viernes, 8 de noviembre de 2013

CRUCIFICADOS SIN CRUZ: TERESA NEUMANN ( 1º PARTE )

       
       Teresa Neumann nació el 19 de Abril de 1898 en Konnersreuth (Austria). Fue la mayor de diez hermanas. Su padre, Fernando Neumann, ejercía el oficio de sastre. La familia era dueña de una modesta granja en la que apenas tenían cuatro vacas. A los catorce años, Teresa tuvo que trabajar en una granja vecina para contribuir a la maltrecha economía familiar. 


       Cuando estalló la Gran Guerra, en 1914, su padre y su patrón fueron llamados a filas y Teresa tuvo que trabajar muy duro para suplir las manos que faltaban en el trabajo del campo. Era vigorosa, despierta, muy simpática. Trabaja sin descanso, portando a sus espaldas sacos de hasta setenta kilos de peso, sin ayuda de nadie.

       La joven Teresa soñaba con ser enfermera y marcharse a África, como misionera; si bien nunca salió de su pueblo, con sus sufrimientos y testimonio personal, conquistó muchas almas para Dios. En el transcurso de un incendio en una granja vecina, Teresa, que había acudido con otros vecinos a sofocarlo, sufrió un accidente que la obligó a guardar cama, imposibilitándola a trabajar. Al año siguiente, sufriendo aún por la caída, Teresa quedó ciega.

       A partir de ahí se sucederían otras enfermedades: tuvo el brazo izquierdo paralizado durante tres meses, perdió el oído durante algún tiempo y una laringitis aguda le impediría hablar. En esos momentos de desesperación para cualquier alma, Teresa encontró la resignación en el recuerdo de la Pasión de Cristo y le ofreció al Señor todas su tribulaciones y su muerte. Aquella fidelísima y auténtica imagen de la miseria humana, se abandonó en manos de Dios, sin reservas, dispuesta a ser crucificada por el Amor.

       Habían pasado poco más de cuatro años desde que Teresa Neumann perdiera la visión, cuando en la mañana del 29 de Abril de 1923, su padre entró en la habitación de la pobre ciega para despedirse antes de salir al trabajo; al poco tiempo, ella misma notó como si "alguien raspase la almohada". Se despertó y vio entrar en la habitación a su hermana Otilia, la más pequeña de la casa, a la que casi no conoció tras cuatro años de ceguera.

       Todos en la familia quedaron estremecidos y daban gracias a Dios al comprobar que Rels (nombre con que la trataban en casa) había recuperado la visión el mismo día en que Teresa de Liseux era declarada Beata por el Papa Pío XI. Para todos era claro: Teresita del Niño Jesús había sido la intermediaria en tan repentina curación.

       A pesar de que el resto de enfermedades persistían, Teresa Neumann ofrecía aquellos padecimientos al Señor, al tiempo que contemplaba un retrato de la Santa de Liseux que tenía siempre ante sí. Con mucha frecuencia repetía estas palabras de la Santa Carmelita:

"Amar, amar a Nuestro Señor con todas nuestras fuerzas
 y ayudar a la salvación de las almas
 a quien Él tanto ama"

Continuará...



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