martes, 29 de abril de 2025

ANIVERSARIO DE LA BEATIFICACIÓN DE SANTA TERESITA



               Conmemoramos hoy el 102 Aniversario de la Beatificación de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, por el Papa Pío XI, el 29 de Abril de 1923. Un mes antes, sus virginales restos habían sido exhumados del cementerio de Lisieux, para ser trasladados al Convento que la vio nacer al Cielo.

               Los dos milagros exigidos para la Beatificación de Teresita fueron recogidos y escrupulosamente analizados por peritos médicos y eclesiásticos; el primer milagro atribuido a la intercesión de Santa Teresita fue con la hermana Luisa de Saint Germain, religiosa de las Hijas de la Cruz, que sufría de una grave úlcera hemorrágica en el estómago. Al recurrir a la intercesión de Santa Teresa de Lisieux, obtuvo salud perfecta. A petición de la Sagrada Congregación de Ritos, tres médicos unánimemente declararon que estaba sana.

              El segundo milagro, determinante para la Beatificación de Santa Teresita, fue la curación de un joven seminarista llamado Charles Anne. Charles fue víctima de hemoptisis pulmonar. Invocó la ayuda de Santa Teresa de Lisieux y quedó perfectamente curado, según testificaron tres médicos. El prestigioso médico De Charles testificó: "Los pulmones destruidos y arrasados habían sido reemplazados por nuevos pulmones, llevando a cabo sus funciones normales…" 

               El mismo día de la Beatificación se obraría un tercer milagro; en el momento en que el Romano Pontífice elevaba a los altares a Teresita de Lisieux, en Baviera, Alemania, Teresa Neumann, mística estigmatizada, tendrá una particular aparición de la nueva Beata, que le devolverá la vista perdida a causa de una rara enfermedad. La relación de ambas se extendería en el tiempo y seguro que también en la Eternidad.

               La Causa de Beatificación había sido presentada oficialmente el 10 de Junio de 1914, ante el Papa San Pío X, que calificó a Teresita como "la Santa más grande de los tiempos modernos...". El Papa Benedicto XV había firmado dos años antes el Decreto de Heroicidad de Virtudes de la entonces Sor Teresita.

               El Papa Pío XI, que tenía una devoción especial a la que él llamaba, entre otros apodos, "mi pequeña Santa", no solo la beatificó, sino que la canonizaría dos años después.

               Celine Martin, hermana de sangre y de religión de Teresita, había pintado en 1923 una pequeña Apoteosis, que sería usada como tapiz el día de la Beatificación.


EL MILAGRO 
que abrió el proceso 
para reconocer 
la Santidad de Teresita de Lisieux


Reine Fauquet, con ceguera irreversible


                    El 26 de Mayo de 1908, Reine Fauquet, una niña de cuatro años, ciega irreversible según la Medicina, visitaba con su familia la primera tumba de Teresita, en el Cementerio de Lisieux; al regresar de la peregrinación, la niña recuperó inesperadamente la vista. Marie, su hermana mayor le pregunta entonces cuándo había empezado a ver y la pequeña le desvela con detalle la celestial visita de Teresita... 

                    Marie, recuerda entonces haber visto a Reine, en la mañana de aquel 26 de Mayo, calmarse repentinamente después de un fuerte ataque de dolor, luego mirar fijamente algo, sonriendo, antes de quedarse dormida plácidamente. 

                    El testimonio de Reine, pese a su corta edad, nunca cambió, declarando ante las Carmelitas de Lisieux: «Vi a la pequeña Teresita allí, muy cerca de mi cama, me tomó de la mano, se rió conmigo, era hermosa, tenía un velo y todo estaba iluminado alrededor de su cabeza»

                    Una de las monjas pregunta entonces: "¿Cómo estaba vestida?" . "¡Como va vestida Usted!" respondió la niña. 

                    Los médicos que la habían tratado por la ceguera emitieron entonces un certificado el 6 de Julio de 1908, donde acreditaban la completa recuperación de Reine Fauquet. 

                    Al año siguiente, en 1909, tras el milagro de la Reine, se abrió una investigación para reconocer las virtudes heroicas de la Venerable Sierva de Dios.


LOS MILAGROS 
DE LA BEATIFICACIÓN


Charles Anne, enfermo de tuberculosis


                    "Soy un seminarista de 23 años. Después de numerosos vómitos de sangre y hemorragias violentas, había llegado a tal grado de debilidad que tuve que guardar cama el 23 de Agosto de 1906. Dos médicos juzgaron mi estado como muy grave: se había formado una caverna profunda en el pulmón derecho, los bronquios estaban muy dañados y el análisis del esputo reveló la presencia del bacilo de la tuberculosis. Los médicos admitieron su impotencia y me condenaron.

                    Entonces mis padres, entre lágrimas, pidieron mi curación a Nuestra Señora de Lourdes por intercesión de Sor Teresita del Niño Jesús y me colocaron alrededor del cuello una bolsita de cabellos de esta pequeña Santa. Durante los primeros días de esta novena, mi estado empeoró: tuve una hemorragia tan violenta que pensé que iba a morir; un sacerdote fue llamado apresuradamente; Pero, aunque me instaron a sacrificar mi vida, no pude resolverme a hacerlo y esperé con confianza el fin de la novena. Hasta el último día, nada había mejorado. Entonces el recuerdo de Teresa vino a mi corazón, las palabras que describían tan claramente su gran alma me llenaron de una confianza indescriptible: «Quiero pasar mi Cielo haciendo el bien en la tierra». Tomé la palabra de la joven carmelita. Ella estaba en el Cielo, ¡oh! sí, estaba seguro de ello; yo estaba en la tierra, yo estaba sufriendo, yo iba a morir: había algo bueno que hacer, ella tenía que hacerlo. Así pues, apretando fuertemente contra mi pecho la querida reliquia, recé a la Santa con tanta fuerza que, en verdad, los mismos esfuerzos realizados en vistas a la vida deberían haberme traído la muerte. 

                    Comenzamos de nuevo una novena, esta vez pidiendo directamente a Sor Teresa del Niño Jesús mi curación, con la promesa de que si concedía nuestra petición, publicaría el relato. Al día siguiente la fiebre bajó repentinamente y en los días posteriores, tras el examen, el médico concluyó que se había recuperado tan categóricamente como había afirmado que había muerto. No había rastro de la caverna pulmonar, la opresión había cesado y el apetito estaba volviendo notablemente. Me curé. Pero al mismo tiempo que renovaba mis fuerzas físicas, Teresa también realizaba una maravillosa transformación en mi alma. En un día ella hizo en mí la obra de toda una vida..."

                    Firmado en Lisieux (Normandía), el 29 de Enero de 1907.



Sor Luisa de Saint-Germain, enferma de úlcera de estómago


                    "Durante mi Noviciado (en la Congregación de las Hijas de la Cruz), en 1911 y 1912, había padecido con frecuencia dolores de estómago y de cabeza, acompañados de vómitos dolorosos; sin embargo, mi salud no se vio afectada hasta el punto de impedirme ser admitido en la Profesión Religiosa, tras lo cual partí para España. Pero, a partir de los primeros meses de 1913, los dolores de estómago reaparecieron con mayor frecuencia y los vómitos, mezclados con sangre, demostraron que se había formado una úlcera en el interior. De regreso en Ustaritz, lo primero que me pusieron fue una dieta de huevos y leche, con unas cuantas pastillas de bismuto. Una crisis más aguda que todas las anteriores, ocurrida en la noche del 14 de Noviembre, me obligó a veinticinco días de dieta acuosa y reposo absoluto. El médico indicó que la herida interna en el estómago continuaba a través del píloro hasta la parte superior del duodeno.

                    Después de ocho meses de cuidados en la enfermería, pensé que estaba lo suficientemente bien como para pedir volver a mi clase, y obtuve permiso para regresar a España. ¡Ay!, el mal sólo estaba dormido. Los mismos síntomas reaparecieron con un aumento sin precedentes acompañado de hemorragias profusas. Se consideró que era esencial una operación y me enviaron de regreso a nuestra Casa Provincial en Ustaritz. Después de un viaje extremadamente difícil, llegué allí en tal estado de debilidad que creyeron necesario administrarme los Últimos Sacramentos.

                    Era principios del Verano de 1915. Me encontraba en un estado de agotamiento total. Durante treinta y dos días, tomando como único alimento unos cuantos bocados de agua helada que luego rechacé a costa de crueles sufrimientos. Fue entonces cuando la Comunidad inició una novena a Sor Teresita del Niño Jesús. Me uní a ella con alegría, porque amaba mucho a la pequeña Santa, que incluso se dignó, durante esta novena, hacerme sentir su presencia. Tuve, en efecto, la impresión muy suave de su mano apoyada sobre mi cabeza, como para tranquilizarme, y, durante tres días, un perfume misterioso que las Hermanas no supieron explicar se extendió por la habitación que yo ocupaba. Esta gracia debía sostener mi ánimo, porque todavía tenía que sufrir mucho tiempo. Viendo que las oraciones no surtían efecto, ya no pedí a Sor Teresa mi curación; sólo la llamé para solicitar su ayuda.

                    Mientras tanto, a principios de Septiembre de 1916, una de nuestras Hermanas, al pasar por aquí, me inspiró a renovar mis peticiones a la querida Santa. Cediendo a su invitación, uní el sacrificio a la oración y redoblé mi confianza. Ahora bien, cuál no fue mi asombro cuando, en la noche del 10 de Septiembre, la misma Sor Teresa del Niño Jesús vino a mí y me dijo: “Sé generosa, pronto te curarás, te lo prometo”. Entonces desapareció. Y por la mañana, las tres monjas que dormían en mi enfermería se sorprendieron mucho al encontrar pétalos de rosa de todos los colores alrededor de mi cama. Era el presagio de mi recuperación; pero se retrasaría unos días más, durante los cuales sufrí un verdadero martirio y quedé completamente inmóvil. 

                    Fue solo la noche del 21 de Septiembre, tras un violento ataque, que me quedé dormida repentinamente, contra toda expectativa, para despertar al día siguiente perfectamente curada. Ya no sentía dolor, pero sí una sensación de bienestar general. Tenía mucha hambre y me levanté con alegría para pedir permiso para asistir a la Santa Misa. Por sabia prudencia, mi digna Superiora me obligó a volver a la cama, donde me trajeron un copioso desayuno; y pronto, ante la evidencia de mi completa recuperación, pude retomar mi vida normal. Desde entonces, es decir, desde hace un año, gozo de perfecta salud, y le estoy profundamente agradecida a la Hermana Teresita del Niño Jesús"

                    Firmado en Ustaritz, en Octubre de 1917.



lunes, 28 de abril de 2025

SAN PABLO DE LA CRUZ, ENAMORADO DE LA PASIÓN DE CRISTO, FUNDADOR Y MÍSTICO

 


                San Pablo de la Cruz nació en Génova (Italia) en 1684.Cuando era niño, cada vez que le llegaba algún sufrimiento especial, la mamá le mostraba un crucifijo y le recordaba que Jesús ofreció sus sufrimientos por nosotros, y que también nosotros debemos ofrecer por Él lo que sufrimos. Así lo fue entusiasmando por la Pasión de Cristo.

               Su padre le leía de vez en cuando el libro de Vidas de Santos, y esto lo animaba mucho a ser mejor. Aquel buen hombre avisaba también continuamente a su hijo acerca de lo peligroso y dañino que es juntarse con malas compañías. Así lo libró de muchos males y peligros.

                A los 15 años oyó un emocionante sermón acerca de esta frase de Jesús: "Si no se convierten y no hacen penitencia, todos perecerán". En esa fecha hizo una confesión general de toda su vida y desde aquel día empezó a dormir en el duro suelo, a ayunar, a dedicar varias horas de la noche a rezar y a leer libros piadosos. Luego organizó con algunos de sus compañeros una asociación de jóvenes para ayudar a los demás con sus palabras y buenos ejemplos a ser mejores. Varios de esos muchachos se hicieron religiosos después.  

                Se alistó en el Ejército del Sumo Pontífice para defender la Religión, pero después de un año se dio cuenta que no tenía vocación para militar. Luego rechazó unos negocios muy prometedores que le ofrecían y un matrimonio muy brillante que se le presentaba. Se quedó por varios años en la casa de sus padres dedicado a la oración, a la meditación y a practicar la caridad hacia los pobres.

                En 1720 vio que en sueños, la Virgen María le mostraba una sotana negra con un corazón y una cruz blanca y el Nombre de Jesús. Era como un aviso del hábito o distintivo que debería dar a sus religiosos. Después en una visión oyó a Nuestra Señora que le aconsejaba fundar una comunidad que se dedicara a amar y hacer amar la Santísima Pasión de Jesucristo. San Pablo presentó estos mensajes por escrito al Obispo y a su Director Espiritual. Ambos, conociendo la vida heroica de virtud y oración que el joven había llevado desde niño, reconocieron que se trataba realmente de una vocación señalada por Dios. Y el Obispo le dio a Pablo la sotana negra con el corazón blanco y la cruz sobre el pecho. Sería ordenado Sacerdote por el Papa Benedicto XIII

               San Pablo de la Cruz se retiró durante 40 días a redactar los Reglamentos de la nueva comunidad, en una húmeda habitación junto a una sacristía, donde vivió todo ese tiempo a pan y agua y durmiendo por la noche en un lecho de paja. Esos Reglamentos son los que han seguido siempre sus religiosos. Luego se dedicó a ayudar a los Sacerdotes a dar clases de Catecismo, y a predicar misiones populares con gran éxito.

               Los primeros candidatos que se presentaron pidiendo ser admitidos en la nueva Congregación, encontraron demasiado duro el Reglamento y se retiraron. Mientras tanto San Pablo de la Cruz y un compañero suyo viajaban por los pueblos predicando misiones y obteniendo muchas conversiones.

               El Papa Benedicto XIV aprobó los Reglamentos, pero suavizándolos un poco, y entonces empezaron a llegar novicios, y pronto tuvo ya tres casas de Religiosos Pasionistas.

               En todas las ciudades y pueblos a donde llegaba predicaba acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo. A veces se presentaba con una corona de espinas en la cabeza. Siempre llevaba en la mano una cruz, y con los brazos extendidos, el santo hablaba de los sufrimientos de Nuestro Señor, en forma que conmovía aun a los más duros e indiferentes. A veces, cuando el público no demostraba conversión, se azotaba violentamente delante de todos, por los pecados del pueblo, de modo que hacía llorar hasta a los soldados y a los bandoleros.

               Un oficial que asistió a algunos de sus sermones decía: "Yo he estado en muchas batallas, sin sentir el mínimo miedo al oír el estallido de los cañones. Pero cuando este Padre predica me hace temblar de pies a cabeza". Es que Dios le había dado la eficacia de la palabra y el Espíritu Santo le concedía la gracia de conmover los corazones.

               En los sermones era duro e intransigente para no dejar que los pecadores vivieran en paz con sus vicios y pecados, pero luego en la confesión era compresivo y amable, invitándolos a hacer buenos propósitos, animándolos a cambiar de vida, y aconsejándoles medios prácticos para perseverar siendo buenos cristianos, y portándose bien.



                Dios colmó a San Pablo de la Cruz con dones extraordinarios. A muchas personas les anunció cosas que les iban a suceder en el futuro y también curó a innumerables enfermos. Estando a grandes distancias, de pronto se aparecía a alguno para darle algún aviso de importancia, y desaparecía inmediatamente. Rechazaba toda muestra de veneración que quisieran darle, pero las gentes se apretujaban junto a él y hasta le quitaban pedacitos de su sotana para llevarlos como reliquias.

                Con su hermano Juan Bautista trabajaron siempre juntos predicando misiones, enseñando catecismo y atendiendo pobres. Como ambos eran sacerdotes, se confesaban el uno con el otro y se corregían en todo lo necesario. Solamente una vez tuvieron un pequeño disgusto y fue cuando un día Juan Bautista se atrevió a decirle a Pablo que lo consideraba un hombre verdaderamente virtuoso. El santo se disgustó y le prohibió hablarle por tres días. Al tercer día Juan Bautista le pidió perdón de rodillas y siguieron siendo buenos amigos como antes.

               En 1771 fundó la Comunidad de Hermanas Pasionistas que se dedican también a amar y hacer amar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

               En 1772 sintiéndose muy enfermo mandó pedir al Papa su bendición para morir en paz. Pero el Sumo Pontífice le respondió que la Iglesia necesitaba que viviera unos años más. Entonces se mejoró y vivió otros tres años.

                Entregó su alma a Dios en Roma, el 18 de Octubre de 1775, cuando tenía ochenta años. 



viernes, 25 de abril de 2025

HERMANO PEDRO DE SAN JOSÉ DE BETANCURT

 

                    El Hermano Pedro de San José Betancurt nació en el pueblo de Vilaflor, situado en la isla canaria de Tenerife, el 21 de Marzo de 1626. La familia Betancurt no poseía dinero, eran de abolengo pero de pocos recursos: su padre tenía tierras y algunas cabras, que perdió en manos de un usurero, habiendo aceptado que Pedro, entonces de 12 años, entraba al servicio de tal persona como condición para recuperarlas. Varios años estuvo Pedro en esta condición, que desempeñó con toda humildad y fidelidad. 



                    A los 23 años abandonó su tierra natal, se embarcó hacia América saliendo desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Pedro llegó a La Habana en Cuba en donde estuvo acogido por más de un año en la casa de un clérigo natural de Tenerife. Al año siguiente, embarcó hacia Honduras, y de ahí se trasladó a Guatemala.

                    Se hizo apóstol de los cautivos y protector de los indios, de los niños huérfanos y abandonados a los que dedicó especial atención. Construyó escuelas para educarlos convenientemente con criterios calificados todavía hoy como modernos. Viendo las necesidades de los enfermos pobres, expulsados de los hospitales, fundó un hospital para convalecientes.

                    Meditando asiduamente el Misterio del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Espíritu Santo le animó a fundar la Orden Betlemita (Orden de los Hermanos de Belén) en honor a Jesús nacido en Belén. La profunda piedad del Hermano Pedro se reflejó en su defensa de la Inmaculada Concepción de María, dos siglos antes de la proclamación de dicho Dogma, también destacó por su devoción a las Ánimas del Purgatorio y por sus continuas penitencias corporales.

                    Uno de sus mayores deseos fue el volver a Tenerife, su tierra natal, y hacer una peregrinación al Santuario de la Virgen de Candelaria por la que sentía una gran devoción desde su infancia, sin embargo, el Hermano Pedro no vería cumplido este anhelo debido a su muerte repentina, cuando tenía 41 años, el día 25 de Abril de 1667. Sus restos descansan en la Iglesia de San Francisco el Grande, Antigua Guatemala.

                    Debido a su labor misionera es popularmente conocido como el «San Francisco de Asís de las Américas», además de ser considerado el evangelizador de Guatemala.


Juramento a la Inmaculada
que formulaba anualmente el Hermano 
Pedro de San José de Betancurt


                    "Juro por esta Cruz y por los Santos Evangelios defender que Nuestra Señora, la Virgen María, fue concebida sin mancha de pecado original; y perder la vida, si fuera necesario por defender su Concepción Santísima. Y por ser verdad todo lo dicho, lo firmé con mi propia sangre. Jesús. Yo Pedro de Betancurt, el pecador. Martes 8 de Diciembre de 1654.

                    Yo, Pedro de Betancurt, lo digo. Cada año me afirmo en lo dicho y digo que perderé mil vidas por defender la Concepción Inmaculada de María, mi Madre y Señora, y cada año por su día lo firmaré con mi propia sangre".


Oración que recitaba con frecuencia 
el Hermano Pedro de San José de Betancurt


Concédeme, buen Señor,
Fe, Esperanza y Caridad,
y como eres tan Poderoso,
dame una profunda humildad;
pero, antes de todo eso,
concédeme que cumpla 
en todo Tu Santa Voluntad.




domingo, 20 de abril de 2025

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

 


Si estáis alegre, miradle Resucitado; que sólo 
imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. 
Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! 
¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre! 
Como quien tan bien salió de la batalla 
adonde ha ganado un tan gran Reino, 
que todo le quiere para vos, y a sí con Él. 
Pues ¿es mucho que a Quien tanto os da 
volváis una vez los ojos a mirarle? 

Santa Teresa de Jesús





                   "...el esplendor de la Resurrección es una invitación a los hombres a regresar a la Luz Vital de Cristo, a conformarse con Sus Enseñanzas sobre el mundo... almas y cuerpos, pueblos y civilizaciones, sus estructuras, sus leyes, sus proyectos. Ni el orgullo sin sentido ni el vano temor de dejarse inspirar por Cristo menoscaban su libertad o la autonomía de sus obras. Dios, quien desde el principio le ha ordenado al hombre que someta la tierra y trabaje en ella.

                   En cambio, sería una apariencia de Fe, destinada a la derrota, ese vago sentido del Cristianismo, diríamos casi, suave y vacío, que no va más allá de los umbrales de persuasión en la mente y amor en el corazón; que no es el fundamento y la corona de la vida, ni privado ni público; y eso ve en la Ley Cristiana una mera ética humana de solidaridad y cierta actitud para promover el trabajo, la técnica y el bienestar externo. Quienes ondean la bandera engañosa de este vago Cristianismo, lejos de flanquear a la Iglesia en la inmensa lucha que se les impone para salvaguardar los valores eternos del espíritu para el hombre del presente siglo, aumentan la confusión y se convierten en cómplices de los enemigos de Cristo. 


                  Sin embargo, la victoria no está garantizada para toda apariencia de Fe, sino para la Fe que adora en Cristo Crucificado al Hijo Unigénito de Dios, que resucitó "ascendió al Cielo y se sienta a la diestra del Padre, y nuevamente, lleno de Gloria, vendrá juzgar a los vivos y a los muertos "; a esa Fe, que se transforma en obras de plena Justicia, en la observancia de los Mandamientos y deberes; eso se concreta, en una palabra, en amar a Dios y, para Él y en Él, los hermanos, todos los hombres, especialmente los humildes y los pobres.


                   Fundada sobre la roca viva de la Fe, el único Custodio de su totalidad, la Iglesia levanta su estandarte salvador entre los pueblos, para que los creyentes verdaderos y activos trabajen, guiados por ella, la salvación común.


                   La Iglesia no teme nada del mundo, ya que vive el Misterio de la Pascua en todo momento con el saludo alentador, que también se promete, del Redentor Resucitado: " Pax vobis "  ¡La paz sea con vosotros!. Por la todopoderosa ayuda de Él, la Iglesia, ya que ella no ha temido en el pasado ni a los tiranos ni a los obstáculos puestos en contra de sus audaces beneficios, incluso en el campo de las conquistas civiles, por lo que ahora siente el coraje y la fuerza para enfrentar los problemas más espinosos que acosan a la humanidad, lo que es establecer la convivencia entre los pueblos en la Verdad, la Justicia y el Amor.




Papa Pío XII, Discurso por la Pascua de Resurrección, 
2 de Marzo de 1956





DOCTRINA SOBRE LA RESURRECCIÓN
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

(Del Catecismo Mayor del Papa San Pío X)


          - Qué nos enseña el quinto artículo: DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS: AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS? - El quinto artículo del Credo nos enseña: que el Alma de Jesucristo, separada ya del cuerpo, fue al Limbo de los Santos Padres y que al tercer día se unió de nuevo a Su cuerpo para no separarse jamás.


          - ¿Qué se entiende aquí por Infierno? - Por Infierno se entiende aquí el Limbo de los Santos Padres, es decir, el lugar donde las Almas de los Justos eran recogidas y esperaban la Redención de Jesucristo.


          - ¿Por qué las almas de los Santos Padres no fueron introducidas en el Cielo antes de la Muerte de Jesucristo? - Las almas de los Santos Padres no fueron introducidas en el cielo antes de la muerte de Jesucristo porque por el pecado de Adán el Cielo estaba cerrado, y convenía que el primero que entrase en él fuese Jesucristo, que con Su Muerte lo abrió de nuevo.


           - ¿Por qué Jesucristo quiso dilatar hasta el tercer día Su propia Resurrección? - Jesucristo quiso dilatar hasta el tercer día Su propia Resurrección para mostrar con evidencia que verdaderamente había muerto.


          - ¿Fue la Resurrección de Jesucristo semejante a la resurrección de los otros hombres resucitados? - No, señor; la Resurrección de Jesucristo no fue semejante a la resurrección de los otros hombres resucitados, porque Jesucristo resucitó por Su propia virtud, y los demás fueron resucitados por la virtud de Dios.






sábado, 19 de abril de 2025

MARÍA OFRECIÓ SU CORAZÓN

 

               Siendo Jesús el hijo más perfecto, el mejor hijo que haya existido, sintió con dolor amarguísimo la repercusión de los terribles dolores que Su amadísima Madre tuvo que sufrir durante toda Su vida, principalmente en los días de Su Pasión. Los Dolores de Jesús eran los de María, y los de María eran los de Jesús.

               Llegado el día de su acerba Pasión, Nuestro Señor, obediente hasta la muerte a Su Santa Madre lo mismo que a Su Padre Celestial, pidió a la Santísima Virgen, en común sentir de los Santos, consentimiento para llevar a cabo Su sangriento Sacrificio, y Ella se lo dio con un amor y un dolor inconcebibles. Jesús le dio a conocer Sus futuros sufrimientos, y le pidió que en ellos le acompañara en espíritu y en cuerpo.


              Así, pues, María ofreció Su Corazón, y Jesús entregó Su Cuerpo; y de esta suerte la Madre tuvo que sufrir en Su Corazón todos los tormentos de Su Hijo, y el Hijo tuvo que sufrir a la vez torturas inconcebibles en Su cuerpo, y en Su sagrado Corazón las del Corazón de Su Madre.






              Después de tu tierna despedida, el Salvador fue a abismarse en el océano inmenso de Sus Dolores, llevando, como aguda saeta atravesada en Su Corazón, el pensamiento y las desolaciones de Aquella a quien Él amaba sobre todas las cosas. Por su parte, la Santísima Virgen, entrando en profunda oración, empezó a acompañarle interiormente y a participar de las Angustias de Su agonía. María decía con Jesús: “Señor, cúmplase vuestra Voluntad y no la Mía”.


              Durante la terrible noche de la Pasión, la Santísima Virgen siguió en espíritu a Su querido y adorable Jesús, vendido traidoramente, abandonado, maltratado, cubierto de insultos y ultrajes, abofeteado, escupido. ¡Qué noche! El Corazón de Jesús no dejó un solo instante el Corazón desgarrado de Su Madre, y le enviaba incesantemente gracias extraordinarias para que pudiera sufrirlo todo sin morir. Entre otras gracias, le envió a San Juan, su Discípulo amado, que ya no la dejó, y fue el único entre los Apóstoles que la acompañó hasta el pie de la Cruz y al Sepulcro.

              Sabiendo que se acercaba el momento en que debía seguir, no sólo con el corazón, sino también personalmente, a la Víctima Divina hasta el sangriento Altar del Sacrificio, salió al clarear el día, acompañada de San Juan, de María Magdalena y de otras santas mujeres. Pronto, confundida entre la turba del pueblo, vio a Su Hijo, Su Señor, Su Dios, y Su único Amor; le vio pálido y desfigurado, arrastrado como vil malhechor del palacio de Caifás al de Pilatos, del palacio de Pilatos al de Herodes, y otra vez al de Pilatos, vestido de blanco en señal de loco. Vio a Su dulce e inocente Cordero azotado y bañado en sangre en el pretorio; y luego, cubierto con andrajoso manto de púrpura, con irrisorio cetro de caña en Sus manos, y coronado de espinas, ser mostrado a un pueblo ebrio de furor, y por último condenado a muerte. En Sus oídos resonaba la horrible blasfemia: “¡Crucifícale, crucifícale! No tenemos otro rey que el Cesar.”


              Y durante todo este tiempo Jesús miraba a Su Madre, a veces con los ojos del cuerpo, siempre con los ojos del Corazón! ¡Qué de angustias en esta mirada! Imitando al inocente Cordero que se dejaba inmolar en silencio, María, como Oveja de Dios, lloraba y sufría en silencio. Sólo el silencio podía convenir a semejantes Dolores.


              Se pone en marcha el lúgubre cortejo. La Oveja podía seguir a Su Cordero por el rastro de Su Sangre. Con esta Sangre Divina mezclaba la de Su Corazón, es decir,Sus Lágrimas. Vio a Su Amado, a Su Jesús, caer bajo el peso de la Cruz. Le vio subir la cuesta del Calvario. Le vio, después de clavado en el terrible madero, elevarse como ensangrentada bandera de Salvación y de Esperanza, de Amor y de Justicia, de Vida y de Muerte, dominando la multitud. El amor la obligó a aproximarse lo más que pudo a Su adorable Hijo, y durante aquellas horas interminables sufría con Jesús Dolores que jamás podrá el hombre comprender; Dolores divinos, en expresión de San Buenaventura. Todo lo que Jesús pendiente de la Cruz sufría en Su alma y en Su cuerpo, lo sufría la Madre de los Dolores en Su Corazón.


              Y desde lo alto de la Cruz, a través de las Lágrimas y de la Sangre que oscurecían Sus ojos, el Redentor contemplaba a Su Santísima Madre, y daba a Sus sufrimientos un Mérito que sólo Él medir podía.


              La Sacratísima Oveja y el Divino Cordero se miraban en silencio y se comunicaban Sus Dolores. Y a medida que el Sacrifico avanzaba a su término, a medida que la Santa Víctima entraba en las angustias de la muerte, el sufrimiento inenarrable de Jesús, y por consiguiente de María, de María y por consiguiente de Jesús, subían, subían siempre como la marea de los grandes mares. Este sufrimiento llegó a su colmo cuando, consumado todo, el Verbo Eterno crucificado exhaló Su último grito de horrible angustia y de triunfo, inclinó la cabeza y entregó Su espíritu. Jesús espiró mirando a Su Madre. María fue la primera que recibió aquella Divina Mirada en Belén, cuando el Hijo de Dios vino al mundo; justo era que fuese también la última en gozar de ella cuando el Misterio de la Redención se consumaba en el Gólgota.


              ¡Oh! ¡Quién pudiese sondear los Misterios de Amor y de Dolor contenidos en aquella última mirada de Jesús moribundo! Esta caía sobre la más perfecta de todas las criaturas, sobre la Virgen Inmaculada, sobre la Hija Predilecta del Padre Eterno, sobre la Madre de Dios-Hijo, sobre la Obra Maestra y Esposa del Espíritu Santo. Caía sobre la mejor de las madres; sobre la que Jesús amaba más que a todas las criaturas de la tierra y de los Cielos; sobre la Compañera fidelísima de toda Su vida y de todos Sus trabajos.


              Desde lo alto de la Cruz, el Corazón de Jesús nos dio por Madre a todos y a cada uno la Santísima Virgen en la persona de San Juan. Sí, del fondo de ese Corazón lleno de Amor han salido estas dos palabras escritas en caracteres de fuego en el corazón de los verdaderos cristianos: ¡He ahí a vuestro Hijo! Y ¡He ahí a vuestra Madre! ¡Recibir por Madre a la Inmaculada Madre de Dios! ¡Qué legado! ¡Qué donación tan divina! Bien se reconoce en ella al Sagrado Corazón de Jesús: sólo Él era capaz de semejante exceso de ternura! ¡Así se "venga" de los pecadores, dándoles Su Madre Inmaculada!


              ¡Oh Buen Jesús! Inocentísimo Cordero, que tanto sufristeis en vuestra Pasión y que visteis el Corazón Virginal de vuestra Madre abismado en un océano de Dolores! Enseñadme, si os place, a acompañaros como Ella en vuestras aflicciones.


              Enseñadme a odiar el pecado, y a ser un buen hijo para con vuestra Madre. Pobre corazón mío, tan débil y tan culpable, ¿No te derretirás de dolor viendo que eres la causa de los indecibles Dolores de tan Santa Madre y tan Dulcísimo Salvador?


              ¡Oh Jesús Crucificado, Amor de mi corazón! ¡Oh María, mi Consuelo, y Madre mía! Imprimid en mi alma un gran desprecio de las vanidades y placeres mundanales, y haced que tenga siempre ante mis ojos vuestros Sagrados Dolores, a los cuales deberé mi salvación y mi Eterna Felicidad.




Monseñor Louis-Gaston Adrien de Ségur




viernes, 18 de abril de 2025

OS TIENEN POR MÁS HERMOSO CUANTO MÁS DEFORMADO OS CONTEMPLEN


"Mira a menudo y contempla 
la imagen de Jesús Crucificado..."


Por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia





                          Aparece en el Calvario tan desfigurado por los tormentos, que causa horror al que lo contempla, si bien tal deformidad lo torna más bello a vista de las almas amantes, porque las Llagas y las carnes, lívidas y desgarradas, son otras tantas pruebas y demostraciones del amor que nos tiene. Petrucci cantó: «Al veros, Señor, tan maltratado por los verdugos, los corazones amantes os tienen por más hermoso cuanto más deformado os contemplen». 

                 San Agustín dice que la fealdad de Cristo es nuestra hermosura; y, en efecto, la deformidad de Jesús Crucificado fue causa de la belleza de nuestras almas, que, antes deformes y luego lavadas con la Divina Sangre: "Estos que andan vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son?, y responde: Estos son los que vienen de la gran tribulación y lavaron sus vestidos y las blanquearon con la sangre del Cordero..." Todos los Santos, como hijos de Adán, excepción hecha de la Santísima Virgen María, estuvieron durante algún tiempo cubiertos con el manto de la culpa de Adán y de los personales pecados; mas, una vez purificados con la Sangre del Cordero, tornáronse hermosos y agradables a los Ojos de Dios. 


                  Razón tuvisteis, Jesús mío, para decir que, cuando fueseis levantado en alto de la Cruz, atraeríais a Vos todas las cosas. Sí, porque nada habéis omitido para atraeros el afecto de todos los corazones. Y ¡cuántas y cuántas felicísimas almas, al veros Crucificado y muerto por su amor, lo abandonaron todo, riquezas, dignidades, patria y parientes, y desafiaron los tormentos y la muerte, para entregarse del todo a Vos! ¡Desventurados los que resisten a la gracia que les ganasteis con tantas fatigas y dolores! Este será su mayor tormento en el infierno: haber tenido un Dios que, para conquistarse su amor, murió en una Cruz y que ellos espontáneamente quisieron perderse, sin esperanza de remedio, por toda una Eternidad. 


                  ¡Ah, Redentor mío!, después de las ofensas que os causé merecía haber caído en tamaña desgracia. ¡Qué de veces resistí a vuestros llamamientos amorosos y a los esfuerzos que hacíais para cautivarme con los lazos de vuestro Amor! ¡Ojalá hubiera muerto antes de ofenderos por primera vez! ¡Ojalá os hubiera amado siempre! Gracias, Amor mío, por haberme llamado con tanta insistencia, en lugar de abandonarme, como tenía merecido; gracias por las luces e impulsos amorosos que me habéis infundido. Las gracias del Señor contaré siempre. Por favor, no ceséis, Salvador mío y esperanza mía, de continuar cautivándome con vuestras gracias, para que os pueda amar en el Cielo con más fervor, recordando tantas misericordias como habéis usado conmigo, después de tantos disgustos como os he causado. Todo lo espero de aquella Preciosa Sangre por mí derramada y de la afrentosa Muerte que habéis por mí padecido. 


                  ¡Oh Santísima Virgen María!, protegedme y rogad a Jesús por mí. 







jueves, 17 de abril de 2025

JESÚS NUESTRO SEÑOR INSTITUYE EL SACERDOCIO CATÓLICO

  

                En las últimas horas de Su vida mortal, Jesús hace aún más visible Su amor por Sus Sacerdotes. En el discurso de la Cena que nos ha conservado Juan, el Confidente del Divino Corazón, la ternura del Maestro desborda en cada palabra; son las expansiones íntimas de Su Corazón, las adorables efusiones de Su Amor.

               "Ardientemente he deseado -dice- comer esta Pascua con vosotros antes de padecer". Ardía en deseos de hacerlos partícipes de Su Sacerdocio Sagrado y marcarlos con ese carácter divino que los eleva sobre las jerarquías angélicas. Tenía prisa por ponerse en sus manos bajo la Forma Eucarística, por abandonarse enteramente a ellos y depender de ellos. Como un artista impaciente por ver surgir de sus manos la obra maestra que ideara, Jesús apresuraba con el deseo el momento de ver formada la obra ideada por Su Corazón: el Sacerdocio Católico.




               "He deseado ardientemente...". ¡Ardiente aspiración del Corazón de Jesús hacia Sus Sacerdotes! Ha deseado ardientemente celebrar "esa Pascua"... Ya varias veces la había celebrado con Sus Discípulos, pero no era "esa Pascua" durante la cual debía instituir Su Sacerdocio. Preside la Cena como un padre en medio de sus hijos, luego se levanta y con humildad que asombra, se arrodilla ante Sus Discípulos, les presta el servicio de los esclavos lavándoles los pies y secándoselos dulcemente. Para disminuir en cierto modo la distancia que los separa de Él, para animarlos y hacerlos -aun entre ellos mismos- menos indignos de Su Divina Bondad, les dice: "Vosotros estáis limpios". Más aún, los eleva hasta Sí, los iguala a Sí y hasta les asegura que "quien reciba a aquel que Él ha enviado, le recibe a Él mismo".

               La Bondad de Jesús no llega tan solo a los discípulos limpios, sino que se extiende hasta el discípulo infiel. Trata de conmover el corazón del traidor con advertencias llenas de dulzura y con palabras afectuosas. Se esfuerza, por lo menos, por derramar en su corazón la Fe y la Confianza que aun después de su delito podrían hacerle volver al buen camino. 

               Ha llegado el Momento Solemne. El Amor Infinito está a punto de producir una Obra Maestra; la Sabiduría Infinita y el Supremo Poder cooperan en Ella. ¡Será el don por excelencia de la Caridad Divina, será la Eucaristía! Dios con nosotros, Dios en nosotros; Jesucristo, Dios y Hombre, unido espíritu con espíritu, corazón con corazón, cuerpo con cuerpo al hombre rescatado y purificado: “Tomad y comed –dice el Salvador– tomad y bebed todos de Él”. 

               Pero el esfuerzo del Amor no ha terminado aún. Jesús no estará allí siempre en forma humana y palpable para obrar el Prodigio. Es preciso que otros hombres, revestidos de Su poder, le sucedan y renueven en el transcurso de los siglos la misteriosa Transubstanciación que Él acaba de realizar. Entonces hace brotar de Su Corazón el Sacerdocio. Los privilegiados que rodean a Jesús en ese momento, reciben ese carácter sagrado e indeleble que los hace eternamente Sacerdotes y que los elegidos del Amor llevarán de generación en generación para Gloria de Dios y salvación del mundo. 

               En cuanto los Apóstoles son revestidos del carácter sacerdotal, Jesús siente aumentar Su Amor por ellos. Ya no puede contenerlo dentro de Sí. Necesita testimoniarlo: “Vosotros sois los que habéis perseverado Conmigo en Mis pruebas –les dice–, y Yo preparo para vosotros el Reino como me lo preparó mi Padre a Mí”. Tierno y cariñoso como una madre, los llama sus “hijitos”. No quiere que se abandonen a la tristeza: “No se turbe vuestro corazón. Me voy a prepararos un lugar… Volveré y os llevaré Conmigo”. “Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador… No os dejaré huérfanos. Volveré a vosotros”. “Y el que me ama, será amado por mi Padre”. 

               Luego, mediante el símil de la vid y los sarmientos, los instruye acerca de esa misteriosa unión que la comunidad de un mismo Sacerdocio establece entre ellos y Él. Los estimula a estrechar cada vez más esa unión, unión indispensable, sin la cual no podrían dar fruto: “Mi Padre queda glorificado en que vosotros llevéis mucho fruto; con esto seréis Mis Discípulos. Como Mi Padre me ha amado, así os he amado Yo. Perseverad en Mi Amor”. 

               Juan el Bautista se había dado el dulce título de amigo del esposo. Jesús lo había aprobado y cierto día, al responder a los discípulos del Precursor, Él mismo lo empleó con infinita gracia para calificar a Sus Apóstoles: “¿Acaso pueden los amigos de esposo ayunar y hacer duelo mientras el esposo está con ellos?”. Pero en esta última noche, el Divino Maestro, tomando otra vez ese nombre, se lo da solemnemente a Sus Sacerdotes, como nombre que les corresponde: “Vosotros sois Mis amigos, ya no os llamo siervos, sino amigos”. ¿Puede haber algo más tierno y más dulce que este título de amigo? Es el nombre particular del objeto amado, del objeto preferido del amor. 

               Un padre, un hermano y aun un esposo pueden no ser amados; pero un amigo, no. Es amigo precisamente porque es amado y si dejara de serlo, dejaría también de llamarse amigo. El Sacerdote es, por lo tanto, el amigo particular de Jesús. El Maestro lo ha distinguido y llamado a Su Divina Amistad de entre la multitud predilecta de los Cristianos. Por eso Él mismo dice a Sus Apóstoles: “Soy Yo quien os he elegido y os he destinado…”. Y agrega: “Yo os he escogido sacándoos del mundo” . 

               Sí, Jesús separa al Sacerdote de la multitud, pero para elevarlo más, para gratificarlo con mayor largueza y para unirlo más íntimamente a Él. En fin, para completar los testimonios de Su Divina Ternura hacia los Apóstoles y levantar su ánimo, les da la seguridad del Amor de Su Padre Celestial: “El Padre mismo os ama, porque vosotros Me queréis”. “Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en Mí. En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: Yo he vencido al mundo”. Y brota de Su Corazón una ardiente plegaria. Con la mirada dirigida hacia el Cielo y las manos alzadas, Jesús recomienda a Su Padre el Sacerdocio que acaba de instituir. Sabe que pronto saldrá de este mundo y ya no estará visiblemente en medio de Sus Apóstoles para sostenerlos y consolarlos. 

               Sabe además que son débiles y que en medio del mundo, al que los manda como ovejas entre lobos, estarán expuestos a innumerables dolores y peligros. Por eso, en esa Hora Suprema en que Él, Divino Redentor, está en cierto modo a punto de renunciar a Su Divinidad y a Su Infinito Poder, para no ser más que la Víctima Expiatoria, siente la necesidad de confiar a Su Divino Padre los intereses tan queridos a Su Corazón: “Por ellos ruego…” Más adelante rogará por los Fieles, por los que creerán en Él por Su Palabra. 

               Pero ahora sólo piensa en Sus Sacerdotes: “No ruego por el mundo, sino por estos que Me diste”. Pide para ellos la perfecta unión de corazones y voluntades, tan necesaria para conseguir hacer el bien; esa unidad de miras y de acción que es de por sí una fuerza y que debe permitir a la Iglesia atravesar sin contaminarse, el oleaje del mal y la tempestad de las persecuciones: “Que sean uno como Nosotros somos Uno”. Y finalmente, después de haber repetido varias veces que Sus Sacerdotes no son del mundo –demostrando a las claras con esta insistencia que si deben vivir en medio del mundo no deben contagiarse de su espíritu ni conformarse a sus costumbres–, Jesús, el Maestro Divino, termina con palabras de exquisita humildad y vigilante ternura: “Y por ellos Yo Me santifico a Mí mismo, para que también ellos también sean santificados en la Verdad”.

               Jesús, que quiere que Sus Sacerdotes sean Santos, se santifica en las debilidades y necesidades humanas. Los quiere completamente semejantes a Él y comienza por hacerse en todo semejante a ellos. Practica por ellos todas las virtudes. Y así, Él, el infinitamente puro, se sujeta a las prudentes reservas que pide la custodia de la castidad; o se deja invadir en alguna ocasión por la tristeza a fin de enseñarles a vencer las tentaciones similares. Se santifica a Sí mismo para servirles de Modelo y para ser el Ejemplar eterno del Sacerdote Católico, el Modelo acabado de la Perfección Sacerdotal. 


Madre Luisa Margarita Claret de la Touche



miércoles, 16 de abril de 2025

TESTAMENTO ESPIRITUAL DE SANTA BERNARDETTE SOUBIROUS


                Tal día como hoy, 16 de Abril, pero de 1879, Bernardette Soubirous, vidente de la Inmaculada Concepción en la gruta bendita de Lourdes, moría a este mundo a la edad de 35 años, después de 12 años de profesión religiosa en la Congregación de Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana. Entre otras dolencias, Bernadette sufría de un tumor en su pierna, más concretamente, de tuberculosis ósea, extremadamente dolorosa. Sus últimas palabras fueron una súplica y a la vez una postrera confirmación de las Apariciones de la Señora en Lourdes:«La he visto otra vez... ¡Qué hermosa es! Madre, ruega por mí que soy pecadora»




Testamento Espiritual 
de Santa Bernardette Soubirous

(redactado por la escritora Marcelle Auclair
a partir de los escritos originales de la Santa)


                Por la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos frutales y ovejas; y por mi constante cansancio... Te doy gracias, Jesús.

                Te doy las gracias, Dios mío, por el Fiscal y por el Comisario, por los gendarmes y por las duras palabras del Padre Peyremale...(1)

                No sabré cómo agradecerte, si no es en el Paraíso, por los días en que viniste, María, y también por aquellos en los que no viniste. Por la bofetada recibida, y por las burlas y ofensas sufridas; por aquellos que me tenían por loca, y por aquellos que veían en mí a una impostora; por alguien que trataba de hacer un negocio... Te doy las gracias, Madre.

                Por la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi ignorancia y por mi estupidez, Te doy las gracias.

                Te doy las gracias porque, si hubiese existido en la tierra un niño más ignorante y estúpido, Tú lo hubieses elegido...

                Porque mi madre haya muerto lejos. Por el dolor que sentí cuando mi padre, en vez de abrazar a su pequeña Bernardita, me llamó "Hermana María Bernarda"... Te doy las gracias.

                Te doy las gracias por el corazón que me has dado, tan delicado y sensible, y que me colmaste de amargura...

                Porque la Madre Josefina (2) anunciase que no sirvo para nada, te doy las gracias. Por el sarcasmo de la Madre Maestra (3), por su dura voz, por sus injusticias, por su ironía y por el pan de la humillación...Te doy gracias.

                Gracias por haber sido como soy, porque la Madre Teresa pudiese decir de mí: " Jamás le cedáis lo suficiente"...

                Doy las gracias por haber sido una privilegiada en la indicación de mis defectos, y que otras hermanas pudieran decir: "Qué suerte que no soy Bernardita..."

                Agradezco haber sido la Bernardita a la que amenazaron con llevarla a la cárcel porque Te vi a Ti, Madre... Agradezco que fui una Bernardita tan pobre y tan miserable que, cuando me veían, la gente decía: "¿Esa cosa es ella?" la Bernardita que la gente miraba como si fuese el animal más exótico...

                Por el cuerpo que me diste, digno de compasión y putrefacto... por mi enfermedad, que arde como el fuego y quema como el humo, por mis huesos podridos, por mis sudores y fiebre, por los dolores agudos y sordos que siento... Te doy las gracias, Dios mío.

                Y por el alma que me diste, por el desierto de mi sequedad interior, por Tus noches y por Tus relámpagos, por Tus rayos... por todo. Por Ti Mismo, cuando estuviste presente y cuando faltaste... Te doy las gracias, Jesús.


NOTAS

        1- El Padre Dominique Peyramale era el Párroco de Lourdes en los días de las Apariciones de la Virgen Inmaculada.

        2- La Madre Josefina era la Superiora del Convento de Nevers en donde viviría sus últimos años Bernardette. Siempre mostró antipatía manifiesta hacia la Santa.

        3- La Madre María Teresa Vauzou era la Maestra de Novicias; jamás creyó en la veracidad de las Apariciones de Lourdes ni tampoco en las dolencias de Bernardette, como ocurrió con su cojera por el tumor, que la Maestra de Novicias aseguraba que la fingía para llamar la atención.