lunes, 30 de abril de 2012

SANTA CATALINA DE SIENA, TERCIARIA DOMINICA


   Nació en 1347 y fue la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.

   Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla  con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios mas humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.

   Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la Tercera Orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.


   A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el Papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñon para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

   Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado "Diálogo de la Divina Providencia", donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.

   Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y protectora del Pontificado.

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viernes, 27 de abril de 2012

SOR MARÍA CONSOLATA BETRONE ( I )

   
   Pierina Betrone nació en Saluzzo (Cúneo, Italia) el 6 de abril de 1903. Desde muy pequeña estuvo inclinada a la piedad, soñando con ser algún día misionera, por eso, hasta en tres ocasiones intentó consagrarse en congregaciones de vida activa, pero siempre aparecieron impedimentos que cortaron de raíz sus buenas intenciones.


   Su confesor, el Padre Accomasso, le sugirió entonces entrar en el monasterio de Capuchinas de Turín. Pierina, obediente a la voz de su Director, solo acertó a decir "nada me atrae de las Capuchinas"; ingresó en el Monasterio el 17 de Abril de 1929, para tomar el hábito el 28 de Febrero de 1930, momento en el que tornó su nombre de pila por el de María Consolata.


   Fue precisamente en este día que se reveló el Sagrado Corazón de Jesús para rogarle: 


"Sólo te pido esto: un acto de amor continuo"

   A partir de ese momento, viviría una íntima unión con Aquél que es Rey y Centro de todos los corazones. Su nuevo nombre, Consolata, con el que empezaba su vida como esposa de Cristo, sería el eje de su vida: consolar al Sagrado Corazón de Jesús por tantos pecados e indiferencias. Por eso se resolvió a vivir penitente y abnegada por la Voluntad de Dios, pero oculta a los ojos del mundo ya aún a los de sus Hermanas Capuchinas.

   El 8 de Abril de 1934 hizo los votos perpetuos; fue fiel en sus diferentes labores como cocinera, zapatera y portera. El 22 de Julio de 1939, sería destinada a la nueva fundación capuchina de Moriondo Moncalieri, donde desempeñó las funciones de enfermera y secretaria.

   Su unión con el Sagrado Corazón de Jesús la llevó a convertirse en "Cirenea" de Cristo, que le reveló su dolor por un mundo cada vez más hundido en la ruindad y en la miseria del pecado. 

   Por eso, el Divino Corazón le enseñó un Acto de Amor sencillísimo que debía repetir frecuentemente, prometiéndole que cada vez que lo pronunciase salvaría el alma de un pecador y repararía mil blasfemias.

   Jesús, María, Os amo, Salvad las Almas

   En esa simple fórmula se condesaban los tres amores de todo cristiano: Nuestro Señor  Jesucristo, la Virgen Santísima y las almas por las que Cristo derramó Su Preciosa Sangre.

   El Sagrado Corazón le reveló además:

"Piensa en Mí y en las almas. En Mí, para amarme; 
en las almas, para salvarlas"
 (22 de Agosto de 1934).

   Nuestro Señor le explicó que ese Acto de Amor, debía recitarlo "Día por día, hora por hora, minuto por minuto" (21 de Mayo de 1936). Y ese mismo Divino Corazón le insistía:

"Consolata, di a las almas que prefiero un Acto de Amor a cualquier
 otro don que puedan ofrecerme; tengo sed de amor" 
(16 de Diciembre de 1935).




Continuará...



jueves, 26 de abril de 2012

LA SANTIDAD SACERDOTAL, PAPA PÍO XII


Exhortación Apostólica MENTI NOSTRAE

Sobre la Santidad de la Vida Sacerdotal
23 Septiembre de 1950


   En nuestra alma resuena siempre aquella voz del Divino Redentor cuando dijo a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que éstos?... Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas [1]; y también aquella otra con que, por su parte, el Príncipe de los Apóstoles exhortaba a los Obispos y a los fieles de su tiempo, al decirles: Apacentad la grey de Dios, que está entre vosotros..., haciéndoos modelo de vuestra grey [2].




   Meditando con atención, tales palabras, juzgamos que es oficio muy principal de Nuestro ministerio el hacer todo lo posible cada día para que sea más eficaz la labor de los sagrados Pastores y sacerdotes, que como fin necesario tiene el conducir al pueblo cristiano para que evite el mal, venza los peligros y adquiera la santidad y ello es más necesario aún en nuestros tiempos, cuando pueblos y naciones, a causa de la reciente cruelísima guerra, no sólo experimentan graves dificultades, sino que se hallan sometidos a una profunda perturbación espiritual mientras los enemigos del catolicismo, con mayor audacia a causa de las circunstancias de la sociedad, con odio criminal y con disimuladas asechanzas se empeñan por apartar de Dios y de su Cristo a los hombres todos.


   Restauración cristiana, cuya necesidad todos los buenos admiten actualmente, que Nos incita a dirigir Nuestro pensamiento y Nuestro afecto de modo especial a los sacerdotes de todo el mundo, porque bien sabemos la humilde, vigilante y entusiasta actividad de ellos, pues viven entre el pueblo y, al conocer plenamente sus dificultades, sus penas y sus angustias, así espirituales como materiales, pueden con las normas evangélicas renovar las costumbres de todos y establecer definitivamente, en el mundo, el reinado de Jesucristo, reino de justicia, de amor y de paz [3].


   Pero de ningún modo será posible que el ministerio sacerdotal logre con plenitud alcanzar aquellos efectos que corresponden adecuadamente a las necesidades de nuestra época, si los sacerdotes no brillan, ante el pueblo, que les rodea, con el brillo de una santidad insigne, y si no son dignos ministros de Cristo, fieles dispensadores de los misterios divinos de Dios [4], eficaces colaboradores de Dios [5], preparados para toda obra buena [6].


   Y por ello, pensamos que de ningún modo podremos manifestar mejor Nuestra gratitud a los sacerdotes del mundo entero-que, en ocasión del quincuagésimo aniversario de Nuestro sacerdocio, con sus oraciones al Señor dieron testimonio de su filial piedad hacia Nos-que dirigiendo a todo el Clero una paternal exhortación a la santidad, sin la cual no puede ser fecundo el ministerio que les está confiado. El Año Santo, que hemos anunciado con la esperanza de que todos ajusten sus costumbres a las enseñanzas del Evangelio, deseamos que, como primer fruto, produzca éste: el de que todos cuantos son guía del pueblo cristiano atiendan con mayor empeño a dirigirse hacia la cima de la santidad, pues sólo con tal espíritu y con tales armas podrán renovarse en el espíritu de Jesucristo a la grey que les está confiada.


   Ciertamente que las necesidades actuales, hoy tan crecidas, de la sociedad, exigen cada vez más la perfección de los sacerdotes; pero téngase bien en cuenta que ellos están ya antes obligados -por la misma naturaleza del santísimo ministerio que Dios les ha confiado- a tender hacia la santidad, y ello siempre en todas las circunstancias y por todos los medios.



[1] Cf. Io. 21, 15. 17.

[2] 1 Pet. 5, 2. 3.

[3] Praef. Missae in festo Christi Regis.

[4] Cf. 1 Cor. 4, 1.

[5] Cf. 1 Cor. 3, 9.

[6] Cf. 2 Tim. 3, 17.

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miércoles, 25 de abril de 2012

MONS.ANTONIO CASTRO MAYER


   Hoy se cumple el XXI Aniversario del fallecimiento de Mons. Antonio de Castro Mayer. De cierto fue cuanto menos un Obispo controvertido, no sólo porque murió "excomulgado" tras su participación en las consagraciones episcopales de Mons. Lefebvre, sino por las antipatías que recibió por parte de los sectores más tradicionalistas, como fue el caso de la TFP del Prof. Plinio Correa de Oliveira.

   No tengo ni ánimos ni interés alguno en discurrir si fue válida la excomunión ni el por qué de su alejamiento con el Prof. Plinio; humildemente creo que Mons. Castro Mayer fue un Obispo que amó profundamente la Sagrada Tradición Católica y que por ello renunció a su honra para aventurarse a participar en la resistencia que inició Mons. Lefebvre frente a los desvaríos del post-Concilio Vaticano II.

   Hoy día, vemos Obispos que atacan los Dogmas de la Fe Católica, que se alejan de forma alarmante de todo aquello que la Iglesia ha enseñado y transmitido, que fomentan la sacrílega comunión en la mano...todo ello ante la pasividad de una Roma que se convierte en cómplice de esta Apostasía silenciosa. Por eso urge recordar que en todas las épocas, no han faltado Pastores que se han enfrentado a la Autoridad cuando la Fe se veía comprometida, como ocurriera con San Atanasio, que llegó a ser excomulgado por el Papa Honorio

   No soy amigo de buscar luchas fratricidas entre aquellos que navegamos en el mismo barco de la Tradición, por eso creo que es justo este sencillo homenaje a un Obispo que trató de vivir la integridad de la Fe Católica.

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DECLARACIÓN DE BUENOS AIRES

(2 de diciembre de 1986)


   Roma nos hizo preguntar si teníamos la intención de declarar nuestra ruptura con el Vaticano con motivo del Congreso de Asís.

   La cuestión nos parecería más bien deber ser la siguiente: “¿Creen y tienen la intención de declarar que el Congreso de Asís consuma la ruptura de las Autoridades romanas con la Iglesia Católica?”

   Puesto que es eso lo que preocupa a los que siguen siendo católicos.


   Es bien evidente, en efecto, que desde el Concilio Vaticano II el Papa y los episcopados se alejan siempre más claramente de sus antecesores.

   Todo lo que fue puesto en obra por la Iglesia en los últimos siglos para defender la fe, y todo lo que ha sido realizado para difundirla por los misioneros, hasta el martirio inclusive, de ahora en más es considerado como una falta, de la cual la Iglesia debería acusarse y hacerse perdonar.

   La actitud de los once Papas que desde 1789 hasta en 1958, en documentos oficiales, condenaron la Revolución liberal, se considera como “una falta de inteligencia del aliento cristiano que inspiró la Revolución”.

   De ahí la vuelta completa de Roma desde el Concilio Vaticano II, que nos hace repetir las palabras de Nuestro Señor a los que venían a arrestarlo: “Hæc est hora vestra et potestas tenebrarum” (San Lucas, 22, 52-53: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas).

   Adoptando la religión liberal del protestantismo y de la Revolución, los principios naturalistas de Jean Jacques Rousseau, las libertades ateas de la Constitución de los Derechos humanos, el principio de la dignidad humana no teniendo más relación con la verdad y la dignidad moral, las autoridades romanas vuelven la espalda a sus antecesores y rompen con la Iglesia Católica, y se ponen al servicio de los destructores de la Cristiandad y del Reino universal de Nuestro Señor Jesucristo.


   Los actos actuales Juan Pablo II y de los episcopados nacionales ilustran año tras año este cambio radical de concepción de la fe, de la Iglesia, del sacerdocio, del mundo, de la salvación por la gracia.

   El colmo de esta ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia se realizó en Asís, después de la visita a la Sinagoga. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo Encarnado y Su Iglesia hace estremecer de horror: Juan Pablo II animando a las falsas religiones a rogar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedentes.

   Podríamos retomar aquí nuestra Declaración del 21 de noviembre de 1974, que permanece más actual que nunca.

   En cuanto a nosotros, permaneciéndonos indefectiblemente unidos a la Iglesia católica y romana de siempre, nos vemos obligados a comprobar que esta Religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar se aleja siempre aún más de nosotros, quienes profesamos la fe católica de los once Papas que condenaron esta falsa religión.

   La ruptura no viene, pues, de nosotros, sino de Pablo VI y de Juan Pablo II, que rompen con sus antecesores.

   Este renegar de todo el pasado de la Iglesia por estos dos Papas y por los obispos que los imitan es una impiedad inconcebible y una humillación insoportable para los que siguen siendo católicos en la fidelidad a veinte siglos de profesión de la misma fe.

   Consideramos, pues, como nulo todo lo que ha sido inspirado por este espíritu de renuncia: todas las reformas posconciliares, y todos los actos de Roma que se realizan en esta impiedad.

   Contamos con la gracia de Dios y el sufragio de la Virgen fiel, de todos los Mártires, de todos los Papas hasta el Concilio, de todos los santos y santas fundadores y fundadoras de Órdenes contemplativas y misioneras, para que nos ayuden en la restauración de la Iglesia por la fidelidad íntegra a la Tradición.

Monseñor Marcel Lefebvre y Monseñor Antonio de Castro Mayer

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lunes, 23 de abril de 2012

NUESTRA SEÑORA, LIBERTADORA DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

   María no solo consuela y socorre a sus devotos en el Purgatorio, sino que también rompe sus cadenas y los libra con su intercesión. Desde el día de su gloriosa Asunción, en el que se cree que quedó vacía la cárcel del Purgatorio, como dice Gersón y confirma Novarino, diciendo basarse en graves autores, día en que María al entrar en el paraíso, pidió a su Hijo poder llevar consigo todas las almas que estaban en el purgatorio, desde entonces, dice Gersón, María tiene el privilegio de librar a todos sus devotos, de aquellas penas.


   Y esto lo afirma sin titubeos san Bernardino de Siena, diciendo que la Santísima Virgen tiene la facultad, con sus ruegos y con la aplicación de sus méritos, de librar las almas del Purgatorio y principalmente las de sus más devotos. Lo mismo dice Novarino, opinando que por los méritos de María, no solo se tornan más llevaderas las penas de aquellas almas, sino también más breves, abreviándose por su intercesión el tiempo de su Purgatorio. Para lo cual, basta que ella lo pida.

   Refiere san Pedro Damiano que una señora llamada Mazoria, ya difunta, se apareció a una comadre y le dijo que en el día de la Asunción ella había sido librada del Purgatorio con un número de almas que superaban a la población de Roma. San Dionisio Cartujano afirma que lo mismo sucede en la festividad de la Navidad y de la Resurrección de Jesucristo, diciendo que en esas fiestas, María se presenta en el Purgatorio acompañada de legiones de ángeles y que libra de aquellas penas a multitud de almas. Novarino dice que esto sucede igualmente en todas las fiestas solemnes de María.

   Muy conocida es la promesa que María hizo al Papa Juan XXII, al que, apareciéndose le ordenó que hiciera saber a cuantos llevasen el Santo Escapulario del Carmen que, en el sabado siguiente a su muerte, serían librados del purgatorio. El mismo Papa, como refiere el P. Crasset, lo declaró en la bula que publicó y que luego fue confirmada por Alejandro V, Clemente VII, Pío V, Gregorio XII y Pablo V, el cual, en una bula de 1612 declara: "El pueblo cristiano puede piadosamente creer que la Santísima Virgen ayudará con su continua intercesión, y con sus méritos y protección especial, después de la muerte, y principalmente en el día de sábado -consagrado por la Iglesia a la misma Virgen María- a las almas de los hermanos de la Cofradía de Santa María del Monte Carmelo, que hayan salido de este mundo en gracia, y hayan llevado su escapulario, observando castidad según su estado, y hayan rezado el Oficio Parvo de la Virgen, y si no han podido recitarlo, habiendo observado los ayunos de la Iglesia". Y en el Oficio Solemne de Santa María del Carmen se lee que se ha de creer piadosamente, que la Santísima Virgen consuela con amor de Madre a los cofrades del Carmen en el Purgatorio, y con su intercesión los lleva pronto a la patria celestial.

   Esto es lo que la Santísima Virgen María mandó decir al B. Godofredo por medio de fray Abundio, con estas palabras: "Di a fray Godofredo que progrese en la virtud, que así será de mi Hijo y mío; y cuando su alma parta de su cuerpo, no dejaré que vaya al Purgatorio, sino que la tomaré y la ofreceré a mi Hijo".

   Y si queremos aliviar a las benditas Almas del Purgatorio, procuremos rogar por ellas a la Santísima Virgen, aplicando por ellas de modo especial el Santo Rosario que les servirá de gran alivio.

San Alfonso Mª de Ligorio
Las Glorias de María

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viernes, 20 de abril de 2012

NUESTROS PASTORES ( IV ) OBISPO MANUEL GONZÁLEZ Y LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

   
   Monseñor Manuel González García, el "Obispo del Sagrario abandonado", como le gustaba llamarse, nació en Sevilla – España – el 25 de Febrero de 1877, hijo de don Martín González Lara y doña Antonia García Pérez, tercer hijo de cuatro hermanos. Muy pequeño, ingresa en el Colegio de San Miguel, donde se formaban los “niños de coro” de la Giralda. Antes de los 10 años era uno de los “seises” de la Catedral, que cantaba y danzaba ante el Santísimo en la fiesta del Corpus y la Inmaculada.

    A los doce años ingresa al seminario de Sevilla, destacándose por su amor y devoción a la Virgen Inmaculada y a la Eucaristía.

    Ordenado Sacerdote el 21 de Septiembre de 1901, sus primeras ilusiones eran ser cura de un pueblo querido de sus feligreses desviviéndose por ellos como si fueran  hijos suyos.

   En febrero de 1902 fue enviado a dar una misión popular en un pueblecito andaluz: Palomares del Río (Sevilla). Allí le esperaba la semilla de su gran obra.

   Don Manuel queda impactado por el desolador abandono del Sagrario, como él nos cuenta:

         ” ...Fuime derecho al Sagrario de la restaurada Iglesia en busca de alas a mis casi caídos entusiasmos...y ¡qué Sagrario!...Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno que me miraba... parecíame que después de recorrer con su vista aquél desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más... una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... de mí sé deciros que aquella tarde, en aquél rato de Sagrario, yo entreví para mi sacerdocio una ocupación en la que antes no había soñado.

        Ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio en cuidar a Jesucristo en las necesidades que su vida de Sagrario le ha creado, alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud...

¡Ay! ¡Abandono del Sagrario, como te quedaste pegado a mi alma!¡Ay!¡Qué claro me hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de recibirse!”

“¡ Abandonado ¡ porque no se le conoce, no se le ama, no se le come, no se le imita...” Experiencia de un hecho para el que buscará remedio mientras Dios le dé vida.

En 1905 fue destinado como cura ecónomo a la parroquia de San Pedro, en Huelva, donde desarrolló una labor pastoral y social incansable, sin medios humanos, con la hostilidad y persecución de todo el pueblo, pero con un amor y confianza heroicos en la providencia de Dios y en el amor del Corazón de Jesús vivo en el Sagrario.

Se hizo apóstol de los pobres, donde quiera que se anidara la pobreza, allá le llevaba su compasión.


Reliquia ex-ossibus del
Obispo Manuel González
que tengo en mi capilla


Su celo y maestría de catequista encontró un amplio campo de acción en la cruda realidad de los barrios de Huelva. Fundó unas escuelas populares, totalmente gratuitas, que hoy mismo nos resultan modelo por la formación integral cristiana que en ellas se brindaba. Funda una revista de catequesis eucarística, “El granito de arena”, en 1907.

             El 4 de Marzo de 1910 funda la Obra de las  Tres Marías y discípulos de San Juan de los Sagrarios Calvarios (hoy UNER), extendida por varios países de América y Europa:

 “Yo hoy pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado, un poco de calor para esos Sagrarios tan abandonados; yo os pido, por el amor de María Inmaculada, Madre de este Hijo tan despreciado, y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis las Marías de esos Sagrarios abandonados...”.

             Funda en 1912 los “Juanitos del Sagrario”, (a los que pertenezco desde los ocho años).


             El 16 de Enero de 1916 es consagrado Obispo de Málaga.

             El 3 de Mayo de 1921 funda un instituto religioso: Las Hermanas Marías Nazarenas – hoy Misioneras Eucarísticas de Nazaret, con la misión de consagrarse totalmente a luchar contra el abandono del Sagrario.

             En 1931 padeció la persecución anticlerical de España: la trágica noche del 11 de Mayo incendian el palacio Episcopal y la mayoría de los templos y conventos de Málaga. Expulsado de la ciudad, se ve obligado a refugiarse en Gibraltar. Sufrió el destierro de su diócesis durante cuatro años.

              En Agosto de 1935 fue destinado como Obispo de Palencia – Castilla, donde su fidelidad y entrega llegaron hasta el fin, reproduciendo la inmolación continua de Jesucristo en la Santa Misa.

               El Día 4 de Enero de 1940, en Madrid, el Señor lo llamó a su compañía eterna en el Cielo.

               Fue sepultado en la Catedral de Palencia a los pies del Sagrario según su deseo, manifestado en el epitafio que él mismo escribió:


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jueves, 19 de abril de 2012

"YA NO SUFREN LA SANA DOCTRINA", Mons.Lefebvre, 30 Junio de 1988

   
   En estos días en que muchos andamos alborotados por la presunta adhesión de la Fraternidad de San Pío X a la Roma Modernista, sería más que recomendable recordar las palabras de aquél Santo Obispo, el día que pisoteó su honra humana y se ganó la "excomunión" del Vaticano corrompido.

Del Mandato Apostólico, que se leyó en la ceremonia de las Consagraciones Episcopales del 30 de junio de 1988:

"Este Mandato lo hemos recibido de la Iglesia Romana que sigue siendo fiel a la Santa Tradición recibida de los Apóstoles. Esta Santa Tradición es el depósito de la Fe, que la Iglesia nos manda transmitir fielmente a todos los hombres para la salvación de sus almas.


Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, las autoridades de la Iglesia Romana están animadas por el espíritu modernista; han obrado en contra de la Santa Tradición; “ya no sufren la sana doctrina; (…) apartan los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas”como dice San Pablo en su segunda epístola a Timoteo (4, 3-5). Por esto juzgamos que todas las penas y censuras que da la autoridad no tienen ningún valor.
En cuanto a mí, que “ya estoy a punto de ser ofrecido en sacrificio, siendo ya inminente el momento de mi partida”, estoy oyendo el llamamiento de las almas que me piden que les den el pan de vida, que es Cristo.


 Esa multitud me da compasión. Me resulta, pues, una obligación grave transmitir la gracia de mi episcopado a estos queridos sacerdotes aquí presentes para que ellos, a su vez, puedan conferir la gracia sacerdotal a muchos otros santos clérigos, formados según las Santas tradiciones de la Iglesia católica.


Por este Mandato de la Santa Iglesia Romana siempre fiel, elegimos para el episcopado enla Santa Iglesia Romana a los sacerdotes que están aquí presentes, como auxiliares de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X."


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lunes, 16 de abril de 2012

NUESTRA SEÑORA, REINA DEL PURGATORIO

   Muy felices son los devotos de nuestra piadosa Madre, pues no sólo son socorridos por Ella en la tierra, sino que también los asiste y consuela con su protección en el Purgatorio. Y necesitando tanto más alivio cuanto más padecen, sin poder valerse por sí mismos, mucho más se empeña en socorrerlas esta Madre misericordiosa. Dice san Bernardino de Siena que, en aquella cárcel de unas almas que son esposas de Jesucristo, María tiene como un cierto dominio y plenos poderes tanto para aliviar como para liberar de aquellas penas.


   En cuanto a aliviar, dice el mismo santo comentando las palabras del Eclesiástico: "Me paseé sobre las olas del mar" (Ecclo 24,8): "Es decir, visitando y socorriendo en las necesidades y en los tormentos de mis devotos que son mis hijos"




   Dice el mismo santo que las penas del Purgatorio son llamadas olas porque son transitorias, a diferencia de las del infierno que no pasan jamás. Y se llaman olas del mar, porque son penas muy amargas. Afligidos por estas penas, los devotos de Nuestra Señora se ven constantemente visitados y socorridos por ella. Ved cuánto importa, dice Novarino, ser devoto de esta Señora tan buena, pues ella no sabe olvidarse de ellos cuando padecen en aquellas llamas. Y si María socorre a todas las almas del Purgatorio, sin embargo sus mayores indulgencias y cuidados son para las que le son más devotas.


San Alfonso Mª. de Ligorio
Las Glorias de María

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sábado, 14 de abril de 2012

NUESTRA SEÑORA, MADRE DE LOS PREDESTINADOS

   
   La señal más infalible y más indudable para distinguir un hereje, un hombre de mala doctrina, un réprobo, de un predestinado, está en que tanto el hereje como el réprobo, no tienen sino menosprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor tratan de amenguar por medio de sus palabras y ejemplos, ora abierta, ora ocultamente y a veces con pretextos ingeniosos. Por eso ha dicho Dios Padre a María que no habitase en ellos, porque son falsos como Esaú.

   Dios Hijo quiere formarse y, por decirlo así encarnarse todos los días por medio de su amantísima Madre, en los miembros místicos de su cuerpo, que son los justos, y por eso dice a María: Recibe a Israel por herencia (Eccli. 24,13). Lo que es lo mismo que si dijera: Mi Padre me ha dado por herencia todas las naciones de la tierra, todos los hombres buenos y malos, predestinados o réprobos; a los unos los guiaré con la vara de oro del amor; a los otros, con la vara de hierro de la justicia; seré el padre y defensor de los unos, el justo vengador de los otros y el juez de todos; pero Vos, mi carísima María, no tendréis como herencia y propiedad sino a los predestinados, representados por Israel, y como buena Madre suya, los criaréis y cuidaréis, y como soberana de los mismos, los guiaréis, gobernaréis y defenderéis.
   
   Un hombre y un hombre ha nacido en Ella, dice el Espíritu Santo. Según la explicación de algunos Padres, el primer hombre nacido de María es el Hombre-Dios, Jesucristo; el segundo es un hombre puro, hijo de Dios y de María, por adopción. Si Jesucristo, el Jefe de los hombres, ha nacido en Ella, los predestinados, que son los miembros de esa cabeza, deben también nacer en Ella por una consecuencia necesaria. Una misma madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la cabeza: de otra manera sería un monstruo de la naturaleza; del mismo modo en el orden de la gracia, la cabeza y los miembros nacen de una misma madre; y si un miembro del cuerpo místico de Jesucristo, es decir, un predestinado, naciese de otra madre que no fuese María, que ha producido la cabeza, no será ya un predestinado ni un miembro de Jesucristo, sino un monstruo, en el orden de la gracia.

San Luis Mª Girgnión de Montfort
Tratado de la Verdadera Devoción

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viernes, 13 de abril de 2012

NUESTROS GLORIOSOS MÁRTIRES ( XV ) SAN SABÁS REYES SALAZAR



¡VIVA CRISTO REY!


   Sabás Reyes nació en Cocula, Jalisco, el 5 de diciembre de 1883. Con sus padres, Norberto Reyes y Francisca Salazar, se trasladó a Guadalajara, en donde tuvo una infancia extremadamente pobre. Para mitigar el hambre y la desnudez fue voceador de periódicos y mal pudo concluir la instrucción primaria.

   Una salud frágil y una limitada capacidad intelectual fueron las secuelas de tantas carencias.

   Adolescente, ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, en donde según los criterios de la época, sus cortas facultades en el campo del saber lo descalificaron para ordenarse clérigo por Guadalajara; sin embargo, teniendo en cuenta su noble índole, los superiores mismos le recomendaron agregarse a una diócesis necesitada; humilde y constante en su vocación; Sabás fue recibido en la Diócesis de Tamaulipas, donde recibió las órdenes sagradas, incluyendo en diciembre de 1911, el presbiterado.

   Capturado por las tropas federales, fue objeto de crueles tormentos que parecían no tener fin. Fue el único párroco que permaneció en Tototlán desatada persecución religiosa. Luego de que el ejército federal dispuso capturar a los sacerdotes por promover la rebelión, algunos amigos le sugirieron al Padre Sabás que se pusiera a salvo, pero él, con firmeza, declaró: “Mis superiores aquí me dejaron y mi párroco me encomendó la atención de la parroquia, por eso aquí permaneceré; si es la voluntad de Dios, aceptaré de buena gana el martirio”.

   Días después, avisado que las tropas federales atacarían Tototlán, se ocultó en el domicilio de la señora María Ontiveros, junto con tres acompañantes: el joven José Beltrán, y los niños Octavio Cardenas y Salvador Botello. Desde ese momento hasta su captura se mantuvo rezando el Rosario, y aunque cuando los soldados llegaron a su escondite la dueña de la casa negó que ahí estuviera, cuando ingresaron al lugar y preguntaron por el fraile, el padre Reyes salió del traspatio y dijo: “Aquí estoy, ¿qué se les ofrece?”. Por respuesta le ataron fuertemente los brazos.

   Fue remitido a la iglesia parroquial, convertida en caballeriza y cuartel general de los soldados federales y amarrado a un pilastrón bajo los inclementes rayos del sol; durante varias horas se le negó agua para beber y finalmente se permitió que una mujer le proporcionara alimento. A ella le pidió que las señoras pidieran a Dios por él.

   Por la noche del día 12, atando de las manos y sujeto al cuello por una soga, compareció ante el general Izaguirre, quien tenía la consigna de capturar al párroco don Francisco Vizcarra y al presbítero José Dolores Guzmán. ¿Dónde está el Cura Vizcarra?. El Padre Reyes no despegó los labios. Un fuerte tiró lo derribó al piso. Pregunta y torturas se repitieron con implacable crudeza hasta donde las fuerzas del mártir lo permitieron.


Reliquia del sepulcro del Santo Mártir (Capilla de Juan Diego Ortega)



   Para seguirlo atormentando, fueron encendidas dos hogueras, una próxima a su rostro y otra junto a los pies del reo. Éste, entre tanto, musitaba una y otra vez: “Señor de la Salud, Madre mía de Guadalupe, dadme algún descanso”. El brutal tormento se prolongó hasta las primeras horas del alba. De cuando en cuando, alguno de los soldados le pegaba en la piel un tizón ardiendo y se burlaba: “Tú que dices que baja Dios a tus manos, que baje ahora a liberarte de las mías”.

   Indecibles fueron las horas transcurridas, hasta el anochecer del Miércoles Santo; casi a rastras lo condujeron al panteón municipal en donde fue acribillado. Uno de sus verdugos comentó luego: “Me pesa mucho haber matado a ese padre; murió injustamente. Le habíamos dado ya tres o cuatro balazos y todavía  se levantó y gritó "¡Viva Cristo Rey!”.

   Todo el pueblo consideró al Padre Sabás Reyes como un mártir y como a tal, venera sus reliquias en un anexo al templo parroquial de Tototlán, Jalisco.



jueves, 12 de abril de 2012

MONS. LEFEBVRE Y LA SANTA MISA ( III )

    Es el sacerdote el que ha recibido el encargo, de Dios Nuestro Señor, de continuar el Sacrificio y de ninguna manera los fieles. Cierto es que los fieles se han de unir al Sacrificio, unirse de todo corazón, con toda su alma, a la Víctima, que está sobre el altar, como debe hacerlo también el sacerdote. Pero los fieles no pueden ofrecer, en manera alguna, el Santo Sacrificio, "in persona Christi", como el sacerdote.


   El sacerdote está configurado al Sacerdocio de Cristo, está marcado para siempre, para la eternidad. "Tu est sacerdos in aeternum"... Sólo él puede ofrecer verdaderamente el Sacrificio de la Misa, el Sacrificio de la Cruz. Y, por consiguiente, sólo él puede pronunciar las palabras de la Consagración.


   No es normal que los seglares se coloquen alrededor del altar y que pronuncien todas las palabras de la Misa, junto con el sacerdote. Porque ellos no son sacerdotes en el sentido propio en que lo es el sacerdote consagrado. Tampoco podemos considerar como cosa normal el haber suprimido toda señal de respeto a la Real Presencia. A fuerza de no ver ningún respeto hacia la Sagrada Eucaristía, acaba por no creerse en la Presencia Real. Y ¿quién se atreverá a llegar, por tal camino, a cosa parecida, después de meditar la divina Palabra, según la cual "al nombre de Jesús, dóblese toda rodilla, en el Cielo, en la tierra y en los infiernos"? Si al solo nombre hay que arrodillarse ¿vamos a permanecer de pie, cuando está presente en realidad, en la Sagrada Eucaristía?


   Al lugar donde se ofrece un sacrificio, se le llama altar. Por ello, no se puede aceptar, como sustitutivo del altar, una mesa corriente, destinada a las comidas, que, según recordaba San Pablo, se hallan en los comedores de las casas, para comer y beber. El altar ha de ser pieza que no se traslade y donde se ofrece y se derrama la sangre. En el momento en que el altar se convierte en mesa de comedor, ha dejado de ser altar.

martes, 10 de abril de 2012

LOBOS CON PIEL DE CORDERO


   Desde que publiqué las fotos de Mons. Echarren, Obispo Emérito de mi diócesis, paseando en chándal y zapatillas, me prometí a mí mismo, que trataría de ignorar a esta clase de Prelados para dedicarme a fomentar la piedad de este sitio... pero hace unos días el Blog amigo Eccechristianus se hacía eco de las declaraciones de un Obispo -¿católico?- donde además de proferir varias herejías que el lector piadoso podrá reconocer, nos ponía finos a los que nos gloriamos de ser Tradicionalistas.

   No me puedo callar: estoy francamente cansado de escuchar a herejes mitrados como este energúmeno, que llenos de soberbia creen saber más que los dos mil años de Tradición Católica. 

   Lo que realmente hace que me hierva la sangre, es que tenga la poca vergüenza de hacer público un pensamiento que, por desgracia, comparten muchos hermanos suyos en el Episcopado; en la Madre Patria tampoco faltan Obispos de esta calaña, que si bien se muerden la lengua en un intento de guardar las formas, no paran de poner obstáculos a aquellos que pretendemos vivir y dar a conocer el tesoro de la Santa Misa Tradicional.

   A todos estos Obispos cobardes -que sé de buena tinta leen este pequeño blog- les animo a que se quiten la máscara de "respeto por las diferentes sensibilidades eclesiales"; que hablen sin pudor, para que podamos -de una vez por todas- separar el trigo de la cizaña y que Roma, si de veras sigue siendo católica, tome cartas en el asunto...aunque visto lo visto, la pena de excomunión es un "privilegio" reservado para los tradicionalistas.

Nota: los que quieran comentar éste u otros artículos, que lo hagan con nombre y apellidos, no con pseudónimos, haciéndose pasar por seglares...el Obispo que alguna vez hizo esto sabe bien a qué me refiero.

* * * * *

Por el Obispo Paulo Sérgio Machado,
São Carlos, São Paulo, Brasil – 31 de marzo 2012


"No puedo entender cómo, en pleno siglo XXI, existan personas que desean el regreso de la misa en latín, con el sacerdote celebrando la misa “de espaldas a la gente”, el uso de pesadas casullas “romanas”. Este año celebramos el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II, cuando ya se siente la necesidad de celebrar un Tercer Concilio Vaticano y nos encontramos con personas que desean volver al pasado. Y, lo que causa más preocupación, se trata de personas que asisten a la universidad, personas que han entrado en la universidad, pero la universidad no ha entrado en sus mentes. Creo que es hora de que nuestros científicos inventen un dispositivo para “abrir sus mentes”. El “medidor de la sospecha” no funciona por más tiempo, porque estas personas no sospechan que están “fuera de lugar”, “en una época equivocada”. Desean, en todo caso, para volver al pasado. Viven en los milagros y apariciones, devociones y los sentimientos de aguanieve, que, afortunadamente, no están actualizados.
Imaginemos a un sacerdote celebrando misa en latín en una capilla rural. “Dominus vobiscum”.“Et cum spiritu tuo”. Nuestra gente humilde va a pensar que el sacerdote está  loco, al menos,  o que está maldiciendo. Recuerdo mi infancia, cuando la misa era en latín. Las señoras mayores, piadosas, incapaces de comprender nada, que utilizaban el latín para rezar el Rosario. No tengo nada contra el Rosario -rezo el Rosario todos los días- pero sin embargo, el Rosario es una oración, no una celebración.
Ellos abogan por el retorno de los famosas “mantillas”, que cubrían las cabezas de las mujeres. Yo me pregunto: ¿por qué no también la mantilla en la cabeza de los hombres? Incluso sería hermoso ver a hombres vestidos con “mantillas de encaje”. Sería difícil encontrar quien quisiera usarlos, a excepción de las “cabezas” de viento, que deseen dar un paseo para enseñar el Padre Nuestro al vicario.
Sin embargo, queda la pregunta – ¿qué hay detrás de este programa? Una sensación de nostalgia? Yo creo que no es más que eso:. Es un deseo morboso, miedo a la novedad, una aversión al cambio. Es lo que podríamos llamar – para usar una expresión francesa – un “laissez faire, laissez passer”, un “dejar que las cosas avancen para ver los resultados”. Se trata de un intento de mantener el “status quo”, incluso si ese “status quo” beneficios de media docena de personas, y los otros sean condenados.
Para estos puritanos el infierno está lleno de gente, cuando en realidad, el cielo está lleno, porque Dios quiere que todos se salven. Y no sólo una minoría moralista que ve el pecado en todas partes y al que cree que el diablo es más poderoso que Dios. “Rompan su corazón y no vuestros vestidos”, dice el profeta. Estas son personas que se preocupan para lavar vasos y tazas, en lugar de sus mentes y corazones. Es la vieja actitud de los fariseos – que todavía son muchos hoy en día – que criticaron a Jesús, porque había sanado en sábado. Recuerdo la historia de una persona que, al conocer la noticia de que Juan había asesinado a Pedro en un Viernes Santo, dijo: “¿Por qué no esperar para matarlo el sábado?” De acuerdo con esa persona, el día fue la preocupación más importante.
Termino citando dos frases que son alimento para el pensamiento: “El pasado es una lección que hay que meditar, y no podrá reproducirse” (Mario de Andrade – autor de Macunaíma), “Toma el fuego del altar pasado, no las cenizas” (Jean Jures – El líder socialista francés).
* * * * *

lunes, 9 de abril de 2012

PROTECCIÓN DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

 
   Citaré un hecho acontecido a un lejano pariente joyero, que volvía a casa, casa noche, llevando consigo las joyas más preciosas, por temor de una “visita” de los ladrones en su negocio. Uno de esos días volvió a su casa muy tarde, y temiendo ser agredido se encomendó en el camino a las Almas del Purgatorio, rezando por ellas un Rosario.


   Era medianoche cuando tomó el cruce que lo llevaba a su hogar y con temor vio a unos hombres con mala cara que lo esperaban. Con mayor intensidad invocó la protección y defensa de las Almas del Purgatorio. Había una iglesia al principio del cruce y ésta improvisadamente se abrió y salió un cortejo de frailes con sacos y capuchones blancos que parecían acompañantes de un funeral.


 El capuchón era de aquellos antiguos, que hoy ya no se usan, cubría toda la cabeza y tenía sólo tres aberturas: dos para los ojos y uno para la boca. El joyero no encontró nada mejor que unirse a aquel cortejo que era visible a los ladrones apostados en la sombra.


   La esposa impaciente por lo avanzado de la hora, estaba en la ventana aguardando la llegada de su marido. Este, de hecho regresó junto al cortejo, deshecho por el temor de los ladrones, y a la vez consolado por el providencial cortejo que lo había salvado. Contó el hecho a su esposa, y fue mayor la sorpresa de ella porque le había visto regresar solo. Y ya que el marido insistía en afirmar la realidad del cortejo, ella le hizo ver que a medianoche ningún funeral podía hacerse. Entonces ambos comprendieron que aquellos frailes del cortejo fúnebre, eran Ánimas del Purgatorio que acudieron en su defensa".


"El Purgatorio" , por el Padre Domingo Rotuolo

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domingo, 8 de abril de 2012

DOMINICA DE RESURRECCIÓN



A la Víctima pascual 
ofrezcan alabanzas los cristianos.

El Cordero redimió a las ovejas: 
Cristo inocente 
reconcilió a los pecadores con el Padre.

La muerte y la Vida se enfrentaron 
en lucha singular. 
El dueño de la Vida, que había muerto, 
reina vivo.

Dinos, María, qué has visto en el camino? Vi el sepulcro de Cristo viviente 
y la gloria del que resucitó, 
a unos ángeles, el sudario y los vestidos.

Resucitó Cristo, mi esperanza; 
precederá en Galilea a los suyos 
Sabemos que Cristo verdaderamente resucitó de entre los muertos.

Tú, Rey victorioso, ten piedad

Amen, Aleluya.


Recordando las Palabras del Pastor Angelicus



viernes, 6 de abril de 2012

EL MÁRTIR DEL CALVARIO, Revelaciones de María Valtorta

Empieza la subida del Calvario. Es un camino desnudo que acomete directamente la subida, pavimentado con piedras no unidas, sin un hilo de sombra.

Cuatro hombres fornidos, que por su aspecto me parecen judíos, y judíos más merecedores de la cruz que los condenados, ciertamente de la misma calaña de los flageladores, y que estaban en un sendero, saltan al lugar del suplicio. Van vestidos con túnicas cortas y sin mangas. Tienen en sus manos clavos, martillos y cuerdas. Y muestran burlonamente estas cosas a los tres condenados. La muchedumbre se excita envuelta en un delirio cruel.


Los verdugos ofrecen tres trapajos a los condenados para que se los aten a la ingle. Los ladrones los agarran mientras profieren blasfemias aún más horrendas. Jesús, que se está desvistiendo lentamente por el agudo dolor de las heridas, lo rehúsa. Quizás cree que conservará el calzón corto que pudo tener durante la flagelación. Pero, cuando le dicen que también se lo quite, tiende la mano para mendigar el trapajo de los verdugos para cubrir su desnudez: verdaderamente es el Anonadado, hasta el punto de tener que pedir un trapajo a unos delincuentes.

Pero María se ha percatado y se ha quitado el largo y sutil lienzo blanco que le cubre la cabeza por debajo del manto obscuro; un velo en el que Ella ha derramado ya mucho llanto. Se lo quita sin dejar caer el manto. Se lo pasa a Juan para que se lo dé a Longino para su Hijo. El centurión toma el velo sin poner dificultades, y cuando ve que Jesús está para desnudarse del todo, vuelto no hacia la muchedumbre sino hacia la parte vacía de gente ‑ mostrando así su espalda surcada de moraduras y ampollas, sangrante por heridas abiertas o a través de obscuras costras ‑, le ofrece el velo materno de lino. Jesús lo reconoce y se lo enrolla en varias veces en torno a la pelvis, asegurándoselo bien para que no se caiga... Y en el lienzo ‑ hasta ese momento mojado sólo de llanto ‑ caen las primeras gotas de sangre, porque muchas de las heridas, mínimamente cubiertas de coágulo, al agacharse para quitarse las sandalias y dejar en el suelo la ropa, se han abierto y la sangre de nuevo mana.

Él se extiende mansamente sobre el madero. Los dos ladrones se revelaban tanto, que, no siendo suficientes los cuatro verdugos, habían tenido que intervenir soldados para sujetarlos, para que no apartaran con patadas a los verdugos que los ataban por las muñecas. Pero para Jesús no hay necesidad de ayuda. Se extiende y pone la cabeza donde le dicen que la ponga. Abre los brazos como le dicen que los abra. Estira las piernas como le ordenan que lo haga. Sólo se ha preocupado de colocarse bien su velo. Ahora su largo cuerpo, esbelto y blanco, resalta sobre el madero obscuro y el suelo amarillo.

Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarle. Y pienso en qué opresión y dolor debió sentir bajo ese peso. Un tercer verdugo le toma el brazo derecho y lo sujeta: con una mano en la primera parte del antebrazo; con la otra, en el extremo de los dedos. El cuarto, que tiene ya en su mano el largo clavo de punta afilada y cuerpo cuadrangular que termina en una superficie redonda y plana del diámetro de diez céntimos de los tiempos pasados, mira si el agujero ya practicado en la madera coincide con la juntura del radio y el cúbito en la muñeca. Coincide. El verdugo pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe.

Jesús, que tenía los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, y abre al máximo los ojos, que nadan entre lágrimas. Debe sentir un dolor atroz... el clavo penetra rompiendo músculos, venas, nervios, penetra quebrantando huesos...

María responde, con un gemido que casi lo es de cordero degollado, al grito de su Criatura torturada; y se pliega, como quebrantada Ella, sujetándose la cabeza entre las manos. Jesús, para no torturarla, ya no grita. Pero siguen los golpes, metódicos, ásperos, de hierro contra hierro... y uno piensa que, debajo, es un miembro vivo el que los recibe.


La mano derecha ya está clavada. Se pasa a la izquierda. El agujero no coincide con el carpo. Entonces agarran una cuerda, atan la muñeca izquierda y tiran hasta dislocar la juntura, hasta arrancar tendones y músculos, además de lacerar la piel ya serrada por las cuerdas de la captura. También la otra mano debe sufrir porque está estirada por reflejo y en torno a su clavo se va agrandando el agujero. 

Ahora a duras penas se llega al principio del metacarpo, junto a la muñeca. Se resignan y clavan donde pueden, o sea, entre el pulgar y los otros dedos, justo en el centro del metacarpo. Aquí el clavo entra más fácilmente, pero con mayor espasmo porque debe cortar nervios importantes (tanto que los dedos se quedan inertes, mientras los de la derecha experimentan contracciones y temblores que ponen de manifiesto su vitalidad). Pero Jesús ya no grita, sólo emite un ronco quejido tras sus labios fuertemente cerrados, y lágrimas de dolor caen al suelo después de haber caído en la madera.

Ahora les toca a los pies. A unos dos metros ‑ un poco más ‑ del extremo de la cruz hay un pequeño saliente cuneiforme, escasamente suficiente para un pie. Acercan a él los pies para ver si va bien la medida. Y, dado que está un poco bajo y los pies llegan mal, estirajan por los tobillos al pobre Mártir. Así, la madera áspera de la cruz raspa las heridas y menea la corona, de forma que ésta se descoloca, arrancando otra vez cabellos, y puede caerse; un verdugo, con mano violenta, vuelve a incrustársela en la cabeza...

Ahora los que estaban sentados en el pecho de Jesús se alzan para ponerse sobre las rodillas, dado que Jesús hace un movimiento involuntario de retirar las piernas al ver brillar al sol el larguísimo clavo, el doble de largo y de ancho de los que han sido usados para las manos. Y cargan su peso sobre las rodillas excoriadas, y hacen presión sobre las pobres tibias contusas, mientras los otros dos llevan a cabo la operación, mucho más difícil, de enclavar un pie sobre el otro, tratando de hacer coincidir las dos junturas de los tarsos.

Acompaña al sonido áspero del hierro un lamento quedo de paloma: el ronco gemido de María, quien cada vez se pliega más, a cada golpe, como si el martillo la hiriera a Ella, la Madre Mártir. Y es comprensible que parezca próxima a sucumbir por esa tortura: la crucifixión es terrible: como la flagelación en cuanto al dolor, pero más atroz de presenciar, porque se ve desaparecer el clavo dentro de las carnes vivas; sin embargo, es más breve que la flagelación, que agota por su duración.





Y cuando, luego, dejan caer la cruz en su agujero ‑ oscilando además ésta en todas las direcciones antes de quedar asegurada con piedras y tierra, e imprimiendo continuos cambios de posición al pobre Cuerpo, suspendido de tres clavos ‑, el sufrimiento debe ser atroz. Todo el peso del cuerpo se echa hacia delante y cae hacia abajo, y los agujeros se ensanchan, especialmente el de la mano izquierda; y se ensancha el agujero practicado en los pies. La sangre brota con más fuerza. La de los pies gotea por los dedos y cae al suelo, o desciende por el madero de la cruz; la de las manos recorre los antebrazos, porque las muñecas están más altas que las axilas, debido a la postura; y surca también las costillas bajando desde las axilas hacia la cintura. La corona, cuando la cruz se cimbrea antes de ser fijada, se mueve, porque la cabeza se echa bruscamente hacia atrás, de manera que hinca en la nuca el grueso nudo de espinas en que termina la punzante corona, y luego vuelve a acoplarse en la frente y araña, araña sin piedad.

Por fin, la cruz ha quedado asegurada y no hay otros tormentos aparte del de estar colgado. Levantan también a los ladrones, los cuales, puestos ya verticalmente, gritan como si los estuvieran desollando vivos, por la tortura de las cuerdas, que van serrando las muñecas y hacen que las manos se pongan negras, con las venas hinchadas como cuerdas.

Jesús calla. La muchedumbre ya no calla; antes bien, reanuda su vocerío infernal.



Y María con Juan ‑ tomado por hijo ‑ sube por los escalones incididos en la roca tobosa - creo ‑ y traspasa el cordón de los soldados para ir al pie de la cruz, aunque un poco separada, para ser vista por su Jesús y verlo a su vez.

La turba, en seguida, le propina los más oprobiosos insultos, uniéndola a su Hijo en las blasfemias. Pero Ella, con los labios temblorosos y blanquecidos, sólo busca consolarle con una sonrisa acongojada en que se enjugan las lágrimas que ninguna fuerza de voluntad logra retener en los ojos.


La Faz tiene ya el aspecto que vemos en las fotografías de la Síndone, con la nariz desviada e hinchada por una parte; y también el hecho de tener el ojo derecho casi cerrado, por la hinchazón que hay en ese lado, aumenta el parecido. La boca, por el contrario, está abierta, y reducida ya a una costra su herida del labio superior.

La sed, producida por la pérdida de sangre, por la fiebre y el sol, debe ser intensa; tanto es así que Él, con una reacción espontánea, bebe las gotas de su sudor y de su llanto, y también las de sangre que bajan desde la frente hasta el bigote, y se moja con estas gotas la lengua...

La corona de espinas le impide apoyarse al mástil de la cruz para ayudarse a estar suspendido de los brazos y aligerar así los pies. La zona lumbar y toda la espina dorsal se arquean hacia afuera, quedando Jesús separado del mástil de la cruz del íleon hacia arriba, por la fuerza de inercia que hace pender hacia adelante un cuerpo suspendido, como estaba el suyo.


Vuelven las avalanchas de dolor desolado que ya le habían abrumado en Getsemaní. Vuelven las olas de los pecados de todo el mundo a arremeter contra el náufrago inocente, a sumergirle bajo su amargura. Vuelve, sobre todo, la sensación, más crucificante que la propia cruz, más desesperante que cualquier tortura, de que Dios ha abandonado y que la oración no sube a Él...

Y es el tormento final, el que acelera la muerte, porque exprime las últimas gotas de sangre a través de los poros, porque machaca las fibras aún vivas del corazón, porque finaliza aquello que la primera cognición de este abandono había iniciado: la muerte. Porque, ante todo, de esto murió mi Jesús, ¡oh Dios que sobre Él descargaste tu mano por nosotros! Después de tu abandono, por tu abandono, ¿en qué se transforma una criatura? En un demente o en un muerto. Jesús no podía volverse loco porque su inteligencia era divina y, espiritual como es la inteligencia, triunfaba sobre el trauma total de aquel sobre el que cae la mano de Dios. Quedó, pues, muerto: era el Muerto, el santísimo Muerto, el inocentísimo Muerto. Muerto Él, que era la Vida. Muerto por efecto de tu abandono y de nuestros pecados.


La cabeza cuelga hacia delante, tan pesadamente que el cuello parece excavado en tres lugares: en la zona anterior baja de la garganta, completamente hundida; y a una parte y otra del externocleidomastoideo. La respiración es cada vez más jadeante, aunque entrecortada: es ya más estertor sincopado que respiración. De tanto en tanto, un acceso de tos penosa lleva a los labios una espuma levemente rosada. Y las distancias entre una espiración y la otra se hacen cada vez más largas. El abdomen está ya inmóvil. Sólo el tórax presenta todavía movimientos de elevación, aunque fatigosos, efectuados con gran dificultad... La parálisis pulmonar se va acentuando cada vez más.


Y cada vez más feble, volviendo al quejido infantil del niño, se oye la invocación: «¡Mamá!». Y la pobre susurra: «Sí, tesoro, estoy aquí». Y cuando, por habérsele velado la vista, dice: «Mamá, ¿dónde estás? Ya no te veo. ¿También tú me abandonas?» (y esto no es ni siquiera una frase, sino un susurro apenas perceptible para quien más con el corazón que con el oído recoge todo suspiro del Moribundo), Ella responde: «¡No, no, Hijo! ¡Yo no te abandono! Oye mi voz, querido mío... Mamá está aquí, aquí está... y todo su tormento es el no poder ir donde Tú estás...».


Luego... adviene el último espasmo de Jesús. Una convulsión atroz, que parece quisiera arrancar del madero el cuerpo clavado con los tres clavos, sube tres veces de los pies a la cabeza recorriendo todos los pobres nervios torturados; levanta tres veces el abdomen de una forma anormal, para dejarlo luego, tras haberlo dilatado como por una convulsión de las vísceras; y baja de nuevo y se hunde como si hubiera sido vaciado; alza, hincha y contrae el tórax tan fuertemente, que la piel se introduce entre las costillas, que divergen y aparecen bajo la epidermis y abren otra vez las heridas de los azotes; una convulsión atroz que hace torcerse violentamente hacia atrás, una, dos, tres veces, la cabeza, que golpea contra la madera, duramente; una convulsión que contrae en un único espasmo todos los músculos de la cara y acentúa la desviación de la boca hacia la derecha, y hace abrir desmesuradamente y dilatarse los párpados, bajo los cuales se ven girar los globos oculares y aparecer la esclerótica.

 Todo el cuerpo se pone rígido. En la última de las tres contracciones, es un arco tenso, vibrante ‑ verlo es tremendo ‑. Luego, un grito potente, inimaginable en ese cuerpo exhausto, estalla, rasga el aire; es el "gran grito" de que hablan los Evangelios y que es la primera parte de la palabra "Mamá"... Y ya nada más...

La cabeza cae sobre el pecho, el cuerpo hacia delante, el temblor cesa, cesa la respiración. Ha expirado.