jueves, 7 de marzo de 2013

SANTO TOMÁS DE AQUINO



      El Calendario Católico Tradicional nos indica que hoy la Iglesia rememora al gran "Doctor Angélico", Santo Tomás de Aquino.

      Hijo de los Condes de Landulf Aquino, entró en la Orden de Predicadores de Santo Domingo, a pesar de que su familia quiso torcer su vocación intentando hacer que perdiese la santa pureza. En París fue discípulo de San Alberto Magno y después su sucesor en la cátedra; brilló universalmente su talento, escribiendo obras admirables, entra las cuales hay que destacar la enciclopedia católica conocida como "Summa Theológica" y la apologética "Summa contra Gentes", debida a la iniciativa de San Raimundo de Peñafort. Murió en Fosanova en 1274.

      Canonizado en 1323 por el Papa Juan XXII, declarado Doctor de la Iglesia en 1567 por San Pío V y Patrón de las universidades católicas y centros de estudio en 1880 por el Papa Pío IX.


Hoy Jueves, La Semana del Buen Cristiano nos indica que debemos dedicar esta jornada a meditar acerca del Misterio Eucarístico, así como rezar por la santificación de los sacerdotes católicos. Que estas palabras de Santo Tomás de Aquino, nos ayuden para entender un poco más la gran gracia que supone tener a Cristo  en el Sagrario.


OH BANQUETE PRECIOSO Y ADMIRABLE

   El Hijo Único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres.

   Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación ofreció, sobre el Altar de la Cruz, su Cuerpo como Víctima a Dios, su Padre, y derramó su Sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

   Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fie­les, bajo la apariencia de pan y de vino, su Cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su Sangre, para que fuese nuestra bebida.

   ¡Oh Banquete precioso y admirable, banquete saluda­ble y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este Banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

   No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las vir­tudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

   Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.

   Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiri­tual en su misma fuente y celebramos la memoria del in­menso y sublime amor que Cristo mostró en su Pasión.

   Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la Última Cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su Pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

 ( De las obras de santo Tomás de Aquino, presbítero. 
Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo )


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