viernes, 19 de diciembre de 2025
LA NOVENA DE LA SANTA NAVIDAD, DÍA 4º
jueves, 18 de diciembre de 2025
LA NOVENA DE LA SANTA NAVIDAD, DÍA 3º
miércoles, 17 de diciembre de 2025
LA NOVENA DE LA SANTA NAVIDAD, DÍA 2º
El Amor que lo reduce a la estrechez y a la inmovilidad. Entonces mi mente se ponía en el Seno Materno, y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo, y ahora tan humillado, empequeñecido, restringido, que casi no podía moverse, ni siquiera respirar.
La voz interior me decía: “¿Ves cuánto te he amado? ¡Ah! dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es Mío, porque así Me darás más facilidad para poderme mover y respirar”.
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda Suya, me desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh! Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable criatura. Y así pasaba la segunda hora del día, y después, poco a poco el resto, que decirlo todo sería aburrir. Y esto lo hacía a veces de rodillas y cuando era impedida a hacerlo por la familia, lo hacía aun trabajando, porque la voz interna no me daba ni tregua ni paz si no hacía lo que quería, así que el trabajo no me era impedimento para hacer lo que debía hacer.
Así pasé los días de la novena, cuando llegó la víspera me sentía más que nunca encendida por un insólito fervor, estaba sola en la recámara cuando se me presenta delante el niño Jesús, todo bello, sí, pero titiritando, en actitud de quererme abrazar, yo me levanté y corrí para abrazarlo, pero en el momento en que iba a estrecharlo desapareció, esto se repitió tres veces. Quedé tan conmovida y encendida de amor, que no sé explicarlo; pero después de algún tiempo no lo tomé más en cuenta, y no se lo dije a nadie, de vez en cuando caía en las acostumbradas faltas.
La voz interna no me dejó nunca más, en cada cosa me reprendía, me corregía, me animaba, en una palabra, el Señor hizo conmigo como un buen padre con un hijo que tiende a desviarse, y él usa todas las diligencias, los cuidados para mantenerlo en el recto camino, de modo de formar de él su honor, su gloria, su corona. Pero, ¡oh! Señor, demasiado ingrata Te he sido.
martes, 16 de diciembre de 2025
LA NOVENA DE LA SANTA NAVIDAD, DÍA 1º
domingo, 14 de diciembre de 2025
MÉLANIE CALVAT, Vidente de la Virgen de La Salette
Mélanie-Françoise Calvat nació el 7 de Noviembre de 1831 en Corps, Diócesis de Grenoble, la cuarta de diez hijos del leñador Pierre Calvat y Julie Bernaud. Debido a la pobreza de la familia numerosa, los pequeños solían ser enviados a mendigar a las calles del pueblo; Mélanie se puso al servicio de pastora con los campesinos de los alrededores. En la primavera de 1846 pasó a ser empleada de Baptiste Pra, en la aldea de La Salette, llamada Les Ablandins.
El 18 de Septiembre de 1846 conoció a otro joven pastor, Maximino Giraud, de 11 años, en las laderas del monte Planeau, mientras ambos cuidaban las vacas de sus respectivos dueños. Providencialmente, Maximino estaba reemplazando al pastor enfermo del granjero Pierre Selme, que vivía en Les Ablandins.
El niño era muy animado y trató de charlar con Mélanie, que en cambio tenía un carácter cerrado y era tímida y taciturna. Después de enterarse de que ambos eran de Corps, concertaron ir juntos a pastorear al día siguiente en el mismo prado.
El Sábado 19 de Septiembre de 1846, después de haber comido una comida frugal y dormido al sol, creyeron haber perdido las vacas. Tan pronto como los volvieron a ver, reanudaron el descenso, cuando a mitad de la pendiente Mélanie se detuvo asombrada: cerca de la llamada “fuente pequeña”, junto a un montón de piedras, había aparecido un globo de fuego. Vacilantes y asustados, los muchachos se acercaron al globo luminoso, de donde apareció una mujer sentada, con la cabeza entre las manos, los codos en las rodillas, en actitud de profunda tristeza.
Los muchachos, por separado y juntos, testificaron que la Bella Dama, como la llamaron más tarde, había estado llorando "todo el tiempo que nos habló" e informaron del largo mensaje que habían recibido, entregado primero en francés, luego en el dialecto de la región. En un momento, volvió a hablar en francés, para revelar a los muchachos un Secreto que no podrían desvelar hasta 1858. Finalmente la vieron alejarse, mientras subía al lado opuesto de la montaña.
Maximino, la misma tarde de ese día, para pedir disculpas al amo por la demora en regresar con los animales, narraron el encuentro. Pierre Selme, queriendo comprobarlo, fue con el niño a la familia de Jean-Baptiste Pra, donde trabajaba Mélanie: ella lo confirmó todo.
Al día siguiente, Domingo, asistieron a Misa y le contaron al Párroco sobre el evento. A partir de ese día, toda la comunidad quedó conmocionada: se difundieron los rumores y el Alcalde de La Salette se subió a los Ablandin para interrogar a los chicos. Encontró solo a Mélanie, porque Maximino, habiendo terminado la semana de reemplazo, había regresado a Corps.
Se inició un período de interrogatorios, presiones, amenazas, invitaciones a retractarse para ambos. En la tarde del 20 de Septiembre, los patrones de los dos, con un vecino, Jean Moussier, escribieron todo, mientras Mélanie dictaba las palabras escuchadas por la Bella Dama; finalmente, refrendaron el documento.
A estas alturas, si no oficialmente, todo el mundo creía que la Bella Señora era la Santísima Virgen, que apareció ese Sábado por la tarde, cuando comenzaba el oficio litúrgico de la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores.
Después de cinco años de investigación, el 19 de septiembre de 1851, el Obispo de la Diócesis de Grenoble, Monseñor Philibert de Bruillard, pudo publicar su decreto, cuyo primer artículo decía: "Declaramos que la Aparición de la Virgen a dos Pastorcitos, el 19 de Septiembre de 1846, en una montaña de los Alpes, ubicada en la Parroquia de La Salette, lleva consigo todas las características de la verdad y los fieles tienen fundadas razones para creerla indudable y cierta".
Los dos pastorcitos se conocieron justo el día antes del evento, pero después de la fase de investigación se vieron muy poco y se fueron por caminos separados: Mélanie estuvo cuatro años con las Hermanas de la Providencia en Corps, fue postulante y luego novicia en la misma congregación. Sin embargo, el nuevo Obispo de Grenoble, Monseñor Jacques-Achille-Marie Ginoulhiac, aunque reconoció su piedad y dedicación, se negó a admitirla a los votos religiosos, "para formarla en la práctica de la humildad y sencillez cristianas".
Después de dejar a las Hermanas de la Providencia, Mélanie, en 1854, fue llevada a Inglaterra, donde sería acogida entre las Monjas Carmelitas de Darlington, donde tomó el hábito religioso, hizo sus votos y permaneció durante seis años con el nombre de Sor María de la Cruz.
Mélanie, que debía dar a conocer el Secreto, fue prácticamente cautiva en el Convento; tuvo que tirar por la ventana notas de auxilio para que le abriesen las puertas; abandonaría el Carmelo en 1860 y fue a las Hermanas de la Compasión en Marsella como huésped libre. En 1861 se fue a Grecia a Cefalonia, donde, una vez que tomó el hábito de esas monjas, se convirtió en profesora de lengua italiana en un internado de niñas.
Mientras tanto, el Secreto de La Salette se dio a conocer en su totalidad en 1858, el mismo año que las Apariciones de Lourdes. Por su tono áspero, despertó la ira de gran parte del episcopado francés, que alcanzó tonos sin precedentes. Mélanie fue considerada exaltada, loca, visionaria y el secreto "nacimiento de su mente trastornada".
Mélanie regresó a Marsella en 1863 y después de unos días en Corps y La Salette, aceptó la invitación de Monseñor Francesco Saverio Petagna, Obispo de Castellammare di Stabia en la provincia de Nápoles, dejando Francia el 21 de Mayo de 1867. Permanecería en esa ciudad durante diecisiete años, alojándose en el Palazzo Ruffo, alquilado por el Obispo. El Padre Alfonso Fusco, Redentorista, sería su Capellán en la Capilla del palacio. Monseñor Petagna confió la dirección espiritual de la mujer al Padre Luigi Salvatore Zola, de los Canónigos Regulares de Letrán, Abad del monasterio napolitano de Piedigrotta.
En Castellammare, Mélanie compuso un memorial titulado "Visión de las costumbres y obras a las que se dedicarán los Apóstoles de los Últimos Tiempos" y esbozó la Regla para una posible congregación religiosa.
Mientras tanto, el Abad Zola fue nombrado Obispo de Ugento en 1873 y, en 1877, Arzobispo de Lecce. En 1879 dio la aprobación eclesiástica a la publicación del Secreto de Mélanie, que, una vez más, causó sensación. En 1892, Mélanie abandonó Castellammare di Stabia y, por invitación de Monseñor Zola, se trasladó a la ciudad de Galatina en la Provincia de Lecce, donde permaneció cinco años en una casa alquilada.
Al final de su estancia en Galatina, recibió la visita del Padre Aníbal María de Francia. Después de charlas edificantes, tanto presenciales como por carta, la convenció de reunirse con él en Messina, para que asumiera durante al menos un año la dirección formativa de las Hermanas que gestionaban la Obra Pía fundada por el Padre Aníbal.
Mélanie llegó a Messina el 14 de Septiembre de 1897. El Padre Aníbal la admiraba mucho por "las llamas del Amor divino que brillaban en sus obras y palabras, por su heroica abstinencia en la comida y la bebida, y por su gran afecto por la Cruz y los sufrimientos".
El instituto superó las dificultades contingentes, fortalecido y difundido en su labor asistencial a favor de los huérfanos abandonados y en la educación de las niñas del pueblo, también gracias al aporte de Mélanie.
Volviendo una vez más a Francia, después de unos meses en Moncalieri en Piamonte, Mélanie se instaló con Don Combe, Párroco de Diou; en multitud de ocasiones fue invitada a hablar sobre la Aparición de La Salette en diversas conferencias.
Sintiendo que se acercaba el final de su vida terrenal, Mélanie dijo que no quería "morir entre los masones", por lo que le escribió a una amiga, Rosa Giannuzzo, para que contactara con su exconfesor, el Padre Alfonso Fusco, a fin de que éste le encontrara un lugar donde no la conocieran, para vivir sus últimos días escondida.
El Padre Fusco habló de ello con el Rector del Santuario de Pompeya, el dominico Padre Carlo Cecchini, quien le ofreció su hospitalidad. Sin embargo, como el famoso Santuario del Rosario era un destino de peregrinaje, Mélanie se negó. Precisamente en ese período, el Rector fue nombrado Obispo de Altamura en la provincia de Bari, por lo que renovó la invitación. Esta vez la mujer aceptó: llegó de Francia el 16 de Junio de 1904, desconocida para todos, mientras el Obispo se encontraba fuera de la Diócesis.
Se alojó en varias casas, incluso en el palacio de las Damas Giannuzzi, que tal vez supieran algo. Rara vez salía de casa, casi exclusivamente para ir a la Catedral todas las mañanas, para asistir a la celebración de la Misa y recibir la Sagrada Comunión; después, se quedaba a rezar un buen rato en la Capilla de la Dolorosa.
Golpeada por una fuerte fiebre, murió sola en la noche entre el 13 y el 14 de Diciembre de 1904; tenía 73 años. Su Funeral tuvo lugar el día 15 en la Catedral de Altamura, donde estuvo presente todo el Clero diocesano: en esa ocasión, el Obispo Cecchini reveló la identidad de esa dama francesa anónima. Luego, el cuerpo fue enterrado en la tumba familiar de la Familia Giannuzzi.
Sus virginales restos serían trasladados a la Capilla de la casa religiosa que fundaron en Altamura las monjas del Padre Aníbal de Francia. El traslado de los restos de Mélanie se llevó a cabo a escondidas y de forma apresurada el 19 de Septiembre de 1918, cuando comenzaba la mal llamada "gripe española". Como resultado de esa epidemia, el cuerpo permaneció sin enterrar durante aproximadamente un año. Finalmente, sería inhumado el 2 de Octubre de 1919, vestida con el hábito de las Religiosas del Padre Aníbal de Francia.
El 19 de Septiembre de 1920 se inauguró un monumento funerario, consistente en un bajorrelieve que representa el alma de Mélanie llevada al Cielo por la Virgen.
sábado, 13 de diciembre de 2025
MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Madre Purísima
Toda la gloria de la hija del Rey
está dentro de los bordes de oro,
vestida de variedades por todos lados
De todos los bienes terrenales, el honor es generalmente el más estimado. Por su naturaleza, el honor es la recompensa adecuada a la virtud, a cuya adquisición sirve de incentivo. Pero se convierte en un peligro cuando se busca por medios ilícitos o cuando lo atribuimos exclusivamente a nosotros mismos, es decir, sin referencia a Dios, fuente de todo verdadero honor. El ejemplo de María es la luz que debe guiar nuestra conducta en este sentido.
Elegida entre todas las criaturas para ser Madre del Verbo Encarnado, aclamada «llena de gracia» por el Ángel Gabriel, proclamada por Santa Isabel «Bendita entre todas las mujeres», María no se envaneció en absoluto, sino que refirió a Dios las alabanzas que se le daban. «Mi alma engrandece al Señor, y Mi espíritu se regocija en Dios, Mi Salvador, porque ha mirado la humildad de Su esclava».
Jesús vino a esta tierra no para ser honrado, sino para ser humillado y despreciado, hasta parecer «un gusano y no un hombre: el oprobio de los hombres y el marginado del pueblo». Siguiendo el ejemplo de Jesús, María, durante toda la vida pública de Su Hijo, huyó de los honores y solo apareció en Su compañía para compartir con Él la copa de la amargura y el desprecio: «Los oprobios de los que te injuriaban han caído sobre mí».
El alma que teme a Dios y anhela únicamente Su Gloria no rehúye las humillaciones; al contrario, las acepta con resignación y alegría. Y junto con ellas, abraza también la pobreza voluntaria. Sabe que las riquezas son, por su propia naturaleza, un impedimento para la Caridad, al alimentar la sensualidad, apartar al alma del servicio a Dios y embotar su sentido de dependencia de Él.
Además, las riquezas tienden a dificultar mucho la práctica de la Caridad, pues esta virtud divina es incompatible con el apego a los bienes terrenales. Por esta razón, nuestro Divino Salvador nos enseñó que la renuncia a los bienes de este mundo es el fundamento sobre el que reposa la perfección de la Caridad; y, para unir ejemplo y precepto, Él mismo «siendo rico, se hizo pobre por nosotros».
María, por tanto, aunque de sangre real, vivió con su fiel esposo, San José, en la mayor pobreza. Se ganaba el pan de cada día con el trabajo de Sus manos. Es más, en el momento del Nacimiento de Jesús, Su pobreza era tan grande que ni ella ni San José encontraban sitio en las posadas del pueblo. El Creador del mundo debía ser acostado en un pesebre tosco. Pero el amor ardiente de María compensa con creces la pobreza del pesebre.
¡Oh santa pobreza, tan despreciada y, sin embargo, tan querida al Corazón de Jesús, que dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu»! ¡Oh, que pueda hacerte mía; que, pisoteando los bienes de este mundo, sólo aspire a los bienes imperecederos de la Eternidad!.
El alma que desea conservar en sí el Temor de Dios debe cuidar que un apego desordenado a los honores y las riquezas no la aparte del camino de la virtud. Cuando reflexionamos seriamente que la gloria terrenal es transitoria y que los bienes de este mundo son efímeros, no nos cuesta despreciar lo que no puede proporcionarnos la verdadera felicidad.
Para que nuestros corazones se llenen del amor de Dios, deben vaciarse de todo apego terrenal. Pero, además, el alma que verdaderamente agrade a Jesús irá más allá: renunciará con generosidad a todos los bienes de este mundo y abrazará la humildad y la pobreza de la Cruz.
¡Feliz el discípulo de Cristo que sabe cómo pisotear honores y riquezas!. Junto con la Caridad Divina, el Temor de Dios morará en él, como prenda de una Eternidad Bendita.
El Beato Francisco Patrizi de Siena parecía predestinado a convertirse en uno de los mayores siervos de María. Incluso antes de nacer, su madre Reginalda soñó que engendraba un lirio bellísimo que adornaría la imagen de Nuestra Señora. De niño, adquirió la costumbre de rezar quinientas Avemarías a la vez, haciendo otras tantas genuflexiones ante la estatua de la Reina del Cielo.
A los veinte años tuvo una visión maravillosa. Nuestra Santísima Virgen se le apareció rodeada de ángeles y lo invitó tiernamente a consagrarse por completo a Su servicio en la Orden de Sus Siervos. Habiendo cumplido el deseo de María, comenzó a progresar extraordinariamente en santidad bajo la guía de San Felipe Benizi. Al ser Sacerdote, su mayor anhelo era celebrar el Sacrificio de la Misa con fe y devoción vivas.
Penetrado por la grandeza de su vocación como Siervo de María, se entregó con todo el ardor de su alma al servicio de Nuestra Señora, exhortando a todos, tanto desde el confesionario como desde el púlpito, a amar y servir fielmente a esta Reina Celestial. De esta manera, logró conducir a muchas almas al más alto grado de Santidad. Todo el tiempo que le quedaba de su Ministerio lo dedicó a intensificar sus oraciones, especialmente al rezo del Ave María y a cantar las alabanzas de Nuestra Señora.
Semejante piedad no podía quedar sin recompensa. Un día, mientras Francisco se dirigía a predicar a un pueblo vecino, y sintiéndose demasiado cansado para llegar a su destino, se sentó junto al camino para descansar un poco. La Reina del Cielo se le apareció entonces bajo la apariencia de una noble dama y le regaló un ramo de rosas frescas, cuya fragancia lo reconfortó. Pero sentía que su fin se acercaba. A punto de morir, tuvo de nuevo el consuelo de ver a Nuestra Señora, quien se le apareció en todo su esplendor, llamándolo al Paraíso. Lleno de virtudes y méritos, murió en la Festividad de la Ascensión de 1328, pronunciando las palabras de Cristo en la cruz: «Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu».
Después de su muerte, brotó de su boca un hermoso lirio que llevaba en sus hojas la leyenda "Ave María", testigo evidente y signo perpetuo del placer que sentía la Reina del Cielo por los innumerables y fervientes actos de culto y reverencia que le ofrecían este fidelísimo Siervo.
SANTA LUCÍA DE SIRACUSA, VIRGEN Y MÁRTIR
De acuerdo con "las Actas" del Martirio de Santa Lucía, nació en Siracusa, Sicilia (Italia), de padres nobles y ricos y fue educada en la fe cristiana. Perdió a su padre durante la infancia y se consagró a Dios siendo muy joven. Sin embargo, mantuvo en secreto su voto de virginidad, de suerte que su madre, que se llamaba Eutiquia, la exhortó a contraer matrimonio con un joven pagano.
Lucía persuadió a su madre de que fuese a Catania a orar ante la tumba de Santa Ágata para obtener la curación de unas hemorragias. Ella misma acompañó a su madre, y Dios escuchó sus oraciones. Entonces, la Santa dijo a su madre que deseaba consagrarse a Dios y repartir su fortuna entre los pobres. Llena de gratitud por el favor del Cielo, Eutiquia le dio permiso. El pretendiente de Lucía se indignó profundamente y delató a la joven como cristiana ante el pro-cónsul Pascasio. La persecución de Diocleciano estaba entonces en su momento más cruento.
El juez pagano presionó a Santa Lucía cuanto pudo para convencerla a que apostatara de la Fe Católica, pero ella se resistía con entereza y respondía: "Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo".
El juez le preguntó: "Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?".
La jovencita respondió: "Sí, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor".
El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de prostitución para someterla a la fuerza a la ignominia. Ella le respondió: "El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consciente". Santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de la Iglesia, admiraba esta respuesta de Santa Lucía. Corresponde con un profundo principio de moral: No hay pecado si no se consiente al mal.
No pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. Finalmente, la decapitaron.
Aunque no se puede verificar la historicidad de las diversas versiones griegas y latinas de las Actas de Santa Lucía, está fuera de duda que, desde antiguo, se tributaba culto a la Santa de Siracusa. En el siglo VI, se le veneraba ya también en Roma entre las Vírgenes y Mártires más ilustres.
En la Edad Media se invocaba a la Santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está relacionado con la luz. Ello dio origen a varias leyendas, como la de que el tirano mandó a los guardias que le sacaran los ojos y ella recobró la vista.
Cuando ya muchos decían que Santa Lucía es pura leyenda, se probó su historicidad con el descubrimiento, en 1894, de la inscripción sepulcral con su nombre en las Catacumbas de Siracusa, así no cabe duda de que la Santa vivió en el siglo IV.
jueves, 11 de diciembre de 2025
LA HORA SANTA REPARADORA
intensamente; y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
Evangelio de San Lucas, cap. 22, vers. 43-44
La Hora Santa nació en 1674, cuando en una alocución de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque, desde el Tabernáculo de Paray-le-Monial, le dijo:
«Todas las noches del Jueves al Viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a Mi Padre entre todas Mis angustias, te levantarás entre las 11 y las 12 de la noche y te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores».
Dos son, evidentemente, las ideas fundamentales de este ejercicio. Es la primera, una intención de amor compasivo, que une en esa hora el alma del consolador, y del confidente, al Corazón Agonizante de su Salvador. «Te haré compartir, dice Jesús, la tristeza mortal de Mi Getsemaní...». Y es la segunda, una reparación del pecado, un fin de desagravio redentor y de consuelo: «Pedirás perdón por los pecadores».
Una y otra idea cobran una luz mayor todavía con la siguiente Revelación que debe sacudir con emoción intensa de dolor y caridad el corazón del creyente fervoroso. Oigamos siempre a la vidente de Paray: «Se me presentó Jesús bajo la figura de un «Ecce Horno», cargado con Su Cruz, cubierto de llagas y de heridas. Su Sangre adorable brotaba de todas ellas, y luego, con voz desgarradora y triste, me dijo: «¿No habrá, por ventura, nadie que se compadezca de Mí y que, teniéndome piedad, comparta el dolor que sufro en este estado lamentable en que Me tienen sumido tantos pecadores?...».
«Aquí tienes el Corazón que ha amado tanto a los hombres, y que no ha perdonado medio alguno de probarles Su Amor, hasta el extremo de agotarse y consumirse por ellos. Y en retorno, no recibo de la mayor parte sino ingratitud y menosprecio, lo que Me amarga mucho más que todo cuanto he sufrido en Mi Pasión. Si los hombres Me correspondieran, siquiera en parte, consideraría poco lo que he hecho, y desearía, si posible fuera, sufrir más todavía... Pero, ¡ay!, no tienen sino frialdad y rechazos para cada una de las solicitaciones de Mi Amor. Al menos tú, hija Mía, concédeme el consuelo de verte reparar, en cuanto puedas y de ti dependa, esa ingratitud. Participa de Mis congojas, y llora por la insensibilidad culpable de tantos corazones».
«Tengo sed devoradora de ser amado de los hombres, pero no encuentro casi a nadie que tenga voluntad de aplacarla con retorno de amor cumplido y generoso... No hallo quien Me ofrezca en este estado de abandono un lugar de reposo. ¿Quieres tú consagrarme tu alma para que en ella descanse Mi Amor crucificado, que el mundo entero menosprecia?...»
«Quiero que tu corazón Me sirva de asilo, en el que me cobije para solazarme, cuando los pecadores me persigan y me arrojen de los suyos... Entonces, con los ardores de tu caridad, repararás las injurias que recibo...»
Insistimos en que el SILENCIO AMOROSO unido al deseo de ACOMPAÑAR y CONSOLAR a Jesús por la frialdad y alejamiento de tantas almas, es ya por sí mismo una elevada oración, además da consuelo y paz a quien la practica.
Se trata de hacer compañía y consolar a Jesús en el Huerto de Getsemaní y reparar con ello los ultrajes y blasfemias que recibió y recibe constantemente. Se puede hacer desde casa pero mucho mejor ante el Santísimo Sacramento, pues nuestro deseo es honrarle y adorarle como se merece y aunque siempre será poco, Él acepta y ve con agrado nuestro amor y buena voluntad.
Para ello basta con leer y meditar alguna lectura sobre la Pasión del Señor o bien rezar alguna de las oraciones aquí expuestas; pero también es muy importante y recomendable estar en total silencio ante el Señor; algunos creen así estar perdiendo el tiempo, cuando en verdad es todo lo contrario. ¡Cuán útil es para el alma aprender de estos silencio: tan llenos de amor!. ¡Cuántas enseñanzas!. ¡Qué bello diálogo de amor, de corazón a Corazón!
Basta estar en Su Santa Presencia, mirándole o con los ojos cerrados, Él te penetrará hasta el fondo de tu ser, te invadirá totalmente con el fuego de Su Amor y como el Sol que con su luz y calor da vida a la tierra, así hará contigo poco a poco para transformarte y darte una vida nueva en Él.
En adoración profunda pongámonos en la Presencia de Dios. Pidamos luz y fuego de amor al Espíritu Santo para que consuma nuestro corazón y le purifique de todo pecado o afecto desordenado, a la Santísima Virgen para que sea nuestra Madre y Maestra, enseñándonos a amar a su Jesús, con aquel purísimo amor Suyo.
Que la Gracia Divina venga a nuestras pobres almas para poder glorificaros en esta Hora Santa que ofrecemos con intención de reparar, desagraviar y hacer compañía al Sagrado Corazón agonizante de Jesús, por los abandonos, ultrajes e ingratitudes recibidas de todas las criaturas de la tierra.
Después de esta breve preparación, vayamos en espíritu al Huerto de Getsemaní; entremos en silencio almas reparadoras sobrecogido nuestro corazón por el temor y anhelo de reparación, vayamos captando la voz angustiada y doliente de Jesús que se debate en la más espantosa de las agonías. Soledad inmensa, abandono hasta del Padre Celestial. Su Humanidad abatida en el suelo. ¿Será posible que un Dios haya llegado hasta esto?. Y, ello por todos los pecados de la humanidad, por los nuestros en particular.
Contemplemos cómo Su Dolor llega a la máxima intensidad, más que por la proximidad de Su Pasión, por tantas ingratitudes y faltas de correspondencia. Piensa que Su Pasión será infructuosa para muchas almas; agudo dolor le estremece, Sus dolores se vuelven agonía torturante. Corre junto a Sus discípulos predilectos y les encuentra dormidos. ¡Sus mejores, Sus más íntimos amigos no pueden velar una hora con el Maestro!... Llama a su Padre pidiéndole pase el cáliz y sólo encuentra soledad y abandono. ¿Acaso también los Cielos se cerraron?. Mas no, un Ángel baja a confortarle en Su desfallecimiento. Copioso sudor de sangre le envuelve en tanta abundancia, que se vierte sobre la tierra. «¿Padre Mío!. Si es posible pase de Mí este cáliz, pero que no se cumpla Mi voluntad sino la Tuya».
¡Qué lección más sublime la que Jesús nos enseña en Getsemaní para que hagamos nuestra oración de cada día con este espíritu!. Sí, pidamos en el dolor y en el sufrimiento que aparte de nosotros el cáliz, pero a la vez sepamos decir y aceptar con generosidad que se cumpla la Voluntad Divina.
Sigamos recogiendo en lo íntimo de nuestras almas las palabras de Jesús que agoniza en aquella terrible noche: Anhelo, necesito almas reparadoras a través de todos los siglos, y en todos los rincones de la tierra; son los pararrayos de la Justicia Divina; las oraciones y lágrimas de estas almas son de un poder infinito ante el Padre, pues van unidas a Mis intenciones. No temáis, pequeña grey, para haceros a semejanza Mía habéis de abrazaros a la Cruz del dolor, de la persecución, de la calumnia, de la pobreza. Mi gracia no os faltará. Sin Mí nada podéis hacer: «Conmigo lo podéis todo», pero me gustan las almas desprendidas.
Instituí la Eucaristía; sufrí la agonía de Getsemaní; la traición de Judas; la negación de Pedro; el inicuo proceso; verme pospuesto a Barrabás; la flagelación y coronación de espinas, las burlas y escarnios; la calle de la Amargura; el dolor de Mi Madre, ese Corazón Purísimo traspasado y amargado con todas las amarguras de la tierra. La Crucifixión; Mi muerte afrentosa, y por último la lanzada del soldado Longinos abriendo Mi Costado para dejar paso a las torrenteras de Mis Gracias, de Mis Misericordias, de Mi Amor.
En las sombras de la noche se suceden los más horrendos crímenes; pecados de apostasía, desenfreno de todas las pasiones; el poder de las tinieblas como un día en Getsemaní, vuelve a la hora actual con más intensidad y virulencia que nunca. La gente quiere divertirse, no escatima medio para hacerlo, saltando por encima de las leyes morales y divinas... ¡Pobre humanidad corrompida y anegada por todos los pecados capitales!.
¿Y qué puedo decir de tantos sacrilegios, profanaciones, y lo que es más terrible, apostasías de los míos, de aquellos a quienes ungí con Órdenes Sagradas a través de Pedro?. ¿Acaso todo esto no es bastante para renovar de continuo la Agonía de Getsemaní, el Pretorio, la flagelación o clavarme en la Cruz desgarrando Mis miembros y abriendo Mis Llagas de nuevo?...
Almas reparadoras, vuestra misión en la tierra es amar, amarme con todas vuestras fuerzas, sin descanso, y amar a todos los hombres por Mí, ésa es vuestra misión, vuestro fin.







