domingo, 30 de marzo de 2014

SERMÓN CUARTO DOMINGO DE CUARESMA; por el Padre Héctor Lázaro Romero

Sermón 
IV Domingo de Cuaresma
por el Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero
Director de la revista digital "Integrismo

       Hoy es Domingo “de Lætare”. Se le llama así al IV domingo de Cuaresma, por la primera palabra del introito, como al tercero de Adviento se le llama “Gaudete” por lo mismo. Es un día de alegría; nos lo muestran los ornamentos rosados, las flores en el altar, el uso del órgano. La Iglesia quiere frenar un poco las penitencias de Cuaresma para que los fieles puedan retomarlas con más ánimo y más fuerzas. Alegría que consuela y conforta, alegría que es como un anticipo de la que nos embargará en la Pascua que se acerca. La Iglesia ya nos había dado un cierto estímulo al presentarnos, en el II Domingo de Cuaresma, el Evangelio de la Transfiguración de Nuestro Señor, preludio de nuestra propia transfiguración. Hoy nos anima con este domingo de alegría.


       La Epístola de hoy es la dirigida a los Gálatas: allí, San Pablo nos habla de la libertad cristiana, pero se trata de entender bien en qué consiste esa libertad y no caer en el libertinaje. La libertad cristiana consiste en que hemos visto rotas las cadenas que nos ataban al pecado, del que la antigua ley no nos podía librar. El Apóstol concluye: “Porque toda la ley se resume en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Si cumplimos, entonces, con este precepto, si obedecemos a la Ley de Dios, seremos verdaderamente libres de las cadenas del pecado.

       El Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y peces. Esta primera multiplicación figura en los cuatro evangelios con increíble exactitud. Nuestro Señor quiere preparar, disponer los ánimos para anunciar, al día siguiente, el milagro de los milagros, la Santa Eucaristía. Por eso, este domingo también es llamado “domingo eucarístico”.

       El texto evangélico nos dice que Jesús se compadece de la muchedumbre que lo sigue “porque eran como ovejas sin pastor”. Las autoridades religiosas de aquel tiempo habían defeccionado; una situación similar a la que vivimos hoy. Y no es difícil que un pueblo tan mal conducido un día aclame a Jesús por rey y al poco tiempo pida su crucifixión.

       Los discípulos preguntan a Nuestro Señor: “¿Dónde compraremos pan?” Jesús había enseñado y curado durante gran parte del día. Es hora, le avisan sus discípulos, de despedir a la gente para que puedan ir a comprar su alimento. “No hace falta. Dadles vosotros de comer”. “¿Pero dónde encontraremos comida para tanta gente?”, pregunta Felipe. Eran cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños. Jesús quiere probar la fe de sus discípulos. “No importa, id y ved cuántos panes tenéis”, les dice Nuestro Señor.

       Lo único que encuentran los Apóstoles es un  niño que tiene cinco panes y dos peces. El milagro será patente. Jesús toma el pan y haciendo una pequeña oración realiza el milagro. Aquí podemos notar: -la sencilla, breve y lacónica narración evangélica, tan distinta del estilo en que se cuenta un hecho fabuloso; -el paralelismo con la institución de la Eucaristía. Jesús realiza los mismo gestos: toma el pan en sus manos, alza los ojos al cielo, da gracias y lo entrega a sus discípulos. Jesús da gracias, quiere enseñarnos a tener permanentemente esta actitud y a comenzar  todas nuestras oraciones con la acción de gracias.

       Este Sacramento, el Sacramento de los Sacramentos, realiza la unidad en el Cuerpo Místico que es la Iglesia. Es figura y causa de la caridad, como enseña Santo Tomás, no solo de la caridad hacia Dios sino también de la caridad para con el prójimo.

       Este Sacramento nos une. Realiza la unidad en el Cuerpo Místico de Cristo. Nos une con todos aquellos que forman parte de este Cuerpo: santos o no, amigos o enemigos, que nos hayan hecho bien o que nos hayan hecho mal. Este Sacramento nos une. 

       Por eso, la Santísima Eucaristía es incompatible con el odio y la división. Por encima, entonces, de las pequeñas ofensas y divergencias, formamos un único cuerpo, poseemos la misma fe. 

       La Eucaristía pide la caridad. Caridad en palabras: no murmurar del otro, evitar las críticas, los odios, los rencores. Comulgamos de un mismo Cuerpo de Nuestro Señor. 

       Tengamos misericordia para con el otro, así como Nuestro Señor al prefigurar este Sacramento sintió misericordia del pueblo.


NOTA IMPORTANTE: 

El Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero, tiene a bien celebrar ocasionalmente 
el Santo Sacrificio de la Misa por las personas e intenciones 
de nuestros amigos y lectores, así como por el alma de sus difuntos. 

Si alguien quiere aplicar una Santa Misa por alguna cuestión particular, 
sólo tienen que escribirnos un mail a traditio@hotmail.com

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