domeñando sus instintos varoniles que una vez, en el principio de los tiempos  triunfaron; conculcando los derechos de Dios sobre el hombre y que ahora El Hijo, la Madre y el padre nutricio devuelven a Dios, haciendo tornar también la gracia a los hombres. Esto lo hace San José con su castidad perpetua.


   ¿Qué San José no estuvo en el Gólgota? ¿Os parece que no esté entre los corredentores? El fue el primero y qué grande es a los ojos de Dios, por su sacrificio, su constancia, su paciencia y por su fe. ¡Qué fe mayor que con la que creyó los milagros del Mesías sin haber visto?


   Sea alabado mi padre putativo, ejemplo de lo que os falta: pureza, fidelidad y amor perfecto. Sea alabado el magnífico lector del Libro Sellado al que enseñó la Sabiduría para que pudiese comprender los misterios de la Gracia y que fue elegido para tutelar la Salvación del mundo contra las acechanzas de toda clase de enemigos".

martes, 20 de diciembre de 2011

BEATA ANA CATALINA EMMERICH Y SU ÁNGEL CUSTODIO

  Ana Catalina tenía una gran amistad y una confianza plena con su ángel, a quien veía desde su más tierna infancia. Siendo todavía una niña, cuando sus padres se retiraban a descansar, se levantaba de su lecho y oraba con su ángel de la guarda por espacio de dos o tres horas, y, muchas veces, hasta el amanecer. Su ángel era su guía y compañero. Y ella era como un niño dócil y silencioso en manos de su ángel. 


   Mientras ella no tuvo la dirección espiritual de los sacerdotes de la Iglesia, el ángel era su único guía, cuyas indicaciones regulaban su vida. Pero cuando comenzó a recibir los santos sacramentos y a someterse al juicio del confesor, mostró a éste la misma sumisión y el mismo respeto que antes había mostrado a su ángel.




   Nunca entró en la casa de Dios sin ser acompañada por su ángel custodio, en quien tenía el modelo de cómo debía comportarse en adoración ante Jesús Sacramentado.


   Catalina le había pedido a Dios que la preservara de todo pecado y que le diese a conocer y cumplir siempre su Santa Voluntad. Dios escuchó su oración. La hizo acompañar paso a paso para protegerla e iluminarla por su ángel en su largo viaje de una vida de trabajos, combates y sufrimientos. Él le enseñó cómo afrontar los peligros, soportar los sufrimientos y luchar en los combates. También el ángel le mostraba por adelantado en visiones o símbolos... sus sufrimientos próximos o lejanos, a fin de que pidiera fuerzas para soportarlos.


          Pequeña reflexión: ¿Soy dócil a las inspiraciones y guía de mi ángel custodio?, ¿entiendo que su voz es la misma Voluntad de Dios?, ¿acudo a él con confianza en los pequeños y  grandes problemas de la vida ordinaria y espiritual?, ¿procuro honrarle cada día, en especial los   martes, tal y como marca la Semana del Buen Cristiano?.

ORACIÓN AL ÁNGEL DE LA GUARDA

    Ángel de la Guarda, a quien soy encomendado, mi defensor, mi vigilante centinela; gracias te doy, que me libraste de muchos daños del cuerpo y del alma. Gracias te doy, que estando durmiendo, me velaste, y despierto, me encaminaste; al oído, con santas inspiraciones me avisaste.


   Perdóname, amigo mío, Mensajero del Cielo, consejero, protector y fiel guarda mía; muro fuerte de mi alma, defensor y compañero celestial. En mis desobediencias, vilezas y descortesías, ayúdame y guárdame siempre de noche y de día. Amén.

lunes, 19 de diciembre de 2011

SUFRIMIENTOS DEL PURGATORIO: DE LA PENA DE SENTIDO


   Para comprender el sufrimiento de las Almas del Purgatorio, bastaría decir que son las mismas penas del infierno con la diferencia de que mientras unos son temporales, las otras son eternas.


   El fuego del Purgatorio aflige a las Almas día y noche, penetra en ellas y las hace sufrir hasta pagada la deuda de todos sus pecados.


   A cada alma le cercan todos los males a un tiempo, que lavan las manchas de las faltas que cometieron durante su vida sin darles importancia.


   Escucha a las Benditas Ánimas: “Cristianos, ya veis lo mucho que padecemos. A vosotros, que fuisteis nuestros amigos levantamos nuestros clamores. Compadeceos de nosotras. Sólo os pedimos que nos ofrezcáis las buenas obras que hacéis; nosotras, al entrar en el Cielo, intercederemos por vosotros.”

domingo, 18 de diciembre de 2011

LA NAVIDAD DE SANTA CLARA DE ASÍS

   La noche de Navidad de 1252, el Niño Jesús transporta a Santa Clara lejos de su lecho de enferma, y el amor, que carece de lugar y tiempo, la envuelve en una experiencia mística que la introduce en el profundidad infinita de Dios. Tanto quería el Niño Dios ser contemplado y adorado por la Santa, que muy a pesar de los dolores y enfermedades que ella sufriera, Él mismo la transportó, para que ella con sus ojos pudiera contemplarle en esa Noche Santa, con sus labios alabarle y con su corazón amarle. Tal como el Niño Dios esperaba ser abrazado por el amor de Santa Clara, esta Noche Bendita que se aproxima, desea que nosotros le esperemos con el corazón dispuesto para amarle y adorarle.



Cómo, estando gravemente enferma Santa Clara,
fue transportada milagrosamente, en la noche de Navidad,
a la iglesia de San Francisco


Capítulo XXXV, Florecillas de San Francisco de Asís 


   Hallándose una vez Santa Clara gravemente enferma, hasta el punto de no poder ir a la iglesia para rezar el oficio con las demás monjas, llegó la solemnidad de la Natividad de Cristo. Todas las demás fueron a los maitines, quedando ella sola en la cama, pesarosa de no poder ir con ellas y tener aquel consuelo espiritual. 


   Pero Jesucristo, su Esposo, no quiso dejarla sin aquel consuelo: la hizo transportar milagrosamente a la iglesia de San Francisco y asistir a todo el oficio de los maitines y de la Misa de media noche, y además pudo recibir la Sagrada Comunión; después fue llevada de nuevo a su cama.


   Las monjas, terminado el oficio en San Damián, fueron a ver a Santa Clara y le dijeron:


-- ¡Ay Madre nuestra, sor Clara! ¡Cuánto consuelo hemos tenido en esta santa noche de Navidad! Pluguiera a Dios que hubieras estado con nosotras
Y Santa Clara respondió:


-- Yo doy gracias y alabanzas a mi Señor Jesucristo Bendito, hermanas e hijas mías amadísimas, porque he tenido la dicha de asistir, con gran consuelo de mi alma, a toda la función de esta Noche Santa y ha sido mayor que la que habéis tenido vosotras; por intercesión de mi padre San Francisco y por la gracia de mi Señor Jesucristo, me he hallado presente en la iglesia de mi padre San Francisco, y he oído con mis oídos espirituales y corporales todo el canto y la música del órgano, y hasta he recibido la Sagrada Comunión. Alegraos, pues, y dad gracias a Dios por esta gracia tan grande que me ha hecho. Amén.


Texto facilitado por la Hna. Úrsula, de la Tercera Orden de San Francisco.

sábado, 17 de diciembre de 2011

NUESTROS GLORIOSOS MÁRTIRES ( XIII )



   La Catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió este mediodía la ceremonia de beatificación de 23 Mártires españoles de la persecución religiosa en los años treinta. Fue presidida por el Prefecto para la Congregación de las Causas de los Santos, Su Eminencia el Cardenal Angelo Amato.




   A la Santa Misa de Beatificación, asistieron el Cardenal Arzobispo de Madrid, Monseñor Antonio María Rouco Varela; el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Cardenal Antonio Cañizares; y el Nuncio de Su Santidad en España, Monseñor Renzo Fratini, además de otros Arzobispos y Obispos.


   Los nuevos Beatos son 22 religiosos Oblatos de María Inmaculada y un seglar, padre de familia, que se habían establecido en el barrio de la Estación de Pozuelo de Alarcón en 1929 y ejercían su ministerio como capellanes en tres comunidades de religiosas al tiempo que colaboraban en las parroquias del entorno.


   Los nuevos Beatos son:


- Francisco Esteban Lacal
-Vicente Blanco Guadilla
-José Vega Riaño
- Juan Antonio Pérez Mayo
- Gregorio Escobar García
- Juan José Caballero Rodríguez
-Justo Gil Pardo
- Manuel Gutiérrez Martín
- Cecilio Vega Domínguez
- Publio Rodríguez Moslares
- Francisco Polvorinos Gómez
- Juan Pedro Cotillo Fernández
- José Guerra Andrés
- Justo González Llorente
- Serviliano Riaño Herrero
-Pascual Aláez Medina
-Daniel Gómez Lucas
-Clemente Rodríguez Tejerina
- Justo Fernández González
- Eleuterio Prado Villarroel
- Marcelino Sánchez Fernández
- Ángel Francisco Bocos Hernando


   A ellos se unió el seglar y padre de familia Cándido Castán San José, residente en el pueblo de Pozuelo, que fue detenido en su casa y llevado al convento para ser ejecutado por su vivencia no disimulada de la fe católica.




   Es providencial que este mismo año se cumple el 150 Aniversario de la entrada en el Cielo del Fundador de los Oblatos de María Inmaculada, San Eugenio de Mazenod.

viernes, 16 de diciembre de 2011

"REINARÉ EN ESPAÑA", EL SAGRADO CORAZÓN AL PADRE HOYOS



   El Beato Bernardo de Hoyos (1711-1735), tuvo muchas visiones que recibió del Señor y de Santos como el Apóstol San Juan, encontrándose con él “arrimado al Corazón de Jesús” tras recibir la Comunión. Explica sobre San Juan: “con cuánta razón se le da en la Vida de Santa Gertrudis el título de Portero del Corazón de Jesús; por lo cual es casi inseparable el amor al Corazón de Jesús de un tierno afecto a este Santo evangelista.”


   Resalta en sus escritos cómo Santa Gertrudis le pregunta a San Juan Evangelista que por qué habiendo reposado sobre el Santísimo Pecho y Corazón del Señor en la Última Cena no escribió sobre el Sagrado Corazón en su Evangelio. Le responde San Juan: “El dar noticia de las pulsaciones y movimientos del Corazón de Jesús, quedó reservado para los tiempos futuros, en los cuales, oyendo los inflamados afectos del Corazón de Jesús, se encienda el mundo envejecido y resfriado en el amor de Dios”.


   Esa misión la encomendó el Señor en España al Beato Bernardo de Hoyos, que providencialmente conoció la devoción al Sagrado Corazón de Jesús cuando le pidieron que buscara una copia del libro que describía tal devoción. Ante el Señor Sacramentado, el Beato se ofreció a extender el culto, y al día siguiente, el 4 de mayo, 1733, mientras adoraba al Santísimo Sacramento, le fue revelado que el Señor: “quería por mi medio extender el culto de su Corazón Sacrosanto, para comunicar a muchos sus dones por su Corazón adorado y reverenciado, y entendí que había sido disposición suya especial [que le hubieran encargado buscar ese libro].


   El 14 de mayo, 1733, explica cómo recibió la Gran Promesa: “Dióseme a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mi sólo, sino para que por mí las gustasen otros. Pedí a toda la Santísima Trinidad la consecución de nuestros deseos, y pidiendo esta fiesta en especialidad para España, en que ni aun memoria parece hay de ella, me dijo Jesús:
  "Reinaré en España, 
y con más veneración que 
en otras muchas partes"
   Esa devoción al Sagrado Corazón de Jesús se extendería por medio del mismo Señor. Sería la Providencia Divina la que obraría para llevarlo a cabo, como lo entendió el humilde instrumento que eligió, el Beato Bernardo de Hoyos: “…dejemos obrar al Señor; no hay que hacer de nuestra parte más que lo que él inspirare. Altamente se me ha impreso una máxima que refiere el P. Causino de nuestro santo Director: ‘que no apresuremos las horas de la Providencia”.


   Por eso podía decir el beato a pesar de los problemas que se presentaban para la difusión de la devoción: “mírolo todo en el Divino Corazón, y déjolo a su Providencia, que acaso dirige a algún fin, lo que a nosotros mortifica, y me inclino no poco a esto”. Cuando estaba repasando un manuscrito para su publicación, le pidieron que acompañara a un compañero suyo que tenía que ir al campo por órden del médico. El Beato Bernardo de Hoyos obedeció de inmediato por obediencia, retrasando por ello la tan deseada publicación.


   A pesar de eso, sentía “una tranquilidad admirable de espíritu, dejando todos mis deseos en el Corazón mismo de Jesús y yendo dulcemente o dejándome llevar de la amorosa providencia de nuestro Dios, en la cual miraba con una inalterable paz todas las dilaciones y demoras.” Comprendía: “cuán agradable música dan a la Santísima Trinidad las mínimas obras nuestras, ofrecidas por medio del Corazón de Jesús.”





jueves, 15 de diciembre de 2011

LOS ENEMIGOS DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA




   El encarnizamiento con que el demonio ha tratado en todos los tiempos de atacar al Santo Sacrificio de la Misa es una prueba de cuán sagrado e importante debe ser, y al mismo tiempo, cuán terrible para él.


   En el decurso de los diez primeros siglos de cristianismo, cuando la Iglesia de veía combatida por innumerables herejes, nadie hubo tan osado que llegara a atacar el Augusto Sacrificio. Necesitábase para ello un gran avance en la perversidad, una audacia verdaderamente infernal.


   Ello no se verificó hasta el siglo once; pero debemos hacer notar que apenas hubo Berenguer de Tours proferido sus blasfemias, el mundo tembló de espanto y le gritó con indignación: “Eres piedra de escándalo de los fieles“, ya que más de cinco Concilios le habían anatematizado, hasta que, por un milagro de la misericordia divina, Berenguer abjuró de sus errores y habiendo hecho penitencia por ellos falleció confesando la verdadera doctrina (1088).


   Pero la simiente por él sembrada no desapareció con él, sino fructificó por desgracia algunos años más tarde en los albigenses. Esta secta diabólica declaró ilícito el matrimonio, permitió la impureza, arguyó violentamente contra la Misa privada, que así llamábase vulgarmente la Misa rezada, y llegó a tan alto grado su encono que condenaron a terribles penas a los fieles que a ella asistían; penas que no llegaban ni en mucho a las horrorosas que imponía a los sacerdotes que tenían la audacia de celebrar los sagrados misterios.


   A más de los albigenses, los enemigos más encarnizados que ha tenido la Misa han sido indudablemente los reformadores del siglo décimo sexto (XVI), ya que el propio Lutero confiesa el hecho de haber sido inspirado por Satán para abolir la Santa Misa, como acto de idolatría y que había obrado de tal suerte no ignorando que el diablo aborrecía todo lo bueno; más aún, que sus enseñanzas eran todas falsas.


   Si la inteligencia de Lutero no hubiese sido ofuscada por completo por los espíritus infernales, habría a lo menos raciocinado de esta suerte: Satanás pretende que la Santa Misa es un acto de idolatría: si esto fuese así, ¿porqué quiere abolirla cuando en alabarla y fomentarla daría con el medio de insultar más despiadadamente al Altísimo?


   Ahora bien; Satán ha privado del Santo Sacrificio de la Misa a todas las sectas luteranas, causándoles con ello el perjuicio más funesto y les ha imbuido de tal manera su propio odio contra este santo misterio que han llegado a proferir la terrible blasfemia de que “la Misa es una abominable idolatría”, como se lee en el catecismo de los calvinistas de Heidelberg.


   ¡Pobres insentatos! ¿Cómo pueden admitir, entonces que se haya salvado una sola alma desde Jesucristo? Todos los apóstoles y los sacerdotes, todos, han celebrado el Santo Sacrificio de la Misa: los mártires y los confesores han asistido a ella con ejemplar devoción; ¿acusarán acaso de idolatría a todo ese ejército de Cristo haciéndole, por consiguiente, digno del infierno? La razón natural se resiste a suponerlo.


   ¡Ah! Cuánto más consolador  es escuchar a San Fulgencio cuando dice: “Creo sin la menor sombra de duda que el hijo unigénito de Dios hecho hombre por nosotros, se ha ofrecido sin cesar, en fe y en caridad, el sacrificio del pan y del vino“. Guardémonos bien de que no acontezca lo que a los herejes, a quinenes Satanás ha privado de la Santa Misa. No pudiendo arrebatárnosla enteramente se esfuerza en hacernos desconocer el valor sin fin del Santo Sacrificio para que no lo estimemos como es debido, haciéndonos negligentes a fin de que no podamos obtener los frutos abundantes de gracia que de la Misa debemos lucrar.

Pbtro.Martin Cochem O.F.M. (1625-1712)

miércoles, 14 de diciembre de 2011

SAN JUAN DE LA CRUZ

"Olvido de lo criado,memoria del Creador, atención a lo interior y estarse amando al Amado".
   Se conservan maravillosas descripciones de muchos que le trataron y depusieron después en vistas al proceso de beatificación.
   Quizá sea el más bello y completo el que nos dejó el Padre Eliseo de los Mártires. que vivió con él en el Colegio de Baeza. Dice:
   "Fue hombre de mediano cuerpo, de rostro grave y venerable, algo moreno y de buena fisonomía; su trato y conversación, apacible, muy espintual y provechoso para los que le oían y comunicaban. Y en esto fue tan singular y proticuo, que los que le trataban, hombres y mujeres, salían espiritualizados, devotos y aficionados a la virtud.
   Supo y sintió altamente de la oración ytrato con Dios, y a todas las dudas que le proponían acerca de estos puntos, respondía con alteza de sabiduriña, dejando a los que le consultaban muy satisfechos y aprovechados.
   Fue amigo de recogimiento y de hablar poco, su risa, poca y muy compuesta.
   Cuando reprendía como superior, que lo fue muchas veces, era con dulce severidad. exhortando con amor paternal, y todo con admirable serenidad y gravedad".
Y Santa Teresa de Jesús, inspiradora de la Reforma del Carmelo que secundó San Juan de la Cruz, dijo del Santo:

   "El padre fray Juan de la Cruz es una de las almas más puras que Dios tiene en su Iglesia. Le ha infundido nuestro Señor grandes riquezas de sabiduría del cielo".

   "Aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios. No hay fraile que no diga bien de él, porque ha sido su vida de gran penitencia" 

   "Mucho me ha animado el espíritu que el Señor le ha dado y la virtud. Tiene harta oración y buen entendimiento" 

   "A fray Juan de la Cruz todos le tienen por santo y todas, y creo no se lo levantan. En mi opinión es una gran pieza".

   "Ahí les mando al santo fray Juan de la Cruz, que le ha hecho Dios merced de darle gracia de echar los demonios de las personas que los tienen".

   "Los huesos de aquel cuerpecito han de hacer milagros".

Fe de erratas: los restos del Santo Doctor Carmelita 
no se encuentran en Ávila, como escribí por error en la foto de arriba,
 sino EN SEGOVIA.


martes, 13 de diciembre de 2011

EL VIAJE A BELÉN, DE LAS VISIONES DE MARÍA VALTORTA


(Escrito el 5 de junio de 1944)


   Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regre san. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío.


   El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales. La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco cre cida, quemada con los vientos invernales; en los pastizales las ovejas buscan algo de comer y buscan el sol que poco a poco se levanta; se estrechan una a la otra, porque también ellas tienen frío y balan levantando su trompa hacia el sol como si le dijesen: “ Baja pronto, ¡que hace frío! “. El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y se dirige hacia el sureste.


   María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda.  ¿Estás cansada?: le pregunta de cuando en cuando.


   María lo mira. Le sonríe. Le contesta: « No. » A la tercera vez añade: « Más bien tu debes sentirte cansado con el camino que hemos hecho. »


   « ¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado otro asno, podrías venir más cómoda y caminaríamos más pronto. Pero no lo encontré. Todos necesitan en estos días de una cabalgadura. Lo siento. Pronto llegaremos a Belén. Más allá de aquel monte está Efrata".


   Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla, parece como si se recogiese en plegaria. Dulcemente se sonríe con un pensamiento que entreteje en sí misma. Si mira a la gente, parece como si no viera lo que hay: hombres, mujeres, ancianos, pastores ricos, pobres, sino lo que Ella sola ve.


   « ¿Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »


   Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.




   Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que la da a María.


« Dios os bendiga» dice María. « A ti por tu amor, y a ti por tu bondad. Rogaré por ti. »


« ¿ Venís de lejos? »


« De Nazaret» responde José.


« ¿Y vais?»


« A Belén. »


   El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? »


« Sí. »


«¿ Tenéis a donde ir? »


« No. »


   « ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? »


   « No muy bien. »


   « Bueno.. . te voy a enseñar... porque se trata de Ella (y se ñala a María). Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno. Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los merca deres que van a Jerusalén los emplean como albergue. Hay a priscos en el monte, no lo olvidéis: húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer... no puede que darse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar... y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acom pañe. »


   "Y a ti te dé su alegría» responde la Virgen. José por su par te dice: « La paz sea contigo."


   Vuelve a continuar su camino. Una concavidad más extensa se deja ver desde la cresta a la que han llegado. En la concavi dad, arribo y abajo, a lo largo de las suaves pendientes que la rodean, se ven casas y casas. Es Belén.


   « Hemos llegado a la tierra de David, María. Ahora vas a des cansar. Me parece que estás muy cansada... »


« No. Pensaba yo... estoy pensando... » María aprieta la ma no de José y le dice con una sonrisa de bienaventurada: « Estoy pensando que el momento ha llegado. »


   « ¡ Que Dios nos socorra! ¿ Qué vamos a hacer? »


   « No temas, José. Ten constancia. ¿ Ves qué tranquila estoy yo? »


   « Pero sufres mucho. »


   « ¡ Oh no! ». Me encuentro llena de alegría. Una alegría tal, tan fuerte, tan grande, incontenible, que mi corazón palpita muy fuerte y me dice: " i Va a nacer! ¡ Va a nacer! " Lo dice a cada palpitar. Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: "Mamá: ya vine. Vengo a darte un beso de parte de Dios. ¡Oh, qué ale gría, José mío! »


   Pero José no participa de la misma alegría. Piensa en lo urgen te que es encontrar un refugio, y apresura el paso. Puerta tras puerta pide alojo. Nada. Todo está ocupado. Llegan al albergue. Está lleno hasta en los portales, que rodean el patio interior.


   José deja a María que sigue sentada sobre el borriquillo en el patio y sale en busca de algunas otras casas. Regresa desconso lado. No hay ningún alojo. El crepúsculo invernal pronto se echa encima y empieza a extender sus velos. José suplica al dueño del albergue. Suplica a viajeros. Ellos son varones y están sanos. Se trata ahora de una mujer próxima a dar a luz. Que tengan piedad. Nada. Hay un rico fariseo que los mira con manifiesto desprecio, y cuando María se acerca, se separa de ella como si se hubiera acercado una leprosa. José lo mira y la indignación le cruza por la cara. María pone su mano sobre la muñeca de José para cal marlo. Le dice: « No insistas. Vámonos. Dios proveerá. »


   Salen. Siguen por los muros del albergue. Dan vuelta por una callejuela metida entre ellos y casuchas. Le dan vuelta. Buscan. Allí hay algo como cuevas, bodegas, más bien que apriscos, por que son bajas y húmedas. Las mejores están ya ocupadas. José se siente descorazonado.


   « Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »


   Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. En tre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.


   Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada ... »


   María baja del borriquillo y entra.


   José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El sue lo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.


   María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo em puja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María - el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arri ba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José - no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero sien te que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.


   María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel... ajuar, pone su manto como una cortina en la en trada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apa gue. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »


   María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.


   « Pero tu vas a tener frío... »


   « No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Maña na será mejor. »


   María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.


   Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la... puerta, semi-escondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puer ta, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del luego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.


(Continuará...)